Día mundial de la diversidad biológica, por César López Llera

Los asentamientos en concentraciones urbanas cada vez más grandes han distanciado al hombre de la Naturaleza. Pueden pasar meses y meses, o, incluso, años, sin que contemple una montaña, un río, escuche el mugido de una vaca o disfrute del silencio lunar de una noche de primavera

Cuando abre una lata de bonito para hacerse una ensalada no se pregunta cómo fue pescado el bonito, con qué productos habrá sido abonada la tierra de la lechuga, si el tomate es transgénico o si el coste energético de la lata que acaba de tirar a la basura no será disparatado en relación al uso que se le ha dado. Se conforma llenando el buche y sabiendo que en el supermercado de la esquina hay productos suficientes para abarrotar la despensa mientras la tarjeta de crédito disponga de saldo. Del agua, de la electricidad, del gas y de la gasolina le preocupan las subidas de precios, y del tiempo, el que haga el puente en el que piensa escaparse a la costa a estrenar unas bermudas.El hábitat artificial que ha creado para su bienestar, la vida acelerada que vive y la cultura del usar y tirar le han hecho olvidar que es parte integrante de la Tierra y que depende de ella. De hecho, está rodeado de miles, de millones de seres vivos invisibles que lo vigilan, algunos, incluso, poniendo su salud a prueba. Tras las ventanas de su casa hay mirlos, palomas, vencejos, gorriones..., cuyos cantos y vuelos jamás se para a disfrutar, los geranios de los que casi no se acuerda engalanan su terraza con flores reventonas... Basta abrir los ojos y mirar para sorprenderse de la variedad de seres vivos que pueblan nuestro mundo más cercano. A ello se nos invita con la celebración del Día Mundial de la Diversidad Biológica del 22 de mayo.
Se dice que la Ciencia posee un conocimiento más exacto del número de estrellas del Universo que del de especies que pueblan la Tierra. Nadie se atreve a ofrecer cifras definitivas, aunque no faltan estimaciones de entre diez y treinta millones, que quizá podrían ampliarse a cien. Conmueve pensar que miles de seres vivos hayan desaparecido, estén desapareciendo o vayan a desaparecer sin que tengamos conocimiento de su existencia. A pesar del millón y medio de especies ya descritas, solamente en el suelo de las profundidades marinas se calcula que existe otro millón de especies desconocidas. Ante tal riqueza biológica, el ser humano debería reflexionar sobre su esencia y asumir tanto su poquedad, como su grandeza. Su poquedad, porque la vida continuaría aunque su especie desapareciera de la faz de la Tierra y porque su irresponsabilidad le ha llevado a contaminar los suelos, el aire y el agua, a calentar la Tierra, a esquilmar los mares o a arrasar los bosques, poniendo en peligro de extinción a 34.000 plantas y 5.200 especies animales, amén de destruir bosques, humedales, arrecifes y otros ecosistemas, cuando no a sus propios semejantes.
Asumir su grandeza equivale a reconocerse hombre racional, capaz de ejercitarse en la práctica de la solidaridad natural, que exige un compromiso responsable con la conservación de la diversidad biológica, la utilización sostenible de los recursos naturales y la distribución justa y equitativa de los beneficios derivados de su explotación.
Debe armonizarse el bienestar de la humanidad y el de la Naturaleza, conservando su biodiversidad, fruto de más de tres mil quinientos millones de años de evolución. No frenar su actual ritmo de destrucción equivaldría a asumir la infamia y la estulticia como propiedades de la naturaleza humana.
Al fin y al cabo, cuando hablamos de conservar la biodiversidad no se trata de defender a los pandas, los tigres o las ballenas, sino de proteger la vida en todas sus variedades de plantas, animales, microorganismos, diferencias genéticas de cada especie, diversidad de ecosistemas, amén de la diversidad cultural humana. Se trata, pues, de defendernos a nosotros mismos.

Diario Información, España, 22-5-03

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