La autoproducción de alimentos en Argentina

"Aún nos quedan las manos y la tierra"…

"Nos han dado la tierra…"
Juan Rulfo, El llano en llamas, 1955.

La triste paradoja que enfrentamos actualmente en que en el otrora conocido "granero del mundo" ya no se puede alimentar a la propia población, pone a colación la cuestión que el hambre y la desnutrición que sufre una buena parte de la humanidad - y que ahora increíblemente nos llega a nosotros !? - tiene relación directa con la forma en que se producen y distribuyen los alimentos, el acceso social a los mismos y la regresiva distribución del ingreso de los ciudadanos.

Argentina produce comida para millones de personas, pero su propia gente, pauperizada y excluida del sistema, ya no puede comprarlos.

El hambre está relacionada no sólo con la producción de alimentos y la expansión de la agricultura, sino también, con el funcionamiento de toda la economía y el accionar de las instituciones políticas y sociales que pueden influir directa o indirectamente en la capacidad o incapacidad de los individuos para adquirir alimentos y para gozar de salud y alimentación. Por otra parte, aunque es mucho lo que se puede hacer adoptando medidas sensatas, es importante conjugar el papel del Estado con el funcionamiento eficiente de otras instituciones económicas y sociales, que van desde el comercio y el mercado a los partidos políticos, las ONGs y otros actores que sostienen y facilitan el debate público. Los alimentos no se distribuyen en la economía que nos toca a través de instituciones benéficas o de algún sistema de reparto automático. La capacidad para adquirir alimentos, hay que ganársela (1). Esta capacidad, para la mayoría de la población tiene relación con la dotación que tiene gran parte de la humanidad, que es principalmente su fuerza de trabajo y que le permite al hombre transformarla en derecho económico para adquirir la suficiente cantidad de alimentos y otros bienes.

Cuando en cambio, en el marco de la economía actual, se eliminan miles de empleos mensualmente, el hombre pierde ese derecho económico, quedándole solo entonces su fuerza de trabajo, sin capacidad de transformación. La apertura irrestricta al modelo global, con sus secuelas en la destrucción casi total de la industria nacional, la concentración del capital y sobre los recursos naturales y un sistema de producción agrícola no diversificado, que es además trabajo excluyente y de escaso valor agregado generó un proceso de exclusión social y migraciones internas sin precedentes. En 1991, la población rural del país era de un 12 % mientras que actualmente se supone que con el nuevo censo nacional, la realidad mostrará números mucho más terribles, que marcarán un fuerte despoblamiento de áreas rurales y un importante hacinamiento en poblados intermedios no preparados para contener ese fenómeno (2). El crecimiento de esta población migrante, junto al empobrecimiento de las clases urbanas ha generado un desmadre del sistema socioeconómico que directamente aisló a más del 50 % de la población argentina. Se han quebrado fuertemente las distintas interrelaciones entre la economía financiera y la economía productiva, y aparecen nuevas instancias a las que la propia sociedad relegada ha echado mano para sostenerse: el crecimiento de la economía solidaria, el asociativismo y los clubes del trueque (3) son la cara visible de una lucha por la supervivencia en el marco de un Estado casi inexistente y que cuando aún opera sigue equivocándose, sea por ingenuidad, complacencia o desinformación. El asistencialismo y clientelismo político que trajo aparejado en su momento el reparto de las otrora recordadas cajas PAN y que hoy día se repican en inorgánicos programas de distribución de alimentos, no atacan ni solucionan siquiera en parte las causas del problema. Es más, sumarán nuevas dependencias e inconvenientes. O las polémicas que ya han planteado las campañas de algunas instituciones empresariales, con la pretendida donación de soja transgénica a los más necesitados (4), cuando por otro lado, los programas de ayuda alimentaria mundial (PAM), están siendo seriamente cuestionados y denunciados por ONGs en todo el mundo, al descubrirse eventos transgénicos prohibidos en los alimentos enviados. El singular regalo que se pretende hacer a los indigentes argentinos, nos enfrenta a la otra paradoja que es que en el país de la carne y el trigo, a los pobres se los alimente únicamente con …soja, producto totalmente desconocido en la mesa y en la dieta nacional. Como venimos diciendo en realidad, el problema no es la falta de alimentos, sino su distribución y su acceso en forma equilibrada, balanceada. Lo que importa no es producir más OGMs, sino mejorar las condiciones para el acceso a la comida, la seguridad alimentaria y producción local. Pero con estas soluciones, las corporaciones perderían sus ganancias (5).

