El Antropoceno, un concepto que sintetiza la crisis civilizatoria

Una reflexión que se está gestando en los últimos quince años a nivel global sobre el Antropoceno, un nuevo concepto-síntesis muy ligado a la crítica del extractivismo que hacemos desde América Latina.

Por Maristella Svampa

13 de agosto, 2016

 

El término Antropoceno reúne dos términos: del griego, ἄνθρωπος (anthropos), que significa hombre y καινός (kainos), que significa nuevo o reciente. El mismo fue propuesto por algunos científicos para sustituir el de Holoceno, que es la actual época del periodo Cuaternario en la historia terrestre y designa una nueva era geológica en la cual el hombre se convierte en una fuerza de transformación con un alcance global y geológico. Según diferentes especialistas y científicos habríamos ingresado hacia 1780 al Antropoceno, esto es, con el advenimiento del capitalismo.

 

Hablar de Antropoceno implica afirmar que el ser humano y su acción, su repercusión sobre el sistema Tierra, han traspuesto un umbral. Este término fue acuñado por Paul Krutzen, químico y premio Nobel por sus trabajos sobre la capa de ozono, que en el año 2000, durante un coloquio internacional en Cuernavaca, en el marco de una discusión sobre las edades del planeta, terminó casi a los gritos planteando que no estamos más en el Holoceno sino en el Antropoceno.

 

Dos años después, Krutzen desarrollaba el concepto y la historia del Antropoceno en un artículo muy célebre de la revista Nature, en donde hablaba sobre esta nueva edad para señalar que el hombre en tanto especie se había convertido en una fuerza de alcance telúrico.

 

El concepto de Antropoceno se expandió no solo en el campo de las llamadas ciencias “duras” sino también en el campo filosófico y en las ciencias sociales y humanas, y devino en un punto de convergencia entre geólogos, ecólogos, especialistas del clima y del sistema Tierra, historiadores, filósofos y movimientos ecologistas para pensar esta edad en la que la humanidad se convirtió en una fuerza geológica mayor.

 

¿Cuál es la especificidad del Antropoceno?

 

Retomando a diversos autores, y muy especialmente a Christophe Bonneuil y Jean Baptiste Fressoz (El acontecimiento antropoceno. La tierra, la historia y nosotros, publicado en 2013), podemos establecer cuatro elementos específicos de esta nueva era.

 

En primer lugar, refiere al aumento de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Por ejemplo, en relación a 1750, en cuanto a las emisiones humanas, la atmosfera contiene más de un 150 % de gas metano, más del 70 % de nitrógeno y más del 45 % de dióxido de carbono.

 

Sin embargo, no solo se trata de los gases de efecto invernadero. También están los gases que emiten las heladeras y los aires acondicionados. Recordemos que todos estos gases son de efecto invernadero ya que retienen el calor que la Tierra, calentada por el sol, emite hacia el espacio. Y la acumulación de ese gas en la atmosfera no ha tardado en aumentar el calor de la Tierra.

 

Consecuencia de ello es que desde mediados del siglo XX la temperatura aumentó 0,8° C, y los escenarios previstos por el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) son de un aumento de la temperatura que iría entre un 1,2 y 6° C de acá a finales del siglo XXI. Los científicos consideran que la barrera de más de 2° C es considerada un umbral de peligro, y que bien podría ser mayor el aumento de temperatura si todo continúa como sigue siendo hasta ahora (business as usual). Los enfoques sistémicos y los avances científicos más recientes muestran que aún una débil variación en la temperatura media del globo terráqueo podría desencadenar cambios imprevisibles y desordenados.

 

Entonces un primer elemento ligado a este pasaje del Holoceno a lo que llamamos hoy Antropoceno es, sin duda, el cambio climático efecto del calentamiento global.

 

El segundo elemento se refiere a la degeneración general del tejido de la vida en la Tierra y sobre todo la pérdida de biodiversidad. Esta última está ligada a un movimiento de simplificación, fragmentación y destrucción de ecosistemas, que también es acelerado por el cambio climático. Basta subrayar que en los últimos decenios la tasa de extinción de las especies es mil veces superior que a la normal geológica.

