Soberanía alimentaria: un vistazo y muchas aristas

Presentamos un resumen de reflexiones y prácticas provenientes de muchos ámbitos, que nos ayudan a entender un poco los obstáculos por remontar. Los textos fueron extraídos de la separata que Biodiversidad, Sustento y Culturas elaboró en octubre de 2006 como un compendio de lo volcado en números anteriores. Sirvan estos fragmentos para hacer memoria, afilar la discusión y promover la lectura de un documento que será importante en Nyéléni 2007.

Un concepto libertario. Los tiranos igual que los conquistadores, a lo largo de la historia, entendieron que la subyugación de los pueblos pasa por destruir sus sistemas alimentarios. Parte importante de las guerras de dominación fue destruir los cultivos, las huertas, las semillas, los sitios de almacenamiento y las rutas de intercambio entre pescadores y agricultores.

La soberanía alimentaria, como un concepto político libertario fue propuesto por Vía Campesina en la Primera Cumbre de la Alimentación en 1996. Hoy, es un principio de lucha para las organizaciones campesinas: “Soberanía Alimentaria es el derecho de lo pueblos a producir, intercambiar y consumir alimentos de acuerdo a prácticas definidas por valores, saberes, creencias y rituales pertenecientes a su cultura, accediendo a alimentos sanos y nutritivos sin ningún tipo de obstáculo o presión política, económica o militar”. (Separata Ya es tiempo de soberanía alimentaria, presentación.)

Los intereses de una minoría. El G20 (anteriormente G21), si bien es un contrapeso político a Estados Unidos y la Unión Europea, muy necesario, representa principalmente los intereses de los exportadores en el Sur, pero no defiende los intereses de la gran mayoría de agricultores y campesinos que producen para los mercados nacionales. El G20 representa los intereses de una pequeña minoría de su población que controla la agricultura de exportación y las empresas agroindustriales. Por esta razón, ellos también exigen la abolición de los subsidios que “distorsionan el comercio” y más acceso a los mercados, en el Norte y en el Sur, sin reconocer que el principal problema es la predominancia de las exportaciones y de los intereses de las corporaciones.

El verdadero conflicto —en torno a los alimentos, la agricultura, la pesca, las fuentes de trabajo, el medio ambiente y el acceso a los recursos— no es entre el Norte y el Sur, sino entre ricos y pobres. Es un conflicto que gira en torno a los diferentes modelos de producción agrícola y desarrollo rural, un conflicto que está presente tanto en el Norte como en el Sur.

La soberanía alimentaria de los pueblos es una alternativa a la situación actual. Una auténtica respuesta socialmente adecuada a la actual crisis en la alimentación y la agricultura reside en el marco que ofrece la Soberanía Alimentaria de los Pueblos. Desde una perspectiva amplia del desarrollo económico nacional y local, es mucho más importante hacer frente a la pobreza y al hambre, gestionar los recursos en forma sustentable y producir en primer lugar para los mercados locales antes que exportar. (Vía Campesina, 8 de diciembre, 2003.)

Somos gente de maíz. Y lo somos a contracorriente, en lucha continua con los vientos dominantes. Los saberes campesinos e indígenas sobre el maíz han sido continuamente despreciados, reprimidos y olvidados. Se ha provocado la extinción de innumerables variedades nativas de maíz, que eran el fruto de la paciente experimentación de nuestros antepasados. Se indujo a muchos campesinos a la vergonzosa dependencia de los híbridos. Una y otra vez, con diversas políticas, se ha buscado que abandonemos el cultivo de maíz. Se quiere que en lugar de producirlo en nuestra tierra y con nuestras manos se importe de Estados Unidos, donde se siembra para los puercos y para la industria, no para la gente.

