Tomates

Tal vez el día de mañana habrá en el mercado tomatescuadrados puesto que el baile de la genética no ha hecho más que empezar. En realidad el hombre está viviendo siempre su propia prehistoria

Dentro de un millón de años Einstein significará para los seres del futuro lo que hoy supone para nosotros una simple ameba. Sólo que Einstein habrá sido una ameba visionaria. En los laboratorios más avanzados se habla ya con naturalidad de una sanguijuela a la que se le ha incrustado un chip que le obliga a responder correctamente a ciertas preguntas. Esta sanguijuela ya sabe sumar; se cree que pronto será capaz de dirimir algunas cuestiones filosóficas y de asumir incluso el sentido del deber. En ese camino de perfección que va de la ameba al mono galáctico aquí en el planeta está a punto de producirse una boda feliz entre la biología y la cibernética de cuyo apareamiento puede salir una vida nueva a medias carbónica y metálica. No pienso morirme sin haber asistido a la rebelión de los berberechos, que está al caer; mientras eso llega trataré de ser todavía humano, por ejemplo degustando tomates secados al sol. La ciencia está alcanzando ya la última cota del mapa genético, ese baluarte donde el Supremo Hacedor puede ser desenmascarado; vaya, vaya, ¿de modo que el Gran Justiciero no era sino una molécula en forma de hélice? Los chicos de Harvard no hablan más que de unos cromosomas informáticos que van a engendrar máquinas con conciencia propia. Muy bien, un poco de calma. Frente a estas nuevas divinidades aún sirve el viejo paganismo: ayer en el mercado una hermosa verdulera me explicó que los tomates secos que yo le iba a comprar los había cultivado su padre en el huerto familiar. Eran tomates todavía redondos, jugosos y muy rojos. Los había escogido ella misma de la mata a la caída de la tarde. Los había abierto por la mitad y bien salados los había expuesto tres días bajo el sol de agosto sin permitir que les dañara el relente de la noche hasta que su piel arrugada había adquirido este color de cobre profundo lleno de jeroglíficos. Se dejan media hora a remojo y una vez escurridos se toman empapados con aceite virgen de oliva. Tomates secados al sol. Sun dry tomatoes, así los llaman en inglés algunos jóvenes paganos de Harvard que también los comulgan devotamente como la última forma de resistencia humana frente a los monstruos de la genética que se avecinan.

Diario El País, Madrid

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