Por una Ciencia Digna, al servicio de la vida y de los pueblos

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"Frente a este modelo de ciencia para las corporaciones, es urgente y posible construir una ciencia para la vida, orientada por principios éticos, relacionales y democráticos. Necesitamos reconfigurar radicalmente la forma en que concebimos y producimos conocimiento. Proponemos un sistema de ciencia y tecnología que parta del diálogo de saberes, que sea transdisciplinario, no como una mera suma de disciplinas, sino como una praxis que cuestione las jerarquías epistémicas y que integre activamente a movimientos sociales, comunidades, organizaciones territoriales y actores históricamente excluidos".

Vivimos tiempos marcados por una profunda crisis civilizatoria, una sindemia donde convergen crisis ecológicas, sanitarias, energéticas, climáticas, sociales y epistémicas. Todo en un contexto de una desigualdad social y económica sin precedentes.

En este contexto, el rol que cumple la ciencia no es neutral ni inocuo. Lejos de constituirse como un espacio autónomo y emancipador, la ciencia hegemónica actual se encuentra estructuralmente subsumida a las lógicas del capital global, y opera como engranaje clave en la reproducción de un modelo extractivista, patriarcal, racista, colonial y profundamente desigual.

La práctica científica, tal como se despliega hoy en nuestras sociedades, responde principalmente a dos tipos de dependencias que moldean su quehacer y limitan su potencial transformador. Por un lado, una dependencia académica, reflejo de la colonialidad del saber, que impone la importación acrítica de temáticas, métodos y marcos teóricos diseñados por instituciones científicas de los países centrales, muchas veces en alianza directa con corporaciones transnacionales. Por otro lado, una dependencia económica, que subordina la producción de conocimiento a los requerimientos del mercado global y a la lógica de generación de divisas mediante actividades extractivas: megaminería, agronegocio, explotación offshore, y otras formas de saqueo institucionalizado.

Estos dos ejes se traducen en una ciencia utilitarista y mercantilizada, cuyo objetivo no es satisfacer necesidades sociales ni proteger la vida, sino maximizar la apropiación de excedentes por parte de un puñado de poderosos actores. Así, en lugar de responder a los desafíos sanitarios, ecológicos o alimentarios de nuestras comunidades, la ciencia hegemónica reproduce y profundiza las condiciones que los generan. Se consolidan marcos de conocimiento orientados a la producción de mercancías, reforzando un círculo vicioso entre el extractivismo de saberes y el extractivismo de territorios. En un contexto mundial en donde aflora el pensamiento anticientífico, las lógicas terraplanistas y el desfinanciamiento público de la ciencia, es importante poder recoger el guante y problematizar para qué y para quién hacemos ciencia. Señalar la importancia de la ciencia implica, a la vez, profundizar la crítica en el más amplio de los sentidos sobre el rol que debe asumir.

En este escenario, las instituciones científicas se están convirtiendo en agentes activos de legitimación de un modelo de desarrollo excluyente. Al amparo de una supuesta experticia, se margina la participación democrática y se desacredita el saber popular, campesino, indígena y comunitario. Esta dinámica de exclusión se ve agravada por la fragmentación disciplinar, que forma profesionales desconectados de la realidad: nutricionistas que desconocen cómo se produce el alimento, ingenieros agrónomos que ignoran los impactos de su práctica en la salud y médicos ajenos al vínculo entre cuerpo y territorio.

Esta lógica epistemológica reduccionista tiene consecuencias materiales evidentes. El sistema alimentario agroindustrial, desde la semilla hasta el plato, es el principal responsable singular de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), representando más del 38% de las emisiones globales. Pese a este diagnóstico, los gobiernos y las élites empresariales proponen falsas soluciones tecnológicas —geoingeniería, captura de carbono,energía nuclear— que no hacen sino profundizar la crisis climática, generando nuevos riesgos y reforzando la injusticia ambiental. Estas propuestas, mayormente especulativas, funcionan como excusas para evitar los cambios estructurales necesarios. Los agrotóxicos y plásticos afectan la salud humana y la naturaleza, especialmente en zonas marino-costeras, agrícolas y rurales, con efectos genotóxicos, teratogénicos y cancerígenos, impactando en la salud humana, animal y ambiental. Las evaluaciones de impacto ambiental no son neutrales y las decisiones tienden a priorizar intereses económicos sobre el bienestar socioambiental.