 

El tercer elemento destaca el hecho de que ha habido cambios en los ciclos biogeoquímicos del agua, del nitrógeno y del fósforo, todos ellos muy esenciales, como aquel del carbono, que pasaron en los últimos dos siglos al control del hombre. En el mismo sentido, la modificación del ciclo continental del agua es masiva con el drenaje de las zonas húmedas del planeta y la construcción de más de 45 mil represas, que retienen el 15 % de los flujos de los ríos del globo. También hubo un cambio en los ciclos del nitrógeno, que está ligado a la utilización de fertilizantes, lo cual acentúa el efecto invernadero y el ciclo del fósforo.

 

El cuarto elemento fundamental que implica un cambio hacia una nueva edad geológica es el aumento de la población. Hemos pasado de 900 millones de habitantes en 1800 a siete mil millones de habitantes en 2012. La humanidad hoy consume una vez y media lo que el planeta puede proveer de manera sustentable. Para usar una metáfora, no solo nos comemos los frutos sino también las ramas del árbol sobre el cual estamos sentados.

 

Entonces, para sintetizar, el Antropoceno refleja un cambio en el sistema Tierra. Tal es así que los geólogos se han reunido en los últimos años para ver si efectivamente es posible hablar de un cambio en la era geológica, y para ellos, desde el punto de vista geológico, para que haya un cambio, esto tiene que registrarse. Esto es, la actividad humana tiene que haber dejado una huella significativa en los estratos geológicos recientes.

 

Efectivamente, en este año 2016, un grupo de científicos de la Universidad de Leicester, del Servicio Geológico Británico, está estudiando si la actividad humana está conduciendo al planeta a una nueva era geológica, el Antropoceno. Se preguntan si es visiblemente diferente al Holoceno, y las respuestas están indicando que efectivamente hay una gran diferencia, y que sobre todo hay señales que se pueden observar en las rocas, en los sedimentos y en el hielo. Y lo que enfatizan los geólogos es que el Holoceno, la etapa anterior que duró unos 10 mil años, hasta el año 1780, según algunos, fue una etapa durante la cual las sociedades humanas avanzaron en domesticar gradualmente la tierra y los animales para producir alimentos, para construir asentamientos urbanos y beneficiarse de los recursos del planeta. Pero esta nueva era, el Antropoceno, estaría marcada por el rápido cambio ambiental provocado por el impacto del aumento de la población humana y el incremento vertiginoso del consumo en las últimas cinco o seis décadas. Los geólogos insisten también que efectivamente hay un cambio de era geológica en la cual sin duda uno de los signos fundamentales es el aumento del dióxido de carbono en la atmosfera, que empezó a aumentar de manera gradual para hacerse más importante en los últimos tiempos. En suma, tal como reseña un artículo de El Mundo, publicado el 07 de enero de este año, “durante el 2016, el Anthropocene Working Group recabará más indicios del comienzo de esta era para informar sobre si se debería reconocer oficialmente y, de ser así, cómo se debería definir y calificar”.

 

Desde el punto de vista de las ciencias sociales, el ingreso al Antropoceno nos hace repensar la noción de crisis ambiental y de desarrollo sustentable. Para empezar, el termino crisis designa un estado temporario, mientras que en realidad el Antropoceno parece designar más bien un punto de no retorno. Una suerte de bifurcación geológica sin retorno previsible a la normalidad que significaba la era anterior, la del Holoceno. Por otro lado, el concepto de Antropoceno también es sumamente crítico porque anula el concepto de desarrollo sustentable. Es decir, no considera que la naturaleza sea un simple socio de la economía o una nueva columna en la contabilidad de las grandes empresas, sino que coloca un cuestionamiento general frente al avance de la destrucción de los ecosistemas y sobre todo señala que el discurso del desarrollo sustentable se asentaba sobre la base de una idea de la naturaleza lineal y reversible, con la cual podíamos retroceder y volver sobre un punto diferente de mayor conservación, esto es, un régimen estacionario óptimo.

