Tras dos años de genocidio, solo queda colapso: del lenguaje, la esperanza, la política

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Una imagen captada en enero de 2025 para mostrar la destrucción de Rafah, en la Franja de Gaza. / Ashraf Amra - UNRWA

Incluso si el plan de Trump pone fin al exterminio, los palestinos se enfrentarán a un vacío profundo y duradero. Más allá del camino que elijan –la sumisión o la resistencia armada–, el mundo ya ha fracasado.

“Las palabras ya no significan nada”. Este es uno de los sentimientos más comunes que escucho de mi familia, amigos y colegas que aún se encuentran en Gaza. Dos años después del implacable genocidio de Israel, lo que nos queda no es solo un rastro de cadáveres y ruinas, sino también un brutal colapso del significado mismo. Palabras como “atrocidad”, “asedio”, “resistencia” e incluso “genocidio” se han vaciado de significado por su repetición, incapaces de aguantar el peso de lo que los palestinos han soportado día tras día, noche tras noche.

Durante los primeros días después del 7 de octubre, hablaba por teléfono con mis seres queridos tanto como podía, sabiendo que cada conversación podía ser la última vez que escuchaba sus voces. Normalmente hablábamos de su angustia, desesperación y miedo a que la muerte se acercara. Algunos me enviaban sus últimos deseos o sus testamentos; otros incluso empezaban a anhelar la muerte como un respiro de este interminable apocalipsis.

Pero después de 24 meses, el silencio se ha apoderado de todo. Todo se ha dicho, todos los sentimientos se han expresado una y otra vez hasta el punto de quedar completamente vacíos de significado. Cuando hablo con los que siguen atrapados en Gaza, su silencio se une a la vergüenza de pedir ayuda –una tienda de campaña, comida, agua o medicinas– y a mi vergüenza aún mayor por no poder conseguirles nada.

Mis seres queridos se han convertido en fantasmas de lo que eran. Se han visto destrozados muchas veces a lo largo de 730 días de bombardeos incesantes, hambre y desplazamientos. Se han visto reducidos a buscar comida y refugio mientras son atacados allá donde van. Cada aspecto de sus vidas se ha convertido en una lucha insoportable por la supervivencia.

Los que logran escapar de este campo de concentración están físicamente transformados. Hace poco me encontré con mi prima en las calles de El Cairo y no la reconocí. Antes era una mujer alta y sana de unos 40 años, pero ahora estaba reducida a piel y huesos, con el rostro arrugado y oscurecido, y los ojos hundidos y pálidos. Mi abuela, de 77 años, también salió esquelética y desde entonces está postrada en cama.

Para los que siguen atrapados dentro, el desgaste físico es casi imposible de describir con palabras. Mi primo, Hani, se encuentra actualmente asediado en la ciudad de Gaza, al no haber podido permitirse el exorbitante coste de huir al sur antes de que los tanques israelíes rodeasen su barrio. A pesar de tener solo unos 40 años, la demacración causada por la campaña de hambre de Israel le ha dejado con el mismo aspecto que tenía mi abuelo justo antes de morir a los 107 años.

Y eso sin tener en cuenta el impacto psicológico del genocidio sobre la población de Gaza. La magnitud total de este solo se hará evidente cuando cesen los bombardeos y los supervivientes recuperen la energía mental necesaria para  procesar los recuerdos y las emociones que sus cerebros han reprimido durante tanto tiempo mientras se encontraban en modo de supervivencia.

Gaza se ha convertido en un lugar donde la muerte es tan constante y la supervivencia tan comprometida que incluso el silencio habla ahora más alto que cualquier llamamiento a la justicia. Y el legado de este genocidio nos acompañará durante generaciones, porque Israel ha dado a cada habitante de Gaza un motivo de venganza personal.

