Río Negro: la agroecología avanza entre la fruticultura intensiva y los conflictos territoriales

Idioma Español
País Argentina
Ilustración: Sebastián Damen

Radiografía del agro provincial. Con cuatro zonas productivas bien diferenciadas y predominio de los frutales de pepita y la ganadería ovina, la configuración territorial sigue marcada por una histórica concentración de tierras en pocas manos. La proliferación de experiencias agroecológicas crece y le hace frente a los problemas de sequía y a las amenazas extractivistas.

En la zona norte de la Patagonia, la provincia de Río Negro abarca 203.013 kilómetros cuadrados, que van desde la Cordillera de los Andes hasta el Mar Argentino y desde los valles irrigados por los ríos Colorado y Negro hasta la meseta semiárida que limita con Chubut en el Paralelo 42. Se trata de la principal región productora de frutas de pepita del país (junto a Neuquén). Ambas provincias producen el 90 por ciento de las peras y manzanas a nivel nacional, de las cuales el 44 por ciento van al mercado externo, siendo  Argentina la primera exportadora de peras del hemisferio sur y la quinta en manzanas a nivel mundial. En la región también se desarrolla de manera tradicional la ganadería:  un poco más de la mitad de la superficie agropecuaria de la provincia se dedica a la cría de ovinos, con predominio de los sistemas productivos extensivos sobre pastizales naturales. Otras actividades que se realizan, en menor medida, son la horticultura, la pesca y la explotación de hidrocarburos.

Según datos del Ministerio de Producción y Agroindustria provincial, más de 75.000 personas trabajan de forma directa o indirecta en las cadenas de producción de toda la provincia, de un total de 638.645 habitantes, según el censo 2010. De esa población, el 87 por ciento reside en zonas urbanas y el 13 por ciento en áreas rurales.

Foto: Eduardo Siliquini

Una matriz diversificada

Los complejos productivos tienen una especialización muy marcada y diferenciada por región, según la geografía y las condiciones climáticas. La agricultura está concentrada en el área de los valles del río Negro —Alto Valle, al norte; Valle Medio, en la zona de islas; y Valle Inferior, cercano a la desembocadura— en donde predominan los frutales, aunque también se cultivan hortalizas como tomate y cebolla, al igual que en la zona atlántica, en donde además hay pesca de merluza, calamar y langostinos.

En la región oeste, particularmente en la Comarca Andina del paralelo 42, se producen frutas finas como frambuesa, guinda y frutilla; mientras que en la zona central y sur de la provincia se desarrolla la ganadería de forma extensiva.  La producción ovina y caprina representa la principal actividad desde el punto de vista de la ocupación del territorio. Su desarrollo está íntimamente ligado al arraigo de la población rural de la llamada “Línea sur”, como se conoce al vasto territorio estepario surcado por la ruta nacional 23, que atraviesa la Meseta de Somuncurá de este a oeste.

La zona al sur del río Colorado es un área libre de fiebre aftosa sin vacunación, por lo que el movimiento de ganado y faena se encuentra muy limitado. Por ese motivo hay una tendencia a realizar el ciclo completo dentro de la provincia. Si bien las condiciones agroecológicas de extensas regiones de la Patagonia la hacen apta para el manejo de rodeos de cría, en los últimos años hubo un crecimiento de los engordes intensivos situados en la región de los valles irrigados: según los  datos del Senasa en la provincia existen 24 feedlots (grandes establecimientos de engorde de corral).

Foto: Eduardo Siliquini

Con respecto a los cultivos, según el  Censo Nacional Agropecuario de 2018, Río Negro registra 107.952 hectáreas cultivadas, es decir el 53 por ciento de la superficie total de la provincia. De esas hectáreas, el 33 por ciento son plantaciones de frutales de pepita y carozo, el 27 por ciento son de forrajeras perennes, el 14 por ciento de forrajeras anuales, el 8,5 de cereales —principalmente maíz—, 3,5 por ciento de hortalizas, 4,5 de bosques implantados y un 10 por ciento del total están aún sin discriminar.

El sector frutícola es el de mayor relevancia económica, ya que se encuentran presentes todos los eslabones de la cadena: producción primaria, empaques, frigoríficos e industrias jugueras.

A su vez, Río Negro cuenta con una terminal portuaria especializada en frutas: el Puerto de San Antonio Este , que constituye la puerta de salida al mercado externo de la mayor parte de la producción. En 2021, la provincia ocupó la posición número 18 del ranking exportador nacional con el 0,5 por ciento del valor exportado, tal como señala el  informe productivo regional del Ministerio de Economía de la Nación.

