Hombres de maíz, por GRAIN

"A continuación entraron en pláticas acerca de la creación y la formación de nuestra primera madre y padre. De maíz amarillo y de maíz blanco se hizo su carne; de masa de maíz se hicieron los brazos y las piernas del hombre.
Únicamente masa de maíz entró en la carne de nuestros padres, los cuatro hombres que fueron creados". Fragmento del Popol Vuh

El maíz está genéticamente contaminado en su centro de origen. A pesar de todas las manipulaciones, negativas, evasivas, falsedades seudo científicas, mentiras a medias, eufemismos, justificaciones penosas e intentos de acallarlo, el maíz está genéticamente contaminado en su centro de origen.

La contaminación no es producto de la casualidad, sino de una estrategia pensada y conciente que sólo requirió algo de tiempo para mostrar sus efectos. Es un hecho innegable que inevitablemente el cauce natural de toda semilla es diseminarse. Es eso lo que la hace semilla. Es un hecho igualmente innegable que el maíz se cruza abiertamente. Si no lo supieran los servicios de extensión técnica, los centros de investigación y los genetistas, pregúntesele a cualquier campesino para enterarse de ello. Sitúese una variedad de maíz genéticamente modificada en una zona campesina con alta diversidad y alta intensidad de cultivo de maíz, y sólo será cuestión de tiempo para que la nueva variedad sea adoptada como una más, y la contaminación haya tomado rumbos variados e insospechados. Por supuesto, téngase inicialmente cuidado de no indicar que la semilla introducida es transgénica, para que los mecanismos de defensa y elección no puedan funcionar hasta que sea demasiado tarde. Y para cubrirse de cualquier acusación, téngase la desvergüenza de asegurar que la semilla transgénica no era semilla, sino sólo grano. Después, cuando la contaminación se detecte y cause indignación, trate de negarla. Si no es posible, cúlpese a los campesinos de la zona por haber actuado como todo campesino sabe actuar: incorporando y probando las semillas que tiene a disposición

La pregunta de por qué causar contaminación a propósito ha ido teniendo respuesta especialmente en las reacciones de diversas autoridades científicas. Hemos escuchado las aseveraciones más increíblemente antojadizas al respecto, y no tiene sentido citarlas aquí. Pero poco a poco todas ellas parecen apuntar a que ya que la contaminación genética está aquí para supuestamente quedarse, a los mexicanos no les queda más que resignarse y aceptar la vida (contaminada) tal cual es. Pero el mensaje no va dirigido sólo a México, sino a todos quienes resisten la transgenia. Si el centro de origen ya está contaminado, ¿por qué no contaminar el resto? Si el maíz ya está contaminado, ¿por qué no contaminar el resto de los cultivos?

El hecho nos afecta a todos. En primer lugar, afecta a los muchos pueblos mexicanos y mesoamericanos para quienes el maíz es base del sustento, elemento central de la economía, y parte esencial de su relación con lo sagrado. Afecta a todos los pueblos latinoamericanos que adoptaron, cuidaron y dieron forma a sus propias variedades, muchos de ellos llegando a comprender igualmente que el maíz es parte de lo sagrado. Afecta igualmente a muchos pueblos africanos y asiáticos que hicieron exactamente lo mismo, sólo que siglos después. De hecho, afecta a todos aquellos que aún cultivan con cuidado y cariño, porque si el maíz fue contaminado a propósito, con certeza se hará con los demás cultivos. Pero finalmente nos afecta a todos porque somos testigos del inicio de un proceso cuyas consecuencias ni siquiera podemos imaginar. Como humanidad, estamos viendo cómo un grupo muy pequeño de personas, movidos por la arrogancia o la fuerza del dinero, y apoyados por distintas formas de poder, están jugando a ser dioses sin avergonzarse por ello.

Si algo de decencia hay en los científicos y directivos de las empresas de biotecnología, en las autoridades de la FAO, del Convenio de Biodiversidad, del CIMMYT y de varios otros centros de investigación, así como en un número grande de autoridades gubernamentales, lo que debieran estar haciendo con mayor intensidad en este momento es sentir vergüenza. Vergüenza por hacer lo que están haciendo o por haber dejado de hacer lo que debieron hacer para evitar el desastre. Y la vergüenza debiera ser profunda e insoslayable.

