10 mitos y verdades de las megafactorías de cerdos que buscan instalar en Argentina

"Nuestro propósito es caracterizar y analizar las consecuencias e impactos que tienen estos agronegocios a fin de prevenir a la sociedad con información que no está expuesta públicamente, aun cuando tiene implicancias muy significativas en términos de políticas públicas. La evidencia que arrojan las experiencias en funcionamiento, hace tiempo justifica la preocupación y estimula la investigación que aquí se presenta. Así, se trata de un escrito de urgencia, que apunta a contribuir a la apertura de un debate público, plural y democrático e interpelar a los sectores que defienden tal proyecto".

Prefacio

El 6 de julio del corriente año, un comunicado del Ministerio de Relaciones, Comercio Internacional y Culto informaba a la población que el Canciller Felipe Solá y el Encargado de Relaciones Económicas Internacionales de dicha cartera, Jorge Neme, estaban por firmar un memorándum de entendimiento con el gobierno de la República Popular China para instalar en la Argentina una serie de megafactorías de cerdos.

El comunicado oficial, las notas de prensa de distintas empresas involucradas en el negocio, y un par de artículos periodísticos señalaban que en un plazo de ocho años nuestro país recibiría inversiones para criar 100 millones de cerdos para garantizar la seguridad alimentaria del país asiático. La cifra era colosal: significaba aumentar la producción porcina 14 veces, y casi triplicar en animales confinados la cantidad de personas que viven en Argentina, convirtiéndonos en el principal exportador de carne porcina en el mundo.

La comunicación era exultante: grandes inversiones y numerosos empleos; algo tentador para un país cuya economía, entre la recesión magnificada por la pandemia, la falta de inversiones y la crisis de la deuda externa, está exangüe. Transformarnos en un chiquero para China traería la solución.

Estábamos ante un nuevo El Dorado. De Vaca Muerta a Cerdo muerto: maíz y soja transgénicos con valor agregado. Solo había que salir a aplaudir y festejar. Pese a la escasa información, todo indicaba que la negociación entre ambos países había arrancado incluso antes de iniciada la Pandemia por Covid-19, en 2019, aunque fueron dadas a conocer por algunos medios a principios de 2020.

Por otro lado, el carácter mismo del anuncio dejaba traslucir que no existía la intención de abrir a un debate público sobre las consecuencias económicas, sociales, ambientales y sanitarias de las megafactorías de cerdo. Como sucedió con la soja transgénica en los 90, con la minería a cielo abierto en los 2000, con el fracking en la última década, el actual gobierno también buscó avanzar sin debate, sin estudios de impacto ambiental, social y sanitario, imponiendo las decisiones de modo vertical, sin consulta, como si los modelos de desarrollo fueran inocuos, como si los lobbies empresariales fueran organizaciones filantrópicas que aspiran a la igualdad, como si no hubiera crisis sanitaria ni pandemia, mucho menos crisis socioecológica o emergencia climática. Como si la sociedad argentina –las voces y participación de sus ciudadanxs y organizaciones sociales– no importaran y la forma misma de concebir y ejercer la democracia no estuviera involucrada.

Junto con colegas y activistas de diferentes disciplinas y organizaciones impulsamos una declaración: “No queremos transformarnos en una factoría de cerdos para China ni en una nueva fábrica de pandemias”. Se trataba de una carta breve y contundente que comenzó a circular el 21 de julio y recogió muy rápidamente cientos de miles de adhesiones. Fueron numerosas las organizaciones que potenciaron esta lucha y amplificaron las voces del debate.

A fines de agosto, se habían recogido más de 500 mil adhesiones de esta y otras declaraciones similares, que circulaban por múltiples sitios y portales, una parte de las cuales fueron entregadas en mano por un grupo, entre lxs cuales estuvieron algunxs de los autorxs de este texto, en una reunión concertada con la Cancillería, para ese fin.

La respuesta oficial que obtuvimos surgió unos días antes de ese encuentro: el comunicado oficial de cancillería fue corregido, reduciendo el número de animales de cien a nueve millones, distribuidos en unas 25 megafactorías y reemplazando por entero un párrafo del comunicado inicial. Lejos de conformarnos, comprendimos enseguida que la edición del documento significaba un intento por aplacar el rechazo, y a la vez bien podía oficiar como la primera fase de un megaproyecto cuyo objetivo final es abrir una frontera cuya expansión en fases sucesivas se tornará mucho menos controlable. Así como ya sucede con la soja, con la minería a cielo abierto o con el fracking, nos veríamos nuevamente ante la lógica de los hechos consumados.