“En comparación de otras provincias, como por ejemplo Santa Cruz, en donde hay más estancias, siguen quedando estos espacios en donde conviven todavía muchos pequeños productores y productoras defendiendo los territorios y produciendo a pequeña escala”, explica Juan Pablo “Pocho” Acosta, referente de la regional Línea Sur de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT).

Carolina Michel, ingeniera agrónoma, doctora en geografía y becaria posdoctoral del Conicet, señala: “La particularidad que tienen los productores de la Línea Sur es que, si bien hay una predominancia de la actividad ovina, los campos están integrados por otras actividades, como huertas, frutales, caprinos, bovinos”.

Esta tendencia también se mantiene en la zona andina, en donde se produce en pequeñas parcelas y de manera variada y combinada. “Es muy raro que un productor se dedique a una sola cosa. Es bastante habitual que tengan tres chanchos, 25 gallinas, que haga dulce en la época de la cosecha de la fruta fina y que trabaje con el turismo también. Está muy diversificada la matriz económica de los y las pequeños productores y productoras de la Comarca”, explica Pocho Acosta de la UTT.

Foto: Télam

El reparto de tierras del “desierto”

Para entender el actual modelo de distribución y posesión de la tierra en Río Negro hay que remontarse a la segunda mitad del siglo XIX. “A partir de la Conquista del Desierto la mayoría de las tierras fueron entregadas a militares o a gente adinerada de otros lugares. Los emprendimientos productivos e inmobiliarios iniciales fueron de personas que habían adquirido la tierra financiando las campañas, como premio militar”, explica Soledad Urraza, coordinadora del Área de Extensión Rural de Patagonia Norte del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Esa configuración de la tenencia de la tierra aún persiste, sobre todo en la de meseta y cordillera, zonas atravesadas por múltiples conflictos territoriales que se sostienen y actualizan en el tiempo.

Muchos de los pequeños productores son de origen mapuche y han sido desplazados o se encuentran amenazados por emprendimientos extractivos, tales como la megaminería de oro, plata y uranio; la explotación de hidrocarburos y, en los últimos años, el tan aclamado hidrógeno verde.

Por otro lado, en los sectores del Alto Valle y del Valle Inferior del río Negro, ciertas reformas hicieron que productores y productoras más pequeños pudieran acceder a parcelas de cultivo irrigado.

En la zona atlántica, por ejemplo, el proceso fue distinto al de la meseta, tal como relata Josefina Gorriti, integrante del Colectivo Agroecológico del Valle Inferior del río Negro: “En los años 60 se creó el Instituto de Desarrollo del Valle Inferior (Idevi) y se lotearon con fines productivos muchas tierras bajo riego de alrededor de 20 hectáreas”.

Foto: Eduardo Siliquini

Si bien hubo una política más equitativa de distribución en esos sectores, la tendencia también es la concentración de la tierra en pocas manos. Tal como plantean Eduardo Azcuy Ameghino y Diego Fernández en  La Argentina Agropecuaria vista desde las provincias: un análisis de los resultados preliminares del Censo Nacional Agropecuario de 2018, este proceso en Río Negro se profundizó en las últimas décadas: se ratifica el fenómeno, comprobado desde 1988, de la progresiva eliminación de unidades productivas, lo cual se agudizó durante los años 90 y se prolonga hasta la actualidad, incluido su reforzamiento por las políticas del macrismo. La comparación de las explotaciones agropecuarias entre los censos de 1988 y de 2018 demuestra este fenómeno: pasó de haber 7.709 explotaciones a 6.190, es decir que se redujeron en un 12 por ciento.

Según el último Censo Nacional Agropecuario (CNA), solo 92 establecimientos (el 1,4 por ciento del total) de más de 20.000 hectáreas controlan 2,8 millones de hectáreas, el 25 por ciento e la superficie total relevada. Si se consideran las 287 explotaciones agropecuarias de más de 10.000 hectáreas (que representan el 4,6 por ciento del total), ocupan el 48,8 por ciento de la superficie censada (5,5 millones de hectáreas). En el otro extremo, 3827 chacras de menos de 100 hectáreas representan el 61,8 por ciento de los establecimientos y ocupan solo el 0,7 por ciento de la superficie (330.272 hectáreas)..

