Guerra ecológica


Prensa



Los Verdes de Andalucía, Internet, Boletín 27-11-02

Guerra ecológica



Por Ignacio Ramonet

En mi reciente libro Guerras del siglo XXI (Mondadori, Barcelona, 2002) he tratado de explicar que, en los años venideros, los conflictos principales serán de tres tipos: 1) Guerras largas contra organizaciones-red de tipo Al Qaida, que optarán por los métodos del hiperterrorismo, cometiendo mega-atentados con uso posible de armas de destrucción masiva, y que no permitirán a sus adversarios golpearles en los objetivos que constituyen habitualmente la flaqueza de los estados tradicionales: territorio, población, riquezas... 2) Guerras sociales provocadas por el crecimiento astronómico de las desigualdades y de la pobreza en el mundo, que están empujando a millones de personas sumidas en la miseria a empuñar las armas para sobrevivir, practicando lo que llamamos delincuencia o criminalidad y que no es sino una manera de sublevarse contra la globalización liberal... 3) Guerras ecologicas que se traducen en la destrucción lenta del ecosistema, provocadas por l! a hiperactividad industrial y el productivismo desaforado que exige la mundialización económica.

Con el nefasto naufragio del Prestige , Galicia ha entrado, para desgracia de nuestras costas y de nuestras gentes, en esta última guerra mundial y está viviendo su primera gran batalla ecológica. Con probabilidad, nunca en la historia se ha hablado tanto y tan universalmente de Galicia como con ocasión de esta tragedia. Nuestro país ha saltado a la primera plana de los diarios y telediarios de todo el planeta, de Australia a Finlandia, de Japón a Estados Unidos, de África del Sur a Malasia... En muchos países era sin ninguna duda la primera vez que la palabra Galicia se escuchaba, lo que ha dado lugar a muchas confusiones. En Francia, sin ir más lejos, muchos periodistas no hablaban de Galice, que es el término correcto en francés, sino de Galicie (Galitzia) que es una región casi homónima de Polonia.

Si el mundo entero se ha interesado por nuestra tierra es porque todos saben que en cualquier momento pueden verse, a su vez, afectados por la guerra ecológica y que este conflico planetario de nuevo tipo no conoce fronteras. La conferencia sobre el clima de Berlín, celebrada en abril de 1995, ratificó la idea de que el mercado no está en condiciones de hacer frente a las amenazas globales que pesan sobre el medio ambiente. Evitar las mareas negras y los vertidos de hidrocarburos en el mar, proteger la biodiversidad y la variedad de la vida mediante el desarrollo sostenible se han convertido en imperativos: el desarrollo se considera sostenible si permite que las generaciones futuras hereden un entorno de una calidad al menos igual al que recibieron las generaciones precedentes.

No sólo el mar se está convirtiendo en un vertedero cada día más nocivo para las especies marinas y más nefasto para los que viven de la pesca, sino que, en tierra, hasta los bosques del planeta están desapareciendo a gran velocidad. En el 2010, la capa forestal del globo habrá disminuido más de un 40% respecto a 1990. En el 2040, la acumulación de gases con efecto invernadero podría provocar un ascenso de la temperatura media del planeta de entre uno y dos grados centígrados, y una elevación del nivel de los océanos de entre 0'2 y 1'5 metros, lo que causaría en nuestras rías gallegas inundaciones trágicas.

Los países occidentales -y especialmente Estados Unidos, responsable de la mitad de las emisiones de gases carbónicos de los países industrializados- deben respetar los compromisos suscritos en la Cumbre de la Tierra celebrada en Rio de Janeiro en 1992 y ratificados en la cumbre de Johannesburgo en septiembre del 2002. Por su parte, numerosos gobiernos se niegan a aceptar que el transporte de hidrocarburos en navíos-basura como el Prestige tiene consecuencias dramáticas para toda la humanidad. Es evidente que no conseguiremos aliviar al planeta sin un esfuerzo colectivo. Tanto en el Norte como en el Sur, ha sonado la hora de abandonar el modelo de desarrollo que hemos seguido durante siglos, para desgracia de la Tierra y de sus habitantes.

Fuente: La voz de Galicia.

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