Argentina: ¿Modelo Grobo? No, gracias

Idioma Español
País Argentina

La modelización del sistema agrario de producción transgénica que nos propone Gustavo Grobocopatel en su nota “Proteínas como arma de negociación con el mundo”, publicada en Clarín del jueves 5 de agosto, y que refuerza en notas posteriores en Página 12, está construida en un grado muy importante sobre la minimización, el ocultamiento y la tergiversación de perjuicios ambientales, sociales y económicos.

Muchos ya fueron señalados por Mempo Giardinelli, Aldo Ferrer y Enrique Martínez.

 

Algunas afirmaciones son ciertas, interfiriendo en la visualización de las que no lo son, y de lo que se oculta. Por ejemplo, es cierto que “La complejidad del mundo es tal que el pensamiento único tiene amplias probabilidades de llevarnos a errores.” Pero de inmediato señala: “El sistema de liderazgo de la sociedad debe participar activamente en estos debates”. Claramente, no está proponiendo un planeamiento estratégico participativo, lo que estaría muy bien. La expresión “sistema de liderazgo” está significando que no debe participar el conjunto de la sociedad sino sólo sus líderes; cabría preguntar seleccionados por quién, y representando a quiénes y a través de qué mecanismos. Si no lo definimos, estamos corriendo el riesgo del retorno a algo que se parece mucho al voto calificado, uno de los paradigmas del pensamiento único que Grobocopatel dice cuestionar.

 

También es cierto cuando afirma más adelante que: “Necesitamos un horizonte claro para la sociedad y que el Estado facilite este proceso haciéndolo de todos, y que debe redistribuir la riqueza con equidad e inclusión.” Pero seguidamente sostiene: “La sociedad en su conjunto debe estimular el desarrollo de un empresariado fuerte, grande e integrado al mundo, que gane dinero y que reinvierta sus utilidades”. Así niega los procesos históricos de desinversión y fuga de capitales, característica específica de ese empresariado que, según él mismo sostiene, debería ser estimulado por el conjunto de la sociedad.

 

Señala además que en este debate profundo “no es relevante quien captura las rentas sino con qué eficiencia se utilizan las mismas para lograr el desarrollo sustentable”, como si el desarrollo social, económico y ambientalmente sustentable no estuviera íntimamente vinculado a quien captura la renta.

 

La modelización Grobo

 

Algunas de las afirmaciones que propone el empresario para mirar el sistema agrario de producción de soja transgénica son:

 

· “Lo más importante es que la soja no sólo no compite con los productos de valor agregado sino que puede ser su aliada natural y principal.”

 

· “Si el mundo necesita soja y sus derivados, se los podríamos dar a cambio de que también nos compren otros productos. Si no tenemos soja es muy probable que no tengamos cómo negociar la colocación de los otros productos, sean del origen que sean”.

 

· “Las proteínas pueden ser nuestra mejor arma de negociación ante el mundo.” Y propone juntarnos en esta estrategia con Brasil y el resto de los países del sur de América.

 

· “Agricultura familiar” es sinónimo de vivir sin dignidad

 

· Los beneficios de la agricultura están distribuidos en la sociedad.

 

· Gracias a la siembra directa no estamos desertificando más; el glifosato es el menos malo de los herbicidas y no pasa a las napas porque se destruye al tocar el suelo.

 

Estas afirmaciones, y otras contenidas en sus escritos, tergiversan y/o ocultan que:

 

1. La soja sí compite con otros productos. Desplazó, entre otras, a la actividad tambera, las pasturas y los cultivos de algodón, con sus respectivas cadenas de valor; así como también a otros cultivos proveedores de alimentos, poniendo en serio riesgo nuestra soberanía alimentaria.

 

2. El sistema de producción sojera transgénica privilegia la demanda del mercado internacional, dificultando la satisfacción de la demanda del mercado interno, con la consiguiente presión sobre los precios.

 

3. Se destruye la capacidad de producir alimentos sanos y diversos. Los cultivos transgénicos en superficies que ocupan hasta el propio borde de las poblaciones donde vive la gente, impiden que allí se cultive para abastecer a esas mismas poblaciones.

 

4. Se destruye la autonomía de los productores agrarios, haciéndolos dependientes de un sistema que los degrada a ellos y a su ambiente.

 

5. Los agroquímicos aplicados generan enfermedades que llegan a causar la muerte entre los trabajadores rurales, la gente del campo y de las poblaciones afectadas por las aplicaciones.

 

6. Este sistema concentra el ingreso en poquísimas personas, dejando a muchos en la pobreza y la indigencia, con la única alternativa de recibir un subsidio estatal.

 

7. El desplazamiento de las personas desde el campo y las pequeñas poblaciones hacia las villas miseria de las grandes ciudades, lo que degrada su calidad de vida y agrava los desequilibrios poblacionales y ambientales.

 

8. La destrucción de bosques autóctonos y de la capacidad productiva de nuestros suelos.

 

9. Los riesgos y los daños que producen los agroquímicos que este sistema productivo necesariamente debe utilizar en forma masiva. En particular oculta los daños ambientales y a la salud generados y asociados con el herbicida glifosato y sus formulados, puestos en evidencia por tantos estudios locales y de otros países realizados por investigadores independientes de las empresas que los producen, patentan y/o comercializan.

