El devenir de China como gigante expansivo

Entrevista con Ariel Slipak, economista argentino. “El tipo de infraestructura y el tipo de inversión de China externaliza, terceriza o deslocaliza contaminación, emisiones de dióxido de carbono, apropiación de agua, en América Latina —así como deslocaliza precarización laboral en su periferia.”

El incremento de poder económico, financiero y militar de China, junto con su capacidad para ejercer influencia política global, resulta uno de los fenómenos más notables en un sistema de producción y acumulación que se transforma. Un análisis de los vínculos de América Latina con ese país resulta imprescindible para la discusión sobre el modelo de desarrollo en la región.

Cuál es el rol actual de China en la economia mundial, en especial en la agricultura y la alimentación.

Para entender a China hoy hay que remitirse a las reformas que encabeza en 1978 Deng Xiaoping. China es una economía que hace un pasaje, de ahí en adelante, hacia relaciones cada vez más capitalistas, con un rol activo del Estado, planificando la economía, con planes quinquenales, con un rol activo del Partido Comunista de China. Tenemos que desmitificar entonces que sea un socialismo con características chinas. La explotación de una clase social por otra se ve cada vez de manera más intensa, la explotación de trabajadores y trabajadoras en China y los campesinos en general.

Vemos un tránsito de una economía que cambia su régimen de propiedad y se occidentaliza cada vez más, desde sus formas de producir hasta sus pautas de consumo, con características chinas. Es un capitalismo con características chinas, con retórica socialista; no un socialismo con características chinas. Lo que se dice de China y su rol en la economía mundial fue mutando. Primero: en esa misma época se observa una revolución desde la microelectrónica, la informática, las telecomunicaciones. Cuestiones que a veces se subestiman pero que para el comercio mundial son importantes, como el aumento de la capacidad de los contenedores, los portes de los barcos, todo lo que tiene que ver con la navegación, la infraestructura, etcétera.

Es la misma época de la Revolución Verde, llamando con ese eufemismo incluso la edición genética y los transgénicos, aunque en ese momento poco tiene que ver China con ésta.

Todas las normativas de la UPOV que —si bien son de la década de 1960—, se expanden al ámbito de los derechos de propiedad intelectual sobre las semillas.

Los cambios en la economía mundial de ese momento permiten que las grandes transnacionales fragmenten, profundicen la división del trabajo, segmenten cada vez más los procesos productivos.

Es entre las décadas de 1970 y 1980 que comienzan a cobrar relevancia las maquilas. No necesariamente la manufactura está asociada a la generación de valor agregado y alto contenido tecnológico.

Desde l980 en adelante China comienza a asumirse como un sitio donde se incorporan al capitalismo cientos de millones de trabajadores como obreros en el proceso productivo mundial. La esperanza de Europa occidental y de EUA era que se incorporaran también como consumidores, lo que finalmente tarda más, pero también pasa. Entonces su rol en la economía es abaratar la canasta de consumo de toda la economía global. Los trabajadores chinos abaratan los precios de las prendas de vestir, de manufacturas de consumo durables o no durables.

Algo que no se dice es que en ese momento el rol de China en la economía mundial fue garantizar la tasa de ganancia de los capitalistas a escala global, porque lo que abaratan los trabajadores chinos super-explotados es la canasta de consumo de los trabajadores del mundo. En EUA, la clase media estadounidense puede pagar sus hipotecas en los años de 1980 y consumir más porque su canasta de consumo es más barata, por la sobre-explotación de los trabajadores chinos.

Pero sobre China tenemos la idea de que es una industria espúrea: te hacen tacitas, camisas, cosas de baja complejidad. Desde incios del siglo XXI, China manufactura productos con alto contenido tecnológico.

Siempre se dice que son empresas transnacionales. Gran parte sí, pero en gran medida es tecnología comprada por China y, desde los últimos años y en algunos casos, tecnología desarrollada en China. En las décadas de 1980 y 1990 China fue una plataforma de exportación al mundo de manufacturas de baja complejidad que abarataban la canasta de consumo de los trabajadores y trabajadoras de todo el mundo, dándoles mayores ganancias a los capitalistas.

