Los ataques de Israel a los bancos de semillas destruyen milenios de patrimonio cultural palestino

Idioma Español
País Asia
Sabreen Abu Awad, de 6 años, a la derecha, exprime las semillas de aceituna mientras Amal Abu Awad, de 59 años, extiende la palma de la mano para recoger el jugo en Turmus Ayya, Cisjordania ocupada, el 1 de diciembre de 2023. MARCUS YAM / LOS ANGELES TIMES

Este verano, las excavadoras israelíes arrasaron la ciudad cisjordana de Hebrón con una eficiencia despiadada, atacando no a soldados ni a arsenales, sino a algo profundamente vulnerable: el único banco nacional de semillas superviviente de Palestina.

A las pocas horas de la llegada de las excavadoras, el 31 de julio de 2025, las instalaciones de multiplicación de semillas de la  Unión de Comités de Trabajo Agrícola (UAWC miembro de La Vía Campesina) estaban en ruinas: sus materiales de propagación estaban esparcidos, su infraestructura destruida y, con ella, generaciones de patrimonio agrícola palestino reducido a escombros.

Lo ocurrido en Hebrón encaja en la definición legal de ecocidio: la destrucción deliberada de ecosistemas para socavar la supervivencia humana. La Unión de Comités de Trabajo Agrícola condenó este ataque como “un acto de supresión destinado a romper los vínculos generacionales entre lxs agricultores y sus tierras”.

Cuando el ecocidio opera en el contexto de un genocidio, como ocurre en Palestina, funciona como un arma temporal que extiende la lógica de la eliminación mucho más allá del momento presente, extendiéndose hacia un futuro indefinido donde la recuperación se vuelve sistemáticamente imposible.

El almacén de semillas de la Unión de Comités de Trabajo Agrícola albergaba más de 70 variedades de semillas baladi (reliquias), muchas de las cuales ya no existen en otros lugares, que agricultores palestinxs habían cultivado y perfeccionado durante siglos. Estas semillas —de variedades raras, autóctonas y resistentes de tomates, pepinos, berenjenas, calabacines y otras, recolectadas en granjas locales de Cisjordania y Gaza— no eran semillas cualquiera. Eran bibliotecas vivientes del conocimiento agrícola palestino, portadoras de características genéticas de resistencia a la sequía, adaptación al suelo y densidad nutricional de las que carecen las variedades comerciales.

Su destrucción no fue accidental. Fue estratégica.

Ecocidio como violencia temporal

Las definiciones jurídicas contemporáneas de ecocidio lo describen como “actos ilegales o descontrolados cometidos a sabiendas de que existe una probabilidad sustancial de daños graves, generalizados o a largo plazo al medio ambiente”. Sin embargo, este lenguaje clínico no capta las dimensiones temporales de la destrucción ambiental cuando se utiliza como arma de control colonial.

Estas semillas… eran bibliotecas vivientes del conocimiento agrícola palestino, portadoras de rasgos genéticos para la resistencia a la sequía, la adaptación del suelo y la densidad nutricional.

A diferencia de la violencia física directa, que opera en el presente inmediato, el ecocidio opera a través de escalas temporales. La destrucción de los bancos de semillas elimina no solo la capacidad agrícola actual, sino también las posibilidades futuras de  Soberanía Alimentaria: el derecho de los pueblos a alimentos sanos y culturalmente apropiados producidos mediante métodos ecológicamente racionales y sostenibles, junto con la capacidad de definir sus propios sistemas alimentarios y agrícolas, centrándose en la comunidad y resistiendo las demandas y la dependencia de los regímenes alimentarios corporativos. Las variedades de semillas indígenas, una vez perdidas, no pueden recrearse: representan miles de años de coevolución entre plantas, suelo, clima y sistemas de conocimiento humano. Su destrucción constituye una amputación temporal: la pérdida de la capacidad de una comunidad para reproducirse a lo largo de generaciones.

