Apenas 500 años después

Idioma Español
País México

"Porque nosotras las comunidades zapatistas hemos venido a escuchar y a aprender la historia que hay en cada habitación, en cada casa, en cada barrio, en cada comunidad, en cada lengua, en cada modo y en cada ni modos. Porque, después de tantos años, hemos aprendido que en cada disidencia, en cada rebeldía, en cada resistencia, hay un grito por la vida".

Hermanas, hermanos, hermanoas:

Compañeros, compañeras, compañeroas:

Por nuestras voces hablan las comunidades zapatistas.

Primero queremos agradecer.

Agradecer que nos hayan invitado.

Agradecer que nos hayan recibido.

Agradecer que nos hayan hospedado.

Agradecer que nos hayan alimentado.

Agradecer que nos hayan cuidado.

Pero sobre todo agradecerles que, a pesar de sus diferencias y contrariedades, se hayan puesto de acuerdo para esto que hoy hacemos. Que tal vez les parecerá poco a ustedes, pero para nosotros los pueblos zapatistas es muy grande.

Somos zapatistas de raíz maya.

Somos de una geografía llamada México y atravesamos el océano para decirles estas palabras, para estar con ustedes, para escucharles, para aprender de ustedes.

Somos de México y en ustedes y con ustedes encontramos cariño, cuidado, respeto.

El Estado Mexicano y sus gobiernos no nos reconocen como nacionales de esa geografía. Somos extraños, extranjeros, indeseables, inoportunos en los mismos suelos que fueron cultivados por nuestros antecesores.

Para el Estado Mexicano somos “extemporáneos”. Eso dice el acta de nacimiento que, después de muchos gastos y viajes de nuestros poblados a las oficinas del mal gobierno, logramos obtener. Y lo hicimos para poder llegar hasta ustedes.

Pero no hemos llegado hasta acá para quejarnos. Ni siquiera para denunciar al mal gobierno que padecemos.

Sólo les decimos esto, porque es ese mal gobierno el que le ha exigido al Estado Español que pida perdón por lo ocurrido hace 500 años.

Deben comprender que, además de ser un sinvergüenza, el mal gobierno de México es también ignorante de la historia. Y la tuerce y acomoda a su conveniencia.

Así que dejemos de lado a los malos gobiernos que cada quien padecemos en nuestras geografías.

Ellos son sólo capataces, empleados obedientes de un criminal mayor.

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Quienes formamos el Escuadrón Marítimo Zapatista, y que nos conocen como el Escuadrón 421, hoy estamos frente a ustedes, pero sólo somos el antecedente de un grupo más grande.  Hasta 501 delegados.  Y somos 501 sólo para demostrarles a los malos gobiernos que vamos delante de ellos.  Mientras ellos simulan un festejo falso de 500 años, nosotros, nosotras, nosotroas, vamos ya en lo que sigue: la vida.

En el año 501 habremos de recorrer los rincones de esta tierra insumisa.

Pero no se preocupen. No vendrán los 501 delegados y delegadas de un jalón.  Sino que por partes irán llegando.

Ahora mismo, en las montañas del Sureste Mexicano, se está preparando la compañía zapatista aerotransportada a la que llamamos “La Extemporánea” y que está formada por mujeres, hombres, niños y niñas zapatistas.

Con esta compañía aerotransportada viajará también una delegación del Congreso Nacional Indígena-Concejo Indígena de Gobierno y del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua.

Todas, todoas, todos han padecido para conseguir papeles y vacunas.  Se han enfermado y se han aliviado.  Han tenido hambre y han estado lejos de sus familias, sus comunidades, su tierra, su lengua, su cultura.

Pero todos, todas y todoas están animados y entusiasmados por llegar a encontrarles.  Pero no es en actos grandes, sino que en los lugares donde ustedes resisten, se rebelan, luchan.

Tal vez a alguien le parezca que nos interesan los grandes actos y el impacto mediático, y así valoren los éxitos y fracasos.

Pero nosotros hemos aprendido que las semillas se intercambian, se siembran y crecen en lo cotidiano, en el suelo propio, con los saberes de cada quien.

El mañana no se gesta en la luz.  Se cultiva, se cuida y se nace en las sombras inadvertidas de la madrugada, cuando la noche empieza apenas a ceder terreno.

