Aprender de la biodiversidad

Idioma Español
País Europa
Dos mariposas sobre las flores. Foto: Roverhate / Pixabay

El planeta está sufriendo la Sexta Gran Extinción. En las cinco anteriores desapareció una parte significativa de las especies que existían. Y somos una de ellas.

A comienzos de este mes, hemos celebrado la Asamblea Confederal de Ecologistas en Acción. Este año tocaba en Córdoba. Para todas las personas que acudimos es siempre un momento de recarga de energía de la buena, de reencuentro con compañeros y compañeras de muchos años, de conocimiento de quienes se han acercado de forma reciente, de revisión de lo mucho que se hace y que compartimos, y de debate y aproximación sobre aquello en lo que tenemos diferencias y voluntad de entendernos.

En esta ocasión, el debate de apertura, y parte del espacio del plenario, lo hemos dedicado a la biodiversidad. Los y las compañeras del área de Conservación de la Naturaleza presentaron un manifiesto interno en el que expresaban preocupación porque, incluso dentro de nuestra organización, la centralidad del cambio climático o la crisis energética han restado esfuerzo colectivo al trabajo sobre la pérdida de biodiversidad.

Creo que tienen razón y yo quiero empezar a hacer los deberes. Por eso, en esta carta os quiero hablar de eso.

En una cultura como la nuestra, alienada respecto a la trama de la vida de la que formamos parte, no se entiende bien el concepto de biodiversidad. Si preguntamos a quienes tenemos cerca, probablemente encontraremos respuestas que apuntan a denominar biodiversidad al conjunto de las especies vivas que habitan el planeta. Hasta Dios, cuando decidió controlar por las bravas una humanidad descarriada, pidió a Noé que metiera en el arca a su familia y a una parejita de cada animal impuro y a unos cuantos más de los puros. Con eso se garantizaba el reinicio de la vida en la Tierra.

Pero la biodiversidad, además de los seres vivos pertenecientes a las distintas especies, abarca también la densa y compleja red de interrelaciones que se tejen entre todos ellos, y también de lo vivo con lo inerte (el agua, las rocas o el aire). 

La biodiversidad, por tanto, no es una suma de especies, ni un banco de semillas o de germoplasma. La biodiversidad es el conjunto de especies, relaciones y estrategias que garantizan la protección y continuidad de la vida en su conjunto. La biota –conjunto de los seres vivos– fue creando las condiciones adecuadas para que se dé la vida en la Tierra tal y como la conocemos hoy. Coevoluciona y regula el ambiente. La atmósfera, los océanos y el suelo están regulados por el crecimiento, la muerte, el metabolismo y las actividades de los seres vivos interdependientes entre sí.  

En una cultura como la nuestra, construida sobre una ilusión de individualidad, que no visibiliza ni da valor a los vínculos y relaciones que sostienen la propia vida humana, que fragmenta el conocimiento, y considera la naturaleza poco más que un almacén de recursos inagotables, no es extraño que no se entienda bien el concepto de biodiversidad. A fin de cuentas, se trata de comprender que lo que hemos aprendido a tratar por separado –los seres humanos, el resto del mundo vivo, los océanos, la atmósfera, el clima, los suelos o la propia economía–  en realidad forman parte de un todo integrado e indivisible.

Desde que comenzara la vida en el planeta, hace 3.800 millones de años, la tendencia predominante en la evolución ha sido la multiplicación del número de especies diferentes y la complejización de las relaciones entre ellas y con el entorno. Este ha sido el seguro de vida que la propia vida diseñó para sí. La organización en red y la diversidad son dos patrones sistémicos de lo vivo, imprescindibles para la adaptabilidad a los posibles cambios que se produzcan. Son una garantía ante la incertidumbre. Aumentando la biodiversidad, aumentan las probabilidades de supervivencia.

