Argentina - Tucumán: En el Naranjito están alertas por el uso de agrotóxicos

Idioma Español
País Argentina

Los vecinos de la localidad sufren las fumigaciones y la falta de agua: temen que las plantaciones cercanas sean rociadas con glifosato. La OMS dictaminó que existe una relación entre el uso del glifosato y el cáncer.

Una nube de herbicida avanzaba desde el campo sembrado con soja hasta las casas de Florencio Zacarías Cruz y de sus familiares. Claudia y Elena, sus hijas, se asustaron. Los surcos de la oleaginosa están a menos de 30 metros de las viviendas. Esa noche, a todos los afectó un fuerte dolor de cabeza por varias horas. El temor se disparó porque no saben si el producto rociado era glifosato, el agrotóxito para la fumigación de alimentos transgénicos. “El olor era muy penetrante y duró varios días”, relató Claudia.

Ellos, al igual que los vecinos de la ruta 319, están en estado de alerta, en caso de que las consecuencias de la fumigación sojera confirmen sus miedos: los están envenenando.

El peligro de la fumigación con glifosato, herbicida prohibido en una veintena de ciudades europeas, está a 30 minutos en auto de San Miguel de Tucumán. Saliendo por la ruta 304, que en Alderetes recibe el nombre de Avenida Eva Duarte, se llega a El Naranjito, localidad que depende de la comuna de El Chañar. Allí viven mayoritariamente pequeños productores.

Familias instaladas en campos que no les pertenecen, pero para quienes trabajan. Este es el caso de las cuatro generaciones de la familia Cruz. “Somos dueños de las paredes pero no de dónde se asientan”, definió Don Florencio.

El recelo comenzó cuando un mosquito (el fumigador enganchado al tractor), pasó para rociar un campo sojero, la semana pasada. “Estábamos charlando cuando vimos una nube alrededor de un tractor. Nos acercamos para ver que era y nos sorprendió el olor, así que empezamos a filmar y a sacar fotos con el celular. El muchacho que manejaba el tractor nunca se detuvo”, inició su relato Claudia. El persistente olor se mantuvo algunos días, y esa noche los dolores de cabeza y el malestar por respirar el producto afectaron a adultos y niños por igual. Cuando fueron a hablar con los empleados del campo, les dijeron que no se trataba de fumigación, sino que eran tareas para abonar la soja. “Me dijeron que no se trataba de ningún veneno, que se trataba de un abono que le ponían a la soja. ‘Qué olor tan fuerte que tenía ese abono’, le dije. Esa soja ya tiene la vaina, el fruto, el abono se pone antes de que crezca la planta”, arremetió Claudia. “Que yo sepa, no hay abonos líquidos, es un poco raro que se abone con la soja ya crecida”, soltó con ironía Elena. La única certeza que tienen es que les ocultaron el producto rociado.

“No soy dueño de la tierra, así que no soy quien para sugerirles qué plantar ni qué rociarles. Toda mi vida trabajé para el arrendatario, por eso cuesta reclamar”, explicó Don Florencio, que vive allí hace 71 años (tiene 82). Como el episodio se repitió, decidieron contactarse a través de las redes sociales con agrupaciones de ambientalistas, por asesoramiento. Saben que no se trataba de un “abono”. Detrás de las casas de la familia, Don Florencio tiene su chacra de verduras y frutas. De ahí obtienen lechuga, tomate, choclo, zapallo, pimiento y zanahoria para consumo. Por el desnivel entre el campo sembrado y la chacra, las últimas lluvias lavaron los campos fumigados y el producto alcanzó la chacra, en la que ahora no crece nada. “Queríamos juntar las semillas del INTA para tener para consumo personal, pero todo el sector plantado quedó pelado. Es el agua que de alguna manera lavó eso y lo dejó en la chacra”, agregaron.

Una década sin agua

El desconocimiento de saber si son afectados o no por herbicidas no es el único problema de los vecinos de esta localidad. Hace casi 10 años que no tiene agua en sus casas.