Los terremotos que sacuden la historia de la humanidad empiezan con un “ya basta” aislado, casi imperceptible.  Una nota discordante a mitad del ruido.  Una grieta en el muro.

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Por eso es que no venimos a traer recetas, a imponer visiones y estrategias, a prometer futuros luminosos e instantáneos, plazas llenas, soluciones inmediatas.  Ni venimos a convocarles a uniones maravillosas.

Venimos a escucharles.

No será fácil, cierto.

Somos tan diferentes, tan distintos, tan lejanos, tan contrarios y, sobre todo, tan contradictorios.

Nos separan muchas cosas.

Tal vez, al hablar, queriéndolo o no, no sólo decimos nuestra historia, también demostramos la convicción de que lo nuestro es lo que vale, es la verdad.

Cada mirada al pasado nos divide.  Y no es de balde esa diferencia.  En cada mirada hay rabia y dolor que con legitimidad se asoman a lo anterior.

Es cierto que al mirar la historia pasada buscamos encontrar lo que queremos.  Sea rabias, rencores, condenas o absoluciones.  Aunque hay estudios serios y profundos, podemos buscar el que nos conviene, el que nos da la razón.  El que nos justifica.  Y lo hacemos “verdad”.

Así podemos juzgar y condenar.  Pero la justicia queda olvidada.

Y así podemos encontrar muchas cosas que nos dividen y confrontan.

Tenemos broncas en nuestra familia, en nuestro grupo, colectivo, organización.  En nuestro barrio.  En nuestra comarca.  En nuestra geografía.

Cada quien tiene un dolor que le marca.  Una rabia que le mueve.

Y esos dolores y esas rabias, que no son pocas, están ahí.

Y los pueblos zapatistas decimos que sólo una amenaza más grande, un dolor más terrible, una rabia mayor, es la que puede hacer que nos pongamos de acuerdo en dirigir esa rabia y ese dolor más arriba.

Pero no es que desaparezcan esas diferencias que tenemos, como en los falsos llamados a la “unidad” que suelen hacer los de arriba cuando los de abajo les piden cuentas.

No, de lo que hablamos las comunidades zapatistas es de una causa, de un motivo, de una meta: la vida.

No se trata de abandonar convicciones y luchas.  Al contrario.  Pensamos que las luchas de mujeres, de otroas, de trabajadores, de originarios, no sólo no deben detenerse, sino que debieran ser más profundas y radicales.  Cada quien enfrenta una o varias cabezas de la Hidra.

Porque todas esas luchas, de ustedes y de nosotros los pueblos zapatistas, son por la vida.

Pero mientras no destruyamos al monstruo en su corazón, esas cabezas seguirán brotando y cambiando de forma pero con mayor crueldad.

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Ahora, en estos tiempos, miramos y sufrimos una destrucción gigantesca; la de la naturaleza, con la humanidad incluida.

Porque bajo los escombros, las cenizas, el lodo, las aguas sucias, las pandemias, la explotación, el desprecio, el despojo, el crimen, el racismo y la intolerancia, hay seres humanos sin vida.  Y cada vida es una historia que se convierte en un número, una estadística, un olvido.

El futuro, la historia por venir, es, como el presente, una pesadilla real.  Y, cuando pensamos que no puede ser peor, viene la realidad a golpearnos en el rostro.

Y entonces cada quien ve por sí mismo y, en el mejor de los casos, por sus cercanos: su familia, sus amistades, sus personas conocidas.

Pero, así como en cada rincón del planeta, en cada corazón que late, hay una desgracia presente y una por llegar, hay también una resistencia, una rebeldía, una lucha por la vida.

Porque vivir no es sólo no morir, no es sobrevivir.  Vivir como seres humanos es vivir con libertad.  Vivir es arte, es ciencia, es alegría, es baile, es lucha.

Y claro, vivir también es estar en desacuerdo con una u otra cosa, discutir, debatir, confrontar.

Entonces hay alguien o algo que nos impide vivir, que nos arrebata la libertad, que nos engaña, que nos estafa, que nos acorrala, que nos va quitando el mundo de cada quien a mordiscos, a tajos, a heridas.