 

10. Las alteraciones y riesgos de daños irreversibles de los cultivos transgénicos en la biodiversidad y la evolución biológica.

 

11. Los daños y riesgos de los alimentos originados o que tengan insumos provenientes de cultivos transgénicos, así como la falta de información al consumidor sobre los componentes y riesgos asociados.

 

12. La necesidad de aplicar agroquímicos en cantidad cada vez mayor, tanto fertilizantes como plaguicidas, lo que es una característica específica del sistema de producción de monocultivo en general, y de monocultivo transgénico en particular.

 

13. La destrucción de nuestros ecosistemas y la erosión de la biodiversidad, afectando los procesos ecológicos esenciales, el ciclo del agua, de los nutrientes, del dióxido de carbono, el flujo energético y las cadenas tróficas, sin los cuales no es posible la vida que conocemos y su evolución.

 

14. El sistema productivo se vincula con organismos de control, registro y certificación que están muy cuestionados por dos motivos: no evitan los daños a las personas que padecen las aplicaciones de los agroquímicos, ni tampoco evita que alimentos que no son sanos lleguen al mercado de consumo.

 

15. El desarrollo y consolidación de este sistema empodera a la empresa Monsanto y similares en nuestro país. Esta Monsanto es la misma corporación empresaria que, entre tantas otras cosas, creó el PCB, ocultando sistemáticamente sus características cancerígenas, proveyó del agente naranja al ejército de los EE.UU., y fue condenada por la justicia francesa por mentir en sus propagandas del herbicida glifosato. Además los estudios toxicológicos iniciales sobre el glifosato requeridos oficialmente en EEUU para su registro y aprobación han sido asociados con prácticas fraudulentas.

 

16. Los monocultivos extensivos no son sostenibles desde el punto de vista ambiental. Hoy su máxima expresión son los cultivos transgénicos. Tienen una concepción minera, extractivista de la capacidad productiva del suelo, al que por definición del propio sistema productivo tratan como un recurso no renovable. Buscan sustituir los procesos ecológicos esenciales que renuevan de manera natural su capacidad productiva mediante la reposición mineral y agroquímica de su fertilidad. Está demostrado que esto es ineficiente y tiene un alto impacto ambiental.

 

Pretenden reemplazar el equilibrio biológico que limita naturalmente las plagas animales y vegetales con pesticidas. Esto genera la aparición de plagas resistentes a esos pesticidas, obligando a la aplicación de cada vez mayor cantidad de productos cada vez más tóxicos.

 

17. Y por último, pero no el último, el sistema de producción agrícola dominante y su cadena de valor es el principal generador de gases de efecto invernadero y, consecuentemente, el principal responsable del cambio climático; genera entre el 44 y el 57 % de las emisiones globales de estos gases.

 

El modelo Grobocopatel propone, explícitamente, la creación de un sistema económico sustentado en la venta de la soja y sus derivados; como si fuera una pirámide invertida: todo el resto de la economía sustentada en la soja, y toda la sociedad sustentada en la buena voluntad y eficiencia de los productores sojeros. Sostiene que todas las otras producciones no podrían competir por sí solas en el mercado mundial, ni ahora ni en el futuro. Esto es en sí mismo una expresión de soberbia superlativa. La propuesta “Si el mundo nos pide soja, plantemos soja hasta en las macetas” se corresponde con una republiqueta sojera; la de Grobocopatel no llega a eso, pero se le acerca bastante.

 

Yo no quiero ‑y entiendo que tampoco la mayoría‑ que el sistema económico y social del país al que pertenezco se someta a semejante autoritarismo productivo y a semejante estratificación de clases sociales: productores sojeros allá arriba, en la punta de la pirámide, acompañados de los otros intervinientes de la cadena de valor de la soja ‑corta por cierto‑, y el resto de la sociedad allá abajo, en actitud genuflexa de sumisión y agradecimiento. Ya vimos las definiciones de patriotismo a las que pretendieron subsumirse y someternos los empresarios rurales vinculados a la exportación en el contexto del conflicto Gobierno vs. Sectores-rurales-concentrados de 2008-2009.

 

Basar nuestra inserción en el comercio internacional en el desarrollo de un solo producto, con el cual saldríamos a presionar al mundo, sería una propuesta casi hilarante, si no fuera por las consecuencias que traería y el poder de quien la enuncia y el del sector social al que representa. China impuso una traba para-arancelaria a la importación de aceite de soja de origen argentino como respuesta a un intento de defensa de intereses industriales nacionales. Por ahora le seguiremos vendiendo aceite de soja, pero nuestros productores de juguetes y calzado no podrán desarrollarse por el dumping de los juguetes y calzado de origen chino. Cabe preguntar: ¿A quién presionamos nosotros?

