Suplemento Ojarasca N° 163

Idioma Español
País México

El silencio es un espejo. Pero no sólo para quien escucha. También para el que calla. El silencio que hay ahora en México aturde a todos. Es atronador. Cuánto sentido tuvo que unos refulgentes compañeros le dijeran al mundo que cualquier espacio de diálogo donde se buscara entendimiento juntos era subversivo y vital.

El maestro Alfredo López Austin ha escrito que el verdadero caos es innombrable. Ese caos y una fragmentación continua, ese vacío entre las palabras y los hechos y entre éstos y sus consecuencias, son el modo de operar de los cuerpos represivos, las instituciones, las dependencias y los aparatos jurídicos y legislativos desde que Felipe Calderón llegó al poder.

 

El caos puede ser impuesto de la manera más brutal. Que la gente no entienda nada. Que viva aterrorizada y no busque rebelarse contra su condición. En el contundente estado de guerra contra un enemigo cambiante y difuso denominado “delincuencia organizada”, -pero que en los hechos sirve para criminalizar expresamente las luchas sociales de toda índole-, han muerto asesinadas más de 30 mil personas en menos de cuatro años.

 

Pero en el caos impuesto hay un gran margen de impunidad, de irresponsabilidad e ineficacia, de obsolescencia, por parte de quienes buscan controlarlo todo. Hay huecos, mañas, vicios en los modos. Y el control total falla a cada rato.

 

En México la gente, las comunidades, los pueblos, resisten todavía (como en casi ningún otro lugar del mundo) la imposición de los transgénicos, el acaparamiento de tierras, la certificación agraria (con su fragmentar la propiedad social), la entrega del agua, la certificación de las semillas y el establecimiento de derechos de propiedad intelectual sobre éstas. La gente resiste los megaproyectos: sean aeropuertos, represas o minería, petroquímica, urbanización brutal o basureros; resiste que le roben el manejo de su territorio con reservas de la biósfera o con mecanismos de mercado como redd, y a diferencia de otro países todos estos proyectos y disposiciones no han logrado arrasar. Por esa imposibilidad de doblegar a la gente, entre otros factores, crece y se desparrama por doquier la violencia extrema con que se ejerce el despojo, la devastación y las imposiciones.

 

Se le olvida al poder (y a nosotros también) que esa resistencia viene, en mucho, de que aquí ocurrió una revolución que defendió la tierra y la comunidad -y por ende una mirada del territorio que integraba agua, tierra, saberes y socialidad de justicia. Y eso en los pueblos sigue vivo. Hubo un levantamiento zapatista en 1994 que le recuperó sentido a la palabra compartida, reivindicó la historia propia, revaloró la tarea de cuidar el mundo con su vida campesina y lo que han sido y son los pueblos indígenas.

Suplemento mensual *número 163*, noviembre 2010

Temas: Pueblos indígenas

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