Pero esta vez no queremos hablar de la vergüenza. Queremos hablar de las formas en que quizás podamos contribuir a reparar el daño hecho.

La situación que vive actualmente el maíz es el resultado de un largo proceso de agresiones no sólo contra el maíz mismo, sino contra todos los mecanismos y procesos sociales que lo hicieron posible, y especialmente contra los pueblos que lo crearon, lo cuidaron y lo han mantenido vivo durante tantos siglos. Tales agresiones incluyeron el desconocer todo el rico y sofisticado conocimiento que sustenta los maíces locales, el imponer formas de cultivo y consumo hipersimplificadas, el destruir los sistemas locales de mantención, mejoramiento y distribución de las semillas y, por sobre todo, el destruir su carácter sagrado y procreador.

El proceso de contaminación genética, por lo tanto, es sólo una señal _quizás la más alarmante- de un conjunto de agresiones que continúan y que pueden terminar con la riqueza y significado de una de las plantas cultivadas más importantes y más sofisticadas del mundo.

Una primera contribución que quizás podamos hacer es preguntarnos qué es necesario hacer para defender al maíz en su integridad, y no sólo contra la contaminación genética. Y la única respuesta honesta que podemos darnos es: apoyar la restauración de aquellos sistemas, procesos y dinámicas que crearon el maíz y lo mantuvieron creciendo durante tantos siglos. Ninguno de esos procesos es posible sin la permanencia de los pueblos indígenas y campesinos que los pusieron en marcha.

En qué consisten los sistemas antes mencionados, no es atribución nuestra decirlo. Es privilegio de los pueblos indígenas y campesinos de México y América Central explicitar qué los hace pueblos y culturas vivientes. Nuestro papel en este momento es apoyar y solidarizar con las luchas, construcciones y esfuerzos que están llevando a cabo para ser, vivir y mantenerse como tales. La solidaridad pasa por tomar conciencia que todos esos pueblos están bajo procesos de agresión económica, social, cultural y militar de proporciones, y cooperar con las formas de reacción que tales agresiones ameritan. Durante los 80 las ONGs del mundo nos caracterizamos por denunciar las situaciones de injusticia, inequidad y falta de libertades que se enfrentaban en distintas partes del mundo. Lo que hoy ocurre con el maíz y los pueblos que buscan defenderlo nos recuerda dolorosamente que las situaciones que antes denunciábamos aún no se superan, y que en muchos casos más bien parecen haber empeorado.

Sin embargo, las agresiones son también de tipo "técnico", y allí quizás podamos hacer nuestra segunda contribución. Una y otra vez, las ONGs también nos hemos caracterizado por demostrar que la tecnología carece absolutamente de la supuesta neutralidad con la que normalmente se intenta disfrazarla. Toda tecnología refleja la ideología, las visiones de mundo y finalmente los intereses de quienes le dan forma y buscan diseminarla. Si tales elementos se reflejan en la tecnología de manera premeditada o inadvertida es un elemento secundario. Por ello hemos apoyado de las más diversas formas procesos que permitan incorporar fuentes de tecnología diseñadas para generar autonomía y reforzar las capacidades locales.

Pero quizás nos hemos quedado cortos en derivar todas las consecuencias de lo antes dicho. Diversas organizaciones dieron un paso importante recientemente en Filipinas, al explicitar frente al motor de la investigación internacional: el cambio necesario no está sólo en hacer una investigación distinta, sino en cambiar la investigación de manos, a las manos de quienes crearon, crean y mantienen los fundamentos de toda la verdadera riqueza agrícola que nutre al mundo. Y esa conclusión es igualmente válida en lo relacionado al maíz.