Pero lo que China supo hacer, al no existir un esquema de inversión extranjera directa, de propiedad privada, fue descolectivizar la tierra, y aceptar la propiedad privada y la mixta.

Y le dice a las grandes transnacionales que creará zonas económicas especiales, en cuatro provincias primero, luego se fue expandiendo, donde las transnacionales pueden venir, tener una plataforma productiva y aprovechar la mano de obra barata, pero obligadas a transferirle tecnología a China, a cambio de aprovechar este paraíso para el capitalista, que es explotar barato.

Son las famosas joint ventures o empresas conjuntas con empresas estatales chinas. Y lo que hacen es irse empoderando tecnológicamente poco a poco. De un modo planificado, paciente. China tuvo desde 1978 hasta 2011 tasas de crecimiento promedio acumuladas anuales del 9.9 % —las famosas tasas chinas. Desde 2011 crece 7 o 6%.

La población urbana en China era 18% en el año 1978 —y esto es fundamental para entender la demanda de alimentos— y ahora representa un 57%. La esperanza de vida se elevó. La explotación de la clase trabajadora es más intensa, no menos intensa. Hoy tenemos un país con cientos de ciudades que superan el millón de personas. Algunas cuentan con mayor población que varios países sudamericanos.

En las décadas de1980 y el 1990 China tuvo un superávit increíble, una tasa de ahorro interno muy importante, y era un receptor de inversión extranjera directa pero no era emisor de esa inversión.

En 1999 los chinos expresan el famoso China Goes Global, “vamos a salir afuera, a tener una presencia mayor en la economía”. En el año 2000, para darnos una idea, China era el emisor de flujo de inversión extranjera directa número 33 del planeta. Hoy es segundo. Y el tercero, porque estoy contándola aparte, es Hong Kong, que es de propiedad china (por aquello de “un país, dos sistemas”).

El impacto de eso es muy importante, porque empiezan a comprar muchas cosas: empresas europeas o estadounidenses, dueñas de patentes, por lo que compran la marca también, y compran algo que es un intangible pero que genera valor y se lo apropia la firma, que es el conocimiento de los trabajadores, formado colectivamente, del que el capitalismo se apropia a través de diversas técnicas.

Otro cambio importante es cuando China ingresó como economía en transición a la OMC en el 2001. Si uno mira cualquier cifra de evolución del comercio exterior de cualquier país con China, uno ve saltos muy importantes o quiebres en las series de crecimiento exponencial desde el 2001, 2002 en adelante. China tiene, con base en estos superávit comerciales, una gran tasa de ahorro interno, y en vez de que la explotación de la clase trabajadora esté en manos de empresas privadas que acumulan o gastan en gasto suntuario, acá tenemos al Estado.

Hay salarios bajos, que están creciendo mucho a partir del siglo XXI pero para varias ramas crece por debajo de la productividad. Por eso insisto que hay más explotación. Porque el salario real puede subir e incluso el bienestar medido como lo miden los economistas, relacionado con capacidad de consumo también mejora, pero la explotación es mayor si la productividad es mayor. La energía que se deja en la jornada de trabajo es mayor. Urbanización, aumento de la esperanza de vida, una economía planificada, controlada, un sistema de partido único, prácticamente, que controla la vida sindical, y necesita que la gente vaya accediendo a estos consumos occidentales.

Hoy China es el primer consumidor mundial de energía, es el segundo comprador mundial de petróleo. Uno de los primeros en mineral de hierro, madera, el primero de carbón, carbonato de litio, soja, bananas, harina de pescado, pescado, cigarrillos. Muchas cosas tienen que ver con la alta población. (2) Muchas otras tienen que ver con el ingreso de los sectores medios. Los multimillonarios en China hacen que su consumo de energía y materias primas sea exponencial.

