Atenco: En la orilla del agua, en el centro de la historia

Idioma Español
País México

"La riqueza de Atenco no se puede medir con dinero. Un aeropuerto no vale siglos de historia. A veces creo que somos como el axolote o el ahuehuete, que a pesar de que les están robando cada día más su espacio vital, ellos siguen resistiendo y se niegan a morir, se niegan a dejar de seguir siendo lo que son. Así nosotros. Nos negamos a que nos despojen, a que dejemos de seguir siendo lo que queremos ser: indios, campesinos y rebeldes."

4 de mayo, 2016

Por Ernesto Funesto Mondragón*

Atenco (En la orilla del agua: atl, agua; tentli, orilla; co, partícula locativa)

Cuando me dicen “Atenco” mi cabeza se torna una tormenta de ideas, mi corazón redobla sus latidos, mi sangre fluye con más intensidad y mi ser entero siente muchas cosas al mismo tiempo. Para la mayoría de los compañeros de lucha, Atenco significa represión, mujeres violadas, la familia Del Valle o sabrosos tlacoyos. Para los de arriba, para sus medios de propaganda y para los que les creen, Atenco es sinónimo de revoltosos, violentos, de gente que no quiere el progreso y está contra el aeropuerto simplemente porque sí (o porque algún mesías tropical así nos lo ordena); para ellos somos los macheteros.

Sin embargo Atenco es mucho, muchísimo más que eso. Atenco es historia pasada, historia viva y por forjar.

Acolhuas: nuestro origen guerrero.

No es sencillo rastrear nuestra historia porque hasta hace 15 años éramos prácticamente invisibles a pesar de siempre estar ahí, como mudos testigos de ella. Nuestra existencia ha estado vinculada desde sus orígenes a la de Texcoco. Esta ciudad era la capital del señorío Acolhua. ¿Quiénes eran los acolhuas? Según el Códice Boturini, nuestros abuelos acolhuas eran parte de las siete tribus nahuatlacas: Xochimilcas, Chalcas, Tepanecas, Acolhuas, Tlahuicas, Tlaxcaltecas y Mexicas. El relato indica que fuimos los cuartos en migrar de un mítico lugar ubicado al norte del Valle de México llamado Chicomoztoc: “la casa de las siete cuevas”.

Cuando salieron, fueron guiados por su líder, o tecuhtli, un hombre llamado Xólotl. Él es considerado el padre fundador del Acolhuacan. Primero establecieron su capital en Xoloc (hoy San Mateo Xoloc), después en Tenayuca, Coatlinchan (hoy San Miguel Coatlinchan, lugar donde encontraron el monolito de Chalchiuhtlicue), Huexotla y finalmente en Texcoco. Xólotl fue tatarabuelo de otro tecuhtli muy famoso, Acolmiztli, mejor conocido por su pseudónimo Netzahualcóyotl.

Los acolhuas originales fueron un pueblo singular. Eran un crisol de razas, lenguas y culturas. Una parte de su linaje era chichimeca, ese famoso pueblo belicoso, fiero y nómada. Otra parte procedía de los toltecas, pueblo reflexivo y culto. Sin embargo, también tenemos ascendencia pame-otomí. Decían que éramos de los chichimecas llamados tamime, es decir, pames mezclados con otomí. Quizá por eso cuando conocimos a los compas de San Francisco Xochicuautla nos cayeron tan bien. En una de esas somos primos.

Al principio los acolhuas hablaban pame, hasta que gobernó Techotlala, pues fue educado en Culhuacan por una mujer llamada Papaloxóchitl. Ella le enseñó el lenguaje náhuatl y cuando él fue el tecuhtli, impuso el náhuatl como lengua oficial del Acolhuacan. Ese idioma era muy particular, y según dicen las crónicas, era el más bello del que se habló en todos los dominios de la Triple Alianza. Mis bisabuelos todavía lo hablaron a mediados del siglo XX; mexicano, le decían, con la equis pronunciada como en “mixiote”. Hoy son pocos los que lo hablan en el pueblo. Prácticamente ha desaparecido.

