Argentina: el mono productor, de soja somos, por Esteban Magnani

Hay científicos argentinos que están a punto de dar un gran salto para la humanidad: lograr que el calcio que está en la soja pueda ser metabolizado. Gracias a esta innovación tecnológica, la soja lograría las maravillosas propiedades de...¡LA LECHE! Sí, de esa que sale de la vaca cuando uno la ordeña. Este tipo de paradojas es la que se plantea en un país que supo alimentarse bien hasta en sus mayores crisis y ahora es prácticamente un monoproductor de soja. Un mono productor

¿Te la complico?

El objetivo de estos científicos del Centro de Referencia para Lactobacilos (Cerela) de Tucumán es, muy resumidamente, conseguir leche sin tocar a la vaca. Estos científicos argentinos no son delirantes que se proponen lograr el vuelo de un chancho o cosechar una empanada por simple vanidad cientificista. Frente a la pregunta obvia, la Directora del proyecto respondió "¿Por qué elegimos soja y no un producto lácteo? Porque se estaban implementando distintos planes solidarios en los que se la utilizaba como principal aporte alimentario en comedores infantiles y de adultos, pero la manera en que se la empleaba no permitía un aprovechamiento total de sus propiedades nutritivas”. En el ex tambo del mundo ya nadie tiene la vaca atada; ahora hay que vivir de los granos de soja que no llegan a exportarse a Europa, donde se usan para, ejem..., alimentar ganado.

¿Cómo es posible que esto ocurra? Es que el trigo y el maíz, al igual que las vacas, son parte de un melancólico tango alimentario: ya casi el 45% de la superficie cultivable de la Argentina está cubierta de soja. Las vaquitas son ajenas: nuestro país importa leche de Uruguay. En mayo de 2003 las ONG Food First Information and Action Network (FIAN) y Servicios de las Iglesias Evangélicas en Alemania para el Desarrollo (EED), presentaron una denuncia frente a las Naciones Unidas contra la Argentina por “genocidio alimentario”.

Jorge Rulli, miembro de una ONG llamada Grupo de Reflexión Rural (GRR) que nuclea ingenieros agrónomos, biólogos, químicos y gente de la cultura, opina que lo más grave es que “se cambió el rol del país. Dejó de ser un exportador de alimentos. Ahora no somos una republiqueta bananera somos una republiqueta sojera”. Lilian Joensen, bióloga molecular miembro del mismo grupo, se ofusca: “No puede ser que en nuestro país, que antes producía alimentos sanos y variados para nosotros y para exportar, ahora tengamos que importar lentejas, leche, algodón, arvejas... que hayamos dejado de producir calidad para producir cantidad y además cantidad de un producto que no sirve para alimentarnos”. Joensen se encuentra actualmente en Dinamarca buscando fondos para investigación.

Pero la ingeniera agrónoma Victoria Francomano, presidenta de la Sociedad Argentina para el Desarrollo y el Uso de la Soja (SADESO), piensa muy distinto: “La soja tiene muchísimas virtudes. Eso es una tendencia mundial. Hay estudios de millones de dólares que demuestran que la soja es excelente”. Francomano está convencida de los innumerables beneficios de la soja que van desde su utilidad como emulsionante hasta el tratamiento hormonal.

Lilian Joensen, desde la trinchera del GRR, está mucho menos convencida: “Las empresas han manejado a los medios, al INTA y a las universidades de una forma que, como científica apasionada por la biología, me indigna”. A pesar de la importancia económica del sector sojero, Clarín y Nación publicaron en los últimos meses algunas tibias notas sobre las consecuencias del monocultivo.

De soja somos

Que quede claro: no es sólo una cuestión de orgullo culinario. El tema es preocupante desde la salud.
Para enfrentar al hambre, los exportadores implementaron el Plan de Soja Solidaria, gracias al cual donan un kilo por cada tonelada. Según explican en su sitio web, la soja ”constituye un alimento de alta calidad para la alimentación humana, ya que posee proteínas de alto valor biológico” y puede reemplazar “a la carne en nuestra dieta”. Gracias a este plan miles de asistentes a los comedores viven del hiper-publicitado poroto.