“En la otra vida, le pediré a Dios una cosa: que  obligue a los israelíes a buscar agua y comida bajo los bombardeos aéreos todo el día, todos los días”, solía decir mi difunto amigo Ali, antes de morir en un bombardeo aéreo el año pasado mientras caminaba junto al hospital Al-Aqsa en Deir Al-Balah.

Cambio en el apoyo a Hamás

Es difícil predecir cómo el trauma colectivo resultante de la aniquilación de Gaza moldeará las convicciones de los palestinos a largo plazo. Pero recientemente han surgido dos tendencias predominantes, que parecen algo contradictorias.

Hay un creciente resentimiento hacia Hamás por lanzar los ataques del 7 de octubre, incluso entre los propios miembros y altos dirigentes de la organización

Por un lado, hay un creciente resentimiento  hacia Hamás por lanzar los ataques  del 7 de octubre, incluso entre los propios miembros y altos dirigentes de la organización. Varios funcionarios árabes me dijeron que Khaled Meshaal, uno de los fundadores de Hamás y líder durante mucho tiempo de su oficina política, y otras figuras afines del ala moderada de la organización, han calificado el ataque a puerta cerrada como “imprudente” y un “desastre”, al tiempo que critican la forma en que Hamás ha gestionado la guerra.

Esta primavera también se produjeron varios días de  protestas populares espontáneas contra Hamás en toda la Franja de Gaza, en las que se exigía al grupo que pusiera fin a la guerra a cualquier precio antes de abandonar el poder. Pero estas manifestaciones fueron finalmente efímeras, sobre todo después de que el Gobierno israelí comenzara a aprovecharlas tanto para justificar su campaña militar en curso como para distraer la atención de las atrocidades cometidas sobre el terreno.

Sin embargo, al mismo tiempo, el genocidio de Israel y la amenaza existencial de expulsión masiva de Gaza han convertido a algunos de los detractores más acérrimos de Hamás en sus más firmes partidarios. Existe un temor generalizado, incluso entre quienes critican el 7 de octubre, de que si Hamás es aplastado, Israel ocupará Gaza indefinidamente con una oposición mínima por parte de la comunidad internacional. Según este punto de vista, solo una insurgencia militar continuada de Hamás puede impedir la toma de poder permanente por parte de Israel y la limpieza étnica completa del enclave.

Un ejemplo de ello es una mujer llamada Asala, que solo tenía 7 años cuando los militantes de Hamás mataron a su padre, coronel de la Autoridad Palestina (AP),  durante el conflicto entre Hamás y Fatah en 2007. Esta devastadora pérdida le dejó una huella indeleble, alimentando un profundo odio hacia Hamás que se prolongó hasta su edad adulta. Antes de 2023, los criticaba constantemente en las redes sociales en los términos más duros posibles, incluso mientras permanecía en Gaza. Pero a medida que se intensificaba la ofensiva israelí, comenzó a elogiar a los militantes de Hamás por desafiar la presencia del ejército israelí en Gaza y vengarse.

“Los palestinos debemos dejar de lado nuestros rencores y dirigir nuestro odio únicamente contra la ocupación israelí”

De hecho, los horrores que Asala había presenciado a lo largo de 24 meses de sobrevivir a los bombardeos, los desplazamientos y el hambre la habían transformado. “Las masacres aumentaron nuestro resentimiento hacia Israel”, me dijo. “ Los palestinos debemos dejar de lado nuestros rencores y dirigir nuestro odio únicamente contra la ocupación israelí”.

De manera similar, Mohammed, un periodista de investigación de Gaza que en su día fue secuestrado y torturado por Hamás, se ha convertido recientemente en un firme partidario de las facciones de resistencia armada en Gaza. Me dijo que el genocidio de Israel, respaldado plenamente por los gobiernos occidentales, reforzó su creencia en la resistencia armada. “Hay personas que nunca se pusieron del lado de Hamás o de la resistencia, pero después de que Israel matara a sus familias, su perspectiva cambió y ahora buscan justicia”, afirmó.

