Argentina: instrucciones para una republiqueta sojera, por Luis E. Sabini Fernández

Las redes imperiales o imperialistas siempre han configurado países monoproductores. Concentrados en la exportación de su producto (a veces, ni siquiera autóctono), siempre para satisfacción de las metrópolis. Es una definición clásica de relación dependiente. Para quebrar cualquier desarrollo autónomo. Cuba y el azúcar, Sudán y el algodón, Senegal y el maní

¿Qué fue el colonialismo sino la conversión de las economías locales a economías destinadas a "exportar" lo que le apetecía a las metrópolis? El recurso tan pregonado por EE.UU. de que los países se modernicen y "desarrollen" mediante una conversión a una economía de exportación de productos básicos no es sino la reedición en una escala mucho mayor del imperialismo clásico, entre zonas enriquecidas y zonas empobrecidas del planeta. Nada nuevo bajo el sol, realmente.

En Argentina el cultivo de soja desplaza a la ganadería, arrasa bosque nativo, achica los cultivos de maíz, girasol, de otras leguminosas... ¿vamos en camino a una monoculturización? Los titulares del poder alimentario planetario están convirtiendo uno de los vergeles del planeta -el territorio pampeano y precordillerano- en una enorme fábrica de provisión de oleaginosos de bajísima calidad para el mundo entero. Perdiendo carnes y cereales de los de mejor calidad planetaria. Y aherrojando todavía más el destino de la sociedad argentina a los vaivenes de los mercados agrícolas regidos desde Chicago, Filadelfia, u otros emporios del mismo orden.

¿Llegará la Argentina a importar trigo o maíz, siendo, eso sí, los principales exportadores mundiales de soja? Semejante ocurrencia parece ahora demencial. Pero deberíamos aprender a ver el sentido de la economía argentina. Taiwán fue siempre un productor de arroz, comida básica de la población. Pero EE.UU. les "enseñó" a comer trigo (cadenas de pan de tipo lactal de pésima calidad alimentaria) y logró convertir a Taiwán ?vasallaje mediante- en exportador de arroz (por el desplazamiento sufrido en la alimentación). La conversión alimentaria taiwanesa de los sesenta y setenta fue un negocio redondo para los EE.UU. y sus excedentes trigueros. ¿Alguien duda que estamos avasallados? Sí, ya sé; los titulares del complejo sojero y eslabones económicos cercanos...

La monoculturización ha significado siempre hambre, dependencia, pérdidad de calidad de vida para muchísimos habitantes de los países que la sufren y a veces, trágicamente, la destrucción de la población. Siempre se lleva a cabo bajo la consigna de la "modernización", ahora se ha puesto de moda el aditamento de "tecnológica".

Ya se empieza a ver el daño de la campaña "Soja solidaria". No todavía el daño físico, pero sí ya el daño mental o ideológico: existen madres pobres e ingenuas que han suspendido el amamantamiento para dar a u querido bebé "lo mejor"; "leche de soja", aceptando a pie juntillas la propaganda del complejo sojero (registrado en hospitales del Gran Buenos Aires). La Asociación de Nutricionistas de la Provincia de Buenos Aires ha aclarado categóricamente que al jugo de soja no se le puede llamar "leche" porque cumple una función alimentaria no sólo diferente sino opuesta a la de la leche, que calcifica. Y que por eso no se le debe dar bajo ningún concepto a menores de dos años y de modo muy restringido a infantes en general y a embarazadas (así como a posmenopáusicas, por la osteoporosis y a población desnutrida).

América Latina contaba con el dudoso "honor de tener "repúblicas bananeras"; ya estamos en camino para recibir un nuevo nombra-miento en el mismo collar de dependencia.

El avance sojero muestra el alcance del lavado de cerebro en marcha. Puede ser una "bola de nieve" que apenas ha empezado a moverse. Y si los habitantes de a pie de esta tierra no la resistimos nos aplastará cada vez más.

Fuente: Revista Barrial

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