Esta dimensión temporal transforma el ecocidio de un delito ambiental en una estrategia genocida. La Convención sobre el Genocidio de 1948 define el genocidio como actos “perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. Fundamentalmente, el Artículo II(c) incluye “sometimiento deliberado al grupo a condiciones de vida que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial”. El ecocidio opera precisamente a través de este mecanismo: creando condiciones en las que el grupo afectado no puede sostenerse a largo plazo.

Cortando las raíces de la resistencia

La agricultura palestina siempre ha sido más que una actividad económica: representa una forma de continuidad cultural y resistenciaLas prácticas agrícolas tradicionales palestinas integraban olivares con trigo, cebada, legumbres y cultivos arbóreos en policultivos que maximizaban la biodiversidad y la resiliencia. Este sistema agrícola sustentó a las comunidades palestinas durante milenios, a la vez que preservaba la salud del suelo y la conservación del agua.

La destrucción de los bancos de semillas interrumpe esta cadena generacional de transmisión de conocimientos. Cada variedad ancestral lleva en su estructura genética la sabiduría acumulada por agricultores palestinxs que seleccionaron, guardaron y mejoraron semillas durante siglos. Cuando estas variedades se destruyen, el conocimiento cultural inherente a ellas —cuándo plantar, cómo procesar, qué variedades prosperan en microclimas específicos— queda huérfano, desconectado de su material base.

Tan solo en agosto de 2025, las Fuerzas de Ocupación Israelíes arrancaron 3000 olivos en al-Mughayyir, cerca de la ciudad cisjordana de Ramallahdestrozando así una comunidad cuya supervivencia e identidad son inseparables de sus arboledas. Desde octubre de 2023, las fuerzas israelíes y los colonos han destruido más de 52 300 olivos solo en Cisjordania, y el récord se remonta a más de seis décadas, con estimaciones que superan los 3 millones de olivos y frutales arrancados.

Cada árbol talado representa más que una pérdida de ingresos: es la ruptura de lazos ancestrales y el desmantelamiento deliberado de un sistema agrícola autosuficiente que ha sustentado la vida palestina. La naturaleza sistemática de esta destrucción no es una consecuencia incidental de la guerra, sino parte de una campaña sostenida de borrado de la agricultura, cuyo objetivo es imposibilitar la continuidad cultural.

Lxs jóvenes palestinxs que crecen bajo la ocupación ya se enfrentan a barreras sistemáticas para acceder a sus tierras ancestrales. La destrucción del patrimonio agrícola añade otra capa a este despojo, garantizando que incluso si se restableciera el acceso a la tierra, las variedades específicas y los sistemas de conocimiento que sustentaron la agricultura palestina durante generaciones seguirían siendo irrecuperables.

Apuestas Globales

La lógica temporal del ecocidio se extiende más allá de las fronteras de Palestina y se conecta con las luchas globales por la soberanía de las semillas y la biodiversidad agrícola.  Se estima que la agricultura industrial ya ha provocado la extinción del 75% de la biodiversidad agrícola desde el siglo XX. Esta “erosión genética” hace que todas las comunidades humanas sean más vulnerables al cambio climático, las enfermedades de las plantas y las perturbaciones ambientales.

Las variedades de semillas indígenas y tradicionales suelen poseer rasgos genéticos de tolerancia a la sequía, resistencia a las enfermedades y densidad nutricional de los que carecen las variedades comerciales. La destrucción del banco de semillas de Palestina elimina estos rasgos no solo para lxs palestinxs, sino también para el acervo genético mundial. En una era de crisis climática, dicha biodiversidad representa un potencial de adaptación irremplazable para la supervivencia humana.

El ataque a los bancos de semillas en zonas de conflicto —desde Palestina hasta  Sudán y Ucrania— revela cómo el ecocidio opera como una estrategia global de dominación. Al destruir la base biológica de la soberanía alimentaria, actores poderosos garantizan que las poblaciones desplazadas y oprimidas sigan dependiendo permanentemente de sistemas alimentarios externos controlados por sus opresores.

