En el día de la Pachamama, debates en torno al pachamamismo, el extractivismo y el desarrollo

Idioma Español

Hace algunos años, en el marco del pensamiento crítico, se planteó un debate en torno a algunos conceptos fundamentales para el contexto latinoamericano de entonces; nos referimos a pachamamismo, extractivismo y desarrollo. Y en ese debate tuvieron un protagonismo central los pueblos indígenas, porque se puso en escena la cosmovisión que sostiene su existencia.

Retomamos este debate un 1 de agosto, día de la Pachamama, en el que los pueblos indígenas del mundo andino realizan una ceremonia espiritual en la que agradecen a la Madre Tierra las cosechas y los frutos que ofrenda y le convidan los alimentos que ella proporciona, en un vínculo de reciprocidad de dar y recibir.

En un contexto en el que países como Ecuador y Bolivia estaban redactando sus nuevas constituciones (2008 y 2009, respectivamente), reconociendo en el primer caso los derechos de la naturaleza y proponiendo en el segundo la búsqueda del Vivir Bien, se abrió un primer debate en torno al concepto de pachamamismo, que a grandes rasgos podemos definir como la defensa de la Pachamama o la Madre Tierra, con un claro anclaje en la cosmovisión de los pueblos indígenas.

Como parte de este debate, algunos autores lo definieron como una política radical de conservación de la naturaleza, asociada a la revalorización de la agricultura familiar y campesina; y otros, como un discurso indígena global de moda, que no aporta nada en términos de un nuevo modelo de desarrollo, ni plantea ninguna pista sobre cómo superar el capitalismo dependiente, el extractivismo o el rentismo, ni sobre la construcción de un nuevo estado; para esta última posición se trata de un discurso vacío sobre la Pachamama, basado en una epistemología antimoderna.

Estas definiciones llevan implícitas una contraposición entre pachamamismo y desarrollo, ya que se entiende este último como el crecimiento económico que se refleja en el aumento del Producto Bruto Interno de un país, es decir en la riqueza que genera en un determinado periodo de tiempo. Y ese crecimiento económico, en el caso de Nuestra América y desde hace décadas, se basa en la profundización de la explotación y exportación de los bienes comunes naturales, es decir, del extractivismo. Además de que el desarrollo se asocia con el crecimiento económico y ambos con el extractivismo, este concepto se enmarca en el sistema capitalista y por lo tanto responde a los mandatos de la división internacional del trabajo, histórica y actual, entre el centro y la periferia.

Es claro que desde esa concepción no se van a proponer cambios en el rol de proveedores de materias primas al mercado mundial, que han cumplido los países periféricos desde el nacimiento del capitalismo.

Esa idea de desarrollo además está asociada a la modernidad, etapa histórica en la cual nació el capitalismo, la organización colonial del mundo y un sistema de saberes estructurado desde una mirada eurocéntrica y colonial, que convirtió a la sociedad capitalista liberal europea en la forma “necesaria” y “más evolucionada” de organización de la sociedad y de construcción del ser humano, y a sus formas de conocer como las “únicas válidas” para analizar cualquier otra sociedad. Las otras formas de ser, saber y hacer existentes en el mundo fueron consideradas primitivas, tradicionales, inferiores, premodernas, a las que les faltaba -y les falta- evolucionar para ser encuadradas en el imaginario del progreso moderno. Como nos propuso pensar Aníbal Quijano, la colonialidad es un patrón estructural de poder que es constitutivo de la modernidad pero que se ha mantenido oculto por los mitos sobre los que se ha estructurado esa versión eurocéntrica y moderna del relato histórico.

A su vez, la forma de conocer de la modernidad es la ciencia occidental que se presenta como la forma hegemónica de saber y el único conocimiento considerado científico en nuestras sociedades. Es esta ciencia la que debería discutir seriamente -ya que las otras formas de conocer “no cuentan con herramientas para eso”- cuestiones tan importantes como las identidades indígenas, el capitalismo, el estado, el desarrollo, el cambio climático y otras muchas. Sin embargo, este conocimiento científico considerado como el único válido no ha logrado discutir seriamente ni proponer soluciones válidas a los problemas transcendentales que atraviesan la vida en el planeta, como lo demuestra la crisis civilizatoria que viene atravesando el sistema, que se ha profundizado en la actualidad con el estado pandémico mundial. En este sentido y desafiantemente, el intelectual colombiano Arturo Escobar nos preguntaba, en medio de ese debate, si los estados, las economías y las sociedades construidas a través del conocimiento “modérnico” (científico) están funcionando a las mil maravillas. Pregunta retórica por cierto, que fue necesario formular en medio de los debates abiertos entre intelectuales del pensamiento crítico.

Ese conocimiento científico “modérnico” entra en contradicción con el pachamamismo debido a los paradigmas sobre los que se sostiene: la negación de la espiritualidad, la magia y el mito, la certeza de que los seres humanos son los únicos actores del conocimiento objetivo y la invención del individuo racional -claramente varón- y apartado de la comunidad que se encuentra con otros en el mercado y se agrupa con otros para crear estados; es decir, es un modo de saber que separa sujeto y objeto, naturaleza y cultura, individuo y comunidad, como lo expresó Escobar en este debate.