Ahí podemos elegir al responsable.  Buscar un culpable.  Confrontarlo y hacer justicia.  Alguien o algo que pague, que responda por ese dolor que nos deja solos, solas, soloas.  Que nos arrincona en una isla cada vez más pequeña, tan diminuta que sólo queda el yo de cada quien.

Y aún ahí, en la pequeña isla, lejana de todo y de todos, nos obligan a ser otra cosa, a no ser lo que somos.  Nuestra historia individual que tiene su parte de historia colectiva: una habitación, una casa, un barrio, una comunidad, una geografía, una causa que debe ser cambiada y traicionada para ser parte de otra cosa.

Una mujer que sea del agrado del hombre.  Unoa otroa que sea aceptada por lo hetero.  Una juventud a la satisfacción de la madurez.  Una vejez tolerada por la juventud.  Una niñez en disputa por jóvenes, adultos, ancianos.  Una fuerza de trabajo eficiente y dócil para el capataz.  Un capataz al gusto del Mandón.

Y esa presión para transformarse en lo que no somos tiene el modo de la violencia.

Y es estructural.  Todo el sistema está construido para imponer el molde de la normalidad.

Si somos mujeres, debemos serlo según el molde de los varones.

Si somos otroas, debemos serlo según el molde de lo heterosexual.

Por ejemplo, ya ven que hasta hay clínicas para “corregir” la diferencia sexual.

Bueno, pues el sistema es una gigantesca y brutal clínica que “cura” la “anormalidad”.  Una máquina que ataca, aísla y liquida lo otro, lo diferente.

Entonces pues así nos traen, día y noche, queriéndonos domar, buscando domesticarnos.

Y nosotros, pues resistiendo.  Toda la vida y generaciones completas resistiendo, rebelándose.  Diciendo “no” a la imposición.  Gritando “sí” a la vida.

No es nuevo, es cierto. Podríamos remontarnos 5 siglos atrás y la misma historia.

Y lo ridículo de todo eso es que, quienes nos oprimen ahora, pretenden tomar el papel de nuestros “libertadores”.

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Sin embargo, algo es diferente.  Y es que el dolor de la tierra, de la naturaleza, también se ha unido al nuestro.

Y aquí podemos estar o no de acuerdo.  Podemos decir que no es cierto, que las pandemias se terminarán, que las catástrofes cesarán, que el mundo, que nuestra vida en el mundo, volverá a ser como antes.  Aún cuando ese “antes” era y es de dolor, destrucción e injusticia.

Nosotros, los pueblos zapatistas, pensamos que no.  Que no sólo no volverá a ser como antes.  Que se va a poner peor.

Nosotras las comunidades zapatistas nombramos al responsable de estos males y le llamamos “capitalismo”.

Y también decimos que sólo con la destrucción total de ese sistema será posible que cada quien, según su modo, su calendario y su geografía, habrá de levantar otra cosa.

No perfecta, pero sí mejor.

Y a eso que se construya, a esas nuevas relaciones entre los seres humanos y entre la humanidad y la naturaleza, se le pondrá el nombre que a cada quien le dé la gana.

Y sabemos que no será fácil.  Que no lo es ya.

Y sabemos bien que no podremos solos, cada quien en su parcela combatiendo contra la cabeza de la hidra que le toca padecer, mientras el corazón del monstruo se rehace y crece todavía más.

Y sobre todo sabemos que no habremos de mirar ese mañana en el que, al fin, la bestia arda y se consuma hasta que de ella sólo quede un mal recuerdo.

Pero también sabemos que haremos nuestra parte, aunque sea pequeña, aunque la olviden las generaciones venideras.

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Como comunidades zapatistas que somos, vemos señales.

Pero tal vez estamos equivocados como pueblos que somos.

Ya ven que dicen que somos ignorantes, retrasados, conservadores, opositores al progreso, pre-modernos, bárbaros, incivilizados, inoportunos e inconvenientes.

Tal vez es así.

Tal vez estamos atrasados porque como mujeres que somos o como otroas, podemos salir a pasear sin temor de que nos ataquen, nos violen, nos descuarticen, nos desaparezcan.

Tal vez estamos en contra del progreso porque nos oponemos a los megaproyectos que destruyen la naturaleza y nos destruyen como pueblos, y que heredan muerte para las generaciones que siguen.

