En Colombia, la tierra y hasta el mar han sido saqueados con corbata y toga. El campesino que ocupa un baldío para sobrevivir es tratado como invasor; el poderoso que se apodera de hectáreas enteras recibe el trato indulgente de las instituciones: “irregularidad”, “sin permiso”, “error notarial”. El lenguaje se vuelve cómplice de la impunidad.