¡Hasta la victoria, siembre!

En el escenario de paro y desigualdad social cronificada del postCovid-19, los huertos urbanos, ligados a redes vecinales y de solidaridad, deben ser un dique más de contención contra el riesgo de que la extrema derecha arraigue en los barrios

Imagina que las reservas de semillas para cultivar alimentos se han agotado porque mucha gente está montando espacios de cultivo en casa, que miles de agricultores urbanos están coordinándose mediante Internet para acompañar a toda una nueva oleada de hortelanos, que parte de los parques urbanos se destina a semilleros para que la población cultive alimentos, que aumenta exponencialmente la demanda de parcelas en las ciudades y municipios, que los huertos urbanos son concebidos como un servicio esencial y sus cosechas se derivan a la población más vulnerable, que las comunidades locales que los cultivan se suman a las redes vecinales de ayuda mutua... ¿Y si todo esto ya estuviera sucediendo pero resultara imperceptible?

La pandemia global y la agricultura urbana

En esta crisis los huertos urbanos han sido considerados servicios esenciales en muchos países, debido a que en muchos de ellos existe una tradición hortícola que, con altibajos, tiene más de un siglo de historia y, sobre todo, a que a lo largo del tiempo han demostrado su utilidad para garantizar la seguridad alimentaria de determinados grupos de población en contextos de crisis. De esta forma se está permitiendo el acceso siguiendo una normativa de uso adaptada al confinamiento, que  implica llevar mascarillas y guantes y limitar la presencia simultánea de personas para asegurar que se mantienen las distancias de seguridad. La principal justificación para que distintas autoridades políticas tomen estas decisiones se basa en el papel de complemento alimentario esencial que suponen para muchas familias vulnerables, así como el papel estratégico que pueden jugar en los próximos meses.

En ciudades canadienses como  Victoria, el propio ayuntamiento ha reorganizado la actividad de los viveros y jardineros municipales para que se d é  prioridad al cultivo de verduras de cara al verano.Un 20% de los recursos de departamento municipal de parques y jardines se han reorientado a lanzar una campaña para animar a la gente a cultivar alimentos en los jardines y azoteas, y muchos parques públicos se han reconvertido en espacios de cultivo de plantones que se regalarán a la ciudadanía a tales efectos. Una acción que se acompañará de la elaboración de manuales y tutoriales en video para jóvenes, adolescentes y adultos. El alcalde, preguntado por estas medidas, declaró que son “medidas extraordinarias para tiempos extraordinarios”. En otras ciudades, como Ottawa, los huertos comunitarios se han organizados para donar la producción al sistema de distribución de alimentos de emergencia.

En distintas ciudades de EE.UU. se han agotado las existencias de semillas en viveros y tiendas online, con pedidos que superan en un 300% la demanda normal

De forma sorprendente, en distintas ciudades de EE.UU. se han agotado las existencias de semillas en viveros y tiendas online, con pedidos que superan en un 300% la demanda normal, pues al aprovechar el espacio destinado a patios y jardines se está viviendo un verdadero boom del cultivo de huertos domésticos. Un auge acompañado por el impulso de un movimiento social a favor de la agricultura urbana llamado  Cooperative Garde ns. Esta iniciativa recoge el testigo de sus antecedentes históricos, los Victory Gardens que se cultivaron durante la II Guerra Mundial, pero huyendo del lenguaje bélico y proponiendo un tono más constructivo y colaborativo. El movimiento ha sido impulsado por la  Experimental Farm Network Cooperative de Filadelfia, que hizo un llamamiento, al que se han sumado miles de personas de todo el país, para facilitar el intercambio de conocimientos, habilidades y recursos, de cara a ayudar a los jardineros que cultivan por primera vez. Cooperative Gardens tiene vocación de continuar más allá de la pandemia, apostando por construir comunidades más resilientes y apoyando los proyectos locales de soberanía alimentaria preexistentes.

En distintas ciudades, como Nueva Orleans, se están recuperando zonas verdes en desuso para cultivar y se ha puesto en marcha una red de jardineros con experiencia que está cultivando planteles en casa para compartirlo con la red de personas que quieren montar huertos en sus domicilios.

Los huertos comunitarios solo son accesibles para quienes trabajan en su mantenimiento, cumpliendo con las recomendaciones sanitarias, pero muchos están intensificando los cultivos de cara a contribuir a la seguridad alimentaria durante el próximo verano.  Los bancos de alimentos están sufriendo una presión nunca vista en la historia reciente del país, por lo que muchas comunidades hortelanas están colaborando de forma activa con los grupos de ayuda mutua y las instituciones que gestionan la emergencia alimentaria derivada de la pandemia.

En Reino Unido los huertos urbanos también se han considerado servicios esenciales y se permite el acceso a quienes viven a un kilómetro de los mismos, siguiendo las nuevas normativas de seguridad. Las granjas urbanas están cerradas a las visitas y sus servicios paralizados, excepto aquellos relacionados con la actividad hortícola y el cuidado de los animales. Resulta llamativo que la solicitud de parcelas de cultivo a los ayuntamientos –un derecho recogido desde hace más de un siglo– ha aumentado más de un 120% en distintas ciudades desde la llegada de la pandemia. Estos huertos de ocio han pasado por temporadas en las que decaía la demanda y solo las personas más mayores continuaban cultivando y otras en las que resurgía el interés y atraían a personas más jóvenes con nuevas inquietudes. Parece que este vuelve a ser uno de esos momentos.