A estas alturas, en la comunidad de Contexto, ya no hace falta recordar que los seres humanos formamos parte de esa trama de la vida y dependemos de ella. 

Insectos, murciélagos, aves, manglares, corales, praderas marinas, lombrices, algas, hongos y bacterias, animales, plantas… fotosintetizan haciendo posible que la energía del sol y los minerales circulen por las cadenas tróficas; mantienen a los suelos fértiles, polinizan las plantas, purifican el agua y el aire; mantienen sanos peces y árboles, y combaten las plagas y enfermedades de los cultivos y los animales, también de los humanos. Su acción conjunta regula el clima. Reparan y restauran los daños que se producen, restituyendo los equilibrios que permiten que la vida se mantenga.

Nuestra existencia depende de tener aire limpio, agua, alimentos y un clima habitable, tres dimensiones reguladas por la biodiversidad. No hay economía sin biodiversidad. La economía transforma y añade valor monetario a lo que previamente ha producido la trama de la vida. En realidad, el capitalismo extrae, transforma y vende con beneficio.

El capitalismo, incluido obviamente el de Estado de China, presenta una lógica antagónica con la de la biodiversidad. Los tiempos y los espacios para asegurar el conjunto de la vida son cíclicos y lentos. Chocan frontalmente con la velocidad y los ritmos que exige la acumulación y el crecimiento de las tasas de ganancia del capital. En la naturaleza, la productividad se basa en la diversidad y la red; en el capitalismo se basa en el monocultivo (de alimentos, de artefactos o de mentes) y en la individualización. Lo que se llama complejidad en la economía dominante causa simplificación en la biosfera, lo que se ha llamado progreso en nuestra cultura es regresión en la trama de la vida. Una regresión que no lleva a un lugar desde el que comenzar de nuevo el mismo camino. Los procesos en lo vivo, a partir de un punto de perturbación, son irreversibles. La trama de la vida se reorganiza en una dirección incontrolable en la que puede que la vida humana sea inviable o mucho más difícil.

El planeta está sufriendo la mayor pérdida de biodiversidad desde la época de la extinción de los dinosaurios. Es la Sexta Gran Extinción. En las cinco anteriores desapareció una parte significativa de las especies que existían. No olvidemos que somos una especie. 

En la mesa de debate y formación que inauguró la asamblea de Ecologistas en Acción, Fernando Valladares recordaba que son ya un millón de especies las que están contra las cuerdas. Cada diez minutos desaparece una. De muchas de ellas, se desconoce qué funciones tienen, ni qué es lo que se destruye cuando desaparecen. 

Las causas directas de la hecatombe de la diversidad, en palabras de Jorge Riechmann, son la sobreexplotación, los monocultivos intensivos, la sobreutilización de pesticidas e insecticidas que se filtran al agua, la deforestación, la alteración de los ciclos hidrológicos, la contaminación de las aguas subterráneas y superficiales, el propio cambio climático, en definitiva, la destrucción de los hábitats naturales. Las causas últimas que subyacen son el modelo de producción, distribución y consumo capitalista.  

La biodiversidad es la estrategia que la trama de la vida, autorregulada y autolimitada, ha puesto a punto y probado a lo largo de miles de millones de años de historia natural y, sencillamente, no es compatible con un sistema económico basado en la homogeneización, la simplificación y la expansión continua. El IPBES, la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas –equivalente al IPCC que estudia el Cambio Climático–, advierte de la alta probabilidad de extinciones masivas y colapsos de ecosistemas incluso antes de 2030. 

La cuestión de la alimentación es clave. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el  estado de la biodiversidad para la alimentación y la agricultura en el mundo es crítico. De unas 6.000 especies de plantas que se cultivan para obtener alimentos, menos de doscientas contribuyen de manera sustancial a la producción alimentaria mundial, y nueve representan el 66% del total de la producción agrícola. La ya frágil seguridad alimentaria puede agravarse si las pocas variedades cultivadas empeoran sus productividades a causa del cambio climático. 