Este apoyo a la resistencia armada persistirá o incluso aumentará mientras continúe el genocidio, o si el ejército israelí permanece dentro de Gaza tras el alto el fuego, impidiendo la reconstrucción. Pero si se firma un acuerdo permanente que incluya la retirada total de Israel, el levantamiento del asfixiante asedio israelí y un horizonte político visible, los habitantes de Gaza tendrían pocos motivos para aferrarse a la lucha armada. De hecho, muchos de los que apoyan la insurgencia de Hamás serán los primeros en denunciar al grupo tan pronto como termine la guerra.

“La resistencia armada no logró generar cambios”

Lo que históricamente dio más credibilidad entre los palestinos a la estrategia de resistencia armada de Hamás no fue el llamamiento a la violencia o al sacrificio, sino más bien el fracaso de todas las demás alternativas. La diplomacia, las negociaciones, la defensa ante organismos y tribunales internacionales, la persuasión moral y la resistencia no violenta se han topado con el silencio mundial, mientras Israel sigue matando a palestinos y expulsándolos de sus tierras.

Antes del genocidio, cada vez que preguntaba a un líder de Hamás por qué la organización no reconocía formalmente a Israel y renunciaba a la violencia, su respuesta era siempre la misma: “Abu Mazen [el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás] hizo todo esto y más, está colaborando con Israel. ¿Puedes nombrar una sola cosa buena que le hayan dado a cambio?”. A continuación, describían cómo Israel no solo ignora las concesiones de Abbas, sino que humilla, retira la financiación, castiga y demoniza a la Autoridad Palestina.

Ahora, sin embargo, tras la guerra más larga de la historia palestina, se le hará a Hamás la misma pregunta: ¿qué han conseguido con todo esto?

De hecho, los últimos dos años han socavado las principales razones que sustentaban el compromiso de Hamás con la resistencia armada. La primera era la creencia de que solo la fuerza militar podía desafiar eficazmente el bloqueo y la ocupación de Israel. Como  argumentó el veterano periodista israelí Gideon Levy en 2018, “si los palestinos de Gaza no disparan, nadie les escucha”. Cuatro años después, un miembro del Knesset me dijo lo mismo: “En cuanto Gaza deja de lanzar cohetes, desaparece y nadie se molesta en mencionarla”.

Pero tras cada escalada con Israel desde que tomó el poder en 2007, lo máximo que consiguió Hamás fue lo que los habitantes de Gaza llamaban “analgésicos y anestésicos”: el restablecimiento del statu quo anterior y algunas promesas verbales de aliviar el bloqueo de Israel que nunca se materializaron. Se trataba de la estrategia explícita de contención y pacificación de Israel en acción.

Años antes de ser asesinado en un ataque israelí contra Beirut en enero de 2024, el propio Saleh Al-Arouri, de Hamás, reconoció el fracaso de este enfoque en una llamada telefónica filtrada. “Francamente, la resistencia armada no logró generar cambios”, admitió. “La resistencia presentó ejemplos heroicos y libró guerras honorables, pero el bloqueo no se rompió, la realidad política no cambió y no se liberó ningún territorio”. 

Hamás también solía defender su enfoque como una forma de disuasión contra la escalada israelí en Cisjordania o Jerusalén

Hamás también solía defender su enfoque como una forma de disuasión contra la escalada israelí en Cisjordania o Jerusalén. Esto quedó plenamente de manifiesto durante la “ Intifada de la Unidad” de mayo de 2021, cuando Hamás lanzó proyectiles hacia Jerusalén en respuesta al creciente terrorismo de los colonos y a la expulsión forzosa de familias palestinas de sus hogares en el barrio de Sheikh Jarrah. Pero tan pronto como se alcanzó un alto el fuego tras 11 días, Israel no hizo más que ampliar su ofensiva en Cisjordania, y los dos años siguientes fueron los  más mortíferos en el territorio desde 2005.