Atenco ofrece una ofrenda a Alexis Benhumea, joven asesinado hace 10 años. #Ayotzinapa acompaña. Foto: Al-Dabi Olvera / Aldabi

En aquel mundo indígena, Atenco no sólo era un simple pueblo tributario. En este punto las leyendas se fusionan con la historia: cuando Netzahualcóyotl era el Acolhua Tecuhtli, es decir, el gran jefe acolhua, en Atenco había un majestuoso jardín cuyo mayor atractivo era un bosque compuesto por ahuehuetes (“los viejos del agua”). Dicho bosque se llamaba Acatetelco. Cuenta la leyenda que cuando el gobernante acolhua visitaba aquel lugar para reflexionar o pasear con sus concubinas, sus sirvientes intentaban contar cuantos ahuehuetes había en el lugar, pero nunca llegaron a una cuenta final.

Otra versión dice que Alonso de Grado, lugarteniente de Hernán Cortés, se enamoró del bosque y se lo pidió como regalo. Debido a que De Grado fue encargado de la Contaduría de Nueva España, se le conocía como El Contador, nombre que impuso al bosque, que en el siglo XX Lázaro Cárdenas elevara a Parque Nacional y posteriormente fuera degradado a Parque Ejidal conocido como “Los Ahuehuetes”

Los acolhuas siempre fueron fieros guerreros. Debido a ello y a la posición estratégica de sus dominios, fueron aliados de los mexicas. Cuando ocurrió la invasión española al mando de Hernán Cortés, el Acolhuacan se fracturó. Algunos nobles y sus vasallos se aliaron a los españoles. Otros, en cambio, los combatieron. Uno de ellos fue Cacamatzin, el Acolhua Tecuhtli en turno. Junto a Cuitláhuac y otros Señores intentaron oponer resistencia frente al invasor, sin embargo, fueron capturados por Moctezuma, y ejecutados durante la Noche Triste.

La Colonia: comienzan los despojos

Después de consumada la invasión española, dos tataranietos de Netzahualcóyotl reclamaron para sí las tierras del Acolhuacan, entre ellas Atenco. Fue un momento histórico y decisivo. Nuestros abuelos se rebelaron y negaron servidumbre para Pedro de Alvarado y Francisco Pimentel. Hubo un juicio entre 1573 y 1575. A pesar de que el fallo fue dividido y se les impuso a nuestros abuelos un tributo (la tercera parte de lo producido), también se reconoció que las tierras eran de los “indios de Atenco.” Fue la primer gran victoria en esta añeja lucha por la defensa de la Tierra.

Aquí en Atenco tenemos la tradición de rememorar la Batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862. Aquí le conocemos como La Nacada. Se trata de una tradición centenaria. Cuentan los abuelos de Nexquipayac, que 30 años después de la batalla se hizo el primer simulacro ahí en su pueblo. Desde entonces se ha venido realizando de forma intermitente. El mote de nacos proviene de esos míticos guerrilleros decimonónicos, los chinacos. Algunos piensan que debido a que el Acolhuacan alguna vez llegó hasta Calpulalpan, Tlaxcala, nuestros abuelos se trasladaron a Puebla a combatir al invasor francés.

La lucha contra las haciendas

Las famosas Leyes de Reforma también afectaron a Atenco. La Ley Lerdo que promovió la desamortización de bienes comunales, propició el latifundio y las haciendas. En nuestro pueblo esto se tradujo con la imposición de 3 de ellas: La Hacienda Grande, La Hacienda Chica y La Hacienda de Ixtapan. Las dos primeras pertenecieron a la misma familia: los Campero Cervantes.