China tiene 22% de la población mundial, tiene 7% de los cursos de agua dulce del planeta, y de su agua dulce se calcula que el 70% está contaminada. Para darnos una idea del impacto de China no sólo en lo económico sino en el metabolismo global (para hablar en términos más de una economía ecológica, no de una economía tradicional), en el año 2000 China producía un 8.2% del acero del mundo. Con datos de 2015, producía un 49.6% del acero mundial.

Esto coloca a China como un país cada vez más emisor de dióxido de carbono. En emisiones per cápita, China está muy abajo de Estados Unidos y otros países, pero en valores absolutos es el primer emisor de dióxido de carbono y de otros gases con efecto de invernadero. Y tiene que ver con la dimensión de la población pero también con el crecimiento industrial, con el crecimiento de la población urbana.

La famosa huella ecológica de China cuando aumentan los consumos, necesariamente aumenta, y aumenta a un ritmo cada vez más acelerado. Sí, la huella ecológica per cápita de China es mucho menor que la de EUA o la de Luxemburgo; pero el impacto global del incremento de la huella ecológica en China o de la huella hídrica son realmente significativos.

En este contexto los economistas hablan elogiosamente de China como la segunda economía del planeta: es el primer exportador mundial de manufacturas, y el segundo comprador mundial de manufacturas, el primer acreedor del tesoro de los Estados Unidos —lo que le da un gran poder. Es el principal tenedor de reservas internacionales.

De las 500 empresas de mayor facturación global, según el ranking de Fortune, más de 110 son de capitales chinos, muchas de ellas estatales o mixtas. Pero a eso hay que agregarle que sus roles no son nada más productivo y comercial. China tiene un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, es la segunda potencia en gasto militar del planeta, está por construir su tercer porta-aviones militar con tecnologia 100% china. El primero se lo compró a Ucrania y era uno que le había sobrado a la antigua URSS. Entonces China se está empoderando desde varias dimensiones: la comercial, la productiva, la militar, la financiera. Porque China es tenedor de reservas internacionales, más de cincuenta bancos centrales del mundo usan el renmimbi o el yuancomo moneda de reserva. (Y más allá de que el renmimbi o el yuan sean la octava o novena moneda de reserva a nivel mundial, hasta hace diez años no estaba ni entre las primeras diez.) La moneda china en 2016 entró en la canasta de derechos especiales de giro, que es una moneda compuesta que usa el FMI y eso le da tambien poder como moneda de reserva global. China ha sido el impulsor de dos entidades financieras nuevas. El nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS y el Banco asiático de Infraestructura e Inversión. Como financista, China tiene SWAPS (3) firmados con más de 25 países.

Como consumidora de materia, energía, agua y alimentos China es sumamente relevante. Busca su seguridad alimentaria y energética. Es pura estrategia geopolítica. La estrategia del China Goes Global está también muy relacionada a esas estrategias de seguridad energética y alimentaria. Lo que no ve la mayoría de los economistas que miran los problemas como problemas de divisas es que los flujos comerciales de China con países como los latinoamericanos en efecto son de materias primas por manufacturas —un intercambio tradicional, basado en ventajas comparativas—, pero con un enorme comercio de agua y energía virtual.

¿Cuánta agua se usa para el café, para la soja, las legumbres que compran en China? Lo que ahorra China es agua virtual en el comercio. Y el otro rol geopolítico que tiene China hoy es que es el gran generador de infraestructura a nivel global.