El Futuro Indeterminable

Quizás el aspecto más insidioso del ecocidio sea su alcance temporal indefinido. Si bien la violencia física crea un trauma inmediato que las comunidades pueden sanar, la destrucción de los cimientos ecológicos crea heridas que quizá nunca cierren. Las semillas destruidas hoy no pueden replantarse mañana; su información genética se pierde para siempre.

Esto crea lo que  el profesor Rob Nixon ha denominado “violencia lenta: un daño que se desarrolla gradualmente a lo largo de escalas temporales que superan la esperanza de vida individual. Lxs niñxs palestinxs que nazcan hoy heredarán un paisaje biológico empobrecido, con menos variedades de alimentos indígenas, ecosistemas de suelo degradados y sistemas de conocimiento agrícola reducidos. Sus hijxs heredarán aún menos.

La naturaleza indeterminable de este daño futuro es precisamente la clave. El ecocidio opera mediante la creación de dependencia y vulnerabilidad permanentes. Al destruir los cimientos biológicos de la soberanía alimentaria palestina, las fuerzas de ocupación garantizan que la resistencia no pueda arraigarse, literalmente, en las generaciones futuras.

Hacia la Rendición de Cuentas

El reconocimiento del ecocidio como crimen de lesa humanidad representa un paso crucial hacia la rendición de cuentas. Varios países ya han tipificado como delito el ecocidio en sus ordenamientos jurídicos nacionales y hay cada vez más peticiones para que la Corte Penal Internacional lo reconozca como delito de derecho internacional.

Pero los marcos legales por sí solos no pueden abordar las dimensiones temporales de la destrucción ecológica. Debemos prestar atención al genocidio en curso en el presente y ser profundamente conscientes de la extensión temporal de los daños de los que somos cómplices. Necesitamos nuevos modelos de rendición de cuentas que reconozcan el daño a lo largo de escalas temporales generacionales: reparaciones que aborden no solo el daño inmediato, sino también los impactos continuos del empobrecimiento biológico.

La destrucción de los bancos de semillas de Palestina revela el ecocidio como un arma de control temporal, una estrategia para extender el genocidio más allá del momento presente hacia un futuro indeterminado. Comprender esta dimensión temporal es crucial para desarrollar formas efectivas de resistencia, solidaridad y rendición de cuentas.

Semillas de rechazo, un rayo de esperanza

A pesar de estos ataques sistemáticos, la resistencia agrícola palestina continúa y quienes conservan semillas persisten. Cada semilla conservada se convierte en un acto de rechazo, un rechazo a la lógica que dice que los palestinos no tienen futuro. Cada acto de preservación se convierte en un puente sobre las heridas que el ecocidio busca crear.

Vivien Sansour, fundadora de la Biblioteca de Semillas de la Herencia Palestina, ha dedicado años a la búsqueda de variedades tradicionales para preservar y propagar. La visión de Sansour para la biblioteca “no se trata solo de semillas palestinas, sino de cómo las semillas palestinas pueden contar la historia de la ternura de nuestro pueblo y de las personas de todo el mundo que nos han hecho posible encontrar la sombra de un árbol”. Con sede en Battir, pueblo declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, su proyecto busca preservar las variedades de semillas patrimoniales y las prácticas agrícolas tradicionales. En este paciente trabajo de recuperación y propagación reside la posibilidad de futuros que las fuerzas opresoras no pueden controlar; futuros que perduran, como semillas bien preservadas, llenos de un potencial inesperado para un nuevo crecimiento.

Las excavadoras de la ocupación destruyeron edificios y esparcieron semillas. Pero no pueden destruir la verdad más profunda que representan los guardianes de semillas palestinos como Sansour.

“He visto cómo las semillas emergen del hormigón”, dice Sansour. “He visto gente salir de los escombros, he salvado mis propias semillas en las cenizas, y he visto la vida insistiendo en sí misma, no por nosotros, sino a pesar de nosotros”.

Artículo originalmente publicado en  https://truthout.org/

Fuente: La Vía Campesina

Temas: Criminalización de la protesta social / Derechos humanos, Semillas, Soberanía alimentaria

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