Los bosques de papel

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El país vecino (Uruguay) violó tratados internacionales cuando, de manera inconsulta, permitió la instalación de las plantas, que van a usar las aguas del río Uruguay, un recurso natural compartido por ambos países

Omar Lafluf Hebeich está sentado detrás de un enorme mate de calabaza. Con su brazo izquierdo, abraza el termo metálico de dos litros, en un gesto que hace recordar a los niños cuando se encaprichan con un peluche. Desde hace 20 días, es intendente del departamento uruguayo de Río Negro, donde está ubicada Fray Bentos, una ciudad de 23 mil habitantes a la que miles de argentinos acostumbran ignorar cada verano cuando cruzan el puente internacional San Martín y hunden el acelerador para llegar lo antes posible a las playas de Punta del Este.

Todo es apabullantemente tranquilo aquí. La Municipalidad comienza a atender al público a las 12.30, pero en esta templada mañana de julio, Lafluf Hebeich tiene la deferencia de recibir a la prensa argentina cuando ni siquiera las verdulerías fraybentinas abrieron sus puertas. Sus afirmaciones son un balde de agua fría para los argentinos que piensan que, también del lado uruguayo, la gente se opone a la inminente instalación de dos imponentes fábricas de celulosa junto al río Uruguay. “Ésta es la inversión extranjera más grande en la historia de nuestro país. Son 1.800 millones de dólares y nosotros tenemos una posición muy firme en defensa de los emprendimientos. Aunque en Argentina se los discuta, para nosotros ya están, son un hecho, y sólo falta arreglar para que los efectos ambientales sean los menores posibles”.

Eso dice Lafluf Hebeich, que nos hace traer un café con su secretaria mientras él inclina el peluche y se sirve otro mate.

Camiones en marcha

Al cruzar hacia Uruguay, a la derecha del puente internacional se ve una treintena de camiones que emparejan los terrenos donde se instalará la finlandesa Botnia, un gigante de la industria papelera mundial que planea levantar allí su planta de celulosa, y un puerto desde el cual trasladar su producción a Europa, donde tendrá lugar el proceso final de fabricación del papel. A la izquierda del puente, aparece el puerto M’Bopicuá, levantado hace pocos años por la Empresa Nacional de Celulosa de España (Ence), que además tiene previsto construir allí mismo otra planta de pulpa de papel.

Juntas, Botnia y Ence darán nacimiento en Fray Bentos a uno de los complejos de fabricación de celulosa más grandes del mundo, con una producción anual conjunta de un millón y medio de toneladas. Esto significará un salto de casi el dos por ciento para el producto interno bruto (PIB) de Uruguay.

Solamente Botnia ya tiene contratados a unos 200 empleados, espera llegar a 700 en dos meses y a 4.500 cuando la construcción de la planta esté en su mejor momento. Luego, a partir de 2008, cuando entre en producción, dará empleo directo a sólo 300 hombres e indirecto a otros 1.500. Son los empleos lo que más seduce en el lado uruguayo, aunque no está claro si esos 300 empleos definitivos de Botnia van a ser o no para una mayoría de técnicos llegados de otras ciudades y países.

Luego del cierre del frigorífico Anglo, hace ya varias décadas, en Fray Bentos el principal empleador es el municipio, con un millar de agentes: uno de cada 52 habitantes del departamento es empleado municipal. “Acá cobro seis mil uruguayos por mes (750 pesos argentinos). En M’Bopicuá pagan 14 mil (1.750 pesos)”, nos explica una empleada, también esperanzada con el arribo de las celulosas. “No es que estemos mal. Acá todos comemos bien y tenemos nuestra casa. Lo que no tenemos todos es auto, como sí tienen los argentinos, ni hay empleo para los jóvenes. Esperemos que las cosas vayan mejor ahora”.

El caso de las celulosas explotó en los titulares de los medios de Argentina recién en el último mes. El principal cuestionamiento desde esta costa es que el país vecino violó tratados internacionales cuando, de manera inconsulta, permitió la instalación de las plantas, que van a usar las aguas del río Uruguay, un recurso natural compartido por ambos países. El temor a la contaminación que provocarán las fábricas llevó a que Argentina, a través de su embajador en Washington, José Bordón, pidiera al Banco Mundial que no otorgue los créditos que ambas empresas recibirán para construir las instalaciones. El presidente uruguayo Tabaré Vázquez salió a ratificar el proyecto y su ministro de Industria, Jorge Lepra, propuso que su país le dé “una patada en los tobillos” a la Argentina, “como cuando jugamos un partido de fútbol en el barrio”.

Tierra de eucaliptos

Los gritos y los argumentos del reclamo por el impacto ambiental todavía no han permitido adentrarse en la discusión por otro cambio que traerá aparejada la probable instalación de las celulosas, y que tiene que ver con el impacto socioambiental que producirá el crecimiento de las plantaciones de eucaliptos, el árbol cuya pulpa utilizarán las nuevas plantas, si finalmente se instalan.

