Quienes siguen al Movimiento Sin Tierra se sienten intrigadxs por su vitalidad. Después de todo, el movimiento celebró su cuarto decenio en 2024, una hazaña poco común entre los movimientos sociales. Es un hecho que el objetivo fundamental del MST, la reforma agraria, sigue siendo un sueño incumplido. Sus oponentes son poderosos, mantienen sus vínculos originales con el Estado brasileño, una maquinaria al servicio de los grandes terratenientes, y sus agentes emplean una violencia extrema e histórica. Además, la continua concentración de la propiedad de la tierra en las últimas décadas ha transformado el país, concentrando a la población en zonas urbanas. En estas condiciones, la longevidad y la escala del MST plantean una especie de enigma para quienes no lo conocen. ¿Qué es lo que lo mantiene unido, da fuerza y coraje a sus militantes y sostiene su lucha por la tierra incluso en los momentos más difíciles? Algunas de sus fortalezas son notables: la capacidad de agrupar a distintas categorías de trabajadores rurales y desempleadxs urbanos en una nueva entidad colectiva, con identidad propia y un simbolismo inconfundible, así como la creación de formas innovadoras de organización y acción política, como las “ocupaciones”. Pero hay algo más que nos enseñan lxs trabajadores sin tierra: el secreto reside en la mística, “el alma del Movimiento”.