La Lic. Pilar Llanos, vocal de SADESO, disiente: “Los problemas alimentarios argentinos, no se van a solucionar con soja. La solución pasará por políticas económicas y alimentarias que contemplen el acceso a todos los alimentos que poseemos: leche, huevos, carnes verduras y frutas cereales y todas las legumbres donde está la soja. Distinto es el rol que tuvo en un momento muy critico donde el poroto fue regalado en un plan de ayuda”.

En un folleto distribuido por Monsanto, principal vendedor mundial de semillas de soja, se describe al poroto: “Pocos alimentos [para humanos] incluyen la soja sin procesar, ya que contiene de manera natural lectinas e inhibidores de proteasas, los cuales interfieren con la digestión. Estos antinutrientes se destruyen al cocinar o procesar la soja con altas temperaturas”.

Jorge Rulli, dice lo mismo aunque en forma más simple: “La soja es un alimento para rumiantes, muy difícil de digerir. Acá se ha extendido la idea de que uno puede desactivar las toxinas en la casa, lo que es una mentira. Le cuesta mucho hasta a los grandes laboratorios. La toxina te anula la capacidad de asimilar el calcio y el hierro. Si después de comer soja tomás leche, te vienen diarreas por el rechazo. Pero lo más grave son los trastornos hormonales producidos por los fitoestrógenos o estrógenos vegetales que tiene la soja en gran cantidad. Para los niños alimentados con esto es como si les estuvieran dando 2 o 3 píldoras anticonceptivas por día”.

La Lic. Llanos admite algunas limitaciones de la soja en pequeños: “Comparto que los niños menores de 5 años necesiten leche, carne y, que en general, tienen problemas con la fibra porque no alcanzan a aprovechar los nutrientes que ella encierra”.

Rulli, sigue gruñendo historias sobre gente que se alimenta casi exclusivamente del poroto: “Hay muchos niños que están con tratamientos hormonales, niñas que tienen la primera menstruación a los 7, 8 años. Una nutricionista de Resistencia me contó que tiene una sobrina de 9 años a la que le compraron el primer corpiño. En los Toldos, cuando el municipio dijo que afirmábamos mentiras, una señora contó su historia desde el canal del pueblo: su hija está con tratamientos hormonales desde hace 4 años y ahora tiene 14 o 15. Era bebedora de soja”.

¿Y el resto?

Las opiniones del GRR por un lado y de Monsanto y SADECO son opuestas ¿Qué opinan los demás? Veamos:

El gobierno sacó el año pasado un cuadernillo llamado “Foro para un Plan Nacional de Alimentación y Salud”, en cuya página 30 se “desaconseja el uso de soja en los niños menores de 5 años y especialmente en menores de dos”.

Según la nutricionista Ana María Gallo, Jefa Div. Alimentación Hospital Pirovano “La soja no reemplaza a la carne. Tampoco reemplaza a la leche por lo cual no debe usarse como sustituto, sobre todo en niños pequeños, adolescentes y mujeres embarazadas”. Según la licenciada, puede ser consumida como complemento de una alimentación completa y variada en adultos, “de hasta 2 a 3 cucharadas soperas por porción en forma de legumbre con una frecuencia no superior a 3 veces por semana”. Pero deja claro que no deben consumirla “en absoluto” niños menores de 5 años.

En el 2002 los gobiernos de Lesotho, Malawi, Mozambique y Zimbabwe solicitaron que se quitaran las semillas transgénicas de las donaciones de alimentos para evitar que se crucen con su propias plantaciones. El Presidente de Zambia, Levy Mwanawasa, bloqueó una ayuda alimentaria a la que llamó “veneno”, a pesar de que cerca de 2,5 millones de ciudadanos de ese país estaban muriendo de inanición. La razón también fue económica: si sus campos se contaminan de transgénicos no podrían exportar más a Europa.

Entre los defensores de la soja se encuentra el Presidente de los EE.UU., George W. Bush, quien meses atrás atacó a los activistas que luchan contra los alimentos genéticamente modificados, por “estar condenando al Africa al hambre”. Tal vez, este adalid de la libertad debería darse una vuelta por la Argentina para verificar la relación entre alimentos genéticamente modificados y desnutrición.

Estados Unidos es el principal socio del Programa Mundial de Alimentos por medio del que se desvía a los países pobres buena parte de los transgénicos que los países ricos no aceptan. En abril del 2001 el gobierno boliviano denunció que una donación de alimentos proveniente de los EE.UU. contenía soja transgénica prohibida en el país.