En Francia también se ha limitado el acceso a los huertos urbanos a quienes viven en un radio de menos de un kilómetro, de forma que sean accesibles a aquellas personas que habitan cerca. La distancia busca garantizar que se da cobertura a la mayoría de los barrios sensibles, donde la cosecha de alimentos cumple una función alimentaria que trasciende al ocio o la dimensión social de la agricultura urbana. Los proyectos más colectivos y comunitarios se encuentran clausurados.

¿Y qué pasa en nuestra geografía? Del confinamiento más severo del planeta tampoco se han salvado los huertos urbanos, o los huertos de autoconsumo más rurales, cuya actividad ha sido vetada,  salvo en Cataluña donde la movilización ciudadana ha logrado revertirlo.

Muy a contracorriente y de forma experimental, los huertos urbanos están tratando de buscar fórmulas que permitan cumplir las recomendaciones sanitarias a la vez que se aprovechan sus potencialidades durante este periodo de emergencia. En Madrid  los huertos comunitarios se encuentran cerrados, pero desde distintos barrios se han logrado organizar junto a los Servicios Sociales municipales para cosechar y donar los alimentos a las familias más vulnerables. En Sevilla los huertos también están cerrados, salvo los de  San Jerónimo, que al tener animales no pueden desatenderse; Ecologistas en Acción se está encargando de  cosechar y donar los alimentos, incluidos algunos huevos, a una tienda de barrio conectada con la red vecinal de apoyo mutuo de la zona, de forma que llegue a las familias más necesitadas. En otros municipios como Mijas, ante la clausura de los huertos, son los jardineros municipales quienes se encargan de la recolección de la cosecha para familias vulnerables y del riego. Estas son solo algunas de las iniciativas, seguro hay muchas más cosas que se nos están pasando.

Apuntes históricos sobre huertos en tiempos de crisis

Idealizados o temidos,  los huertos urbanos siempre se han desarrollado más cómodamente en tiempos convulsos que una vez recuperada la normalidad, cuando nuevamente eran desplazados a los rincones de la ciudad y olvidados por el planeamiento urbano. El fantasma de la dependencia agrícola de las ciudades, conjurado en tiempos de bonanza económica, reaparece cíclicamente en contextos de crisis (económicas, conflictos bélicos, colapsos sociourbanísticos…).

Desde las primeras recesiones económicas del siglo XIX, las ciudades industriales han visto florecer la agricultura urbana, millares de parados se convertían temporalmente en hortelanos para garantizar su subsistencia. Durante las dos guerras mundiales, la agricultura se convirtió en una actividad estratégica, pues la producción de proximidad y la conservación de alimentos se volvieron imprescindibles para poder destinar todos los recursos y medios de transporte disponibles a la industria de guerra. En este contexto se dieron emblemáticas campañas de fomento de la agricultura urbana como Dig for Victory, que en Reino Unido logró movilizar casi dos millones de huertos, o Victory Gardens, que en Estados Unidos involucró a quince millones de personas y logró el autoabastecimiento del 40% de la verdura fresca. ¿Cómo fue esto posible?

En el contexto de las dos guerras mundiales se dieron emblemáticas campañas de fomento de la agricultura urbana

Ambos gobiernos sabían del valor material y simbólico de estas iniciativas que, además de alimentar a la población urbana, facilitaban la cohesión, el ánimo y la movilización social de la retaguardia. Una forma de garantizar que cualquiera pudiera aportar al esfuerzo de guerra y sentirse partícipe sin tener que combatir en el frente. Estas campañas estatales se difundieron mediante carteles, boletines, manuales, artículos en prensa, reportajes para el cine y cuñas de radio, pero también mediante acciones demostrativas en espacios públicos emblemáticos, trenes con exposiciones itinerantes o en los colegios. La importancia de la horticultura era estimulada a través de todos los dispositivos culturales disponibles, aunque la potencia comunicativa se sustentó, en buena medida, en su capacidad para conectar con el imaginario popular mediante la construcción de un clima que envolvía la vida cotidiana.

El resultado es que, más allá del auge de los huertos, se revolucionaron los paisajes urbanos y los estilos de vida: aumentó el uso de la bicicleta y el transporte público, pero también la afición por la jardinería, la cocina, la elaboración de conservas o el bricolaje. Ideas y prácticas minoritarias que se normalizaron y proliferaron en un plazo muy breve de tiempo, logrando la suficiente complicidad social como para volverse enormemente influyentes.