Muchos de estos programas de asistencialismo, se encuentran también en algunos casos con otra restricción. Es la necesidad de respeto por la propia dignidad del que recibe. Puesto que los nuevos pobres, siempre han trabajado y se siguen reconociendo como tales. Es verdad que muchos, hacen que sus familias supervivan en el asistencialismo, mientras a la par continúan sosteniendo la importancia y valor de su trabajo, con "changas" y tareas temporarias. En un país, donde estos recursos aún se encuentran disponibles - tierra y trabajo - será importante canalizarlos y protegerlos. Sería muy posible que cada argentino necesitado, con una mínima ayuda estatal, pueda producir sus propios alimentos, de manera sana y sustentable, tanto en el campo como en las ciudades.

Los ejemplos se repiten en muchas partes del mundo. Existen desde hace tiempo modelos productivos agroecológicos, que superando la asistencia alimentaria se convirtieron en ejemplos de autoproducción y generación de excedentes comestibles de calidad y sanidad indiscutida. Ha habido incluso, algunos intentos de viraje hacia la producción orgánica a gran escala en la propia economía capitalista de los EE.UU. o los procesos de transformación a nivel nacional hechos por la agricultura en Cuba, que luego de los noventa, permitió a este país casi duplicar su producción, reduciendo a su vez a la mitad el consumo de insumos externos (6), que los convierten en casos interesantes. Este planteo, al igual que el de la agroecología, se funda en las experiencias productivas de la agricultura ecológica, para elaborar propuestas de acción social colectiva, que enfrentan a la lógica depredadora del modelo productivo agroindustrial hegemónico, para substituirlo por otro que se oriente a la construcción de una agricultura socialmente justa, económicamente viable y ecológicamente sustentable (7).

Con el mismo objetivo, las ferias ecológicas, que se organizan y expanden en todo el sur del Brasil, configuran un espacio de recuperación donde campesinos y consumidores forman una asociación basada en principios éticos y solidarios, proporcionando a su vez autonomía y autoestima al agricultor y mejores condiciones de calidad y precio para el consumidor (8).

En la Argentina, los sistemas de autoproducción de alimentos vienen siendo impulsados por un grupo de técnicos agrícolas consustanciados y comprometidos con una situación que si bien ha explotado en la cara de muchos ciudadanos, no es novedosa. La de sostener, mediante la búsqueda de la seguridad alimentaria desde hace más de 25 años, al segmento más desprotegido de la sociedad (los indigentes, los niños y los ancianos), y que ha tomado cuerpo orgánico en la última década, a través de un programa del INTA, que si bien no es el único en el país, por su extensión y cobertura de la población asistida, es el más conocido y destacado: el Prohuerta.

La propuesta básica del mismo se centra en el propósito de mejorar la condición alimentaria de la población empobrecida (urbana, periurbana y rural) mediante la autoproducción de alimentos en pequeña escala (huertas y granjas familiares, escolares, comunitarias e institucionales). La clave consiste en la promoción y adopción de tecnologías alternativas de producción orgánica, la prohibición total en el uso de agroquímicos y su reemplazo por novedosos y económicos conceptos de control para las plagas y las enfermedades, apoyados por un soporte técnico constante y el accionar local de un voluntariado interviniente - los promotores - que son quienes están en definitiva en contacto permanente con la población carenciada.

El nodo central del Prohuerta, radica en la entrega sin cargo de semillas de las principales hortalizas, frutales y animales de granja (para postura y carne) y la capacitación en la preparación y construcción de las propias herramientas y el área de laboreo, a los beneficiarios del programa, que son quienes reproducen y consumen sus propios alimentos en huertas particulares o comunitarias, en aquellos casos que no tuvieran espacio disponible en sus propias casas. La superficie promedio de estas huertas, oscila en los 100 m2 para las familiares, 200 m2 para las escolares y unos 1000 m2 en el caso de las comunitarias.

La producción anual de una huerta familiar, que abastece a una familia de cinco personas (3 adultos y 2 menores por ejemplo), supera los 200 Kg. de hortalizas frescas (entre las de primavera/verano y otoño/invierno). En algunos casos se reciben además, animales de postura (gallinas Negra INTA) y de carne (Pollos camperos), o parejas de conejos.

La mayoría de las hortalizas, en una dieta balanceada proveen de minerales como fósforo, calcio, hierro y magnesio, muy ricas en vitaminas A, B, C y D, aportando fibra que favorece la digestión y en algunos casos son proveedoras de proteínas. Se promueve la autoproducción de zapallos, perejil, espinacas, acelga, tomate, zanahoria, porotos, lentejas, ajo, maíz, brócoli, coliflor, pimiento, alfalfa, soja, repollo, papa, berenjena, melón, cebolla, y otras verduras durante todo el año calendario, en distintas combinaciones y rotaciones en los ciclos primavera-verano y otoño-invierno.

