Alimentos: el mercado falló

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La atención mundial vuelve a concentrarse en la agricultura. El mes pasado se realizó la primera cumbre de la ONU sobre el tema desde 2002, en un momento de relativa calma entre dos tormentas. La primera ocurrió en 2007-08, cuando los precios de los alimentos experimentaron su aumento más pronunciado en 30 años. En una docena de países hubo disturbios y dos gobiernos fueron derrocados por los sucesos.

Es probable que la segunda se produzca dentro de pocos años. La carestía de 2007-08 fue resultado de desequilibrios estructurales en la cadena alimentaria mundial, no sólo de fluctuaciones temporales como mal tiempo o errores gubernamentales. Los desequilibrios no han desaparecido: la demanda sigue en aumento a causa de cambios de hábitos y elevación de ingresos en mercados emergentes; los biocombustibles siguen compitiendo por la tierra cultivable con las siembras de alimentos, y el rendimiento de las cosechas de cereales está en descenso.

La crisis financiera de 2008-09 disfrazó por un tiempo los problemas alimentarios. Jeffrey Currie, de Goldman Sachs, señala que mientras la mayoría de las industrias del mundo rico operan a 60-70% de su capacidad por la crisis, la agricultura sigue a toda marcha: la cosecha de cereales del año pasado fue la más alta de la historia. Si hubiese otra crisis de la oferta o la demanda, el sistema de comercio agrícola no podría resistir el golpe.

Puede que no falte mucho. En los primeros 10 meses de este año, los precios de alimentos subieron 9.8%. Los productos para el desayuno (té, chocolate, azúcar, fuentes importantes de calorías en algunas partes) se comercian a los niveles más altos en 30 años. Peor aún: el respiro de precios, en lo que duró, no sirvió de mucho a los pobres y los más vulnerables. Según la FAO, el número de personas mal nutridas se elevó a cerca de 915 mil personas en 2008 a mil millones este año. El Banco Mundial estima que el número de quienes viven con menos de 1.25 dólares al día se elevará en 89 millones entre 2008 y 2010, y en 120 millones el de quienes sobreviven con menos de dos dólares diarios. Empieza a perfilarse una nueva hambruna en el Cuerno de África. ¿Se ha hecho algo en preparación a futuras crisis alimentarias?

Por supuesto, dicen los gobiernos. Se vuelve a invertir en el campo después de 30 años de abandono. Ha habido un torrente de reformas institucionales. Y los sectores público y privado hacen más que nunca por ayudar a los agricultores.

En su reunión de julio pasado en L’Aquila, el G-8 prometió incrementar en 20 mil mdd el gasto en desarrollo agrícola en tres años. No mucho de ese dinero es nueva inversión y no está claro cuánto se ha entregado, si acaso. La cantidad es menor de los 44 mil mdd que la FAO estima necesarios cada año para acabar con la malnutrición.

Según el G-8, la agricultura y la seguridad alimentaria se han vuelto el núcleo de la agenda internacional. En 2009 el BM elevó su gasto en el rubro en 50%, a 6 mil mdd. Por primera vez, el Banco Islámico de Desarrollo ha creado un departamento de agricultura, y en Occidente existe un nuevo consenso sobre la necesidad de invertir más en agricultura en los mercados emergentes.

Sin embargo, la actividad más importante se da a escala nacional. Los aumentos de precios de 2007-08 han desencadenado un paquete de políticas sin precedente. Prácticamente todos los países en desarrollo, aunque cortos de liquidez, han hecho algo (a veces mucho) para apoyar la agricultura. Las medidas más populares han sido construir caminos, subsidiar insumos como semillas y fertilizantes, dar atención especial a los campesinos más pobres e intervenir en la operación de los mercados, a veces para mejorarlos y a veces para controlarlos.