Una iniciativa como la de la “ruta de la seda” que emprende una serie de puertos, gasoductos, oleoductos, carreteras, ferrocarriles, más la construcción de centrales eléctricas con distintos tipos de fuentes de energía, es una dimensión de expansión de infraestructura a nivel global que genera consenso, con los empresarios por lo pronto. Siemens gana contratos en la ruta de la seda, que es una iniciativa de mega conectividad que incluye a más de 70 países en distintas regiones de Asia, el norte de África y Europa. Es un cambio ecológico, en los ritmos metabólicos a nivel global, muy importantes. Y el criterio de la ruta de la seda y las infraestructuras que promueve China son o están relacionadas con aspectos que hacen a la ecología política y a la geopolítica. Por ejemplo: hoy el petróleo que va de Medio Oriente hacia los puertos del Este de China pasa los dos mares del Océano Índico, después pasa el Estrecho de Málaca —que es donde Estados Unidos tiene bases militares—, y después pasa por el famoso Mar del Sur de China y entra a las costas. Una sola de miles de iniciativas de infraestructura de China en la región es hacer un oleoducto y un gasoducto por Myanmar. Entonces los barcos se ahorran pasar por todo el estrecho de Málaca y el Mar del Sur de China. Eso ahorra energía y también evita que los barcos pasen por el control estadounidense. ¿Pero qué genera en Myanmar? Una clase social que se hace millonaria a costa de cobrar el derecho de paso en el oleoducto y el gasoducto. Entonces genera que la salida productiva para una economía sea la construcción de estas infraestructuras para con eso subsidiar el resto de la economía, o que se enriquezcan las élites locales.

China hoy es una potencia desde lo tecnológico. Es el primer generador mundial de energía eólica y fotovoltaica. China se mete en la producción de paneles solares en el 2008 comprando tecnología alemana, trayendo ingenieros alemanes, y entre el 2008 y el 2011 el precio de los paneles solares bajó un 80% por la sola injerencia de China en ese mercado, y hoy China es el primer productor mundial de paneles solares, de reactores eólicos, etcétera. Es un país que está apostando mucho a las nuevas energías, que van a ser la clave de un nuevo tipo de paradigma tecnoproductivo, post-fósil. Así que China también está controlando esos paquetes tecnológicos.

Cuál es el rol de China en el Cono Sur, cómo ocurrió su expansión en esta región de América Latina.

China es también el país que está cambiando la infraestructura y la geopolítica del planeta. Y lo hace con unas estrategias que los economistas internacionales llaman “Soft Power” o poder blando. El concepto de Consenso de Beijing para América Latina implica el ejercicio de coacción y coerción por parte de China a los gobiernos, pero está muy basado en la teoría de la dependencia. Esta relación de subordinación que tiene una nación formalmente independiente con respecto a otra es a través de las élites locales, que ganan dinero.

Los pooles de siembra de Argentina se hacen millonarios exportándole la soja a China. ¿Quién arenga las relaciones con China, y lo hizo tanto en el gobierno de Cristina Fernández como lo hace en el de Macri? Gustavo Grobocopatel. Entonces, en una relación de dependencia de una economía con otra, de un país con otro, siempre hay un rol activo de oligarquías o burguesías locales en la relación de subordinación que son las que hacen negocios. No es un país el que sale perdiendo o ganando en una relación, sino que las clases sociales de un país salen perdiendo o ganando.

Esto que parece tan obvio, para los economistas no lo es. La relación se gana o se pierde según saldos de balanzas comerciales. Y eso es terrible. Gana un productor de semillas, de glifosato; gana un poolde siembra, gana una comercializadora de granos y pierde el movimiento campesino indígena, pierde el movimiento de mujeres, pierden los movimientos ambientales, incluso pierden los pequeños productores de distintos productos intensivos en agua porque el uso de agua para los productos que se exportan a China rivaliza con todos estos productos.

China es el gran comprador mundial de energía, de materia y agua; es una gran aspiradora, y no solamente un gran importador y generador de divisas para otros países. Para su seguridad en varios planos, trata de controlar todas las cadenas productivas, desde la extracción de distintos productos hasta la comercialización.

Los granos no son la excepción. Lo que pasa es que ha tenido dificultades para acaparar tierras en algunos continentes, en África no, en América Latina sí, entonces trata de controlar ahora paquetes para lo que es la producción de granos y, por otro lado, las comercializadoras.