El ingreso al Antropoceno nos hace repensar la noción de crisis ambiental y de desarrollo sustentable. El término crisis designa un estado temporario, mientras que en realidad el Antropoceno parece designar más bien un punto de no retorno.

La idea que instala el Antropoceno es que no hay retorno, pues la naturaleza no es lineal, y que inclusive vista como Gaia, como ecosistema, ésta puede reaccionar de una manera imprevisible e incontrolable a los impactos que han generado la acción humana global sobre la misma.

 

Es un concepto también profundamente filosófico porque pone en cuestión la visión antropocéntrica que desde la modernidad, ilustrada por la filosofía de René Descartes, se ha construido sobre la relación sociedad-naturaleza. En términos filosóficos, la modernidad se ha construido sobre la base de la separación entre el ser humano y naturaleza, entre sustancia pensante y sustancia extensa. Es lo que se denomina la ontología dualista.

 

Esta idea de exterioridad del ser humano sustenta además una práctica de control y dominación de la naturaleza y está en la base de la visión científica moderna. Hay una frase célebre de otro filósofo y científico de la época, Francis Bacon, que dice que a la naturaleza hay que torturarla para extraerle sus secretos… Esta idea de exterioridad que ha instalado esta división jerárquica, este hiato, entre el ser humano y la naturaleza está en la base de esta visión moderna que ha dado lugar a una práctica destructiva respecto de la naturaleza y los ecosistemas.

 

En este sentido también la idea de Antropoceno está cuestionando la relación binaria o de exterioridad que el ser humano ha tenido tradicionalmente para con la naturaleza, poniéndonos de cara al problema de los límites de la acción humana frente a una naturaleza que ahora reacciona de manera no lineal, de manera imprevisible. Esto también coloca otro cuestionamiento fundamental respecto de la filosofía contemporánea, que se construyó en base al dualismo ontológico, pues la idea misma de libertad humana se ha concebido como producto del desencastramiento del hombre en relación a la naturaleza (hay en la actualidad una extensa bibliografía filosófica sobre el tema, que subraya el fin de “la excepción humana”). En consecuencia, es necesario entonces repensar la idea de libertad, cuestionar la relación del hombre con la naturaleza desde otras ontologías, para poder sentar las bases de una nueva ética ambiental que nos asegure un orden sustentable en este mundo.

 

Por otro lado, hay una suerte de consenso que subraya que el ingreso al Antropoceno se habría dado con la Revolución industrial, es decir, con la invención de la máquina a vapor y con el ingreso a una era basada primero en el carbón y luego en los combustibles fósiles. A esta primera fase, le seguiría una segunda llamada la de “la Gran aceleración”, que se iniciaría luego de 1945 siendo ilustrada por una gran cantidad de indicadores de la actividad humana que van de la concentración atmosférica del carbono y del metano, hasta el número de represas, de restoranes Mcdonald, pasando por el ciclo del nitrógeno, del fosforo y la pérdida de biodiversidad. Todos estos indicadores dan cuenta de un impulso exponencial de impactos humanos desde 1950 a esta parte. Y habría una tercera fase del Antropoceno, la actual, que habría arrancado hacia el año 2000 marcado por ciertos giros o puntos de inflexión. Es todavía el carbono el que encabeza o marca la periodización, pero esta sería una etapa que revela la toma de conciencia del impacto del ser humano en o sobre el ambiente global. Así, el Antropoceno es sin duda un Capitaloceno, como insisten algunos autores ecomarxistas, entre ellos Jason Moore, en 2014.

Hay una suerte de consenso que subraya que el ingreso al Antropoceno se habría dado con la Revolución industrial, es decir, con la invención de la máquina a vapor y con el ingreso a una era basada primero en el carbón y luego en los combustibles fósiles.