No rechazamos la experimentación. La hemos practicado por miles de años. Nos interesa el cambio, pero no el que lleva a formas de cultivo que destruyen en vez de conservar. Rechazamos la acción comercial, obsesionada con la ganancia. Destruye la tierra, debilita el tejido social y cultural de nuestros pueblos y trastorna la relación entre las personas. Luchamos por conservar los maíces que durante miles de años se han acomodado a vivir en los climas, alturas y suelos de nuestras tierras y comparten el espíritu de nuestras comunidades. (Declaración del foro paralelo al Simposio sobre Maíz y Biodiversidad, los Efectos del Maíz Transgénico en México, organizado por la Co­misión de Cooperación Ambiental del tlcan, 10 de marzo de 2004.)

Reafirmamos: la permanencia de la agricultura cam­pesina es fundamental para la eliminación de la pobreza, el hambre, el desempleo y la marginación. Daremos especial prioridad al derecho de los campesinos del mundo entero a exigir políticas públicas al servicio de una agricultura campesina sustentable. Seguiremos nuestra lucha por una auténtica reforma agraria, la defensa de nuestras semillas y la soberanía alimentaria. (Declaración cuarta Conferencia Vía Campesina, Itaici, São Paulo, Brasil, 14-19 de junio de 2004.)

Las mujeres del campo, como protagonistas en la construcción de otro mundo posible, nos proponemos defender, fortalecer y ampliar nuestras organizaciones y movimientos, continuar luchando contra el modelo neoliberal; contra el libre comercio; por la soberanía alimentaria; por la tierra y territorio; por reformas agrarias integrales; por la defensa de nuestras semillas como patrimonio de los pueblos; por la soberanía económica de las mujeres y la igualdad de género; y por la soberanía de nuestros pueblos”. (Segunda Asamblea Internacional de Mujeres Rurales.)

Lo urgente es mantener vivas bolsas activas y creativas de resistencia: mantener vivos los recursos y el conocimiento, permitir que evolucionen activamente en contacto con los pueblos, las comunidades y la naturaleza, no en bancos de semillas o en jardines botánicos, ni en comunidades empobrecidas en los alrededores de las ciudades, lejos del lugar de origen. Estas bolsas de resistencia las podemos catalogar en tres áreas, aunque objetivamente existen integrados en una única realidad:

a. Territoriales o ecosistémicas: el quehacer agrícola se da en el espacio físico, del cual es inseparable. Lo que llamamos agricultura está íntimamente ligado a sistemas naturales, con su fauna y flora, que son modificados para hacerlos productivos de acuerdo a las necesidades humanas. Esto son los agroecosistemas: cuencas, bosques (distintos tipos), praderas, costas, ríos. A través de la vida en estos lugares las comunidades y pueblos de­sa­rrollan sistemas culturales que son inseparables de la gestión de los recursos.

b. Biológicas: flora y fauna silvestre, plantas medicinales, cultivos y semillas (frutales, hortalizas, cereales), árboles, microorganismos, insectos.

c. Culturales: tecnologías, conocimientos, cosmovisiones, idiomas, rituales, costumbres.

Se trata de pensar en estas bolsas de resistencia como semillas para el futuro, semillas de esperanza para los nuevos tiempos. Para crear y gestar estas semillas, hace falta construir lo que desde hace algunos años se viene llamando la soberanía alimentaria... La soberanía alimentaria exige:

* El rescate y control de las semillas y el conocimiento, la agricultura y la alimentación por parte de los agricultores y las agricultoras: qué, quién, cómo, para qué se produce.

* La revalorización de los sistemas integrados de manejo de los recursos naturales y el conocimiento de las comunidades y pueblos locales, las cosmovisiones que integran todos los ámbitos de la realidad.

* El rescate de valores como la solidaridad, la equidad, y la justicia.

* Una evolución —no queremos revoluciones que fracturan la evolución del conocimiento y la experiencia— hacia lo que llamamos agroecología, una agricultura social­mente justa, ecológicamente sensible, económicamente rentable. Una evolución que parte de los saberes de las comunidades y pueblos e integre a través de estrategias participativas el intercambio entre agricultor y agri­cultor y la participación paritaria de los técnicos.