En el 2000 China sale a comprar firmas europeas de productos con alto contenido tecnológico o que tienen una posición de mercado. Compra la marca, los saberes y compra la posición de mercado. Con América Latina, en realidad, la relación en cuanto a inversiones es tardía. Para el abastecimiento de productos primarios, a principios del siglo XXI, China sale a ser un emisor de flujos de inversión extranjera directa. Van hacia África. Luego avanza con infraestructura. En América Latina, entre 1990 y el 2009, China invirtió según datos de CEPAL, unos 6 mil millones 600 mil dólares en flujos totales. Eso no es nada. En el 2010, esos flujos fueron unos 10 mil millones.

Tan sólo en 2010 se superaron los flujos de inversión extranjera directa china en América Latina de los 20 años anteriores. ¿Cuándo empieza esta presencia? Para cada país de Sudamérica, durante el último lustro, China es entre el primero y tercer destino de exportaciones y origen de importaciones.

Es el primer destino de exportaciones brasileras, peruanas, chilenas. Lo que hizo China, desde el inicio del siglo XXI, fue desplazar el comercio —tanto en origen de importaciones como en destino de exportaciones— con Japón, Estados Unidos y la UE.

Por otro lado, durante la primera década del siglo el comercio intra-sudamericano había crecido. Y un fenómeno que empieza más o menos en el 2008, 2009 —se ve más profundo en el 2010, 2011— es que China va desplazando en el comercio de cada país sudamericano a otros socios sudamericanos.

Por ejemplo, desplaza a Brasil como proveedor de Argentina de bienes durables de producción, de maquinaria, equipos. Y va desplazando a la Argentina como proveedor de Brasil. Los economistas acríticos dicen que es un cambio de origen de importaciones. Pero si en los dos países pasa lo mismo, es menos empleo.

Brasil le compraba a Argentina en 2009 un 15% del total de compras de autopartes. En el 2016, esa cuota era de 7.8%. Para los países sudamericanos China es un origen de importaciones y destino de exportaciones cada vez más relevante, y el comercio es en general de dos o tres productos, cuatro con mucha suerte. Concentran entre un 70 y un 90%, según el país sudamericano, de las exportaciones. Para Brasil, entre mineral de hierro, poroto de soja y petróleo crudo, para distintos años eso ha concentrado entre un 75 y un 85% de las exportaciones brasileras a China. Para la Argentina lo mismo, el poroto o frijol de soja, el aceite de soja, y en algún momento el petróleo crudo —alguna vez tuvo un poquito mayor de relevancia el pescado, ahora aumentó la carne—, eso ha concentrado más de un 90% de las exportaciones argentinas a China.

Entonces: exportación de productos primarios o manufacturas basadas en recursos naturales, con alta volatilidad en los precios, con bajo contenido de valor agregado y, como contrapartida, importaciones provenientes de China que tienen cada vez una mayor intensidad tecnológica y de conocimiento. No solamente calzado y demás, que también desplaza empleo local, sino más productos con alto contenido tecnológico.

Durante los últimos 3 o 4 años han logrado diversificar su matriz exportadora pero siempre primarizada. En el caso de Argentina —no por políticas del macrismo sino porque durante el final del mandato del kirchnerismo incluso se firmaron protocolos para exportar distintos tipos de carnes o granos, u otras manufacturas basadas en recursos naturales—, Argentina diversificó su matriz exportadora a China, pero siempre primarizada. Hablamos de una reprimarización de la economía argentina a partir de su relación con China pero ahora más diversificada los últimos años. Lo triste y relevante de la relación de estos países con China es el aumento de las inversiones. En 2008 el gobierno chino publica un documento de cinco o seis páginas conocido como El libro blanco de las relaciones de China hacia América Latina y dice básicamente que Argentina y China son economías complementarias, y con base en esa complementariedad debe ser la relación económica. Al gobierno de China le interesa el potencial de recursos naturales de la región y China, que es un actor que se viene empoderando, puede “ayudar” a estos países mediante la cooperación. Desde el 2010, 2011 empiezan los flujos de inversiones.