Somos todos responsables, es cierto. Pero algunos son más responsables que otros. Algunos autores nos recuerdan que son 90 las empresas responsables del 60 % de las emisiones acumuladas de CO2 y de metano entre 1850 y hoy. Es decir, que algunos hablan no solo de un Capitaloceno, sino también de un Oligantropoceno, es decir, que la responsabilidad estaría concentrada en una pequeña fracción de la humanidad, en los países ricos, en los países desarrollados.

 

En esa misma línea, la historia del Antropoceno es también la historia del Angloceno, porque Gran Bretaña y Estados Unidos representan el 60 % de las emisiones acumuladas de CO2 en 1900, 55 % en 1950 y casi el 50 % en 1980. Por supuesto, a esto hay que agregarle el ingreso de otros países sobre todo a partir de la segunda década del siglo XX. Por ejemplo, Rusia llegará al 200 % de su capacidad hacia 1973. China alcanza este índice en 1970, y no deja de aumentar, llegando al 256 % en 2009, mientras que en Estados Unidos la huella ecológica llegaría al 176 % en 1973.

 

Hoy estamos consumiendo un planeta y medio por año. A esto nos referimos con la huella ecológica. Y el caso es que estamos a más del 150 % en la actualidad. Pero la responsabilidad no es la misma para todos. El Indicador de Huellas Ecológica Humana Global indica entonces que hay un intercambio desigual. Hay un intercambio desigual no solo económico sino también ecológico que es evidente cuando hablamos de las diferencias entre la geografía del consumo y la geografía de la extracción. La responsabilidad compete sobre todo a los países más ricos y también a los llamados países emergentes, mientras los países de América Latina están por debajo del 50 % del consumo. Estamos consumiendo el planeta. Poderío y ecocidio están muy vinculados al ingreso al Antropoceno, y por supuesto hay una huella geológica humana global que es necesario leer en términos de intercambio ecológico desigual y por ende de “deuda ecológica”.

 

El Antropoceno es así un indicador de la huella geológica. Este aumento de la huella ecológica ilustra un ecocidio que sin duda remite al rol de las guerras, sobre todo a partir de la Segunda guerra mundial, cuando podría decirse que las guerras, creando un estado de excepción, justificaron y alentaron una brutalización de la relación entre sociedad y el ambiente. Las nuevas guerras con sus tácticas de tierra arrasada, con sus uso de técnicas y armas que buscan modificar el ambiente, volverlo hostil a la población, implicaron un cambio notorio. Esto se vio potenciado por la petrolización de las sociedades occidentales en los decenios de 1950 y 1960, hecho que fue preparado sobre todo durante la Segunda guerra mundial. De modo que, el complejo bélico militar jugó un rol muy destacado en el despliegue de energías energívoras para quienes el poderío importaba más que el rendimiento.

 

Por supuesto, el ingreso al Antropoceno también aparece vinculado a la expansión de la sociedad de consumo con su lógica de la obsolescencia precoz. Esto se inscribe en un movimiento mucho más extenso que tiene que ver con el cambio en el método alimentario de las últimas décadas. En Argentina, como país sojero, lo sabemos muy bien. Hemos asistido a un cambio hacia un modelo más cárnico y más azucarado. Así que este modelo construido por las grandes firmas agroalimentarias se acompaña de una degradación de los ecosistemas del planeta: sobrepesca, especialización, monocultura minando la biodiversidad, contaminación por fertilizantes y pesticidas, bosques retrocediendo ante la ganadería, la soja o la hoja de palma. Son todos importantes en la emisión de gases de efecto invernadero. Y nos indica que el cuerpo del Antropoceno es también un cuerpo alterado por sustancias toxicas, que hemos ido internalizando, naturalizando, sin cuestionarnos sobre esta anormalidad.