Es por ello que decidimos escribir este texto cuyo título es “10 Mitos y Verdades de las megafactorías de cerdos que quieren instalar en la Argentina”.

Nuestro propósito es caracterizar y analizar las consecuencias e impactos que tienen estos agronegocios a fin de prevenir a la sociedad con información que no está expuesta públicamente, aun cuando tiene implicancias muy significativas en términos de políticas públicas. La evidencia que arrojan las experiencias en funcionamiento, hace tiempo justifica la preocupación y estimula la investigación que aquí se presenta. Así, se trata de un escrito de urgencia, que apunta a contribuir a la apertura de un debate público, plural y democrático e interpelar a los sectores que defienden tal proyecto.

Quienes sostenemos una postura crítica frente a este modelo productivo sabemos que nos encontramos ante una problemática compleja, con muchas capas y aspectos controversiales.

Las megafactorías porcinas representan otra arista de un modelo social y ambientalmente insustentable y peligroso que involucra el uso de miles de millones de litros de agua, la contaminación de los suelos y las napas, los olores nauseabundos que afectan la calidad de vida en la población aledaña y los impactos sobre la salud de los trabajadores. Pero además es un modelo que tiene tan altos riesgos sanitarios que son justamente los que motivan a China a externalizar la producción de carne.

La peste porcina africana hoy ya es pandemia entre el ganado, pues se ha expandido por Asia y Europa. En China obligó a sacrificar entre 180 y 250 millones de cerdos en el último año, casi el 50% de su producción. Y aunque esta no se trasmita a seres humanos, su alta contagiosidad y su expansión incontrolada hacia países que supuestamente gozan de estándares sanitarios más altos (como Alemania), instala aún más dudas sobre la viabilidad de este modelo global.

Por otro lado, una reciente investigación científica publicada en la revista PNAS, ha identificado en China en el último año casos de gripe porcina, un virus zoonótico con potenciales pandémicos, detectado en megafactorías de cerdos.

Por último, no podemos dejar de señalar que este modelo de cría intensiva de animales es de una crueldad extrema y que sus beneficios económicos para el país son muy cuestionables.

Más allá de los posicionamientos personales, el enorme incremento del consumo de carne animal al que hemos asistido en las últimas décadas, asociado a modelos de agronegocios altamente devastadores, nos insertan no solo frente a un sistema corporativo global que implica una guerra contra la naturaleza, sino también una guerra contra los animales.

Así, el arco de resistencias que se han venido construyendo en relación con este tipo de megaproyectos es diverso y heterogéneo. En Argentina existen numerosas organizaciones multisectoriales y asambleas ciudadanas, colectivos en distintas comunidades afectadas por alguna de las muchas externalidades de los negocios extractivos y contaminantes, académicos y activistas, y ciudadanxs atentos que reivindican su derecho a participar en las decisiones sobre cuestiones como esta, que ponen en vilo formas de vida y horizontes colectivos.

Y en oposición a este proyecto se expresaron prácticamente todas las organizaciones dejando en evidencia tanto la pluralidad como la convergencia: contra el neoextractivismo, a favor de la soberanía alimentaria y el paradigma agroecológico, por los derechos de los animales, contra el cambio climático y las organizaciones de la agricultura familiar, campesina e indígena y de pequeños y medianos productores. Todo esto posibilitó visibilizar el asunto, muy especialmente en el contexto de pandemia.

Algo similar ocurrió en Mendoza en diciembre de 2019, cuando diferentes organizaciones marcharon en defensa del agua, protagonizando una gran pueblada en toda la provincia que terminó afirmando la ley 7722 de protección a ese bien común con que cuenta el territorio.

Hoy a nivel nacional la protesta multisectorial contra la posibilidad de instalación de megafactorías porcinas deja en claro que ya no es posible silenciar ni ocultar debajo de la alfombra estos debates sobre los modelos de (mal) desarrollo que comprometen cada vez más la sostenibilidad de la vida en nuestro país y en el planeta.

AUTORXS: Soledad Barruti, Inti Bonomo, Rafael Colombo, Marcos Filardi, Guillermo Folguera, Maristella Svampa, Enrique Viale.

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Fuente: Hacia un gran Pacto Ecosocial y Económico en Argentina

Temas: Ganadería industrial, Salud

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