Cambio climático: una realidad que nos atañe cada vez más a todos los habitantes del planeta

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"Resulta fundamental apoyar propuestas en el sentido de propugnar por la agroecología como una solución real contra el cambio climático; por una auténtica reforma agraria a favor de la soberanía alimentaria; el fin del control de las multinacionales sobre nuestros recursos genéticos y la soberanía de las semillas, con las que se puede mitigar el calentamiento planetario".

Editorial revista Semillas N° 46/47 diciembre de 2011

Nuestro planeta enfrenta una crisis climática creciente, provocada por un modelo de desarrollo que destruye aguas, bosques, páramos, nevados y praderas; al tiempo que extrae descontroladamente el carbono fósil del subsuelo. Todos los países, a escala diferente, tanto los llamados industrializados como aquellos con economías emergentes, son responsables de ello, dado que tal y como se mide el nivel de ‘desarrollo’ actual, es precisamente por la capacidad de explotación y agotamiento de los recursos naturales por parte de los países. Sin embargo, las consecuencias de este modelo desarrollista –y su impacto en el cambio climático y el equilibrio del planeta– los viven de manera más fuerte los países más pobres y vulnerables del Sur global, en donde, solo en 2010, unas 50 millones de personas se vieron desplazadas forzosamente de sus hogares por sequías, desertificación, erosión de los suelos, inundaciones, accidentes industriales y otras causas medioambientales.

 

Hemos querido dedicar este número al cambio climático, ya no como un tema de discusión de expertos y científicos, ajeno a nuestras vidas cotidianas, sino como una realidad que nos atañe cada vez más a todos los habitantes del planeta, y en particular, aquellos más directamente afectados por este fenómeno, como lo es Colombia, reportado por La ONU y el Banco Mundial como el tercer país de mayor riesgo climático en el mundo. Este número de la revista también busca ser un abrebocas para la próxima cumbre de la Tierra, Río+20, prevista para junio de 2012, la cual se espera sea una ocasión para plantear un modelo de desarrollo distinto, que garantice la equidad social y la reducción de los riesgos ambientales.

 

La última ola invernal ha dejado (a diciembre de 2011) más de 300 muertos y unos dos millones de damnificados en Colombia, país que ha sufrido en los últimos tres años catástrofes climáticas de gran Impacto, que van desde las sequías prolongadas de 2009 y 2010, hasta las lluvias intensas que han devastado buena parte de la infraestructura del país e incrementado la miseria de miles de familias, en los años 2010 y 2011, las cuales continuarán muy probablemente en 2012. El drama de las inundaciones y los aludes da cuenta de la rápida variabilidad climática, asociada particularmente en Colombia a un modelo de ocupación y manejo del territorio, a todas luces, inadecuado. De acuerdo con información del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia, Ideam, en las últimas décadas ha aumentado en dos grados centígrados la temperatura promedio, lo que ha estado acompañado de un brutal proceso de deforestación de las zonas andinas y del deshielo de los glaciares, los cuales, se estima, desaparecerán totalmente en las próximas tres o cuatro décadas, al igual que los páramos, que se perderán en un 75% durante el presente siglo.

 

Para justificar nuestra catástrofe climática nacional, el Gobierno traslada la culpa a una “maldita Niña”, fenómeno que, sin duda, ha agudizado el problema, pero no puede ser de ninguna manera señalado como único responsable del drama que vive el país actualmente, como consecuencia de la ola invernal. Sin embargo, el Gobierno Nacional no adopta medidas reales para enfrentar las causas estructurales de la crisis climática, generada por el presente modelo de desarrollo y de producción rural, ni tiene en cuenta el impacto generado por la destrucción y utilización insostenible de los recursos naturales.

 

Desde el siglo pasado, los modelos productivos se han basado en la falsa premisa de que nuestros recursos naturales son inagotables; la ocupación de la zona andina y sus valles interandinos estuvo acompañada de la deforestación y cambios en el uso y vocación forestal de la tierra, hacia modelos de agricultura de monocultivos y ganadería extensiva, fundamentalmente en zonas de ladera. El campesinado es paulatinamente arrinconado a las cordilleras altas, y buena parte de la población marginada y desplazada del país, ha sido forzada a vivir en los taludes de las carreteras, laderas y orillas de los ríos, como consecuencia de la concentración de la tierra en pocas manos. Colombia presenta en esta materia un coeficiente Gini de 0,87, lo que nos sitúa como uno de los países del mundo más inequitativos en la distribución de la tierra.