 

Pero sin duda la noción de Antropoceno está muy ligada a la expansión del capitalismo a partir de 1740, y a la exigencia del capitalismo avanzado de mayor consumo de materia y energía. En esta línea, el de Antropoceno es un concepto crítico del capitalismo que permite establecer puentes con conceptos elaborados desde América Latina, como la crítica al neoextractivismo, pues ambos abren una indagación sobre la doble dinámica del capital, no solamente sobre la relación capital-trabajo, sino también sobre aquella de la capital-naturaleza. Aclaremos que la cuestión del intercambio metabólico entre el ser humano y la naturaleza atraviesa de modo marginal ciertos escritos de Marx, pero aparece desarrollado por representantes del marxismo crítico (y ecológico) en épocas más recientes (James O`Connor y J. Bellamy Foster). En suma, La noción de Antropoceno plantea un puente directo con la crítica al extractivismo, en la medida en que pone de relieve la correlación existente entre el aumento del metabolismo social y el incremento de acumulación del capital, lo cual se traduce en términos de desposesión, cercamiento de bienes comunes y mayor destrucción de bienes naturales y territorios. Por último, estas líneas críticas nos permiten salir de aquellas visiones reduccionistas y unidimensionales que todavía nos proveen ciertos análisis contemporáneos, centrados exclusivamente en los conflictos en torno al trabajo.

La noción de Antropoceno está muy ligada a la expansión del capitalismo a partir de 1740, y a la exigencia del capitalismo avanzado de mayor consumo de materia y energía. En esta línea, el de Antropoceno es un concepto crítico del capitalismo.

Por otro lado, ya dijimos que desde el punto de vista filosófico el Antropoceno pone un cuestionamiento a la relación de exterioridad del hombre con la naturaleza, la visión dualista que instala no solo un hiato, una separación entre el hombre y la naturaleza, sino que se estructura en pares binarios que indican una relación jerárquica, en donde el hombre aparece como superior y amo de la naturaleza. En esta línea, las reflexiones en torno a los conceptos de Buen vivir y de derechos de la naturaleza que, en el marco de una visión más holística, más relacional, mas conectada con la cosmovisión indígena, se están desarrollando en América Latina, sin duda colocan un cuestionamiento también a esta visión binaria, a esta visión externa, del hombre respecto a la naturaleza, para dar lugar a otras ontologías, basadas en sentidos culturales diferentes, a otros lenguajes de valorización, del territorio y de la naturaleza, asociados a la gramática política de nuevos movimientos socioambientales y territoriales en toda América Latina y también de determinadas comunidades indígenas.

 

Por último, el Antropoceno nos interroga sobre el lugar de América Latina. Para decirlo de otro modo, nos advierte sobre una realidad global que también es necesario leer en términos geopolíticos, de división internacional del trabajo, puesto que como de costumbre estamos ante un intercambio ecológico desigual en donde la geografía del consumo involucra principalmente a los países más desarrollados e incluso aquellos emergentes, mientras que la geografía de la extracción nos indica la persistencia del llamado Sur o Tercer mundo, América Latina, Asia y África, dentro de un patrón de acumulación asociado a la exportación de naturaleza, en el marco de una inserción subordinada. Reconocer las desigualdades socioambientales y la existencia de una deuda ecológica no nos habilita sin embargo a soslayar el hecho de que nuestra permanencia en el neoextractivismo y la expansión de sus fronteras, también apunta a ampliar el horizonte de la crisis civilizatoria.

 

• La autora es socióloga, escritora e investigadora, autora de Debates Latinoamericanos. Indianismo, Desarrollo, Dependencia y Populismo (2016) y co-autora del libro Maldesarrollo, la Argentina del extractivismo y el despojo (2014). Esta nota es una transcripción de una columna que la autora desarrolló en la radio comunitaria Kalewche. Estos aportes constituyen una síntesis de diferentes lecturas; entre ellas, cabe destacar los textos de de Ch. Bonneuil y JB Fressoz, L`événement anthopocène, La terre, l´histoire et nous; Sueil, Paris, 2013; Bruno Latour, Face à Gaia. Huit confèrence sur le nouveau régime climatique, París La Découvert, 2015; así como diferentes textos de E.Viveiros de Castro, Isabelle Stengers, Deborah Danowsky y Dipesh Chakrabarty, recogidos en E.Hache, De l´univers clos au monde infini, Editions Dehors, 2014.

Fuente: La Izquierda Diario

Temas: Ecología política

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