* A partir de una toma de conciencia ecológica dar prioridad al manejo sustentable de los recursos naturales en todas las estrategias de desarrollo: hay que tener en cuenta a las generaciones futuras.

* Promover desde nuestros lugares de inserción políticas públicas que favorezcan la seguridad alimentaria en primer lugar, y la soberanía alimentaria como el marco más amplio en el cual desarrollemos nuestra vidas como agricultores, consumidores y miembros de la sociedad civil.

(Nelson Álvarez, “Cultivando y compartiendo nuestras semillas”, Rosario, Argentina, 25 de junio de 2004.)

Los “pobres no son pobres por ser vagos o porque sus gobiernos sean corruptos”. Son pobres porque otros se han apropiado de su riqueza, destruyendo su capacidad para crearla. Las riquezas acumuladas por Europa se basaron en las riquezas arrebatadas a Asia, África y Latinoamérica. Sin la destrucción de la rica industria textil de la India, sin la aparición del comercio de especias, sin el genocidio de las tribus indígenas americanas, sin la esclavitud africana, la revolución industrial no habría creado nuevas riquezas para Europa o Estados Unidos. Fue la violenta absorción de los recursos del Tercer Mundo y de sus mercados lo que creó la riqueza en el Norte, pero simultáneamente creó la pobreza en el Sur.

Dos mitos económicos facilitan el separar dos procesos ligados íntimamente: el crecimiento de la opulencia y el crecimiento de la pobreza. En primer lugar, se ve el crecimiento sólo como crecimiento del capital. Lo que ya no se percibe es la destrucción de la naturaleza y de la economía de subsistencia de la gente que crea este crecimiento. Las dos “externalidades” del crecimiento, creadas simultáneamente —la destrucción medioambiental y la creación de la pobreza— son vinculadas luego, incidentalmente, no a los procesos de crecimiento, sino entre sí. Se afirma que la pobreza crea destrucción medioambiental. Y se ofrece la enfermedad como remedio: el crecimiento resolverá los problemas de la pobreza y la crisis medioambiental, a los que inicialmente dio lugar.

El segundo mito que separa la opulencia de la pobreza es suponer que si produces lo que consumes es que no produces. Ésta es la base en que se trazan los límites de la producción para las contabilidades nacionales que miden el crecimiento económico. Ambos mitos contribuyen a la mistificación del crecimiento y del consumismo, pero también ocultan los procesos reales que crean la pobreza. (Vandana Shiva, “How to end Poverty”, ZMagazine, 11 de mayo de 2005.)

La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos, comunidades y países a definir sus propias políticas agrícolas, pastoriles, laborales, de pesca, alimentarias y agrarias que sean ecológica, social, económica y culturalmente apropiadas a sus circunstancias exclusivas. Esto incluye el derecho real a la alimentación y a la producción de alimentos, lo que significa que todos los pueblos tienen el derecho de tener alimentos y recursos para la producción de alimentos seguros, nutritivos y culturalmente apropiados, así como la capacidad de mantenerse a sí mismos y a sus sociedades. (Declaración política del Foro de ong/osc para la Soberanía Alimentaria. Roma, junio de 2002.)

La autonomía local es un concepto central de la soberanía alimentaria. Las mujeres de ubinig [organización de Bangladesh] están convencidas de que la pérdida de semillas en los hogares significa también la pérdida de poder para la mujer. La dependencia del mercado externo para las semillas les quita trabajo y poder, y las desplaza del control del corazón del sistema agrícola. Lo que afecta a la supervivencia de las mujeres como agricultoras afecta también a la supervivencia de la agricultura campesina en general...

Es en los espacios donde las comunidades locales crean autonomía a partir de sus propias necesidades, creencias y tiempos, donde la soberanía alimentaria adquiere su significado real... una comprensión común que permite a las comunidades campesinas de distintas partes del mundo apreciar sus diversas luchas e identificarse con ellas.