En Uruguay, y se supone que también en la mesopotamia Argentina, ya se están plantando especies de eucaliptos genéticamente modificados para ser empleados por las plantas papeleras. Las modificaciones genéticas apuntan a proteger los árboles de plagas y hacerlos resistentes a pesticidas, pero principalmente a disminuir en la madera la cantidad de lignina, su componente duro, que la industria descarta, para aumentar su nivel de celulosa, la pulpa que es blanqueada y luego usada para fabricar el papel.

Este tipo de biotecnología forestal, según informes de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), se está experimentando con 140 especies de árboles en todo el mundo y uno de los principales objetos de atención es el eucalipto, principal alimento de las papeleras, cuya producción mundial se basa en un 90 por ciento en la madera.

Uno de los principales sembradores de eucaliptos de Uruguay es la Compañía Forestal Oriental, cuyo dueño es, desde hace dos años, justamente la empresa Botnia. También tiene acciones allí la Royal Dutch/Shell, una de las principales investigadoras de un nuevo tipo de eucalipto cuya lignina es más fácil de remover, lo que abarata el proceso de las plantas de celulosa. La española Ence, a su vez, ya sería dueña de 50 mil hectáreas de eucaliptos, que salen de su puerto de M’Bopicuá.

En Uruguay y la Argentina, los eucaliptos alcanzan el tamaño de cosecha en sólo siete años, mientras que el mismo proceso puede llevar hasta 40 años en los países nórdicos. El clima, el tipo de suelo, la disponibilidad de agua, el terreno plano que facilita la mecanización de los trabajos y gobiernos sedientos de inversiones extranjeras hicieron de esta zona del mundo un lugar ideal para las fábricas.

Delia Villalba, política de Fray Bentos, es una de las principales opositoras a las papeleras. Aunque del mismo partido que el presidente Tabaré Vázquez, afirma que éste mintió sobre las papeleras y, en el living de su casa, cuenta que lloró cuando lo vio desdecirse de afirmaciones previas. “La aparición de las plantas de celulosa es sólo el capítulo final de un proceso que lleva mucho tiempo, apañado por los últimos gobiernos uruguayos”, dice. “La forestación con eucaliptos manejados genéticamente comenzó en Uruguay en la década de 1990. En 1987, mi país aprobó una ley forestal para promover las plantaciones de eucaliptos con créditos blandos financiados por el Banco Mundial. En 1994, vinieron a sondear Fray Bentos con Transpapel, una papelera que decía que se quería instalar en la zona. En el ’96 vinieron con el proyecto del puerto M’Bopicuá para exportar astillas de eucalipto, sin decir que querían hacer una planta, pero ahora se hace evidente que ya tenían todo planeado hace muchos años”.

Sólo la planta de Botnia consumirá 3,5 millones de metros cúbicos de madera pulpable cada año. Junto con la planta de Ence, superarían los cinco millones. La celulosa resultante se exportará al hemisferio norte, donde el consumo per cápita de papel multiplica muchas veces el de un habitante latinoamericano. “Van a hacer falta numerosas plantaciones de eucalipto”, dice Lafluf Hebeich, el intendente fraybentino. “Nuestro departamento tiene 98 mil hectáreas ya plantadas y puede llegar a las 205 mil, pero estas plantas van a necesitar madera también desde la orilla argentina”.

Las plantaciones de eucaliptos son rechazadas por las organizaciones ambientalistas en países como Chile, Brasil y Sudáfrica, que las llaman “desiertos verdes”. Héctor Rubio, uno de los dirigentes de la Asamblea Ciudadana Ambiental de Gualeguaychú, señala que las leyes argentinas, al igual que las uruguayas, “favorecieron el monocultivo industrial de eucaliptos. Estos árboles consumen increíbles cantidades de agua, no admiten poblaciones de aves ni de insectos y sus plagas generalmente son combatidas con tóxicos prohibidos. Los eucaliptos son una especie exótica, para la cual nuestro ambiente no está preparado y que, además, emplea aún menos mano de obra que la ganadería. Ahora tememos que nuestro territorio, que fue siempre ganadero, pase a ser tierra para las nuevas forestales”.

El cambio de perfil económico que podrían traer aparejado los futuros “bosques de papel” para alimentar las fábricas de celulosa también afectaría a otras actividades, como la industria mielera. “La sola instalación de estas dos plantas implica que no podamos exportar más miel a la Comunidad Europea, porque serán consideradas un centro contaminante”, dice Juan Veronesi, de la Cooperativa Apícola Gualeguaychú, que agrupa a 50 productores. “Además, las abejas no resistirán los plaguicidas usados en las plantaciones de eucaliptos. Y si los resisten, el riesgo será la contaminación de la miel”.

Para los próximos 50 años, se estima que se duplicará la demanda mundial de celulosa. Las dos plantas que se quieren instalar frente a la costa argentina se sumarán al necesario incremento de la producción. Claro que todavía no está claro si los beneficios serán mayores que los costos y, mucho menos, a quiénes irán esos beneficios.

La Voz del Interior, Argentina, 31-7-05

Temas: Monocultivos forestales y agroalimentarios

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