Suplemento Ojarasca N° 199

“Las amenazas del mal llamado ‘libre comercio’, del modelo minero-energético, del extractivismo y la privatización de los bienes comunes, siguen sobre los territorios y la vida de las comunidades. Ahora todo queda en manos de las comunidades y los pueblos para que desde la práctica cotidiana, y desde la legitimidad, sigan declarando inexequibles todas las leyes, reformas, estrategias y proyectos que afecten el buen vivir con la Madre Tierra”.

Las recientes exposiciones mediáticas de pueblos e individuos indígenas demuestran lo poco que hemos avanzado en materia de respeto a sus derechos. Se les sigue presentando (y dando el trato de) personas pasivas y fatalistas, en constante desgracia y vulnerabilidad extrema. El niño chamula maltratado por un burócrata en Tabasco, la mazateca que parió frente a un hospital que no la atendió oportunamente, los niños triquis que ganaron solitos un torneo internacional; o bien las miles de familias damnificadas y con frecuencia desplazadas a causa de fenómenos meteorológicos de envergadura apocalíptica. Todo sirve. Con refuerzos propagandísticos de cualquier tipo, cada que le resulta posible, el gobierno federal monta o aprovecha escenarios para promover: su Cruzada contra el Hambre, su imagen de respeto a las garantías de los pueblos originarios, el porvenir electoral del PRI y, bajita la mano, abrir paso por las buenas o las malas (“legales”, o ni eso) a mineras, petroleras, agroindustrias, constructoras; a la imposición de hidroeléctricas, autopistas, acueductos, aeropuertos y desarrollos turísticos, con hipocresía sistemática.

El Estado necesita permitirse arrebatos (y si vistosos, mejor) de respeto a unos derechos humanos, territoriales y culturales cuya observancia en los hechos le significa una incomodidad recurrente, sobre todo en temporadas, como ahora, donde importantes instancias internacionales observan y presionan al régimen, a la vista de las abundantes violaciones de estos derechos en el país.

La sonada liberación del profesor tzotzil Alberto Patishtán quiso ser presentada como un acto de magnánima justicia. Tanto el profesor como la gente de su pueblo en El Bosque, quienes lucharon 13 años por su libertad, saben que no se trató de eso, y lo dicen. Más bien, como lo titulara con efectismo el diario español El País en alguna primera plana, se trató de un indígena “que doblegó al sistema de justicia mexicano”.

Suplemento Mensual Número 199, Noviembre 2013 (leer online)

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Temas: Feminismo y luchas de las Mujeres, Pueblos indígenas

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