Yo monocultivo

Las razones por las que la Argentina se dedica con tanto esfuerzo a reducir su oferta alimentaria son, obviamente, económicas. En los 90´, de la mano del neoliberalismo, la soja entró al país. El último año casi el 20% de las divisas argentinas provinieron de la exportación de soja. Nada da tanta ganancia en este momento, por lo que no hay muchas personas dispuestas a hablar en contra de tan buen negocio.

El problema es que el monocultivo no viene solo. La variedad de soja que se utiliza en el país, proviene de la empresa Monsanto, prácticamente un monopolio en este segmento. Venden la semilla genéticamente modificada junto a un herbicida especialmente diseñado para matar todo excepto a sus propias plantas. Este tipo de producción con herbicidas, fertilizantes y semillas genéticamente modificadas tiene también consecuencias ambientales y sociales.

Para empezar, la forma en que se siembra es totalmente distinta a la que requería arado y apero. Actualmente se utilizan grandes máquinas de varias toneladas que abren la tierra con cuchillas, colocan la semilla, los herbicidas y los fertilizantes del caso. Estas máquinas son costosas y se justifican sólo para grandes superficies. Así, los pequeños productores alquilan sus tierras, pierden sus saberes y emigran junto a los jornaleros, quienes también se han vuelto prescindibles. Es un modelo de agricultura sin agricultores

Por el lado ambiental, el problema es que, gracias a la selección natural, las especies resistentes al herbicida (glifosato) se reproducen. Frente a esto una publicidad en la sección rural de un diario argentino propone una creativa solución: “Cuando el glifosato no alcanza, nosotros tenemos la solución: glifosato más combos”. La Dra. Clara Rubinstein, Gerente de Asuntos Científicos de Monsanto, mantiene su confianza en la tecnología. Según ella: “La resistencia a los herbicidas es un proceso natural. Sin embargo, existen herbicidas que hacen que el desarrollo de esta resistencia sea mucho más improbable. Ese es el caso del glifosato, por ejemplo. El avance de la ciencia genómica de las plantas permitirá identificar nuevos blancos para moléculas nuevas y así desarrollar mejores herbicidas”.

Según Rulli, “La tierra, después del monocultivo y los herbicidas cada vez más fuertes, queda vacía de nutrientes, bacterias, diversidad... queda muerta. Hasta el barbecho, esa supuesta etapa de descanso de la tierra, en la que la tradicionalmente la visitaban los animales para fertilizarlas, se hace con químicos y herbicidas que aseguren que no crezca nada mientras se espera la siguiente cosecha de soja”. El maíz, cultivo complementario de la soja, ocupa unos 3 millones de hectáreas en nuestro país, mientras que la soja ocupa casi 13 millones. En EE.UU., por ejemplo, la relación es de uno a uno.

La Dra. Rubinstein, de Monsanto, acepta algunos riesgos, pero propone una solución distinta “Coincidimos con las conclusiones de los expertos que se presentaron en Mundo Soja 2003, las cuales marcaron que el desafío es crecer en forma responsable, teniendo en cuenta que los analistas del mercado estiman que nuestro país está en condiciones de expandir la producción de soja a 45 millones. Sin embargo, se advirtió que la tendencia hacia el monocultivo de soja obstaculiza el desarrollo del sistema de producción. Por tal motivo, se recomendó la rotación y el uso de siembra directa en forma continua, así como la fertilización de los cultivos”.

¿Entonces qué hacemos?

La diferencia de opiniones es fuerte y las versiones se cruzan con violencia. Todos los entrevistados pidieron a HBA que se hiciera “una nota seria”, insistiendo en su idea de la seriedad. La lucha es entre una mirada utilitarista de extracción de ganancias y otra que tiende a la sustentabilidad ambiental, social y económica. Para los primeros la tierra es un instrumento al que se le extrae soja, prácticamente, por medio de la tortura química. “Los chicos ahora salen de la facultad sin saber de rotación. Salen insumo-dependientes. He visto ingenieros agrónomos que creen que el suelo es una apoyatura a la que hay que darle lo que uno después le va a sacar, no un organismo vivo”, se lamenta Rulli.

¿Y qué va a pasar cuando se produzca una caída en el precio de la soja, un colapso ambiental o un rechazo masivo de la población hacia la soja? “Es muy difícil que se pase a otros cultivos, porque no queda otra semilla”, se lamenta Rulli.