La soberanía alimentaria es una alternativa sólida a la corriente de pensamiento oficial sobre la producción de alimentos. La lucha por la soberanía alimentaria incorpora temas tan vastos como la reforma agraria, el control territorial, los mercados locales, la biodiversidad, la autonomía, la cooperación, la deuda, la salud y muchos otros temas que tienen una importancia fundamental para poder producir alimentos localmente. (Editorial de grain, Seedling, abril de 2005.)

La omc y los diversos tratados multilaterales, bilaterales o regionales, tienen fundamentalmente por objetivo legalizar y garantizar la reproducción del capital de las corporaciones a escala internacional, el control político necesario en todos los sectores y en forma principal en el sector agrario, vincu­lado al control territorial y de los recursos naturales. (Andrés Barreda, “Los objetivos del Plan Puebla Panamá”. En Economía Política del Plan Puebla Panamá. Editorial Itaca, México, 2002.)

Los objetivos centrales de la nueva estrategia corporativa. Levantar restricciones producto del monocultivo; asegurar y aumentar los mercados de plaguicidas y semillas; reclamar derechos de propiedad y obtener rentas del acto de sembrar; avanzar en la estrategia de mayor integración y control de las cadenas agroalimentarias.

Entre los pilares básicos están los derechos de propiedad intelectual (dpi) mediante patentes sobre organismos vivos existentes o “mejorados” genéticamente para que los ciudadanos, entre ellos los agricultores, no tengan posibilidad de decidir; definir qué ciencia es válida mediante el reduccionismo genético; impulsar una definición estrecha de bioseguridad; controlar la agenda de investigación agrícola.

La biotecnología refuerza así la tendencia dominante a que los pequeños productores, campesinos y pueblos indígenas pierdan el control, que ya tienen acotado, de la capacidad de decidir.

Al ser una tecnología que atenta contra la pequeña producción incide en forma fundamental en la recreación de la biodiversidad cultivada dado que históricamente ha sido una tarea que han llevado adelante campesinos, pueblos indígenas y pequeños agricultores, sectores de las sociedades en donde la biodiversidad y las semillas son esencia de cultura y sustento.

Hoy la gran paradoja en el campo latinoamericano es que siendo sociedades predominantemente agrarias, y siendo los países netos exportadores de alimentos, los niveles de pobreza y alimentos insuficientes son mayores en la población rural.

En América Latina las denominadas reformas estructurales a favor de los intereses de las grandes empresas transnacionales y de la hegemonía norteamericana están teniendo un profundo impacto en la sustentabilidad en sus cuatro dimensiones: social, aumentando las desigualdades en el acceso a los recursos y la exclusión de la ciudad y el campo; ecológica, degradando y destruyendo ecosistemas y diversidad biológica y cultural; económica, donde las “necesidades del mercado” antogonizan con las necesidades humanas; y política, incrementando la concentración del poder en la toma de decisiones. (Biodiversidad, “Estrategias corporativas agroindustriales en América Latina”.)

El control social no siempre es ejecutado a través de la opresión y la violencia directa del Estado, sino cada vez más por medidas y manejos económicos. De haber continuado África con su trayectoria de desarrollo sin la influencia de los europeos, bien podría no enfrentar la crisis de hambre que hoy enfrenta. Europa occidental estableció una relación que aseguró la transferencia de riquezas de África a Europa, que ha perdurado desde entonces. Las tarifas comerciales y los subsidios son manifestaciones modernas de las desigualdades que comenzaron con el colonialismo. Este derrame del Sur al Norte fue en 1992 de 619 200 millones de dólares. En términos de agricultura, “el colonialismo destruyó las pautas culturales de producción mediante las cuales las sociedades tradicionales satisfacían anteriormente las necesidades de las personas”. (Martin Khor, “South-North Resource Flows and their Implication for Sustainable Development”. Third World Resurgence, núm. 46, 1994.)