Mi tío, Adán Espinosa Rojas, me cuenta que los hacendados eran muy cabrones. Su abuelo, Francisco Espinosa del Valle fue peón acasillado de la Hacienda Grande. Sin embargo, Adán reivindica la condición social de su abuelo: “él era esclavo, porque eso eran: esclavos. Lo de peones acasillados es para ocultar su verdadera condición.” Un día Francisco Espinosa se hartó de esa vida, se fugó de la hacienda y se fue para la Ciudad de México. Pero su Tierra lo llamaba. Decide unirse a La Bola y se enlista en las tropas del General Emiliano Zapata. Años después regresó a su pueblo: a caballo, lleno de carrilleras, con su 30-30 al hombro y su machete al cinto. Como todos lo daban por muerto, los primeros que lo vieron creyeron que se trataba de un fantasma.

En 1917 comienza la lucha por la restitución de los terrenos comunales de Atenco. Nuestros abuelos conservaron una Cédula Real, y amparados en la Ley Agraria de 1915 exigieron la restitución de sus tierras. Sin embargo, el juicio se perdió porque los peritos dijeron que la cédula era una falsificación. Muy buena, pero falsa al fin. No obstante esto no desanimó a los aguerridos acolhuas.

Si no podían obtenerlas mediante el proceso de restitución (lo que indirectamente les otorgaba la calidad de pueblo originario) lucharían por la creación de un ejido, lo cual lograron con mucha oposición de la familia Campero Cervantes. El 22 de marzo de 1920, a las 10 de la mañana se crea el Ejido de Atenco y se comienza con el reparto agrario. Pero la dotación de tierras fue pequeña y no alcanzó para todos. La lucha debía continuar.

Nuestros abuelos campesinos se organizaron y exigieron una ampliación de tierras al gobierno. Teodoro Méndez, Guadalupe Flores, Francisco Olivares, Marciano Fuentes, Pánfilo Romero, Jesús Núñez. Esos son algunos de los nombres de los compañeros que se organizaron en aquellos años 20 para que todo campesino de Atenco tuviera su parcela, sin embargo, no fue fácil. Dicha ampliación sería a costa de las tierras de la Hacienda Grande y anexas. Y a la familia Campero Cervantes no le gustaba nada la idea, a tal grado que mandaban traer la acordada (un destacamento del ejército) para reprimir a los agraristas.

A pesar de la represión militar, el 15 de junio 1929 logran la tan ansiada ampliación. Ese día mi bisabuelo, Luis Flores, entonces presidente municipal de Atenco, firma ante los representantes de la Comisión Nacional Agraria la ampliación del Ejido de Atenco. La alegría del triunfo duraría poco.

Paseo en el campo de Atenco. Foto Daliri Oropeza / @Dal_air

A los pocos meses, la familia Campero Cervantes tomó venganza y mandó asesinar a uno de los líderes agraristas más activos. Un compañero que lo mismo iba a Texcoco, que a México o hasta Toluca para lograr la dotación de tierras; que él mismo medía y repartía la tierra sin importarle si se enlodaba, y usaba sus huaraches, su camisa de manta, su peto de mezclilla, un paliacate rojo al cuello y su machete al cinto. Al compañero lo asesinaron por servir a su pueblo. Se llamaba Odilón del Valle. Era tío de Ignacio del Valle Medina. Hoy sus restos reposan en el antiguo panteón, en el jardín de la iglesia.

La lucha contra el “progreso”

Durante todo el siglo XX, la vida en Atenco cambió mucho. Debido a las grandes obras hidráulicas (como el Gran Canal, el Drenaje Profundo, la entubación de ríos) el Gran Lago Salado de Texcoco comenzó a secarse. Con ello mucha tierra salió a flote, pero también los centenarios ahuehuetes comenzaron a morir. Cada vez había menos patos, acociles, ranas, charales, axolotes, espirulina. La forma en como se había estado viviendo durante más de mil años se estaba desmoronando ante nuestros ojos. Pero los campesinos resistieron. Lavaron el lecho del lago para eliminar el salitre y hacer más productivas las tierras que hoy producen maíz, frijol, trigo, cebada, alfalfa, calabaza, lechugas, chiles, cebollas, quintoniles, quelites y verdolagas.

Cuando pienso en Atenco pienso en toda esa historia.

