Editorial #106 - Biodiversidad, sustento y culturas

"En su ser comunitario tradicional, el pueblo ecuatoriano va buscando mantener el nudo de sus saberes y certezas cuando el vendaval cambiante quiere borrarlo todo, y afanoso intentará siempre transformar la realidad que, recalcitrante, quiera hacerse inamovible, impermeable, muda, sorda y ciega. Y surge entonces lo más a flor de piel, su experiencia reciente en los levantamientos populares de octubre, y la saga de la gente que estuvo ahí para cuidar a la gente, para curarla y salvarla (y que curiosamente es la misma que hoy se la juega atendiendo a las victimas de una pandemia integral como ésta)".

- Foto de Iván Castaneira.

Al pueblo de Chile, en esta hora de definiciones

Poco a poco vamos entendiendo que podremos reactivar nuestras posibilidades creativas comunes en la situación de crisis generalizada en la que nos metió la pandemia del Covid-19, sólo si entendemos plenamente las condiciones que nos metieron en esta situación. Se dice fácil, pero son muchos los momentos, los procesos, las estructuras que se han ido imponiendo, con engaños y por la fuerza, a un sin fin de poblaciones por todo el planeta.

Pero comenzar a prestar atención a nuestras propias condiciones, comenzar a entenderlas y buscarles sentido, a recuperar nuestra experiencia acumulada común, eso que la gente llama la historia, individual, colectiva, local, regional y como país, son elementos fundamentales para construir un futuro que contenga otras posibilidades de respeto, justicia, equidad y alegría compartida.

En este número, Biodiversidad, sustento y culturas abre su atención plena a lo que la gente que habita Ecuador pueda decir de sí misma y de su condición. De las interrogantes, las incertidumbres y los agravios que le muerden el alma, y de las certezas y logros que ha acumulado. En este número Ecuador dibuja un autorretrato del pueblo en lucha que lo configura y reconfigura para alojar las tradiciones ancestrales y los vuelcos del futuro.

Ahí la gente sabe bien que no todo lo que permanece es bueno ni útil, ni todo lo que se transforma necesariamente nos mejorará. Pero en su ser comunitario tradicional, el pueblo ecuatoriano va buscando mantener el nudo de sus saberes y certezas cuando el vendaval cambiante quiere borrarlo todo, y afanoso intentará siempre transformar la realidad que, recalcitrante, quiera hacerse inamovible, impermeable, muda, sorda y ciega.

Y surge entonces lo más a flor de piel, su experiencia reciente en los levantamientos populares de octubre, y la saga de la gente que estuvo ahí para cuidar a la gente, para curarla y salvarla (y que curiosamente es la misma que hoy se la juega atendiendo a las victimas de una pandemia integral como ésta).

Desfila el recuento de lo que el Estado ecuatoriano ha hecho —y lo que no ha siquiera sentido el pudor de hacer— en esta pandemia que desnuda el cuerpo hediondo de la irresponsabilidad asesina hacia la población que tendría que ser el centro de la preocupación gubernamental.

Crecen las certezas de cómo dicho gobierno aprovechó el encierro del Covid-19 para llevar adelante sus políticas extractivistas sin miramientos, abriendo más la minería que de por sí ya tenía una cauda de agravios, represiones, asesinatos y desapariciones. Sigue adelante buscando emprender megaproyectos para capturar el agua, y trasvasarla, acapararla y contaminarla a partir de la construcción de megaproyectos hidroeléctricos, de represas y de desvío de cauces.

Surge también la saga del Yasuní, emblema de la resistencia y de lo que ha sido el engaño del gobierno de Correa, eternizado ahora con Moreno, acerca de no tocar las reservas de crudo de un ámbito que se había dicho que sería intocable, como sus pueblos, con todo el derecho a no ser contactados. Ecuador, con sus jóvenes implicados en la defensa del Yasuní, demuestra la valentía y la lucidez justiciera para reivindicar sus riquezas materiales y espirituales: su espíritu es el mismo que el de Latinoamérica movilizada.

Es también el momento de entender que la gente tiene posibilidades de construir alternativas reales y que muchas de ellas pasan por construir una agroecología de base campesina que permita ir avanzando hacia resolver su propia alimentación, es decir hacia lograr una soberanía alimentaria en la que produzcan para sí.

Surge entonces la memoria de los treinta años transcurridos desde los legendarios levantamientos indígenas que inauguraron la movilización continental que transformó nuestra América en Abya Yala, en ese universo de pueblos, lenguas y saberes, proyectos de resistencia y defensa de sus territorios, sus ámbitos comunes y sus seres materiales e inmateriales. Y la experiencia contrasta con el abandono criminal de la ciudad de Guayaquil, la más “próspera” y más desigual del continente, y cómo la gente resistió haciendo gala de sus redes subterráneas de mutualidad y entereza común.

Se revisan los embates que el agronegocio emprende para arrebatarle al campesinado independiente sus propias fuentes de subsistencia y le impide resolver por medios propios lo que más le importa con tal de mantener un control férreo de la producción y la subsunción del consumo. Por eso, pese a sus normas sanitarias, y su cierre de mercados locales cuando las grandes cadenas de supermercados se mantienen abiertas y presumen de sanidad, es importante volver a resonar con lo que hace la gente común desde sus localidades.

Aflora también la siempre presente lucha contra los transgénicos y, en un breve retrato, se actualiza la situación de este conflicto. También la resistencia contra las granjas industriales que pueden ser de cerdos o pollos y reses, pero que en Ecuador son también las camaroneras de infame historia.

La saga de Valdivia, comuna ancestral amenazada, una de las cunas más antiguas de las culturas que florecieron en el actual Ecuador y que se extendió por todo el norte de América del Sur, Centroamérica y México. Cómo, pese a ser una comuna de pesquera y campesina de bosque seco y sus tradicionales sistemas de agua, las albarradas, siguen amenazándola y las grandes compañías intentan privatizar su territorio.

El portafolio continúa con una historia diferente de las islas Galápagos, de ser la adoración de quienes creen que el turismo es solamente cuestión de destinos divertidos y excitantes, el relato aquí muestra el atropello hacia el medio ambiente, la mega-diversa población animal y vegetal, pero también la despojada (e invisibilizada) población humana que ha sufrido el embate de un menosprecio con tal de convertir el archipiélago en un destino científico, ambientalista y conservacionista a contrapelo de las posibilidades reales de sustentabilidad integral de la vida en el archipiélago.

El autorretrato culmina con una entrevista a Patricia Túqueres, del Colectivo Saramanta Warmikuna, que nos habla de la entereza y la articulación de mujeres defensoras, sanadoras, creadoras y poderosas quienes actualmente están en la vanguardia de la sanación en sus comunidades enfrentando al Covid-19 en la primera línea del cuidado.

En el fondo, lo que subyace en este autorretrato tejido entre tantas voces, experiencias y testimonios, argumentos y visiones, es la de un país en lucha, con visiones de futuro, con una imaginación colectiva, claros intentos de autogestión, redes de cuidado invisibles que recorren por muchas regiones, y una comunalidad vibrante que hace eco de su pasado andino, amazónico, montubio, afro, mestizo, sea rural o urbano, que sigue tejiendo para transformar su realidad y encarnar su futuro propio. 

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Fuente: Biodiversidad, sustento y culturas #106

Temas: Defensa de los derechos de los pueblos y comunidades

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