Sobre los agrocombustibles

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Los agrocombustibles, también conocidos como biocombustibles, agroenergía o cultivos energéticos, dominan las discusiones sobre el cambio climático y la crisis energética. Y parece que todo el mundo está a favor de ellos: Al Gore, George Bush, la Unión Europea, la mayoría de los gobiernos suramericanos y africanos, las corporaciones petroleras y de biotecnología, y numerosos grupos ambientalistas

Estos combustibles son hechos de plantas o grasa animal. Ya que no son derivados de fuentes fósiles subterráneas como el carbón o el petróleo, sus promotores sostienen que pueden ayudar a mitigar el cambio climático.

Los dos principales tipos de agrocombustibles son el etanol y el biodiesel. El etanol se puede obtener de caña de azúcar, melaza, sorgo dulce y granos como el maíz, trigo y cebada. El biodiesel se deriva de aceites vegetales de plantas como canola, soya y palma aceitera, al igual que de grasa animal.

Según el informe de las Naciones Unidas “Sustainable Bioenergy: A Framework for Decision Makers”, publicado el año pasado, los agrocombustibles son el sector de más rápido crecimiento en la agricultura mundial. El periódico Financial Times estima que los subsidios de países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (club de las 30 mayores economías nacionales del mundo) a los agrocombustibles suman un total de $15 mil millones al año. La industria espera que la producción aumente de 11 mil millones de galones en 2006 a 87 mil millones para 2020, y que el mercado crezca de $20,500 millones en 2006 a $80,900 millones en 2016.

Pero, ¿realmente pueden estos combustibles combatir el calentamiento global y ser una alternativa energética viable? Según datos de la Academia Nacional de las Ciencias de Estados Unidos, si toda la cosecha de maíz de ese país fuese utilizada para etanol, sólo cubriría 12% de su demanda de gasolina, y la cosecha entera de soya no desplazaría más del 6% del diesel de origen fósil.

Estas cifras son aún más patéticas en vista de que Estados Unidos produce 44% del maíz del mundo—más que China, la Unión Europea, Brasil, Argentina y México juntos. Por lo tanto, si la producción mundial de maíz fuera a ser cuadruplicada y dedicada por completo a la producción de etanol, satisfaría la demanda estadounidense, pero dejaría el resto de la flota de vehículos del mundo todavía corriendo con petróleo.

Por otra parte, en febrero la prestigiosa revista Science publicó un estudio que demuestra que los cambios de uso de terrenos para expandir las plantaciones de agrocombustible causan aún más calentamiento global que los combustibles fósiles desplazados por estas plantaciones.

La próxima generación de agrocombustibles

Los promotores de los agrocombustibles están comenzando a reconocer estos problemas y nos aseguran que éstos se resolverán con la nueva generación de agrocombustibles derivados de celulosa. La capacidad de convertir celulosa en combustible haría posible la utilización de cualquier materia vegetal, viva o muerta, a este fin. Se podría utilizar lo mismo grama de patio que madera muerta de árboles caídos. ¡Por menos que eso la dan un premio Nobel a uno!

La idea de los combustibles celulósicos es que se puedan derivar de desperdicios de agricultura y jardinería. Pero, ¿es eso una buena idea? ¿En la agricultura y la naturaleza existe tal cosa como un desperdicio?

“Como bien saben los agricultores y agrónomos, los ‘desperdicios de biomasa’ no existen; son la materia orgánica que uno debe devolver después de la cosecha para mantener la fertilidad del suelo”, aconseja GRAIN, organización con sede en Barcelona que se dedica a defender la biodiversidad agrícola. “De otro modo, uno mina el suelo y contribuye a su destrucción. Y eso es precisamente lo que pasará con el suelo del mundo si tiene que competir con los bio-destiladores.”

Si estos supuestos desperdicios agrícolas no son usados para fertilizar campos, tendrán que ser sustituidos por sacos de abono, fertilizantes sintéticos que son la mayor contribución de la agricultura al calentamiento global. Una vez aplicado a cultivos, el nitrógeno en el fertilizante se combina con oxígeno para formar óxido nitroso, un gas con efecto invernadero 296 veces más poderoso que el dióxido de carbono. Según el Informe Stern sobre los aspectos económicos del cambio climático, un documento de 700 páginas comisionado por el gobierno inglés, las emisiones de gases de invernadero relacionadas con la agricultura aumentarán 30% para 2020. La mitad de esto se deberá a un aumento en el uso de fertilizante. Se espera que en el mismo período los países del Sur global dupliquen su uso de fertilizante y gran parte de este aumento será para agrocombustibles.

“La remoción de residuos orgánicos de los campos requerirá un mayor uso de fertilizantes de nitrato, aumentando así emisiones de óxido nitroso, las sobrecargas de nitrato, y sus serios impactos sobre la biodiversidad en la tierra, los cuerpos de agua fresca y los océanos”, según un informe redactado en 2007 por once organizaciones de sociedad civil, incluyendo el Grupo de Reflexión Rural de Argentina, Watch Indonesia, EcoNexus, Corporate Europe Observatory y Amigos de la Tierra Dinamarca.

“La remoción total de materia vegetal también probablemente acelerará las pérdidas de suelos, causando una reducción mayor aún de nutrientes del suelo. Esto podría tener serias implicaciones para la salud humana en lo que se refiere a deficiencias nutricionales en los cultivos alimentarios en el futuro. Esto también probablemente reducirá la retención de agua en los suelos, haciendo la agricultura más vulnerable a sequías.”

¿Entonces?¿Qué hacemos entonces? Más importante que buscar fuentes de energía alternas es reducir nuestra huella ecológica. Esto sólo es posible reduciendo el consumo energético, propuesta que rara vez endosan los ecocapitalistas ilustrados que buscan vendernos productos sustentables.

Para dar una propuesta específica, en lugar de desarrollar carros híbridos, ultraeficientes que corren con etanol o biodiesel, deberíamos estar hablando de reducir el número de automóviles en Puerto Rico. Tal reducción sólo se puede lograr si el gobierno desvía las sumas astronómicas de dinero que dedica a la construcción de nuevas carreteras y en lugar de eso las utiliza para facilitar el transporte peatonal y ciclista por todo Puerto Rico y establecer un sistema de transporte público digno de una sociedad civilizada.

Pero propuestas alternativas más detalladas sería tema para otro artículo.

Claridad, Puerto Rico, 5-6-08

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