Sobredosis de ganancias, por Silvia Ribeiro

Varias de las empresas farmacéuticas trasnacionales más grandes del mundo integran la Asociación Mexicana (?) de Industrias de Investigación Farmacéutica (AMIIF), la cual anunció recientemente que comenzarían "una campaña para informar de la inconveniencia de que los enfermos reciban genéricos intercambiables". (La Jornada, 13 de junio de 2002). Según ellos, esos medicamentos no son de la mejor calidad y tampoco fomentan la investigación, porque solamente usan lo que ya existía en el mercado

Cuando se vence la patente de un medicamento, éste puede ser producido por otros laboratorios, y luego de comprobar mediante pruebas farmacológicas que tiene el mismo efecto que el original, se vende por el nombre del componente (no por marca) y se denomina genérico intercambiable. Los sistemas de salud pública, en general, tratan de adoptar este tipo de medicamentos porque tienen un costo mucho menor.

La AMIIF sostiene que el promedio de inversión en investigación y desarrollo de un nuevo medicamento es de aproximadamente diez años de trabajo y puede superar los 500 millones de dólares. Esto, dicen, es lo que justifica el precio de los medicamentos. Omiten decir que uno solo de sus productos puede vender mucho más que eso, solamente en el primer año. Viagra, por ejemplo, vendió más de 700 millones de dólares el primer año en el mercado, y superó los mil millones al tercero.

La industria farmacéutica trasnacional es el sector empresarial que tiene el mayor porcentaje de retorno de ganancias de todas las industrias en el planeta. Más que las petroleras, la informática, la automovilística, las cadenas agroalimentarias y de supermercados. En 2000 reportó un promedio de ganancias de 17 por ciento, lo cual palidece si en lugar de ver el promedio tomamos las ganancias de las más grandes, todas muy por encima del promedio.

Por ejemplo, Glaxo Wellcome registró un margen de ganancias superior a 30 por ciento; Hoffman-La Roche alcanzó un increíble 44 por ciento. Las diez empresas más grandes -Glaxo (Smith Kline Beecham), Pfizer, Merck, Astra-Zeneca, Aventis, Bristol-Myers Squibb, Novartis, Pharmacia (incluyendo Monsanto y Upjohn), Hoffman-La Roche y Johnson & Johnson- controlan 47 por ciento del mercado mundial, que de 70 mil millones de dólares en 1981 creció hasta 317 mil millones de dólares en 2000.

El ritmo de fusiones y adquisiones del sector es vertiginoso y la tendencia es que hay un número cada vez menor de empresas que controlan porcentajes cada vez mayores del mercado. La dominación de éste se ha ido consolidando por varias vías simultáneas: la concentración corporativa mediante fusiones y adquisiciones; el aumento de la cantidad de patentes otorgadas -lo cual de ninguna manera es equivalente a producir nuevos productos, de hecho la mayoría de las patentes que se otorgan nunca llegan a ser producidas, su principal objetivo es impedir que otros accedan al mismo objeto-, y el cabildeo a nivel nacional e internacional para que las legislaciones garanticen sus privilegios y dificulten o eliminen las alternativas.

La enfermedad así encarada es, sin duda, un asunto altamente lucrativo. Las multinacionales farmacéuticas afirman, sin embargo, que este no es el principal motor de su actividad. Sus ganancias son apenas un efecto secundario que se merecen por andar por el mundo haciendo el bien. Afirman que su objetivo es la salud de la población y la producción de medicamentos de buena calidad. Por ello se erigen en paladines del mercado que defienden a los pacientes de competidores que no cumplen estos requisitos. Según ellas, esto sólo lo pueden garantizar quienes dispongan de las enormes inversiones que requiere investigar y desarrollar un medicamento innovador. Curiosamente, consideran que el valor terapéutico de ese fármaco existe mientras dure la validez de su patente monopólica. Luego de este periodo, si otros fabrican productos con igual contenido al que antes vendían ellas mismas como bueno, el medicamento ya no sirve. Y es entonces su deber aconsejar a los médicos y pacientes que ya no lo consuman, porque ya existen otros mejores, cuyas patentes aún son válidas.

Según las trasnacionales, la venta de medicamentos sin patentes no fomenta la investigación. Pero, la investigación de las transnacionales ¿atiende las necesidades de salud de la población? Una auditoría realizada por la Oficina de Evaluación Tecnológica de Estados Unidos en 1993 encontró que de los 348 fármacos de receta que lanzaron al mercado las 25 compañías líderes de ese país durante un periodo de siete años, 97 por ciento eran copias de otros que ya estaban en el mercado. Esto, para poder obtener otra patente y alargar el periodo de venta monopólica de un producto. Este asombroso porcentaje deja 3 por ciento para genuinas innovaciones terapéuticas. De ese 3 por ciento 70 por ciento eran resultados de la investigación pública, y de la parte adjudicada al sector privado más de la mitad de los medicamentos debieron ser retirados del mercado posteriormente por efectos secundarios no previstos.

Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, en 1998 se gastaron globalmente 70 mil millones de dólares en investigación y desarrollo farmacéutico. Aproximadamente 39 mil millones fueron en el sector privado. Si 97 por ciento de esto fue desperdiciado en batallas de competencia sin utilidad médica, se perdieron aproximadamente 38 mil millones de dólares -suma suficiente para hacer frente a la mayoría de las necesidades de atención primaria de la salud en los países del Sur.

Pero la atención primaria de la salud, así como el enfoque preventivo de las enfermedades y los medicamentos genéricos, no son patentables. Son para beneficio de todos. Y eso no cotiza en la bolsa. No entra por lo tanto en el concepto que las grandes empresas farmacéuticas tienen de la salud... de sus ganancias.

La autora es investigadora del Grupo ETC

Comentarios