En defensa del maíz tradicional, por Laura Carlsen

Una batalla mayúscula en el movimiento anti-globalización se está librando silenciosamente en México. Esta batalla no está teniendo lugar en las calles de ciudades principales como Génova, Praga o Seattle. Los organismos multilaterales o los grupos de líderes mundiales no son su blanco. Sus activistas no compran boletos de avión para expresar sus puntos de vista

Ellos llaman a su movimiento “En Defensa del Maíz”. Ni de cerca tan directo como “Venzamos al capitalismo” o “Descarrilemos la OMC”. Y sin embargo, a juzgar por la reacción de los poderes de facto, el movimiento es tan subversivo como los más militantes.

La producción del maíz--y del arroz en los países asiáticos--representa el último bastión de la agricultura que no funciona solamente con la lógica del mercado global. En México, más de la mitad de las familias campesinas produce para el autoconsumo, y se estima que alrededor del 35% de la producción de maíz nunca llega al mercado. El maíz es, al mismo tiempo, alimento fundamental, red social de seguridad, estrategia de supervivencia y elemento cultural. Sus diez mil años de historia en la región corren paralelos al ascenso de las grandes civilizaciones mesoamericanas y hoy sigue siendo el ancla que permite a las comunidades indígenas mantener su forma de vida.

Nada podría estar más lejos de las metas de los grandes globalizadores. Las compañías transnacionales hace mucho que buscan convertir a los “hombres de maíz”--como el libro sagrado de los mayas, el Popol Vuh, los llama--en consumidores de comida procesada. El Banco mundial sigue presionando con fuerza para lograr una nueva contrarreforma agraria que permitiría eventualmente abolir los ejidos (granjas colectivas) mexicanos y las tierras comunales indígenas--formas legales de uso colectivo de la tierra reconocidas por la Constitución mexicana.

Conocida con el eufemismo de “reforma agraria asistida por el mercado”, el plan del Banco Mundial es incorporar toda la tierra productiva al mercado de bienes raíces. Esta conversión de la tierra en mercancía es un anatema para la cultura indígena. Sería también desastrosa para todos los campesinos y pequeños productores. Bajo las precarias condiciones del campo mexicano, cargar a los granjeros marginales con deudas bancarias es un paso seguro a la bancarrota, la expulsión y la expropiación. Para los planificadores neoliberales, sin embargo, la hemorragia de las comunidades rurales que tiene lugar con la migración de los campesinos a la ciudad y a Estados Unidos es una parte del plan para la conversión rural.

El descubrimiento en 2001 de que el maíz autóctono se había contaminado con variedades genéticamente modificadas (GM) catalizó el movimiento en defensa del maíz. Esta última ofensiva en el mercado contra la economía campesina mexicana tiene sus raíces en el reciente aumento de las importaciones de maíz de Estados Unidos. Bajo los términos del GATT y luego del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que entró en vigor en 1994, México ha importado un promedio de cinco millones de toneladas de maíz al año durante la última década. Puesto que Estados Unidos cultiva ampliamente maíz GM, los expertos calculan que al menos una cuarta parte del maíz que se importa de Estados Unidos a México está alterada genéticamente.

El maíz GM de Estados Unidos rápidamente encontró su camino hacia los campos de maíz mexicanos. Puesto que México es el centro mundial de origen del maíz, la contaminación se convirtió en un asunto de seguridad alimentaria mundial. Para los indígenas mexicanos y las comunidades campesinas, se convirtió en una cuestión de supervivencia.

Estas comunidades han cultivado sus propias variedades de maíz por generaciones, guardando las mejores semillas para mejorar sus cosechas de forma constante y de acuerdo con sus propias necesidades climáticas y culinarias. Si el grueso de sus cosechas estuviera contaminado, sus variedades nativas quedarían infestadas.

Para añadir a la herida el insulto, estos pequeños granjeros también podrían ser obligados a pagar a Monsanto y otros fabricantes de semillas por el uso inadvertido de sus productos. Esto puede sonar absurdo, y lo es, pero numerosas cortes han sostenido el recién inaugurado “derecho a contaminar” bajo las leyes de propiedad intelectual. La práctica de almacenar semillas y los sistemas alimentarios locales podrían ser destruidos a favor de la integración en los circuitos transnacionales que producen semillas (y los fertilizantes químicos y pesticidas que se requieren para cultivarlos) y productos de consumo alimenticio.

Para proteger sus variedades de maíz nativo de la contaminación, algunas comunidades mexicanas han llevado a cabo pruebas genéticas, han conservado sus variedades nativas y han exigido una moratoria a las importaciones de maíz GM. En talleres en algunas de las regiones rurales más apartadas de México, indígenas monolingües estudian la modificación genética y los peligros de la contaminación.

El sencillo mensaje de “En Defensa del Maíz” está, también, convirtiéndose rápidamente en una bandera del movimiento por la justicia global. Aunque se cuentan por decenas de millares, los activistas del maíz rara vez se reúnen en manifestaciones o marchas, pero su poder para reunir cuerpos e imaginaciones va creciendo. Vía Campesina, la expresión global del movimiento, agrupa a 97 organizaciones en 43 países que, a su vez, representan a millones de pequeños campesinos. Esta organización, que incluye a miles de granjeros mayas del área circundante, fue con mucho el contingente más grande de las marchas en Cancún durante la Quinta Reunión Ministerial de la Organización Mundial de Comercio.

Lo que el escritor mexicano Ramón Vera llama “el movimiento invisible” tiene implicaciones profundas para el futuro. Quizás la planta más cargada de simbolismo del planeta, el maíz nativo se ha convertido en un obstáculo difícil de salvar para los planes globalizadores en el campo. Si muere, esto significará que una batalla de vida o muerte se ha perdido. Si sigue siendo una fuente clave de sustento físico, espiritual y cultural para millones, puede ser que todavía haya esperanza.

Laura Carlsen es directora del Programa de las Américas (en línea en www.americaspolicy.org), un programa del Interhemispheric Resource Center (IRC, en línea en www.irc-online.org).

Para mayor información:
Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano (CECCAM)
Email: ceccam@laneta.apc.org
Web: http://www.laneta.apc.org/ceccam/

Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas (UNORCA)
Email: marcelocarreonmundo@yahoo.com.mx
Web: http://www.cndh.org.mx/Principal/document/ong-s/directorio/qroo/unorca.htm

Vía Campesina
Web: http://www.viacampesina.org/

Instituto de Políticas Alimentarias y de Desarrollo / La Comida Primero
Email: foodfirst@foodfirst.org
Web: http://www.foodfirst.org/

Instituto de Políticas Agrarias y de Comercio (IATP)
Web: http://www.iatp.org/

Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO)
Web: http://www.fao.org/trade/

Commission on Environmental Cooperation (CEC)
Web: http://www.cec.org/home/index.cfm?varlan=espanol

Articles from the IRC Americas Program:

Biodiversity in Danger: The Genetic Contamination of Mexican Maize
Carmelo Ruiz Marrero | junio de 2004
http://www.americaspolicy.org/articles/2004/0406contam.html

La crisis del café en Chiapas
Laura Carlsen y Edith Cervantes | 19 de abril de 2004
http://www.americaspolicy.org/citizen-action/voices/2004/sp_0404coffee.html

Americas Program, Interhemispheric Resource Center (IRC)

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