La forma en que algo tan simple como la soja resume lo que está mal en el mundo es notable. Y, desde el paradigma neoliberal, nadie es culpable: las empresas de semillas transgénicas sólo venden semillas a quien se las quiera comprar y, casualmente, esto les reporta millones. Los productores quieren producir aquello que más beneficios les produce y demuestran su buen corazón donando soja a miles de comedores familiares que de otra manera tendrían los platos vacíos. El gobierno no se permitiría jamás truncar una fuente de divisas en tiempos de crisis. La gente come lo que hay. Mientras tanto, la tierra se agota hipotecando su fertilidad futura. La Argentina ya no es un granero. Es el tubo de ensayos político, económico y tecnológico del mundo.

GM y propiedad intelectual

La sigla de este título no es sólo General Motors. Significa también Genéticamente Modificado, una sigla que aparece pegada a todos los productos de este tipo que se venden en Europa. Es el cartelito que tendría que llevar casi toda nuestra soja en los supermercados europeos, si no fuera porque en Europa la comen analfabetos: vacas, caballos y demás. Monsanto, Cargill, Zéneca, Nidera, Bunge y Born y otras empresas han patentado semillas cuya propiedad intelectual hasta ahora solo Dios le disputaba a la evolución.

Estas semillas transgénicas pueden o no ser capaces de dar nuevas semillas. En cualquier caso las empresas obligan por contrato al agricultor a comprarles otras cada año. Rulli explica: “En nuestro país hay una larga tradición de bolsa blanca, que es el intercambio de semillas entre vecinos y parientes que se hacía aprovechando las bolsas de harina recicladas. Eso esta prohibido, pero de hecho cubre el 75 por ciento del total de semillas usadas y constituye de por sí un subsidio de las empresas a la agricultura argentina. En EEUU o en Canadá si pillan al agricultor, pierde el campo. En EEUU Monsanto hace publicidad contra los que le compran menos semillas de las que usan y paga recompensa por delatar a los vecinos”. Así fue, por ejemplo, cómo el canadiense Percy Schmeiser perdió un juicio contra la empresa porque se encontraron plantas patentadas entre sus cultivos. Otras veces el vuelo de las semillas no termina en juicio, sino que mezcla plantas de apariencia normal pero no aptas para consumo humano, con otras que sí lo son.

Hasta la poderosa agrupación de productores de trigo de Canadá (CWB en inglés) se opuso con firmeza a que Monsanto vendiera en el país, porque saben que sus consumidores no quieren comprar nada genéticamente modificado. Es que una vez que hay semillas volando por la zona, se mezclan inevitable e irreversiblemente.

Justamente la resistencia de los consumidores europeos a los alimentos genéticamente modificados (que por otro lado comen a través de las vacas, por así decirlo), está causando problemas a Monsanto, que invirtió muchísimo en biotecnología en los últimos años, pero está cosechando algunas tempestades. Mientras tanto las pruebas científicas a favor y en contra de la salubridad de los transgénicos se apilan interminablemente.

¿Qué es el Grr?

El Grupo de Reflexión Rural, dice uno de los apuntes de la organización, “constituye un espacio de diálogo y debate multidisciplinario y pluralista sobre la problemática rural y sus relaciones con la sociedad global. Desde una perspectiva ecologista y contestataria, el Grupo se manifiesta contrario al Modelo Agrario impuesto en la Argentina, basado en la exportación de commodities forrajeras elaboradas a partir de sojas y de maíces transgénicos. El GRR tiene como uno de sus principales objetivos el contribuir a la toma de conciencia por parte de los diferentes actores sociales, respecto a la situación de catástrofe que vivimos y a la necesidad de modificar las conductas y hábitos de pensamiento y de acción política existentes.[...] el GRR propone el rediseño poblacional del territorio y la revitalización de los pueblos que, como resultado de la expulsión de población rural que causa el modelo vigente, se encaminan hacia una total desaparición”.

Dirección electrónica: cejbus?moc.liamtoh@larurnoixelferedopurg

Comentarios

17/08/2008
SOJA, por magda c
EXCELENTE ARTICULO.ME ENCANTO LA FORMA EN QUE LO REDACTASTE Y TODA LA INFORMACION QUE PUSISTE.TMB ME SIRVIO PARA ACLARAR ALGUNAS DUDAS E INFORMARME MAS SOBRE EL TEMA