 

Lo curioso es que mientras Colombia –literalmente– se ahoga, para la mayor parte de la población del país pasó inadvertida la reciente Cumbre de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, en Durban, Sudáfrica, conocida como reunión de las partes –COP 17, que finalizó el 10 de diciembre pasado. Esta reunión se constituyó en la “crónica de una muerte anunciada” de un proceso que venía agonizando desde las reuniones de las partes en Copenhague (2009) y Cancún (2010). En esta ocasión, los países más contaminantes tampoco quisieron ceder y continuaron acrecentando un círculo vicioso suicida. No existió voluntad política para llegar a un acuerdo a la altura de las circunstancias.

 

La reunión de Durban fue, en consecuencia, un completo fracaso. Estados Unidos (el cual no había firmado Kioto) no se comprometió con nada. Por su parte, Rusia, Japón y Canadá no renovaron el tratado, puesto que no se logró que China, India y Estados Unidos asumieran compromisos reales, dado que estos países producen más de la mitad de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI). EE.UU. no firmará un nuevo acuerdo global de reducción de emisiones de GEI sin una "paridad legal" con las potencias emergentes como China, India y Brasil. India obstaculizó un acuerdo legalmente vinculante en 2015, porque argumenta que sus emisiones por habitante son un tercio de las de la China. Por su parte, Canadá reafirmó que no asumiría un segundo periodo de Kioto, ni contribuirá al Fondo Verde, destinado a financiar esfuerzos contra el cambio climático en los países en desarrollo, “hasta que todos los principales emisores acepten objetivos de reducción vinculantes legalmente, así como una contabilidad transparente del inventario de Gases de Efecto Invernadero”.

 

La Unión Europea logró que se aprobara la “hoja de ruta”, marco legal vinculante que sería adoptado en 2015 y entraría en vigor en 2020. En el caso de que se avance en estos gaseosos compromisos y metas, sin embargo, ¿no será ya muy tarde para el planeta esperar ocho años? La prolongación del tratado no cuenta con el respaldo de Estados Unidos, de China ni de India, los tres países que más CO2 emiten en la atmósfera. También se retiraron Japón, Canadá y Rusia, los cuales sí habían firmado el protocolo de Kioto. Esto significa un acuerdo débil, ya que solo incluye a los países que emiten un 15% del CO2 mundial. Amigos de la Tierra Internacional considera, con razón, que “posponer una acción real hasta el 2020 es un crimen de proporciones globales”. Esta Cumbre ha amplificado el apartheid climático, en el cual el 1% más rico ha decidido que es aceptable sacrificar al 99% restante.

 

El Fondo Verde ha quedado sin financiación, porque no hay voluntad política para fortalecerlo, y además se teme que la crisis económica mundial actual limite los aportes de los países industrializados; sin embargo, los planes para expandir los destructivos mercados de carbono siguen adelante. El Fondo ha sido de esta manera ‘secuestrado’ por los países ricos bajos sus términos, y se ha establecido para dar más ganancias al sector privado. Por otro lado, existe gran preocupación en el sentido de que el Fondo Verde se destine para el financiamiento de proyectos que no respeten los derechos humanos, y que tengan un impacto negativo sobre las poblaciones rurales, al financiar falsas soluciones al cambio climático como, por ejemplo, cultivos de agrocombustibles o programas de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación (REDD).

 

Por su parte Colombia, a pesar de las advertencias hechas por el presidente Santos, en cuanto a que no “no aceptaría una declaración ‘babosa’ para que todo el mundo quede contento" en Durban, su alta consejera presidencial para la Gestión Ambiental y el Cambio Climático, Sandra Bessudo, aseguró que “con los acuerdos logrados, Colombia tendría apoyo financiero para tomar acciones de mitigación y adaptación al cambio climático, y recibiría compensaciones por conservar sus bosques, además de apoyo a programas como REDD+”, es decir, se continuaría en la línea de las falsas soluciones.

 

Por todo ello resulta fundamental apoyar propuestas como los de la Vía campesina, en el sentido de propugnar por la agroecología como una solución real contra el cambio climático; por una auténtica reforma agraria a favor de la soberanía alimentaria; la reestructuración de todo el sistema alimentario; el fin del control de las multinacionales sobre nuestros recursos genéticos y la soberanía de las semillas, con las que se puede mitigar el calentamiento planetario. En la segunda parte de la revista encontrará el lector acciones, propuestas y experiencias que, desde lo local, buscan hacer frente al cambio climático, desde una perspectiva de género, como en el caso de las mujeres de Santander, o desde la cosmología de los kokonuko, en el departamento del Cauca, Colombia.

 

Fuente: Grupo Semillas

Temas: Crisis climática

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