Semillas en Monte Carmelo
Aterrizar en Monte Carmelo significó involucrarse con la familia de Delia González y su sentido de compromiso en torno al rescate de las semillas nativas. Desde su hija Eucaris, quien se desempeña como docente en la Escuela Bolivariana de Monte Carmelo, pasando por su nieta de 4 años que asiste al preescolar de la misma escuela y, finalmente su compañero de vida: Adán. Solidaridad expresa y espontánea en el recibimiento que nos dieron compartiendo cuartos y comida, sazonado por algunos cuentos que me ubicaron sobre las actividades por venir en los próximos días. Actividades que incluían la celebración central del Día Internacional de la Semilla Campesina; conferencias y reuniones —tanto en la escuela con participación de los niños como en los centros comunitarios— y encuentros poéticos musicales, entre otros.
Todos los niños de la escuela, desde preescolar hasta sexto grado, están involucrados en el aprendizaje del rescate, protección y permanencia de las semillas orgánicas, en contraposición a las transgénicas. Según el nivel de escolaridad realizan trabajos de investigación y exposiciones de esos trabajos, en los que hacen desde carteleras móviles con clasificación de las semillas hasta intervenciones sobre la importancia de las abejas como indicadores de la biodiversidad. Esta primera aproximación con la escuela, para mí, fue impactante. Ver niños desde los 3 hasta los 12 años surfeando entre los conceptos básicos de la biología vinculados a sus vidas cotidianas con efectos reales en la economía local y familiar, realmente sorprende.
Pero este encuentro no quedó allí. Me topé con la presencia de una mujer delgada, pequeña, de sonrisa fácil, que les hacía preguntas a los niños y los animaba a participar y precisar sus intervenciones. Esa mujer, posteriormente, daría una charla, en una de las aulas de la escuela, sobre las milagrosas meliponas, abejas criollas sin aguijón. Su apariencia sencilla transmitía una imagen de tranquilidad consciente pero inquieta. Resultó ser Palmira Guevara Trejo, Bachelor en Ciencias, mención Genética y Microbiología de la Universidad de Londres. Profesora instructora en Genética y Microbiología de la Simón Bolívar. Investigadora de la UCV en Biología Molecular de Parásitos. Graduada de doctora en Biología Celular de la UCV.
Asistí a su charla sin tener idea de quién era ni lo que representaba académicamente. Su exposición fue clara, precisa, acentuando lo que consideraba debía quedar conceptualmente grabado en los presentes sobre la importancia de las abejas. Hubo microscopios, proyecciones, explicaciones para cada tipo de muestra de las meliponas. Y al final nos regaló una hermosa reedición ampliada del libro de Rafael Rivero Oramas, “Abejas Criollas sin aguijón”. Tanto Palmira como el libro de Rivero Oramas merecen artículos aparte.
Si algo debe ser resaltado es el compromiso de todos los actores: familias, productores, educadores, investigadores, residentes en Monte Carmelo, para transmitir que lo importante es “enamorarse del querer conocer, de ser científico, de querer investigar…”, así como señalar que “la abeja melipona es una especie sin aguijón de la tribu Meliponini que constituye el nivel más alto de organización social que se da en ciertos animales”.
El hecho de haberme enterado casi accidentalmente de que desde el Fondo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (FONACIT) se contribuya a la preservación de la vida en el planeta y a la salvación de la especie humana al financiar el proyecto de Biodiversidad, bosque local y a las abejas nativas, me movió el piso, pero que desde Monte Carmelo exista este compromiso por las semillas nativas mantenido en el tiempo desde hace 20 años, me lo movió tanto o más.
Entre este manojo de emociones que me produjo Monte Carmelo, debo señalar el encuentro con un joven de 12 años, de nombre Sleiker. En la primera visita que realicé a la escuela vi a un niño alejado de los otros, concentrado en la actividad. Arrimé mi silla y empezamos a hablar. En pocos minutos me deslumbró su inteligencia natural y su capacidad de razonamiento.
Pensaba bien lo que escuchaba para pensar bien lo que respondía. Era acertado, sensato y preciso. Le comenté que tenía mente de investigador. Debido a alguna frase dicha al voleo, le aseveré que los jóvenes eran el futuro, que él era el futuro; se quedó pensando y repreguntó para sí mismo si eso era verdad, si él era el futuro. Le aseveré que sí… Solo tenía que empezar por creérselo… internamente. Compartimos durante dos o tres días, unas veces hablando, otras en silencio. En uno de nuestros encuentros agradeció haber entendido que él podía lograr lo que se propusiera. Lo cierto es que el intercambio de ideas que tuvimos me permitió conocer más sobre su realidad, expresando como siempre sus opiniones con certeza y claridad. Definitivo… Sleiker fue mi regalo anticipado de Navidad.
La actividad central del Día Internacional de la Semilla Campesina se realiza en la cancha. Productores, investigadores, poetas, estudiantes, docentes, todos, se dan cita ese día para intercambiar semillas. Exponen su producción, explican su proceso a todo aquel que esté dispuesto a escucharlo. El ambiente es sano, lleno de alegría, y de expectativas. Normalmente, algún funcionario gubernamental va y eso permite pensar en la posibilidad de darle continuidad a determinados proyectos. Aunque parezca mentira, esta feria de encuentro productivo es la que ha permitido durante 20 años garantizar la permanencia de las semillas originarias, al implementarse el intercambio.
De este recorrido puedo decir que queda mucho por contar. El encuentro poético musical con los morochos Escalona y otros miembros de la comunidad. La experiencia de la actividad de un joven y comprometido productor en torno a sus cultivos de orquídeas, así como el trabajo realizado por la cooperativa de Las Lajitas, la investigación sobre la trichoderma y muchos otros. Termino agradeciendo, por lo que como venezolanos somos.
Fuente: La Inventadera