La producción ganadera mundial se basa en unas cuarenta especies de animales, de las cuales solo cinco proporcionan la mayor parte de la carne, la leche y los huevos. En el ámbito de la pesca, el 33% está sobreexplotada, y el 60% ha alcanzado su límite de aprovechamiento. Y todo ello con un nivel inaceptable de sufrimiento animal.

El modelo de consumo crea una especie de realidad paralela que hace pensar, sin embargo, que nunca –en los lugares de privilegio – hubo más variedad entre la que elegir. Cuando nos situamos delante de la estantería de un supermercado podemos encontrar leche desnatada, semidesnatada o entera. Leche enriquecida con vitamina D, leche específica para embarazadas, para la infancia. Leche sin lactosa. Muchas marcas y tipos de envase. Pero la mayor parte de la alimentación mundial es producida a partir de sólo doce plantas y cinco razas de animales. La diversidad alimentaria en el mercado es un fake

Si continúa la debacle de biodiversidad, la adaptación al cambio climático será mucho más difícil. El clima, el ciclo del agua, la depuración del aire, la polinización, la fotosíntesis… No son sustituibles. Las experiencias de generación de ecosistemas artificiales han fracasado estrepitosamente. Las formas más inteligentes de adaptarse pasan por realizar enfoque ecointegradores y reorganizar la política y la economía de modo que se permita que la propia Naturaleza venga en nuestro auxilio.

Entre el 7 y el 19 de diciembre se celebra en Montreal la COP15 del Convenio de Diversidad Biológica. Naciones Unidas convocará a gobiernos de todo el mundo para acordar un nuevo marco mundial para la diversidad biológica posterior a 2020. Es difícil que se pueda acordar nada decente si no se ponen límites y se embrida un modelo económico para el cual el alimento, la naturaleza y las personas son solo recursos. 

Valladares, en la mesa inaugural de nuestra Asamblea, recordaba que el IPCC en su último informe hablaba del capitalismo como causa estructural y denunciaba  la política como hipocresía organizada. El IPBES, añadía, mantiene una mal llamada prudencia que ya se sabe que no funciona. Aún no se habla claro sobre pérdida de biodiversidad. Hacen falta límites, porque, como ya hemos visto, el mercado no regula nada y no para hasta que ya no queda nada por destruir.

En la misma mesa, Simone Lovera, directora de la Coalición Mundial de los Bosques, expresaba que el peor resultado posible en la COP15 no es solo que las negociaciones encallen, sino que las soluciones consistan en crear mecanismos de compensaciones que beneficien a los negocios.

Las amenazas a la biodiversidad hoy están financiadas a partir de subsidios y subvenciones. Resulta fundamental eliminar incentivos perversos y revisar las soluciones financieras y pagos por servicios ambientales que con mucha frecuencia favorecen a terratenientes. Es necesario denunciar el absurdo que supone compensar la pérdida de un humedal acá con la plantación de árboles allá. No se deben confundir las soluciones basadas en la naturaleza con las compensaciones, es decir, con pagar por el derecho a destruir, porque aunque se pague, el dinero no puede reparar las funciones ecosistémicas perdidas. No se trata de practicar solo una especie de punitivismo preventivo ambiental, sino de blindar la biodiversidad y la vida.

Para proteger la biodiversidad también hay que respetar y aprender de las eficaces iniciativas de conservación comunitaria que los pueblos indígenas, las mujeres y muchas comunidades locales están implementando en sus territorios. Con frecuencia, los mecanismos de protección violan los derechos de pueblos indígenas cuyos conocimientos y formas de relación con el territorio son tachadas de atrasadas. Pero la realidad es que las últimas regiones silvestres que quedan en el planeta están habitadas desde hace milenios por grupos humanos. Los pueblos indígenas viven en territorios que, en muchos casos, albergan niveles excepcionalmente altos de biodiversidad. Algo sabrán de conservación, digo yo.