“Los pequeños productores están en tierras fiscales o en reservas indígenas y son muy pocos los que tienen acceso a la propiedad”, plantea la ingeniera agrónoma Carolina Michel. El arrendamiento, en el censo 2002, llegaba al 9,1 por ciento de la tierra en propiedad y aumentó al 12,86 por ciento en 2018. Más allá de los datos que arrojan estas estadísticas, se registraron deficiencias en la cobertura del censo debido a las fuertes restricciones presupuestarias y a las dificultades del uso del soporte tecnológico. “Por los malos caminos, las grandes extensiones y los problemas de acceso a ciertos campos, hubo muchísimas hectáreas que no se pudieron relevar. Además, bajó el presupuesto y donde antes había tres censistas, en 2018 hubo uno, porque se cambió el dispositivo, antes se hacía en papel y esta vez se introdujo una tablet. Se pensaba que iba a ser mejor y al final complicó más el relevamiento. Es lo más actualizado que tenemos, pero no es completo ni está del todo bien, al menos en esta zona.”, explica Carolina Michel, quien realizó un análisis pormenorizado de los cuestionarios y desarrollo del censo.

Foto: Télam

Desmontes, sequías y extractivismo

Según el Informe de  Monitoreo de la superficie de bosque nativo de Argentina elaborado por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación en 2019, la pérdida de tierras forestales durante ese año en Río Negro fue de 600 hectáreas. El informe destaca el impacto que tuvieron los incendios en la pérdida de bosque andino patagónico y no tanto los desmontes con fines productivos. A esa cifra hay que sumarle que en 2021 en Cuesta del Ternero el fuego arrasó con 8500 hectáreas y, a fines de ese año y comienzos de 2022, el incendio en el complejo Steffen-Martin, abarcó unas 6500 hectáreas más.

“En esta zona los incendios tienen que ver más con el negocio inmobiliario o con el monocultivo de pino, que con la producción de soja. El fuego y el desmonte siempre están asociados a generar otros ingresos superiores”, subraya Soledad Urraza, ingeniera agrónoma a cargo de Extensión Rural del INTA Patagonia Norte.

Por su parte, Carlos Irasola, presidente de la Cooperativa Surgente e integrante del espacio de coordinación y gestión de la Red de Alimentos Cooperativos Patagónicos, que conecta a pequeños productores y consumidores de la región, destaca que en algunas áreas de la provincia la deforestación es significativa y está generando cambios importantes en las dinámicas geográficas: “La zona aledaña al río Colorado y al río Negro está siendo desmontada rápidamente, en algunos casos para la implantación de producciones cerealeras. Esto se traduce en que ese suelo fértil que estaba afirmado por las raíces del monte se vuela con los vientos patagónicos y trae además otras problemáticas con la fauna que migra”.

Foto: Colectivo Agroecológico del Valle Inferior del río Negro

Con respecto a los cambios en el modelo productivo, se observa una disminución de la superficie plantada con frutales: se redujo el 16,92 por ciento entre 2002 y 2018. Tratándose de un cultivo perenne e intensivo esta disminución es muy relevante y es expresión de la crisis en la producción frutícola de la región. En términos generales, las superficies que dejan de producir frutales se destinan a los cultivos de forrajeras y al desarrollo del cultivo de maíz a partir del crecimiento de la producción bovina en los feedlots.

“La región del Alto Valle se ha tornado un lugar de disputa entre lo urbano y lo rural, las chacras están rodeando las ciudades. Con la baja rentabilidad de la fruticultura, mucha gente termina decidiendo lotear. Además, el costo de vida acá es petrolero, los precios en la región del Valle están condicionados por los sueldos petroleros, que no son los que tenemos la mayoría de los trabajadores”, señala Soledad Urraza, del INTA, en referencia a la explotación hidrocarburífera de la Cuenca Neuquina —que se extiende por el Alto Valle—, en donde en la última década comenzó a desarrollarse el fracking o fractura hidráulica.

En relación a la ganadería, las transformaciones en la última década están vinculadas a los eventos climáticos. En particular, la erupción del volcán Puyehue en el año 2011 implico una mortandad de hasta el 70 por ciento del stock en ovinos. Y en 2020 las intensas nevadas implicaron porcentajes de mortandad superiores al 30 por ciento en promedio. “Hace diez años seguidos que la Provincia declara la emergencia agropecuaria por la sequía y los eventos climáticos cada vez más intensos como nevadas, granizos, inundaciones que se mantienen en el tiempo. La emergencia se convirtió en un estado de normalidad”, apunta la investigadora Carolina Michel.

Foto: Colectivo Agroecológico del Valle Inferior del río Negro

Iniciativas agroecológicas y cooperativas

Desde el Área de Extensión Rural del INTA Patagonia Norte, Soledad Urraza señala que la producción agroecológica en la provincia está creciendo. “Hace falta poder demostrarles a los productores que transicionando no se van a morir de hambre. Desde el INTA nos entusiasmamos y somos ‘evangelizadores de la temática’; pero no generamos el dato para que los productores puedan ver los resultados. Nos falta metodología y parcelas demostrativas”.

