Armando Bartra

Crisis ambiental, energética, financiera y alimentaria. Cuatro flagelos que anuncian, no el fin del mundo, sí el agotamiento de un modelo civilizatorio. Y los cuatro jinetes galopan a la par, de modo que la carestía universal se alimenta de cambio climático, petróleo escaso y especulación bursátil.

Cuando faltan Alimentos en la Mesa Global

La economía argentina vive un impetuoso proceso de agriculturización encabezado por la soya y favorecido por el gobierno pues, vía impuestos a las exportaciones, sostiene el pago de la deuda externa y el superávit fiscal. En consecuencia, durante los pasados 15 años desaparecieron unas 100 mil unidades agrícolas familiares y hoy casi 95 por ciento de la población vive en ciudades. Porque en éste, como en otros países del cono sur, se expanden vertiginosos monocultivos globalizados, una “agricultura extractiva” que desplaza a la ganadería, concentra la tierra, arrasa bosques, acaba con la producción familiar y despuebla los campos.

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Como resultado del tratado, nuestro campo fue arrasado y hoy importamos alrededor de 12 mil millones de dólares al año en bienes agroalimentarios; pero esto no es tan malo, pues la destrucción de la agricultura también dejo sin empleo a unos tres millones de trabajadores rurales, que junto con los urbanos desahuciados se incorporaron a las grandes corrientes del éxodo y ahora envían de regreso un flujo continuo de remeses que en 2004 fue de más de 16 mil millones de dólares. Así, con el dinero que envían los transterrados el país puede importar los alimentos que esos mismos transterrados han dejado de producir. Exportar agricultores e importar productos agrícolas, un negocio redondo

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