En la década pasada, a medida que crecía el ajuste estructural y el empobrecimiento de nuestra población, se expandía el Programa, con sus altos y bajos, y las consabidas presiones y apropiaciones políticas de turno, que más de una vez lo han hecho trastabillar o ponerlo a punto de desaparecer. En concreto, el Prohuerta creció en poco más de diez campañas, de la mano de la pobreza estructural que avanzaba con el modelo liberal, en porcentajes exponenciales (Gráfico Nº 1) y actualmente facilita la producción de sus propios alimentos a casi 2.500.000 personas, a través de 400.000 huertas y granjas familiares, más de 5600 huertas escolares y 2300 comunitarias, presentes en todas las localidades de Argentina (9).

La producción total de alimentos supera las 80.000 toneladas sobre las 4.000 hectáreas de huertas a nivel nacional, con un valor de mercado ronda los 150.000.000 de pesos. La relación histórica promedio entre peso invertido/peso en alimento producido es de aproximadamente 1 a 10, a lo que hay que agregarle valores no monetarios, como el rescate de la dignidad, la contención social y el sostenimiento de un numeroso grupo de personas que no cuentan casi con otros medios para subsistir.

Evidentemente programas de esta envergadura necesitan generar una masa crítica de insumos (especialmente semillas), generalmente variedades hortícolas cuyas principales características deben ser su rusticidad, plasticidad de comportamiento y niveles de producción media adaptables a las diferentes condiciones agroclimáticas de las regiones argentinas. La sanidad de las mismas se hace clave para su sostenibilidad en el tiempo y la reproducción de muchas de ellas, mientras que por otra parte la actual demanda creciente de estos insumos, puede hacer que rápidamente se llegue a un cuello de botella, que, dada la fragilidad institucional en que se desarrolla el programa, se le pueda hacer insalvable sin un apoyo o subsidio importante.

Aún así, la tremenda crisis a la que nos enfrentamos, hace que con el presupuesto actual - alrededor de unos diez millones de pesos - conque se cuenta, se pueda alcanzar solamente a la tercera parte de la población indigente argentina (que es de unas 7.800.000 personas). Parece casi inexplicable que con los guarismos de producción, en lugar de recibir un más fuerte apoyo oficial - y porqué no de otras organizaciones - sólo han percibido este año un 7 % de la partida anual, lo que implicaría prácticamente la parálisis del programa, en el medio de la peor catástrofe alimentaria de Argentina.

Estos proyectos de autoproducción sólo necesitan que el Estado los provea de semillas y de la orientación técnica inicial para concretarse en alimentos, puesto que el trabajo, la tierra y el voluntariado organizador es de la propia gente. Seguramente sólo hasta la entrada en producción, seria necesario un aporte diario alimenticio que luego se hará primero suplementario, para alcanzar finalmente el autoabastecimiento y una posible generación de excedentes que podrían trocarse por otros bienes y servicios, tan urgentes como el propio alimento.

Estos sistemas tienen relación directa con el eje de una metodología de participación directa y activa de una gran cantidad de agentes multiplicadores que trabajan a nivel local, y son continuamente motivados y motivadores del funcionamiento del programa en la población base. En las actuales circunstancias de necesidad en el incremento de los planes de autoproducción se hará imprescindible consolidar el perfil de los promotores y sumar nuevos agentes como líderes comunitarios y otras ONGs. La autoproducción de alimentos es una propuesta creciente, impulsada no sólo por organismos estatales sino por organizaciones comunitarias en todo el mundo. En La Habana, alrededor de 26.000 horticultores urbanos (especialmente jóvenes y ancianos), producen la mayoría de las hortalizas que se consumen, en espacios ecológicos comunitarios(10).

Destacan un importante papel las huertas urbanas y periurbanas en las grandes ciudades que pueden cumplir un interesante rol en apoyo a la creciente cantidad de comedores populares. El ejemplo exitoso de Porto Alegre es interesante. Allí los comedores se abastecen de las huertas orgánicas pertenecientes a las comunidades campesinas de los alrededores de la ciudad.

El papel de los órganos municipales, locales en estos emprendimientos es para destacar. Cada municipio, puede buscar formas autoproductivas acordes a los recursos locales. Las formas de producción de alimentos agroecológicos promueven la seguridad alimentaria, permiten la monetarización (dando un activo para intercambiar) de los sistemas locales y son una interesante propuesta para el manejo del suelo municipal (11). Estas huertas, dentro del territorio municipal se constituirán en una fuente alternativa de creación de empleo y del sostenimiento de la salud de los vecinos.