También fue en 2021 cuando los líderes de Hamás se sintieron cautivados por  la idea de una escalada importante en múltiples frentes que obligaría a Israel a satisfacer las demandas palestinas. Imaginaban que incluiría un ataque desde Gaza y una intifada en Cisjordania, Jerusalén Este y dentro de Israel, junto con ataques desde Siria, Líbano, Yemen, Irak e Irán, con la calle árabe en Jordania y Egipto levantándose simultáneamente y marchando hacia sus fronteras con Israel, todo lo cual pondría al Gobierno israelí entre la espada y la pared.

Sin embargo, después del 7 de octubre, esta estrategia también se desmoronó. Lo que comenzó como un  enfrentamiento limitado en múltiples frentes terminó cuando Israel logró alcanzar un alto el fuego con Hezbolá e Irán, mientras que la Autoridad Palestina e Israel sofocaron cualquier posibilidad de un levantamiento popular. Ahora solo los hutíes de Yemen siguen activos como último frente de este antiguo “Eje de la Resistencia”.

“No hay nada que puedan hacer los palestinos”

Hay pocas posibilidades de que Hamás lance otro ataque al estilo del 7 de octubre en un futuro cercano. Muchos analistas coinciden en que lo que permitió que el ataque tuviera éxito fue pillar a Israel  completamente desprevenido, un elemento sorpresa que ya no existe, junto con la probabilidad de que Israel repita los mismos errores tácticos y de inteligencia.

Hamás lo entiende bien, por lo que en las negociaciones de esta semana sobre  el último plan del presidente estadounidense Donald Trump para poner fin a la guerra, ha  señalado a los mediadores su disposición a  desmantelar las “armas ofensivas”, conservando las “armas defensivas” ligeras, como rifles y misiles antitanque. El énfasis en estas últimas se debe al temor de que Israel renuncie a retirarse de Gaza o lleve a cabo incursiones regulares sin oposición, como en Cisjordania.

Hamás también puede necesitar esas armas ligeras para hacer cumplir el alto el fuego y conseguir el apoyo de sus propios miembros, así como de otros grupos más pequeños pero más radicales. También puede creer que el desarme completo podría crear un vacío de seguridad en Gaza, que podría ser llenado por grupos salafistas y yihadistas o bandas criminales, como  la milicia Abu Shabab, respaldada por Israel. Y, por supuesto, existe el temor a las represalias sociales, a que la gente ataque a los miembros de Hamás en las calles.

Pero incluso si Hamás logra alcanzar un acuerdo para poner fin a la guerra que incluya la retirada total de Israel y permita al grupo conservar “armas defensivas”, la resistencia armada –que en su día se consideró la última carta que se podía jugar tras el fracaso de las negociaciones, la diplomacia y los llamamientos morales– yace ahora en el mismo cementerio de estrategias fallidas. Dos años después del genocidio, lo que queda no es convicción, sino colapso: del lenguaje, la esperanza, la política y todos los llamamientos que los palestinos han hecho ante su aniquilación.

El año pasado, le pregunté a un alto dirigente de la UE qué creía que debían hacer los palestinos de forma diferente y qué consejo daría a la Autoridad Palestina, a Hamás y al pueblo palestino. Después de pensarlo un poco, se resignó en su silla con desesperación. “No hay nada que puedan hacer los palestinos”, admitió. “Lo han intentado todo”.

En el mejor de los casos, el último plan de Trump pondrá fin a la guerra, pero lo que perdurará no será una hoja de ruta, sino un vacío político. Y en ese vacío, los palestinos se verán obligados a lidiar con la verdad más dura de todas: que, independientemente del camino que elijan –la sumisión silenciosa o la resistencia armada–, el mundo ya ha fracasado a la hora de impedir el genocidio de su pueblo. Este es un hecho que no se puede deshacer.

Muhammad Shehada es un escritor y analista político de Gaza, investigador visitante del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.

Fuente: Ctxt

Temas: Criminalización de la protesta social / Derechos humanos

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