Muchos se asombran de lo que hemos hecho como Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra desde el 22 de octubre de 2001 para acá. Pero cuando pienso en todo lo que el pueblo Acolhua ha luchado, desde defenderse de Pimentel y Alvarado, luchar frente a los Campero Cervantes, resistir frente a la degradación ecológica promovida por el gobierno, defender la tierra de un aeropuerto, sobreponernos a una invasión militar, nuestro esfuerzo se ve nimio a comparación de las gestas de nuestros abuelos.

El riesgo del aeropuerto

La riqueza de Atenco no se puede medir con dinero. Un aeropuerto no vale siglos de historia. A veces creo que somos como el axolote o el ahuehuete, que a pesar de que les están robando cada día más su espacio vital, ellos siguen resistiendo y se niegan a morir, se niegan a dejar de seguir siendo lo que son. Así nosotros. Nos negamos a que nos despojen, a que dejemos de seguir siendo lo que queremos ser: indios, campesinos y rebeldes.

Defensa en Tocuila. Foto: Daliri Oropeza / @Dal_air

Porque siempre hemos sido un pueblo indómito. Nuestra historia lo demuestra. En una ocasión que visitamos Vícam, Sonora, los compas yaquis nos dijeron asombrados: “es que ustedes están bien chiquitos, ¿cómo le hacen para mantener a raya a los granaderos?” Creo que la explicación es la sangre de guerreros acolhua que corre por nuestras venas; ella nos llama a la batalla cada que se comete una injusticia. Cada que nuestra Tierra está en peligro, nos crecemos ante la adversidad y no paramos hasta conseguir la victoria.

Es la sangre, porque no es casualidad que llevemos casi 5 siglos resistiendo al despojo. Cuando en 2001 dijimos que defenderíamos con la vida nuestras tierras porque eran la herencia de los abuelos, a los que les costó la vida recuperarlas, no era una metáfora. La vida de Odilón del Valle lo ejemplifica. Y como él hubieron muchos sólo que sus nombres los olvidamos, pero no su esfuerzo.

Hoy es 3 de mayo de 2016. Se cumplen 10 años del Mayo Rojo. Escribo esto e inevitablemente recuerdo aquellos días tan aciagos. Observo que otra vez se nos viene la amenaza del aeropuerto, que es un riesgo en múltiples sentidos (ingenieril, ecológico, económico, social, cultural, arqueológico, paleontológico).

Si ese aeropuerto se impone perderemos muchas cosas, entre ellas nuestra historia. Porque las pruebas más palpables de lo que somos (nuestros cerros de Tepetzinco y Huatepec, nuestras parcelas, nuestra Laguna de Xalapango, último reducto del Lago de Texcoco), todo quedará bajo el peso del “progreso”. El aeropuerto niega nuestra existencia misma a nivel simbólico, histórico y físico.

Por las condiciones políticas del país sabemos que esta vez la represión no será como en 2006. Ahora no habrá cuartel. No nos meterán en la cárcel. Ahora nos quieren silenciar para siempre. Ellos, los de arriba, quieren sepultarnos de una vez por todas bajo toneladas de acero y concreto. Quieren enterrar nuestro linaje de lucha y que ya nadie se acuerde de nosotros. ¿Por qué? Porque de una piedrita en los zapatos de Fox y de Montiel, nos hemos convertido en la obsesión personal de Enrique Peña Nieto.

Derrotarnos, traicionarnos no es opción. Si lo hiciéramos estaríamos negando todo esto que es nuestro mayor orgullo. La vida ya no sería vida. La palabra “Atenco” perdería todo su contenido. Tal vez sí tengan un poquito de razón los de arriba. Tal vez ahora “Atenco” también signifique “lugar de machetes”. El machete es el símbolo de nuestra lucha, es parte inamovible de nuestro acervo histórico. Con él trabajamos y con él defendemos nuestra Tierra. Es historia viva. Y con nuestras historias a cuestas, les recordamos, a 10 años del Mayo Rojo, que: ¡La decisión está tomada, el aeropuerto a la chingada!

*Miembro del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra.

Fuente: Más de 131

Temas: Criminalización de la protesta social / Derechos humanos, Pueblos indígenas

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