Más que nada se orienta en hidrocarburos en Brasil y en Argentina, también en Venezuela. Luego minería en Perú, más recientemente en Ecuador, en Bolivia. Y China tiene distintas estrategias según el país.

Con Chile, Perú y Costa Rica, que son países propensos a firmar Tratados de Libre Comercio, tiene TLCs, y con Colombia están trabajando en uno. En Argentina, donde siempre se vieron mal los TLCs, son desde el 2004 “socios estratégicos” y, desde el 2014 o 2015, “socios estratégicos integrales”. Es decir, diseña una relación bilateral con cada economía, trata de evitar negociar con la región como bloque y, gracias a las asimetrías de poder económico, militar, y geopolítico que tiene China con los demás países, saca ventaja en las negociaciones.

En el 2004 Hu Xin Tao visitó Argentina, Brasil y Chile, también Cuba, y de esa visita consiguió con los tres primeros países memorándums de entendimiento que reconocían a China no como economía en transición, como la OMC, sino como economía de mercado. Y eso le da ventajas a China para evitarse barreras antidumping en estos países y de alguna manera benefició a la industria china en detrimento de los productos industriales locales. La promesa que le hizo a la Argentina fue en cinco años tal vez comprar más soja. Y la cumplió parcialmente. Y eso lo puede hacer con base en sus asimetrías. Cada vez que China estuvo molesta con Argentina, le dejó de comprar aceite de soja. A estos países sudamericanos les produce un descalabro comercial muy importante.

Este Soft Power no es tan blando en realidad. Algunos analistas de relaciones internacionales hablan de “Poder Inteligente”, Smart Power.

A mí todas esas categorías no me gustan. Yo hablo sí de un ejercicio de una política que aparece como benévola pero que en realidad es coercitiva. No como la de Estados Unidos o la de otrora Gran Bretaña, que amenazaban militarmente —jamás va China a hacer eso, pues amenaza con lo económico.

China tiene una base de exploración del espacio profundo en Bajada del Águila, Neuquén, que implica la sesión territorial de 200 hectáreas, donde rigen las leyes laborales y penales de China.

Y si un ciudadano argentino quiere entrar, tiene que pedir permiso a la embajada china. Y cada vez que alguien puso en cuestión la base de observación aeroespacial, hubo algún tipo de represalia económica.

Por qué Consenso de Beijing, entonces. Porque el consenso implica la aceptación de dos partes. No del país sino de las élites dominantes de los países. Países con una retórica neoliberal como Chile, Perú, Colombia en sus distintos momentos, veían a China como socio estratégico incuestionable, y la salida para el desarrollo consistía en la exportación de commodities a gran escala a China. Países con un perfil político más radicalizado, que le han dado importancia al empoderamiento de los sectores populares, como Venezuela, o incluso a los movimientos campesinos indígenas, como Bolivia, no se cuestionan la exportación a gran escala de commodities. A eso Maristella Svampa le llama Consenso de los Commodities.

Yo reformulo este concepto y digo que estos países ven en China un socio incuestionable. Quien cuestiona la relación con China es considerado como derechista o como un opositor férreo. Y países con gobiernos de perfil nacional popular con una retórica industrialista basada en el consumo interno, con planes sociales importantes, como el Brasil de Lula y Dilma, o la Argentina en la época de Néstor Kirchner y Cristina Fernández han puesto en consideración a China como socio estratégico de manera incuestionable.

Entonces la expansión de productos primarios extractivos y de infraestructura en favor de China va en contra de la propia retórica de estos gobiernos como Brasil y Argentina, porque está comprobado económicamente, con cifras, que desindustrializa las economías de la región, que la importación directa de manufacturas amenaza el empleo local de sectores como calzado, textiles, etcétera, pero además provoca la pérdida de terceros mercados para estos países.