Tal vez estamos en contra de la modernidad porque nos oponemos a un tren, una carretera, una presa, una termoeléctrica, un centro comercial, un aeropuerto, una mina, un depósito de material tóxico, la destrucción de un bosque, la contaminación de ríos y lagunas, el culto a los combustibles fósiles.

Tal vez somos atrasados porque honramos a la tierra en lugar de al dinero.

Tal vez somos bárbaros porque cultivamos nuestros alimentos.  Porque trabajamos para vivir y no para ganar paga.

Tal vez somos inoportunos e inconvenientes porque nos gobernamos a nosotros mismos como pueblos que somos.  Porque consideramos el trabajo de gobierno como un trabajo más de los comunitarios que habremos de cumplir.

Tal vez somos rebeldes porque no nos vendemos, porque no nos rendimos, porque no claudicamos.

Tal vez somos todo eso que dicen de nosotros.

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Pero algo miramos, algo escuchamos, algo sabemos que está pasando y que va a pasar.

Y por eso estamos en este viaje.  Porque pensamos y sabemos que no somos los únicos que luchamos, que no somos los únicos que vemos lo que está pasando y lo que va a pasar.

Nuestro rincón del mundo es una pequeña geografía de lucha por la vida.

Estamos buscando otros rincones y queremos aprender de ellos.

 Por eso llegamos hasta acá, no a traerles reproches, injurias, reclamos, cobros por deudas impagadas.

Aunque eso esté de moda y aunque cualquiera diría que sí, que tenemos razón en esos reclamos o que no sabemos lo que debemos hacer y ellos, los malos gobiernos, lo harán por nosotros.

Y que esté de moda que esos malos gobiernos se escondan detrás de nacionalismos de cartón.

Y que, bajo la bandera del nacionalismo, nos cubramos nosotros y se cubra también quien nos oprime, quien nos persigue, quien nos asesina, quien nos divide y nos confronta.

No. No venimos a eso.

Detrás de los nacionalismos se esconden no sólo las diferencias, también y sobre todo los crímenes.  Bajo un mismo nacionalismo se cobijan el macho violento y la mujer agredida, la intolerancia heterosexual y la otredad perseguida, la civilización depredadora y el pueblo originario aniquilado, el capital explotador y los trabajadores subyugados, los ricos y los pobres.

Las banderas nacionales ocultan más de lo que muestran, mucho más.

Porque pensamos eso, es que nuestro empeño por la vida es mundial.  No reconoce fronteras, lenguas, colores, razas, ideologías, religiones, sexos, edades, tamaños, banderas.

Por eso la nuestra, es una Travesía por la Vida.

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Ésta es de las pocas veces que haremos uso de la palabra en un acto donde unos pocos hablan y muchos escuchan.

Y lo aprovechamos para hacerles una petición respetuosa.

Cuéntenos su historia.  No importa si es grande o pequeña.

Cuéntenos su historia de resistencia, de rebeldía.  Sus dolores, sus rabias, sus “no” y sus “sí”.

Porque nosotras las comunidades zapatistas hemos venido a escuchar y a aprender la historia que hay en cada habitación, en cada casa, en cada barrio, en cada comunidad, en cada lengua, en cada modo y en cada ni modos.

Porque, después de tantos años, hemos aprendido que en cada disidencia, en cada rebeldía, en cada resistencia, hay un grito por la vida.

Y, según nosotros los pueblos zapatistas, de eso se trata todo: de la vida.

Y, cuando un día cualquiera, alguien les pregunte “¿a que vinieron los zapatistas?”, juntos podremos responder, sin pena para ustedes y sin vergüenza para nosotras, “vinieron a aprender”.

500 años después, las comunidades zapatistas vinieron a escucharnos.

Desde Madrid, en la geografía que llaman España, y en estos suelos y bajo estos cielos renombrados como
SLUMIL K´AJXEMK´OP, o “tierra insumisa”.

A nombre de las comunidades zapatistas.

El Escuadrón Marítimo Zapatista, llamado “Escuadrón 421”.

Planeta Tierra. 13 de agosto, apenas 500 años después.

Fuente: Enlace Zapatista

Temas: Defensa de los derechos de los pueblos y comunidades, Megaproyectos, Tierra, territorio y bienes comunes

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