Desde las profundidades de la historia, las cosmovisiones de los pueblos indígenas se sostienen precisamente en la conjunción entre sujeto y objeto, naturaleza y cultura e individuo y comunidad, y se pueden resumir en su concepción de territorio. Es mucho más que el espacio geográfico que habitan; es el lugar donde construyen su identidad, su cultura, su sentido de la vida; en síntesis, su comunidad, constituida tanto por las personas que la habitan como por los elementos naturales, espirituales y culturales que forman parte de ella. Este sentido de la comunidad donde se incluye la naturaleza como un elemento central de la cultura y de la vida espiritual, se construye a partir de una relación de armonía entre los seres humanos y la Madre Tierra, basada en el principio de reciprocidad. Es precisamente por esa razón por la cual el pachamamismo indígena lleva a las comunidades a oponerse al “desarrollo” extractivista. Cualquier proyecto que asesine un elemento de la naturaleza -una represa, la explotación petrolera o minera, los monocultivos, etc.- asesina a su vez un elemento cultural y espiritual que forma parte de la identidad de esa comunidad.

La negación de la existencia de esta cosmovisión y de los saberes ancestrales que forman parte de ella es producto de la dominación colonial moderna, porque en el proceso histórico de colonización se pusieron en juego tres estrategias centrales que buscaban la dominación y opresión de las comunidades indígenas y de las mujeres: las condiciones sociales y económicas a que fueron sometidas permitieron dominar sus cuerpos; la negación y aniquilamiento de los saberes y la memoria ancestrales dieron lugar a dominar su espíritu; y el tránsito hacia un patriarcado colonial-moderno dio lugar a la profundización de la subordinación y el disciplinamiento de las mujeres y la conversión del hombre en sinónimo de humanidad, en modelo de lo humano, como nos enseñó Rita Segato, al igual que el capitalismo y la ciencia moderna fueron consideradas como únicas formas posibles de ser y de conocer.

Las evidencias son contundentes. Las concepciones que forman parte de la modernidad/colonialidad no han generado el bienestar de la humanidad, por el contrario, están poniendo en grave riesgo la supervivencia de la especie humana y de la naturaleza. Por lo tanto, merecen una crítica profunda que lleve implícita la propuesta de alternativas, que en primer lugar deben basarse en reconocer la asimetría histórica y presente entre formas de ser, de sentir y de saber de pueblos “con historia” y pueblos “sin historia”, entre conocimientos “pachamámicos” y conocimientos “modérnicos”, entre humanidad y naturaleza, entre mujeres y varones, y por ende la existencia de territorios, pueblos, sujetos y sujetas, saberes y prácticas culturales que, por no insertarse en la lineal manera moderna de concebir el mundo y el “desarrollo”, fueron silenciados y subalterizados mediante el sometimiento a una dominación capitalista, extractivista, colonial, racista, patriarcal y antropocéntrica.

En segundo lugar, esas alternativas deben proponerse disolver esos mitos de la modernidad, además de reconocerlos. Esos mitos se fundan en una pretendida universalidad de formas de ser, hacer y pensar que se ubican geográfica y culturalmente en Europa, y que son impuestas a otras culturas que no son parte de ese “centro”. Por lo tanto, disolver esos mitos implica reconocer la existencia y revalorizar esas otras maneras de ser, hacer y pensar de pueblos extra-europeos. No cabe duda entonces que las alternativas deben fundarse en una praxis antimoderna/anticolonial, antipatriarcal, antimperialista y anticapitalista.

En tercer lugar, en el rescate de esas otras formas de ser y sentir la vida, las alternativas tienen que recuperar la cosmovisión indígena, el pachamamismo, esa manera de ver y entender el mundo, que ha llevado a esos pueblos a convivir durante milenios con la naturaleza sin dañarla. Y como parte del pachamamismo, se torna fundamental revalorizar los saberes ancestrales de los pueblos indígenas, las comunidades campesinas y las mujeres, que podemos definir como sabidurías socioecológicas que se basan en el respeto y cuidado de la Madre Tierra y de los medios de reproducción de la vida. Esos saberes deben rescatarse de su calificación de atrasados, premodernos, primitivos, otorgada por la civilización hegemónica, y convertirse en el soporte de la recreación de la vida en el planeta, porque al representar la diversidad biocultural que hemos construido como humanidad, son el eje central de la descolonización necesaria y urgente, que tenemos el desafío de concretar.

El debate entre pachamamismo, extractivismo y desarrollo sigue vigente, porque hay pruebas más que suficientes de que la denigración del pachamamismo y la egolatría del desarrollo extractivista o el extractivismo desarrollista nos ha llevado a este presente desolador que nos impone la mercantilización, la opresión y la destrucción de toda forma de vida en la Madre Tierra. Por eso, hoy, día de la Pachamama, le ofrendamos nuestro deseo más profundo de contribuir a la descolonización de nuestras mentes y nuestras prácticas y agradecemos a nuestros pueblos indígenas habernos enseñado que sin reciprocidad con la Madre Tierra no hay alternativa posible que se pueda construir para salvar la vida en el planeta.

Fuente:  Asociacion Civil Be Pe

Temas: Biopiratería, Extractivismo, Pueblos indígenas, Saberes tradicionales

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