Del chocolate fundido y el sistema de patentes, por Alejandro Nadal

Las grandes empresas de la industria farmacéutica y biotecnológica mantienen un costoso cabildeo para fortalecer el sistema de patentes. Las razones son claras: las patentes les permiten segmentar mercados y extender las rentas de monopolio para mantener altos márgenes de rentabilidad

Pero como esas razones no van bien con sus campañas de relaciones públicas, prefieren difundir el mito de que las patentes son el incentivo que impulsa la investigación científica y el desarrollo tecnológico (IDE). Sin patentes, dicen hasta el fastidio, las compañías no invertirían en investigación científica. Pero esa historia es el mejor invento de la industria biotecnológica; lástima que no puedan patentarlo.

Desde 1982, la práctica de los tribunales de Estados Unidos siguió la dirección de fortalecer los derechos de los dueños de patentes. En especial, se abrió muchísimo el abanico de lo que podía ser patentado. Para cuando se iniciaron las negociaciones comerciales de la ronda Uruguay el sistema de patentes en los países industrializados ya había sido remozado y fortalecido de manera exagerada. Y en un acto de poder extraordinario, los países industrializados forzaron la inclusión del tema de propiedad industrial en la agenda de las negociaciones comerciales.

Durante los pasados 20 años la obtención de patentes de las empresas de los países ricos ha experimentado un crecimiento asombroso. Pero esa actividad no es el incentivo para invertir en IDE. Numerosos estudios econométricos en Estados Unidos y Europa muestran que no hay una relación estrecha entre patentes y gasto en IDE. En 2002 el NBER (Oficina Nacional de Investigación Económica) dio a conocer una investigación que cubrió mil 478 laboratorios de empresas en Estados Unidos. El estudio revela que en los recientes 40 años las patentes no fueron el factor central de protección para la industria estadunidense y que el fortalecimiento de las patentes no es indispensable para mantener un ritmo de innovaciones saludable. El NBER está por encima de toda sospecha de estar sesgado en contra del sistema de propiedad industrial. Por eso su conclusión sorprende: es dudoso que el sistema de patentes sea el estímulo que necesitan las empresas para innovar.

Entonces, ¿por qué solicitan y obtienen patentes las empresas? El estudio del NBER revela que 82 por ciento de las patentes de producto se solicitaron para erigir un cinturón protector alrededor de las patentes medulares; 60 por ciento se obtuvieron para prevenir litigios judiciales, y 48 por ciento simplemente para usarlas en negociaciones sobre fusiones y adquisiciones, o para obtener acceso a la tecnología de competidores. Un altísimo porcentaje de estas patentes no es llevado nunca a la etapa de explotación económica (producción). En cambio, sí son usadas para bloquear a los competidores, establecer barreras a la entrada de mercados selectos y mantener estructuras oligopólicas en la industria. La historia económica nos proporciona más elementos para evaluar al sistema de patentes con mayor rigor. En 1971, Eric Schiff publicó su estudio clásico Industrialización sin patentes nacionales y mostró cómo algunos de los principales grupos corporativos en Europa nacieron precisamente en economías en las que no existía un sistema de patentes. En 1859 una pequeña empresa de Basilea copió el proceso de teñido a base de anilina que había sido patentado en Inglaterra dos años antes. Esa empresa se llamaba Ciba y en un par de décadas se convirtió en un gigante que posteriormente (en 1998) integró el grupo Novartis, se fusionó con Zeneca y ahora forma el megagigante Syngenta.

Suiza también generó innovaciones propias bajo el régimen de cero patentes que fueron la base de gigantescas empresas de talla mundial. En 1879 Rudolf Lindt inventó el fondant de chocolate, tan suave que se fundía en el paladar, y creó un emporio industrial. En 1886, Julius Maggi salió al mercado con la sopa en polvo, y poco después lanzó los cubos de caldo de res, ¡el invento que la humanidad había esperado durante siglos! El caso más importante es el de un oscuro empresario llamado Henri Nestlé, que desarrolló un cereal para niños en 1865. Hoy todos esos inventos habrían sido bloqueados por los mismos grupos corporativos que nacieron de esas aventuras.
En 1890 un fabricante llamado Gerhard Philips emprendió la fabricación a escala industrial de las lámparas incandescentes desarrolladas por Thomas Alva Edison en Menlo Park.

Anteriormente, en 1870, dos pequeñas empresas copiaron una receta patentada en Francia para producir una cosa llamada margarina; de esa asociación pirata nació Unilever, gigante del lobby europeo que hoy es campeón de la lucha para fortalecer el sistema mundial de patentes.

En nuestro país el sistema de patentes no responde a las necesidades de una política industrial activa. De hecho, se utiliza en contra de cualquier inventor o empresario que pudiera emular a los señores Nestlé, Maggi o Philips. ¡Ay, no! Necesitamos las patentes para promover la innovación y el crecimiento económico.

Fuente: La Jornada, México

Comentarios

14/07/2008
patentes, por jairo
eres increible!!