Muchos países utilizan la ayuda a campesinos como medida contra la pobreza. India, por ejemplo, extendió el año pasado a todos los distritos rurales su Ley de Garantía de Empleo Rural Nacional, la cual garantiza 100 días de empleo con salario mínimo en obras públicas a todo hogar de ese sector que lo solicite. Se atribuye a esa ley uno de los mecanismos creadores de empleo más grandes del mundo, haber mantenido la demanda rural en uno de los peores monzones de tiempos recientes. Esa nación también aplicó un programa de condonación de deuda para unos 40 millones de agricultores.

Inversión en países pobres

Al mismo tiempo, las empresas comerciales de alimentos realizan grandes cambios. Algunas han empezado a invertir directamente en la agricultura en países pobres, proporcionando a los campesinos nuevas variedades de semillas o plantas resistentes a las sequías o enfermedades. Por todos lados brotan centros de comercio agrícola, en los que agricultores pueden adquirir semillas y fertilizantes, alquilar equipo y contratar seguros para sus cosechas.

Junto con los incrementos en la inversión y el apoyo se da también un alejamiento del comercio y los mercados. La carestía de 2008 fue traumática. Cuando Tailandia y Vietnam, los dos mayores exportadores mundiales de arroz, prohibieron las exportaciones, Filipinas, el mayor importador, concluyó que el mercado internacional de granos ya no era confiable. Temiendo lo que ocurriría después de la mala cosecha de este año en India, Filipinas concluyó contratos en las semanas recientes para comprar 1.5 toneladas de arroz, equivalentes a 5% del comercio anual de ese grano, lo cual constituye una compra de pánico originada en la desconfianza. India a su vez negocia directamente la compra de arroz con Tailandia y Vietnam, lo cual podría reducir aún más la cantidad disponible en el comercio mundial.

Los grandes acaparamientos de tierras en África y Asia también son signos de desconfianza en los mercados mundiales. Algunos importadores con recursos –como Arabia Saudita, Kuwait, China y Corea del Sur– han optado por cultivar alimentos en tierras que poseen o controlan en el extranjero en vez de importarlos mediante el comercio internacional. Estos países han cerrado contratos para comprar o arrendar unos 20 millones de hectáreas de la mejor tierra agrícola en países pobres.

La confianza en los mercados de granos parece débil también en los países industriales. Las naciones de Occidente comparten la culpa por el fracaso en completar la ronda de Doha de negociaciones comerciales. Han hecho poco por reducir los subsidios a los biocombustibles, que han sacado grandes cantidades de maíz de los mercados de alimentos.

También la confianza en los mercados nacionales está menguando. Los gobiernos de Burkina Faso y Sierra Leona negocian con mayoristas para controlar indirectamente los precios. Otros, como el de Madagascar, han impuesto controles directos de precios. Seis de 34 países africanos consultados por la FAO señalaron que proponen el control de precios como política alimentaria.

Tal vez la tendencia más impactante es el desplazamiento de la seguridad alimentaria por la autosuficiencia como objetivo de política nacional. La primera significa garantizar que todos tengan suficiente para comer; la segunda significa cultivarlo uno mismo. Por ejemplo, Filipinas informa que el año próximo espera cultivar 98% del arroz que necesita. En Senegal, que importa 80% de su arroz, los motines de 2008 impulsaron al gobierno a lanzar la gran ofensiva por la comida y la abundancia, y prometer la autosuficiencia en alimentos. Otros que han expresado el mismo propósito son China, Malasia, Colombia y Honduras.

Este giro hacia la autosuficiencia coincide con un creciente escepticismo hacia el comercio mundial, con los ejemplos de controles de precios y con un mayor involucramiento de los gobiernos. La FAO incluso ha hablado de un cambio de paradigma en la agricultura.

En los pasados 20 años la agricultura en los países en desarrollo estuvo dominada por un descenso en la inversión y una política más liberal. La tendencia se revierte, para bien. Ahora se trata de que la segunda tendencia no se lleve al extremo.

Fuente: EIU
Traducción de texto: Jorge Anaya

Fuente: La Jornada, Martes 1º de diciembre de 2009

Temas: Sistema alimentario mundial

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