Sin embargo, a lo largo y ancho del territorio rionegrino, los emprendimientos agroecológicos se sostienen y conectan entre sí.

Una experiencia valiosa de este tipo de producción es la chacra familiar Isabel Martín, del Alto Valle, que pertenece a la cooperativa de productores La Flor. El ingeniero agrónomo Eduardo Siliquini es quien la lleva adelante, junto a su familia. “En 2016 empezamos en la chacra con un manejo alternativo. El desafío fue hacer manejo integrado de las plagas, utilizar productos que no contaminen, que sean de bajo impacto ambiental. Mantuvimos los cuadros frutícolas, pero incluimos otros cultivos y también ganadería”, cuenta Eduardo, tercera generación de productores del Valle que decidió dar un giro y comenzar a producir de manera agroecológica en la chacra que heredó de su familia.

Foto: Eduardo Siliquini

Actualmente, además distintas variedades de pera y manzana, producen duraznos, ciruelas, damascos, pelones. “Con el tiempo fui aprendiendo y desarrollando un poco más lo que es la dimensión social de la agroecología. Yo milito en el Movimiento Nacional Campesino Indígena-Somos Tierra, articulamos con UTT y armamos un núcleo de productores familiares. La idea es empezar a hacer asistencia y ofrecer otros alimentos a los lugares donde estamos comercializando la fruta”, cuenta con entusiasmo.

Según el censo de 2018, en Río Negro existen 193 experiencias agropecuarias orgánicas, 35 de agricultura biodinámicas y 119 agroecológicas.

En Viedma, otra experiencia pujante es la del Colectivo Agroecológico del Valle inferior del río Negro, que incluye a 15 familias productoras, la mayoría productores del norte argentino o de Bolivia que se dedican principalmente a la horticultura. “Producen hortalizas a campo principalmente y hace dos años empezaron a producir en invernadero. De estas familias, sólo dos son poseedoras de la tierra, las demás alquilan y eso se nota mucho a la hora de la comercialización”, cuenta Josefina Gorriti, integrante del espacio.

La producción se vende en la feria municipal de verduras de la capital rionegrina, que se realiza dos veces por semana y en una feria semanal exclusivamente agroecológica, impulsada por el Colectivo. “Cuándo hay excedente que no se puede ubicar en la zona se envía a otros lugares como la Línea Sur, Bariloche, San Martín de los Andes y Villa la Angostura, a través del Tren Patagónico. Esta es una gran asociación, muy benéfica”, agrega Josefina.

Otra vía de comercialización importante para este tipo de proyectos es el  Corredor Patagónico de la UTT. En palabras de Pocho Acosta, coordinador de la Línea Sur, “es un corredor soberano, con un camión propio de la organización que viene y se va con alimentos cooperativos”. El camión sale de Buenos Aires del Mercado Concentrador Agroecológico de la UTT en Avellaneda y termina en Comodoro Rivadavia. Ya hizo cuatro viajes pasando por más de 15 puntos de abastecimiento, en donde comunidades de vecinos y vecinas se organizan y hacen compras comunitarias.

Foto: Prensa UTT

En la zona sur de la meseta funciona también la cooperativa Peñi Mapuche, parte de la UTT. Con sede en Ñorquinco, abarca alrededor de 120 familias. “Son pequeños crianceros, es una característica de la Línea Sur, donde los rodeos de ganado ovino y caprino rondan los 100 o 120 animales. Son todas economías de subsistencia, de pequeña escala productiva”, explica el coordinador de la UTT.

“La producción agroecológica en la provincia es interesante, está lejos de ser hegemónica, pero son nichos que empiezan a crecer a partir de la demanda de la gente que necesita comer sano”, plantea Carlos Irasola, impulsor de la Red de Alimentos Cooperativos Patagónicos, otra experiencia de articulación regional conformada en 2019 e integrada por organizaciones de consumidores y productores organizados en cooperativas que involucra a 2000 familias.

“Si se tuviera la decisión de cambiar el modelo de producción, lo cual hoy no se insinúa, se podrían utilizar de manera interesante una cantidad de millones de hectáreas de tierras fiscales y readjudicarlas. Esto podría ser, además de una estrategia de diversificación de la producción, una manera de dar respuesta a los conflictos con el Pueblo Mapuche”, propone Carlos Irasola y concluye: “Hay muchas cosas que se pueden hacer, pero esto requiere de decisiones políticas y de procesos de gente moviéndose y generando reclamos claros, para que estas cosas empiecen a ocurrir por el peso organizado del pueblo”.

Fuente: Agencia Tierra Viva

Temas: Acaparamiento de tierras, Agricultura campesina y prácticas tradicionales, Agroecología

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