La descontaminación del maíz, la restauración de su carácter sagrado y de las relaciones de respeto y agradecimiento profundo que por él se debe tener no podrá ser obra de científico ni centro de investigación alguno, sino obra de los pueblos que aún lo cultivan con cariño. Probablemente en los meses o años por venir _en la medida que la contaminación no pueda seguir negándose- veremos ofrecimientos bien o mal intencionados, respetables o desvergonzados, de descontaminar el maíz a través de esfuerzos científicos de envergadura. No sería sorprendente ver a distintos centros de investigación, incluido el CIMMYT, ofreciendo descontaminar. Y al hacerlo probablemente se erigirán como los únicos capaces de hacerlo, o al menos de dirigir la descontaminación. Dirán que sólo ellos pueden producir semilla no contaminada y que a lo más lo que los campesinos pueden hacer es reproducir la semilla que ellos entreguen. Dirán que aquellas comunidades cuyo maíz ha sufrido contaminación deben quemar su semilla, o que deben entregarla a los centros de investigación para que allí se descontamine. Dirán posiblemente que, de manera lamentable, no se puede descontaminar cada población contaminada, y que por tanto habrá que resignarse con descontaminar una población "representativa" por variedad, la que habrá que distribuir a lo largo y ancho. Y muy posiblemente después dirán que, de manera aún más lamentable, es imposible descontaminar todas las innumerables variedades locales ya contaminadas, y que ahora la resignación consistirá en aceptar que tales variedades se pierdan _posiblemente de manera obligatoria- para evitar la re-contaminación.

O quizás digan algo distinto. Pero digan lo que digan o hagan lo que hagan los centros de investigación, si lo hacen pensando que son ellos los que pueden definir, diseñar, dirigir o implementar los esfuerzos de descontaminación, están irremediablemente destinados a cometer errores que pueden ser tanto o más dañinos que la contaminación misma. La riqueza y diversidad del maíz es producto inseparable y absolutamente dependiente de la riqueza y diversidad humana. Son miles las variedades existentes y, si una variedad existe, es porque es importante por algo, para alguien, para algo, y para el maíz en su conjunto. Ello se aplica incluso a aquellas variedades que puedan actualmente aparecer como marginales o insignificantes. Todas son parte del mismo tejido y la pérdida de cualquiera de ellas es una pérdida de lo sagrado. Por lo mismo, el maíz jamás puede quedar en manos de un grupo, no importa cuán escogido o comprometido sea éste. El carácter colectivo de la crianza del maíz es lo que ha mantenido su riqueza. Lo que algunos no pudieron conservar, otros sí conservaron. Lo que algunos hicieron mal, otros lograron hacerlo bien, manteniendo la riqueza. Lo que algunos no probaron, otros sí lo hicieron, agregándole un nuevo atributo, o adaptándolo a nuevas condiciones, para continuar creando la plétora de variedades que hasta hoy nos asombran.

Pero la riqueza no se detiene en la cantidad de variedades. Cada persona, familia o comunidad por la que pasa una variedad le agrega o transforma algo. Las variedades locales, por lo tanto, no son un conjunto de poblaciones iguales las una a las otras, sino conjuntos de poblaciones suficientemente cercanas como para reconocerse similares, pero también lo suficientemente ricas en diversidad como para impedir que exista una muestra efectivamente "representativa". Son además poblaciones en continua evolución, como corresponde a todo ser vivo. Es este hecho el que permite que cada año los buenos cultivadores de maíz renueven la semilla de sus variedades intercambiando con algún otro campesino de zonas cercanas o no tan cercanas. Si las variedades locales fuesen lo que los centros de investigación dicen que son, la renovación de la semilla sería imposible, y el maíz sería muchísimo más pobre y frágil de lo que hoy vemos.

Ningún centro de investigación, ni siquiera el conjunto de los centros de investigación, podrá hacerse cargo de tal diversidad, incluso si viéramos en ellos una actitud de compromiso genuino con el maíz y lo que él representa. Ello porque ninguna estrategia con un centro de acción y decisión o unos pocos centros de acción y decisión puede hacerse cargo de tal complejidad y riqueza. Es sólo la acción de colectivos humanos igualmente complejos, ricos y diversos, trabajando en ambientes de todo tipo, en condiciones de tomar decisiones de manera descentralizada y diversa, de aplicar estrategias y herramientas diversas, de buscar objetivos diversos e incluso divergentes, lo que finalmente permitirá mantener, restaurar e incluso fortalecer la riqueza y diversidad que caracteriza al maíz.