Frente a este modelo de ciencia para las corporaciones, es urgente y posible construir una ciencia para la vida, orientada por principios éticos, relacionales y democráticos. Necesitamos reconfigurar radicalmente la forma en que concebimos y producimos conocimiento. Proponemos un sistema de ciencia y tecnología que parta del diálogo de saberes, que sea transdisciplinario, no como una mera suma de disciplinas, sino como una praxis que cuestione las jerarquías epistémicas y que integre activamente a movimientos sociales, comunidades, organizaciones territoriales y actores históricamente excluidos.

Este enfoque no parte de cero. Existe un vasto legado de tradiciones críticas y emancipadoras que ya caminan en esa dirección: la Educación Popular, la Ciencia Digna, la Agroecología, la Filosofía de la Liberación, el Pensamiento Ambiental Latinoamericano, la Investigación-Acción Participativa, la Economía Feminista y Decolonial, la Comunicación Comunitaria, entre otras. Estas corrientes no sólo disputan el contenido del conocimiento, sino también sus finalidades, sus formas de validación y sus metodologías, anclándolas en procesos participativos y en la defensa del bien común.

Reconocemos que “no puede haber cuerpos sanos en territorios enfermos”. Así lo entendieron nuestros hermanos, Andrés Carrasco, Carlos Vicente, Damián Marino y Claudio Lowy, que hoy nos guían con su amor y sabiduría desde su legado. La salud humana, ambiental y comunitaria están entrelazadas. Así lo entendemos desde los enfoques como el de la Salud Socioambiental y el de Una Salud. El microbioma humano, tan determinante para nuestra salud, está condicionado desde el nacimiento por el tipo de parto, la alimentación con leche humana, y la calidad de nuestros alimentos. En un contexto donde la industria de fórmulas alimentarias infantiles está en manos de tres empresas, y donde el mercado define qué comemos y a qué precio, reivindicamos la soberanía alimentaria como una necesidad vital y política. Comer es un acto profundamente político. No elegimos nuestros alimentos en libertad, sino dentro de un sistema que nos convierte en consumidores pasivos. Por eso, es clave visibilizar cómo la industria alimentaria, con su actividad política corporativa, interfiere tanto en la formación académica como en las políticas públicas. Ante este panorama, celebramos y fortalecemos la organización popular en defensa de los territorios, la biodiversidad, el agua, las semillas y la vida.

En un mundo que destruye la biodiversidad para producir alimentos dañinos, la Agroecología ofrece una alternativa viable, digna y urgente. Nos enseña a cuidar la tierra, el agua, las semillas y los animales en armonía con la naturaleza, reconociendo que todo está interconectado. La Agroecología es el latido vivo de nuestros pueblos, la memoria fértil de la tierra. Al practicarla, defenderla y promoverla, no solo protegemos la vida y el ecosistema, sino también la dignidad de los pueblos que la cultivan. No es una utopía, sino una necesidad real y urgente. No hay tiempo que perder.

Reafirmamos nuestra convicción de que otro camino es posible. Afirmamos la vigencia irrenunciable de los derechos humanos, denunciamos el genocidio y la represión en todas sus formas —desde Palestina hasta nuestros pueblos originarios— y reivindicamos la lucha de quienes defienden la naturaleza y los derechos colectivos. Llamamos a fortalecer redes, alianzas y movimientos que sueñan y construyen un mundo distinto: justo, solidario, sustentable. Hacemos un llamamiento a fortalecer formas de vinculación con los otros, humanos y no humanos, basados en la cooperación, la solidaridad y el apoyo mutuo.

En éste Congreso se han presentado trabajos científicos que alertan sobre la magnitud y la complejidad de la crisis civilizatoria en la cual estamos inmersos, pero también demuestra que existen caminos alternativos, viables, iluminados por la inteligencia colectiva de seres humanos comprometidos con la sociedad y la naturaleza, dispuestos a trabajar por un mundo mejor, “un mundo donde quepan muchos mundos”.

Frente al avance del extractivismo disfrazado de innovación, frente a una ciencia colonizada que responde a las élites, sostenemos que es momento de romper con ese disciplinamiento de la fragmentación disciplinar, un llamado a indisciplinarnos, a crear ciencia crítica, comprometida, digna. Una ciencia que ya no se pregunte solo cómo funciona el mundo, sino cómo cambiarlo. Una ciencia de, con, por y para los pueblos. Una ciencia para la vida.

- Para descargar la Declaración en PDF, haga clic en el siguiente enlace:

Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina (UCCSNAL)
Rosario, Argentina
12 de junio de 2025
Temas: Ciencia y conocimiento crítico

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