En las montañas de San Lorenzo, al sur de Colombia, una resistencia silenciosa se arraiga en la tierra. No son marchas ni protestas, sino manos que siembran, seleccionan y comparten semillas nativas como lo hicieron sus ancestros. Se llaman a sí mismos «guardianes de las semillas», y su misión es clara: proteger el patrimonio agrícola del país frente al avance de los cultivos transgénicos.