El rol de los jardines y huertos urbanos y periurbanos y de la agricultura urbana en general, es el de proveer de una significativa fuente de producción de alimentos a los pueblos y ciudades (12), percibido y aprovechado por muchas economías desarrolladas del mundo. En el caso de nuestras economías pauperizadas, además de la vital función de la búsqueda de una alimento de calidad, la cuestión es claramente dar alimento a la población ya desnutrida. En esta escala, la intervención municipal puede permitir también importantes logros, como los alcanzados en muchas localidades del interior argentino, donde una activa participación municipal sumado a un creciente apoyo de base, permiten desarrollar huertos en baldíos municipales, tambos comunitarios, cría de vacunos para ordeñe, etc. (13).

Pero propuestas de está índole, no necesariamente deben quedarse en la búsqueda o el sostenimiento de comunidades para la resolución exclusiva o paliativos al problema de la desnutrición, sino que al incorporar conocimiento productivo, están acercando además una nueva capacitación, un conocimiento que puede ser aprovechable para la asociación y la producción comunitaria, y constituir una salida comercial a nivel de microemprendimiento. No es un tema menor que a escala planetaria, sean de una u otra forma, casi 800 millones de personas las involucradas en la producción en agricultura urbana, de las que 150 millones encuentran allí un empleo full time, y una cifra similar genera producción extra para ser comercializada (14), cuando especialmente en nuestra cultura el planteo campo-ciudad, se pretende mostrar muchas veces como incompatible.

Al igual que en el caso de las Ferias ecológicas ya comentadas, estas producciones locales, pueden integrarse luego en nuevas redes de comercialización, obteniendo o siendo abastecidas de otros tipos de financiamientos, nuevas formas de organización y de trabajo, generando una economía solidaria a través de las redes, con más intercambio, más trueque, más integración comunitaria (15).

En definitiva una acumulación ampliada de vida, que ocupa nuevos espacios en un volver al mercado, quizás de una u otra forma contra el mercado.

Bibliografía

(1) Sen, A. Desarrollo y Libertad. Pág. 201. Editorial Planeta, Bs. As., 2000.

(2) Benencia, R, en Giai, E y Amigo, J. En Vez del Modelo. Pág. 79. Ediciones desde la gente. IMFC.IADE. Bs. As., 2001.

(3) Stancanelli, P. Explosivo crecimiento de los clubes del trueque. Pág. 8. Le Monde Diplomatique. Bs. As. Junio, 2002.

(4) Sabatino, P y Domínguez, D. Lo que significa la soja en Argentina. Dos pag. El Arca del Sur. GER.UBA.Bs.As., Julio, 2002.

(5) Usando la pobreza del Sur, el Norte justifica los alimentos genéticamente modificados. LEISA. Revista de Agroecología, Pág. 36. Vol 17, Nº 4, Lima, Marzo 2002.

(6) Altieri, M. et al. Agroecología. Bases científicas para una agricultura sustentable. Pág. 181. Editorial Nordan. Montevideo, 1999.

(7) Leff, E. Agroecología y saber ambiental. Agroecología e Desenvolvimiento Rural Sustentável. Pág 36. Vol. 3, Nº 1. Emater. Porto Alegre, Enero/Mayo 2002.

(8) Gusson, M y Boza, J. Soberanía Alimentaria: Las ferias ecológicas. Biodiversidad. Sustento y Culturas. Pág. 15. Nº 29. Montevideo, Julio 2001.

(9) Radio Mitre. 12 de Junio. Jorge Halperin. Entrevista a Daniel Díaz, Coordinador Nacional del Prohuerta.

(10) Murphy, C. Cultivating Habana: Urban Agriculture and Food Security in the years of crisis. The City Farmer, 2001.

(11) Cabanas, Y y Dubbeling, M. Food Security, Urban Agriculture and Urban Management. UMP-LAC/UNCHS. Nueva York, Junio, 2001.

(12) City Farmer. www.cityfarmer.org

(13) Terrile, R et al. Agricultura urbana y alimentación de las ciudades de América Latina y el Caribe. IPES-PNUD. Estudio de Caso: Camilo Aldao (Argentina). CEPAR, 2000.

(14) Baumgartner, B y Belen, H. A systematic overview of urban agriculture in developing countries. Pág. 4. EAWAG. Swiss Federal Institute for Environmental Science. Setiembre, 2001.

(15) Coraggio, JL. Políticas Sociales y Economía del Trabajo. Editorial Miño y Davila. Universidad Nacional de General Sarmiento, Buenos Aires, 2001.

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