Hace unos años, medio en broma medio en serio, recuerdo haber escrito que sentía lástima por el sistema político que supuestamente nos gobernaba. Me parecía triste observar a los pobres gobernantes que, como marionetas manejadas por el poder económico de multinacionales o fondos financieros, solo podían tomar las decisiones que estos les ordenaban. Pero en los últimos años el papel de los gobiernos está cambiando tan rápidamente que el sentimiento de lástima o decepción se ha transformado en un sentimiento de vergüenza y preocupación.