Entonces la relación con China reprimariza las economías locales y se presenta como el sendero único hacia el desarrollo. De hecho, algunos países hasta lo presentan como un actor contra-hegemónico.

El concepto de Consenso de Beijing permite exponer una relación de subordinación diferente de la del Consenso de Washington. Y hoy en día, además de expandirse las inversiones de China en hidrocarburos, minerales, también es la banca. En Argentina opera el ICBC, por ejemplo. Ahora se está expandiendo la infraestructura. En Argentina, ¿por qué participan en la refacción del Belgrano Cargas empresas y entidades estatales chinas? Sencillo.

Pasa por el 70% del territorio nacional, en el cual se siembra y se cosecha soja. Ahora con Macri es el San Martín Cargas. La infraestructura que promueve China en la región es una que abarata el traslado de semillas, minerales, granos a China y reduce la intensidad energética del traslado. China ahorra energía a través de inversiones en infraestructura. Y no es una que integre a los pueblos, pues implica pasar por el medio de territorios de distintas comunidades que no quieren ese tipo de proyectos. Lo que se viene ahora es una infraestructura de la conectividad Atlántico-Pacífico.

Así como en el momento de la Corona española o de la hegemonía británica en la región necesitaban estructuras ferroviarias macrocéfalas, que llevaban los productos primarios a los puertos, hoy el negocio para China es la conectividad Atlántico-Pacífico. Cortar el continente con corredores bi-oceánicos por ferrocarril. Se ha hablado de uno que entra a Brasil por el Atlántico brasilero y sale por el Pacífico peruano, y otro incluso que salga por el Pacífico a la altura de Chile pasando por Bolivia. Eso traslada de una manera más segura —para China— y más económica, desde los costos económicos pero también en términos de uso de energía y de agua, los distintos productos primarios. Así como nos preocupan iniciativas como IIRSA o como Cosiplan, también hay proyectos de infraestructura de las clases dominantes sudamericanas con la República Popular de China en la región.

En el marco del Foro del G-20 en noviembre de este año, se desarrollan entre China y Argentina reuniones bilaterales preparatorias para el primer encuentro de ministros de Finanzas y presidentes de bancos centrales durante la presidencia argentina del G-20. Cómo juega esto en relación con “el futuro del trabajo” y la “infraestructura para el desarrollo”. ¿Cuál sería la proyección de China en la región en torno a esos temas?

Hoy el dilema que le presenta China a los países que se quieren industrializar es que ningún país latinoamericano puede competir en ninguna industria con China, en cuanto a productividad. No es un país que compita por bajos salarios. Es un país donde la productividad del trabajo por la tecnificación y la robotización es muy importante. China es un país que se trata de mostrar multilateral, pero siempre deja las cosas para las negociaciones bilaterales. Entonces los gobiernos nuevos de la región —Temer en Brasil, Macri en Argentina— se quieren mostrar abiertos al mundo y como construyen su retórica como antítesis del gobierno anterior, a China la necesitan para generar divisas, como sea, endeudándose con el FMI o con una inversión primario-extractiva o exportando soja.

En ese marco el gobierno argentino dice sí, necesitamos a China pero estamos abiertos al mundo. En ese marco, la política del G-20 o de la OMC el año pasado tienen que ver con mostrarse así. Los funcionarios macristas hablan de “inserción inteligente”. El abaratamiento de costos locales, entre eso lo que ellos llaman eufemísticamente costo laboral, que es precarizar la vida de los trabajadores, básicamente —no pagar horas extras, ir contra la negociación colectiva, etcétera— y además firmar TLCs y demás. El debate es que China está teniendo una política muy activa en cuanto a aspectos jurídicos que ayudan a la regulación de las inversiones. Históricamente EUA y la UE han tratado que se resuelvan las controversias Estado-inversores en el CIADI, pero a veces hemos visto en Tratados Bilaterales de Inversión o en capítulos de inversión de TLCs, que fijan restricciones incluso peores que las del CIADI.