Posteriormente la agricultura urbana reaparecería de la mano de los huertos comunitarios y las granjas urbanas, con el carácter más contracultural y reivindicativo del primer ecologismo, durante los años setenta y sus crisis socioeconómicas asociadas. Más recientemente, asistimos a su potencialidad para alimentar a La Habana durante el Periodo Especial,  reinventar Detroit tras su colapso sociourbanísticoextenderse en Grecia durante la crisis económica o en nuestra propia geografía, tras el 15M, enraizando en los barrios el cultivo de los huertos simbólicos plantados en todas las acampadas de protesta, desde Occupy Wall Street a Nuit Debout en París.

¿Semillas para un urbanismo resiliente?

La crisis de la Covid-19 ha evidenciado la fragilidad de las cadenas globales de suministro, trayendo a la esfera pública la necesidad de relocalizar la economía y especialmente el funcionamiento del sistema alimentario. Esta geografía de la vulnerabilidad se hace especialmente visible en las grandes ciudades, que están redescubriendo forzadamente su ecodependencia y sus invisibles vínculos con un mundo rural al que llevan décadas dando la espalda.

La crisis de la Covid-19 ha evidenciado la fragilidad de las cadenas globales de suministro, trayendo a la esfera pública la necesidad de relocalizar la economía y el funcionamiento del sistema alimentario

En nuestras ciudades los huertos (educativos, comunitarios, sociales…) han sido más relevantes por la cantidad de personas que interaccionan con ellos que por la cantidad de gente que alimentan. Y sin embargo, parte de su desarrollo posterior a esta crisis podría tener que ver con explorar de forma más intensa su dimensión productiva no mercantilizada, maximizando la cantidad de alimentos que se cultivan y alentando la experimentación (azoteas, hidroponía, empresas sociales...). También resultará fundamental su capacidad para servir de avanzadilla en la reconstrucción de las alianzas entre el campo y la ciudad, en la movilización de la ciudadanía en defensa del mundo rural y de las economías campesinas, haciendo de altavoz de sus problemáticas y apoyando activamente a mercados de productores, redes alternativas de distribución y  consumo, supermercados cooperativos.

Hasta ahora, la agricultura urbana se relacionaba más con su capacidad para construir una cultura resiliente que con reducir de forma significativa la huella ecológica o las emisiones de las ciudades. Sus potencialidades hacían referencia al protagonismo ciudadano y al cambio en los estilos de vida, al  desarrollo de habilidades sociales y capacidades organizativas, a la sensibilización sobre educación ambiental, deviniendo en escuelas prácticas de agroecología y fomentando las dinámicas vecinales de ayuda mutua. En el difícil contexto de paro y desigualdad social cronificada que nos dejará el escenario postCovid-19, los huertos urbanos, ligados a los tejidos vecinales y a las emergentes dinámicas solidarias de proximidad, deben ser un dique más de contención contra los riesgos de que arraiguen en los barrios los valores y actitudes favorables a la extrema derecha.

Además, puede que esta sea una coyuntura propicia para pensar y planificar de forma integral estrategias locales de agricultura urbana de cara a los futuros escenarios adversos derivados de la crisis ecosocial. Necesitamos proyectar y fomentar la hortodiversidad, desplegando de forma coherente una pluralidad de tipologías de espacios de cultivo que cumplan funciones sociales, ambientales y alimentarias distintas. Intentar maximizar las potencialidades de estas iniciativas y propiciar que den un salto de escala mediante un mayor reconocimiento institucional, una mejor dotación de recursos y una regulación más favorable.

No nos espera una vuelta a la normalidad, no hay situación excepcional que sea reversible. Una vez superada la emergencia sanitaria, asistiremos a la disputa sobre las ideas que deben pilotar la reconstrucción social. Entre las muchas cosas a discutir, el urbanismo y el modelo de ciudad deberían ser una de ellas. Muchas ciudades europeas están aprovechando las recomendaciones sanitarias postconfinamiento para repensar la movilidad, ampliando espacios peatonales y ampliando las redes de carriles bici. A esto se debería añadir el repensar las estrategias de renaturalización de forma que puedan conectarse con las políticas urbanas alimentarias, así como la mejor forma de optimizar la función socioambiental de los espacios vacíos.

Los huertos durante las crisis han dado de comer pero especialmente han ayudado a mantener la esperanza, han sido fragmentos de orden cuando todo se encontraba patas arriba, remansos de paz y tranquilidad donde se cuidaba lo frágil en tiempos de dureza, rincones verdes que crecían gracias a la luz en tiempos oscuros, proyectos de futuro cuando el presente se hacía insoportable. No somos los primeros, en medio de una crisis, en soñar una huertopía donde la agricultura eche raíces en el corazón de las ciudades.

Parafraseando un dicho zapatista, la agricultura urbana sería la llave para una puerta que todavía no existe. Prácticas que anticipan y ensayan nuevas formas de relación entre las personas y de estas con su entorno. Brújulas para orientar una transformación del sistema agroalimentario y reorganizar las ciudades en clave de sostenibilidad y justicia social. Pongámonos manos a la azada pues de cara al verano nuestro aporte puede volverse significativo. ¡Hasta la victoria, siembre!

Fuente: Ctxt

Temas: Agricultura campesina y prácticas tradicionales, Soberanía alimentaria

Comentarios