Según contaron, el pozo de donde se abastecían se secó en 2006, y allí comenzó el peregrinar conjunto de los vecinos. “Nosotros tenemos el agua en tachos, si el aire trae la nube de veneno o de lo que sea que rociaron, eso pasa directamente al agua que tomamos”, explicaron, mientras señalaban tres tachos que hacen las veces de cisterna. Un tractor de la comuna pasa a dejarles líquido una vez por semana, pero no les alcanza ni aún racionalizando, precisaron. A lo largo de los años, realizaron diversas presentaciones para la gestión de un nuevo pozo. “Nos dijeron que ya estaba todo listo para la construcción del pozo, que estaba dentro del plan Más Cerca, pero hasta el momento no hay nada”, agregó Eliana. El año pasado, los campos con soja estaban alternados, y las casas quedaban en medio. Cuando los fumigaban con avioneta, rociaban las casas y los tachos con agua.

El servicio de agua sigue siendo una deuda, sostenida a lo largo de casi tres gestiones de comisionados rurales: Enrique Robles (2003-2007) y Carlos Salazar (2007-2011 y 2011-2015), todos del PJ. Robles fue depuesto en 2007, cuando el gobernador José Alperovich dispuso la intervención de la comuna, a causa de las denuncias por presuntas contrataciones irregulares. En 2011, cuando Salazar fue reelegido, grupos presuntamente pertenecientes al peronismo quemaron urnas mientras amenazaban con armas de fuego a los votantes.

El peronismo transgénico

La primera soja transgénica fue autorizada en Argentina en 1996, de la mano del entonces secretario de Agricultura Felipe Solá, durante la segunda presidencia de Carlos Saúl Menem. La aprobación no estuvo exenta de irregularidades: el expediente administrativo estaba en inglés y nunca fue traducido al castellano; de los 136 folios que tenía el expediente, 108 pertenecían a Monsanto; y no se realizaron los análisis especificados por diversos organismos, según reflejó Horacio Verbitsky en un artículo de Página/12. Solá rubricó la autorización el 25 de marzo de 1996.

La periodista e investigadora francesa Marie-Monique Robinen su libro “El mundo según Monsanto”, reza en el capítulo dedicado al país: “si existe un país en el que la multinacional haya podido hacer todo lo que le viniera en gana sin el menor obstáculo, ese es Argentina”.

La llegada de la soja ya anunciaba la protección de los medios hegemónicos sobre los peligros médicos del glifosato. Según un artículo del periodista Manuel Alfieri, para Tiempo Argentino, otro de los impulsores de la soja transgénica y el glifosato fue el ingeniero Héctor Huergo. Huergo, pariente lejano de Ernestina Herrera de Noble, llegó a ser director del suplemento y del canal Rural del multimedios. Dirigió el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en 1994, designado por Solá. En ese momento, la esposa de Huergo era Silvia Mercado, agente de prensa de Solá.

El glifosato, empleado de manera masiva para soja y maíz transgénicos, funciona como un antibiótico: nada crece en el campo rociado por el herbicida, salvo las semillas de Monsanto. Es decir, alimentos transgénicos.

En Argentina, según el periodista Darío Aranda, se utiliza el agroquímico en más de 28 millones de hectáreas. En Tucumán, la superficie neta cultivada con soja y maíz fue estimada en 180.000 y 70.910 hectáreas, según una nota de la revista Producción Agroindustrial del NOA y a un informe de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres para la campaña 2012/2013. Su uso está permitido en cítricos, frutales de pepita (manzana, pera, membrillo), vid, yerba mate, girasol, pasturas, pinos y trigo.

El pasado 17 de abril, Día de la Lucha Campesina, el Gobierno publicó en el Boletín Oficial la aprobación de una nueva soja transgénica: soja DAS-444O6-6. La nueva cepa –autorizada por la resolución 98/2015- es de la multinacional Dow AgroSciences para el uso del agrotóxico 2-4D, más criticado que el glifosato para organizaciones campesinas –está prohibido en Dinamarca, Noruega y Sueccia- y el glufosinato de armonio. Según el dictamen, su uso y consumo no significa riesgos para la salud o el ambiente.

Fuente: Agencia de Prensa Alternativa

Temas: Agrotóxicos, Salud, Tierra, territorio y bienes comunes

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