Argentina: descolonizar el conocimiento, camino a la emancipación

Son tiempos de crisis. Es frecuente leer y escuchar que esta etapa de la historia se caracteriza por una crisis generalizada. Razones no faltan para estas consideraciones, especialmente si posamos la mirada en el plano internacional, en el marco de la región latinoamericana y, por supuesto, en nuestro propio país

Esta crisis generalizada se manifiesta en una multiplicidad de crisis que expresan el malestar de la sociedad, la ineficacia de los resortes de la política y del estado para resolverlas y la falta de sentidos y referencias de los marcos culturales para construir paisajes incluyentes de las diversidades culturales y políticas.

Detrás de cada crisis, sea en el plano económico, social, político, cultural, regional, anida la concepción de un modelo depredador de la naturaleza y de las culturas. UN modelo de conocimiento que fraguó en una visión homogénea del mundo, impulsada por principios simplificadores que ocultaron y mutilaron la realidad compleja de los mundos físicos, biológicos y culturales.

Desmontar esta visión lineal y mecanicista, constituida en tiempos de la Modernidad Insustentable, forma parte de una batalla cultural en marcha. Esta concepción del conocimiento fundada en la Razón y afirmada por la legitimidad científica de las Ciencias Modernas, colonizaron al conjunto de las disciplinas que constituyen las tramas curriculares escolares y levantaron, en torno a la Racionalidad Instrumental, los dogmas y preceptos de toda especie, que favorecieron la hegemonía de un modelo de crecimiento económico y dominación política, que ha colocado al mundo al borde de la aniquilación. De los 6.000 millones de habitantes que tiene el planeta, más de 4.500 estamos excluidos no ya del futuro, sino del mismo presente. A esto se agrega la depredación de la casa común, proceso acelerado por las pautas de crecimiento económico y patrones tecnológicos dominantes, centrados en la lógica de mercado, infinitamente destructivos del hábitat y los patrimonios culturales y humanos, como lo hemos comprobado recientemente en la catástrofe del Río Salado en Santa Fe.

Es que al imponerse como fundamento de la ciencia y el conocimiento la Razón a partir del siglo XVI, por los aportes de Descartes, Galileo, Kepler, Newton y el avance científico impulsado hasta los albores del siglo XX, se desalojó de los territorios del saber a la propia complejidad y diversidad, al quedar inhibidas como afluentes fecundos del conocimiento la intuición, la pasión, la poesía, la erótica, el mito. La inteligencia fue degradada al uso mecánico y lineal de la razón, con el único fin de legitimar un mundo de certezas, sacralizadas por el pensamiento único. Pensamiento único que se erigió en totalitario y elevó los supuestos avances del mundo occidental desarrollado, como la única religión en plano político, social, económico y cultural. Todo lo demás queda afuera y debe ser civilizado mediante el proceso de colonización.

La racionalidad instrumental, el individualismo competitivo de la modernidad, que se convierte en el individualismo posesivo de estos tiempos, coincidente con el principio de fragmentación o disyunción del paradigma hegemónico, y el interés práctico, las perspectivas meramente utilitarias, guiadas por la lógica del beneficio y el cortoplacismo, que son el alma de la cultura occidental y de la lógica de mercado, encuentran su fundamento en los principios que han cristalizados en el pensamiento científico de fragmentación, reduccionismo, mecanicismo, determinismo, visión absoluta,y que se ha derramado hacia sobre el conocimiento y las disciplinas que conforman la trama escolar, para hacernos ver un mundo con esas perspectivas.

Esa concepción ha suplantado a la racionalidad ética fundada en valores, el interés común y la solidaridad. Es por ello necesario restablecer la conexión con la vida, recuperar el tiempo de pensar y el tiempo de sentir. Reinvidicar el derecho a disentir y alcanzar el bien común reafirmando las diferencias.

Ya los griegos planteaban que la inteligencia, a la que denominaban Metis, era un conjunto de facultades que debían ser desarrolladas simultáneamente. La intuición, la pasión, la osadía del pensamiento, la compasión, la visión abarcadora, las perspectivas complejas e inciertas y la razón eran la multiplicidad de motores que diseñan el conocimiento. También las culturas originales de nuestra región latinoamericana tienen esa visión compleja, holística de la vida y el mundo. Y no es menos cierto que la revolución científica del siglo XX acaecida en el mundo físico, biológico y cultural, dio por tierra con el pensamiento unilineal, objetivo y mecanicista que construyó un mundo que agoniza.

Hoy el desafío consiste en descolonizar el pensamiento que nos ha subordinado y esquilmado, y fue el motor del pillaje cultural y ambiental de los últimos 500 años. Desocultar la arrogancia de la concepción que se presume superior a otros saberes, y que fue la causante de la depredación, del sometimiento cultural y de los grados de empobrecimiento y exclusión que padecemos, implica situarnos ante lo diferente, lo nuevo, lo inédito, como diría Paulo Freire, para pensar lo no pensado. De ahí que sea imperioso definir una nueva visión para cambiar la percepción del mundo que ha producido el malestar de nuestra cultura, por lo que se deberán modificar nuestros valores y concepciones del mundo.

Definir una nueva ética significa abrevar en los escenarios de la diversidad que van configurando las otredades, los distintos saberes, el desborde de los nuevos conceptos de las ciencias complejas. Simultáneamente esta mirada reconstruye lo anterior y edifica otros horizontes que se abren hacia diferentes saberes y otros mundos posibles. Decimos en el Manifiesto por la Vida “es necesario recuperar el conocimiento valorativo, así como las relaciones entre saber y poder en escenarios donde prevalecen la codicia, la ganancia desmedida, la prepotencia y la agresión sobre los sentimientos de solidaridad, compasión y comprensión. El conocimiento valorativo implica asumir el reconocimiento del valor de la vida y el reencuentro de nosotros mismos, como seres humanos y naturales”.

Afirmar una educación al servicio de la descolonización del conocimiento como vía democrática rumbo a la emancipación, consolida la perspectiva del dialogo de saberes, que destacará el valor de la vida, de toda la vida, por encima del interés económico, político y financiero. Ante el mundo insustentable que nos lega la razón instrumental y la lógica de mercado, deberemos imaginar a la sustentabilidad como el sentido que hace prevalecer la vida, para que nos permita desocultar todos los artefactos culturales que arrasan la diversidad cultural y la biodiversidad natural. Imaginar la sustentabilidad es ser capaces de cuestionar desde la raíz los estilos de vida y consumo que nos han colonizado.

En esta línea de reflexión y como decimos en el Manifiesto por la Vida, reorientar la educación en la perspectiva del diálogo de saberes, plantea la construcción de otra racionalidad desde una visión holística, integradora, incluyente. “Ello implica una nueva pedagogía para reaprender, para reconocer y para actuar con y ante la otredad. Es una educación para la participación, la autodeterminación y la transformación; una educación que permita recuperar el valor de los sencillo en la complejidad, de lo local ante lo global, de lo diverso ante lo único, de lo singular ante lo universal”.

Carlos Galano
Director Carrera de Especialización
Educación Ambiental para el Desarrollo Sustentable.
EMV. CTERA

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