 

Hay además otros dos riesgos. Por un lado, nos transformaríamos en zona potencial de conflictos, así como ocurre con otros países proveedores de insumos estratégicos. Por el otro, el sistema basado en el “arma proteica” puede ser brutalmente descartado por la misma u otras producciones desarrolladas en otros lugares, a la misma velocidad con que fue generado en nuestro país. Como ocurrió con el caso del caucho en el Estado de Amazonas, Brasil, y en Iquitos, Perú; con la diferencia que la soja es un cultivo anual, mucho más rápidamente desplazable y sustituible.

 

El sistema transgénico de producción agrícola no tiene en cuenta la sostenibilidad ambiental y social; el ambiente y la gente es algo que no tiene en cuenta, salvo que los empresarios se vean forzados; consideran que los impactos negativos de la tecnología serán resueltos con nueva tecnología, que generará nuevos problemas ambientales que serán resueltos con más tecnología, y así al infinito.

 

Los promotores del sistema califican de cavernarios a los que se oponen a él. No perciben que los realmente retrógrados son ellos, ya que llevan a su mínima expresión ecosistemas diversos que demoraron a veces miles de millones de años en evolucionar y desarrollarse, destruyendo su diversidad y sus procesos ecológicos en pocos años. Diversidad, procesos ecológicos y ecosistemas de los cuales dependemos todos, y sin los cuales la sociedad no es viable.

 

 

 

¿Y ustedes qué proponen para alimentar a un mundo hambriento?

 

La respuesta a esta pregunta requiere de bastante más espacio que el que queda disponible en este texto, y también muchos más interlocutores, pero algo se puede decir.

 

Es necesario poner énfasis en que el sistema transgénico no alimenta a los que tienen hambre en el mundo sino al ganado chino y europeo para satisfacer las demandas de carne de sus clases medias y altas. Además tiene un horizonte temporal de pocos años, en el transcurso de los cuales se producirán todos los daños ya señalados.

 

Del otro lado hay una variada gama de sistemas de producción agrícola, compatibles con la sostenibilidad de los procesos ecológicos y la biodiversidad, que van desde las diversas vertientes de la vía campesina hasta las diferentes técnicas agroecológicas. Estas tecnologías han sido boicoteadas por la mayoría de los sistemas oficiales vinculados al estudio y producción agrarios; al menos hasta fines de 2009, cuando la UE apostó con sus nuevas regulaciones a esa producción, sobre todo en lo que hace a la gestión integrada de plagas.

 

Si se hubiera destinado a la investigación agroecológica sólo una fracción de los profesionales y los recursos destinados a la investigación de los monocultivos extensivos en general, incluidos los transgénicos, habríamos podido articular y rescatar para toda la sociedad desde los conocimientos ancestrales de la vía campesina hasta la tecnología biodinámica y la biointensiva.

 

Sólo para dar una idea de su potencial, el sistema incaico de producción agraria alimentaba a 10 millones de habitantes con el cultivo de las tierras más áridas, complementado con una organización social solidaria. Esa técnica y esa organización fueron ignoradas y destruidas por los conquistadores. Todavía hoy esa tecnología y esa organización son ignoradas por nuestros centros de investigación y por los procesos productivos promovidos desde el Estado. Son la misma ignorancia y los mismos intereses de los bárbaros españoles, pero 500 años después.

 

Una de las técnicas agroecológicas más estudiadas es la agricultura biointensiva, que puede producir el alimento para una dieta vegetariana para una persona durante todo el año en menos de 400 m2 . Esto implica que en las casi 20 millones de hectáreas de soja transgénica se podría producir para alimentar a 500 millones de personas; con alimentación sana, sin transgénicos ni agroquímicos, cuidando la sostenibilidad ambiental y la salud de la población asociada y la de los trabajadores, con autonomía de los productores, y sobretodo preservando la soberanía alimentaria del pueblo argentino. Además, la demanda internacional y el valor agregado de esos alimentos son mucho mayores que en el “arma proteica”, no siendo necesario salir a presionar al “mundo” para que nos compren los otros productos.

 

Es cierto que algunos de los integrantes de la generación de campesinos de los abuelos de Grobocopatel se deslomaban trabajando en el campo, pero no es eso lo que se propone.

 

No es verdad que la agricultura familiar requiera necesariamente esa forma de trabajo, ni mucho menos que signifique vivir sin dignidad. Muchas familias quieren elegir y eligen esa forma de vida. Hoy su principal impedimento es el sistema transgénico de producción sojero. No existen limitaciones tecnológicas ni de demanda; aunque todavía es necesario mejorar el acceso de estos productores a una comercialización justa.

 

A pesar de esas limitaciones, son las granjas y huertas familiares las que producen la mayoría de los alimentos que llegan a nuestras mesas.

 

Por definición esos sistemas productivos privilegian la sostenibilidad de la capacidad productiva de los ecosistemas en general y del suelo en particular, así como también la sostenibilidad de la sociedad donde están insertos, porque forman parte y dependen de ellos.

 

Son sistemas productivos a los que les interesa la gente y el ambiente mucho más que la rentabilidad del capital. Todas las ventajas que tienen para la sostenibilidad social y ambiental son desventajas para el capital dominante; por eso son mucho más compatibles con organizaciones sociales que distribuyen el poder y el ingreso.

 

Claudio Lowy

 

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Temas: Agronegocio

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