Pero incluso si pensáramos que, producto de algún esfuerzo realmente mayúsculo, los centros de investigación fuesen capaces de respetar y mantener la diversidad biológica del maíz, su integridad no estaría a salvo. Cada variedad de maíz refleja una conversación entre cultivadores y cultivo. Es una conversación que los más sabios llevan a cabo con gran cuidado y cariño, porque saben que el maíz no sólo da sustento y autonomía, sino que es él quién enseña a cuidarlo y mantenerlo. Por ello, el conocimiento acerca del maíz está asociado a la experiencia misma de mantenerlo, es colectivo y eternamente cambiante, porque las conversaciones se comparten y nunca se repiten. Cuando la semilla se pone en manos de unos pocos, la comunicación y el aprendizaje también queda en manos de esos pocos. Los sistemas de aprendizaje se deterioran, el cuidado del cultivo se deteriora, y los procesos de dependencia se profundizan y eternizan. La autonomía, esencial para la sobrevivencia, sólo se mantiene en la medida que se ejerce.

En resumen, una vez más será tarea de los pueblos indígenas y campesinos convertirse en custodios, restauradores y generadores de la integridad del maíz. No es posible ver otras alternativas realmente efectivas. Es una tarea mayúscula, pesada y exigente. Y decir esto sabiendo que tales pueblos ya están sometidos a presiones extremas, incluso situaciones de agresión militar y luchando por su supervivencia física, puede aparecer como profundamente ofensivo e irrespetuoso. Lo sería si, en primer término, no hubiera se ñales que muchas comunidades indígenas y campesinas ya están buscando formas de enfrentar el problema de manera autónoma. Y lo será si, en segundo término, no hacemos presión desde donde podamos por que se den el conjunto de las condiciones necesarias para resguardar el maíz.

Como ya dijimos anteriormente, el maíz no sobrevivirá si no sobreviven los pueblos que lo cuidan y/o le dieron origen. Y son al menos tres condiciones las que esos pueblos necesitan y vienen exigiendo a través de diversas luchas. La primera es el término de las condiciones de guerra abierta o encubierta a la que están siendo sometidos de manera creciente y cada vez más aguda. La segunda es el acceso a un conjunto de recursos y garantías que les permitan decidir qué hacer y cómo hacer para lograr su continuidad como pueblos, sin tener que batallar contra el empobrecimiento acelerado, el desmembramiento físico que significa la migración desatada por la pobreza y la falta de perspectivas, o el desmembramiento territorial que significan las invasiones del gran capital o de grandes obras de infraestructura. La tercera es el respeto y apoyo a sus procesos de autonomía, lo que en el caso específico del maíz significa, entre otras cosas, reconocer y poner a la cabeza de todo el proceso las formas de conocimiento y construcción de conocimiento que han desarrollado como pueblos a lo largo de la historia. Ello significa invertir los papeles clásicos de la investigación agrícola y en recursos genéticos: los especialistas han de ser indígenas y campesinos, los actuales técnicos (partiendo por los equipos técnicos de las ONGSs), científicos y centros de investigación debieran convertirse en fuentes de información cuando los especialistas así lo crean necesario.

Cómo apoyar todo lo anterior desde nuestro papel como ONGs es nuestra tarea pendiente y urgente. Tenemos experiencias acumuladas durante los últimos diez años apoyando iniciativas de control y resguardo local de la biodiversidad cultivada o no cultivada, y de procesos igualmente locales de fortalecimiento social y cultural, y muchas de ellas nos permiten ser ampliamente optimistas. Sin embargo, la complejidad y gravedad de lo que estamos viendo también nos exige aprender en forma acelerada cómo solidarizarnos de manera efectiva con luchas que son mucho más amplias que la sola defensa de la diversidad biológica y que trascienden los fundamentales procesos locales. No pretendemos dar aquí respuestas o direcciones a un proceso así de complejo, pero esperamos contribuir al no evadir un conjunto de complejidades que hoy se entretejen y condicionan inapelablemente el trabajo en torno a la biodiversidad y los derechos de comunidades locales.

Revista Biodiversidad, sustento y culturas N° 35, enero de 2003

Comentarios