Los pueblos indígenas ocupan una importante porción de bosques tropicales y boreales, montañas, pastizales, sabana, tundras y desiertos de los menos deteriorados del planeta, junto con grandes áreas de la costa y riberas del mundo (también manglares y arrecifes de coral). La importancia que han jugado los pueblos indígenas en la conservación de la biodiversidad y los ecosistemas es por tanto evidente. 

Existe una fuerte correlación entre los lugares en los que existe mayor biodiversidad y aquellos en los que se conserva un mayor número de lenguas habladas. Esta alta correspondencia llevó a Nietschmann a formular un axioma biocultural, denominado “concepto de conservación simbiótica”, según el cual la diversidad biológica y la cultural son recíprocamente dependientes y geográficamente coterráneas. Este es un principio clave para crear un nuevo paradigma de la conservación y es la expresión de una nueva línea integradora e interdisciplinaria, que poco a poco va ganando terreno.

Hay pueblos que recuerdan y pueblos que no tienen memoria de su pertenencia a la vida. La sociedad industrial ha olvidado mucho de su patrimonio biocultural. La inyección ingente de energía y materiales para producir sin límites y la tecnología que permitía alimentar la ilusión de fuga de la tierra han arrinconado mucho conocimiento que ya sólo está en las experiencias de las personas mayores y en algunos habitantes del medio rural. Es preciso recuperarlo. Y reinventarlo, porque no encontraremos soluciones en el pasado, aunque sí inspiración que ayude a imaginar.

El capitalismo no sabe imaginar. Siempre plantea la misma salida. Más crecimiento, más privatización y monetización de todo lo que es imprescindible para vivir y, por tanto, proporciona clientela segura. Pretende seguir aniquilando la diversidad cultural y biológica para echar más madera a un sistema que hace aguas por todas partes. 

Se necesita, como decía Francisco Comín en nuestro encuentro de Córdoba, una acción urgente, pero acción con sabiduría. Una sabiduría terrícola.

Hace falta una política de restauración. Pensar qué hay que restaurar, para qué, para quién y cómo. Y con estas cosas pensadas y compartidas, pensar en objetivos y en financiación. Sin objetivos concretos, cada cual llama restauración a una cosa distinta; sin financiación es un brindis al sol.

La sociedad industrial ha irrumpido en la trama de la vida como elefante en la cacharrería. Con prepotencia y chulería. Ahora toca hacerse responsable de las consecuencias sobre las sociedades, sobre la naturaleza, sobre el presente y el futuro. Estamos emplazadas a hacernos cargo del sostenimiento de la vida. A comprender los riesgos y a exigir un plan de emergencia para detener la pérdida de biodiversidad. Un plan que se comprometa con la renaturalización de ciudades y pueblos y la restauración de los ecosistemas dañados.

Quién sabe… Quizás empaparnos de la importancia que tienen los vínculos y las relaciones entre todo lo vivo, de lo crucial de la interdependencia, ayude también a mejorar nuestros movimientos y organizaciones. A comprender que la diversidad en ellas no es una anomalía ni un problema, sino que es también un patrón sistémico social y que la homogeneización y la falta de inteligencia social para acoger lo diverso, en tiempos que requieren creatividad e imaginación, empobrece, aísla y resta.

Nuestras organizaciones deben abrir hueco a la diferencia y, a la vez, conseguir que toda la diversidad interaccione para conseguir un objetivo común: que la vida sea sostenida. No cualquier tipo de vida, una vida con dignidad y derechos. 

Siempre aparecerán algunos sujetos que traten de parasitar el conjunto en su beneficio. También en esto podremos aprender de una biodiversidad que ha sabido expulsar a lo largo de la historia de la evolución a quienes no saben vivir con todos.

Fuente: ctxt

Temas: Biodiversidad

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