Bueno, China va a tener un rol muy activo en esta Cumbre del G-20 en tratar de conseguir una manera de mostrarse ambivalente —con el ejercicio de un poder blando que le dé seguridad jurídica en sus inversiones en infraestructura, que son claves para China. China además de promover estos corredores bi-oceánicos que yo nombraba, está tratando de promover dos corredores bi-oceánicos entre Argentina y Chile. El famoso Trasandino de Mendoza, que está tratando de reactivar, y otro que uniría Chubut con Aysén. Y lo trata de negociar incluso con los gobiernos provinciales. China buscará en el G20 primero, mostrarse como un defensor muy activo del librecomercio, como la antítesis de Trump, para lograr el alineamiento de estos países que necesitan divisas, según su lógica gubernamental.

Acerca del “futuro del trabajo”, tenemos que pensar que Argentina es un país donde no ven con agrado para sus inversiones que acá haya aguinaldo, y otro tipo de conquistas laborales. Las reformas jubilatorias, previsionales, tributarias, laborales que se ven, sí son para conformar a organismos como el FMI pero también sirven para conformar a China. No tenemos que perder de vista que Sinopec, un gran inversor hidrocarburífero en Argentina, amenazó con irse del país porque un gerente chino se quedó atrapado en una protesta sindical.

Hoy en día proliferan los tratados de nueva generación. La normativa que uno podía ver para el TPP, que potenciaba Estados Unidos, era extender las patentes de los medicamentos, tratar de que la normativa de semillas se ajustara a UPOV 91. Es decir, negociaciones por normativas a favor de diferentes grupos empresariales. O que no se pueda aplicar el Convenio 169 de la OIT. En todo esto China se muestra como un actor no coercitivo, pero que en última instancia va a ser coercitivo. Los chinos son pragmáticos y quieren que se hagan inversiones en infraestructura. Lo que más me preocupa es el tema del agua. A veces hay violaciones de derechos humanos o libertades, o precarización de nuestras vidas que no se ven en una inversión. En Bolivia se recibe con agrado el Proyecto Mutún, donde estaría invirtiendo China, que es de mineral de hierro. Pero lo que no vemos, no calculamos los economistas, los sociólogos, los cientificos sociales, es cómo se incrementan las emisiones de dióxido de carbono en la región por el flujo de inversiones.

Hoy China está siendo más observada por la OIT. Entonces ha trasladado todos los procesos espúreos, por ejemplo las maquilas, a Bangladesh, a Laos, a Myanmar, a Camboya, a Vietnam, a su propia periferia. Con sus inversiones China traslada violaciones de derechos humanos, o traslada precariedad laboral. Con las inversiones en América Latina traslada emisiones de dióxido de carbono y uso de agua para este tipo de actividades, y le quita a la población el uso del agua. Entonces más allá de que una empresa determinada pueda respetar el derecho laboral o los derechos humanos, el tipo de infraestructura y el tipo de inversión externaliza o terceriza o deslocaliza contaminación, emisiones de dióxido de carbono, apropiación de agua, en América Latina, así como deslocaliza precarización laboral en su periferia.

Entrevista: Maria Eugenia Jeria

(Acción por la Biodiversidad)

Notas:

(1) Economista por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y doctorando en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS). Profesor regular de la Universidad Nacional de Moreno (UNM) y docente del Ciclo Básico Común de la UBA. Integra la Sociedad de Economía Crítica (SEC), el Instituto Argentino para el Desarrollo Económico (IADE) y el Grupo de Estudios de Geopolítica y Bienes Naturales del IEALC-UBAA.

(2) China tiene unos mil 380 millones de personas. Hay población china no registrada en los censos, porque hay familias que durante muchos años escondieron a varios hijos o hijas.

(3) Un Swap es un acuerdo entre dos partes para intercambiar flujos de fondos en fechas establecidas y durante un periodo de tiempo en el futuro.

Fuente: Revista Biodiversidad, sustento y culturas

Temas: Agronegocio, Planes de infraestructura regional

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