El maíz es el logro agronómico más importante de la historia de la humanidad: de un simple “pasto” (el teocintle) los pueblos campesinos indígenas de Mesoamérica crearon una planta con gran valor nutricional, de enorme versatilidad para su cultivo en muchos ecosistemas diferentes y para multiplicidad de usos.

No se reproduce en forma silvestre, es un cultivo ligado para siempre a sus creadores a los que según los mitos fundantes de las culturas mesoamericanas, también creó, en un camino de cuidados recíprocos. (Silvia Ribeiro, “El día en que muera el sol”, Seedling, julio de 2005.)

Está bien defender el maíz...

–Pero defenderlo implica que los suelos puedan reconstituirse...

–Entonces hay que cancelar los agroquímicos que lo han deteriorado, es decir, volvamos a las siembras sin químicos...

–Pero entonces debemos propiciar que no haya tampoco deslaves ni erosión...

–Está bien, para eso debemos reequilibrar el agua...

–Está bien, pero eso implica entonces cuidar los bosques, pa’ que detengan la erosión, propicien las lluvias, refresquen con oxígeno la región...

–Sí pero para eso debemos defender nuestro territorio y para hacerlo es necesario emprender acciones en pos de nuestros derechos agrarios y de pueblo...

–Sí pero eso implica un trabajo de organización comunal real, donde quienes sean representantes, de veras obedezcan el mandato de la comunidad.

–Eso a la vez implica entonces reforzar el papel de las asambleas comunitarias, ya no sólo comunales, cerrando la brecha entre las autoridades tradicionales y las agrarias, algo que los gobiernos intentaron siempre separar.

–Entonces se hace necesario tener maíz, para que quienes asuman un cargo no se vean en la necesidad de trabajar en otras cosas, y al mismo tiempo sigan anclados a la tierra, como campesinos en igualdad de circunstancias que el resto de los comuneros.

Para el pueblo wixárika, existe una especie de círculo mágico que arroja una propuesta de integralidad donde nada de lo que hagan puede estar desvinculado. Y entonces proponen una reconstitución integral de las comunidades, enfatizando la organización comunitaria y el cultivo del maíz como corazón de una resistencia y por ende la posibilidad de una autonomía, ejerciendo plenamente su territorio en todos los planos, desde el más geográfico hasta el sagrado, pasando por la riqueza de las relaciones humanas y con todo, por que todo está vivo. (En defensa del maíz [y el futuro], una autogestión invisible, irc, mayo de 2004.)

Es inaceptable que la fao respalde la necesidad de propiedad intelectual de las corporaciones. Esto implica el apoyo de la fao a la biopiratería corporativa, puesto que los recursos genéticos que las corporaciones buscan patentar provienen del trabajo de mejoramiento que han hecho los agricultores durante miles de años.

La contaminación genética está dañando el corazón mismo de los centros mundiales de diversidad de los cultivos. La fao deja este hecho de lado sin prácticamente mencionarlo. Para los pueblos que crearon la agricultura esto constituye una agresión contra su vida, contra los cultivos que crearon y nutrieron y contra su soberanía alimentaria. Durante varias décadas la fao ha conducido un debate internacional en torno a la erosión genética. Con el advenimiento de la ingeniería genética, la amenaza de erosión se ha incrementado. Como institución normativa intergubernamental para los recursos genéticos, la fao debería estar desa­rrollando políticas para prevenir la erosión genética y tomar acciones frente a sus implicaciones negativas a nivel global. (Fragmento del rechazo al Informe 2004 de la fao, “Biotecnología: ¿respondiendo a las necesidades de los pobres?”, firmado por 650 movimientos y organizaciones de la sociedad civil y 850 individuos de todo el mundo.)

Terminator, la Tecnología de Protección de Ge­nes o de restricción del uso genético es un invento que acota la vida desde lo más íntimo, y desde allí, desde ese núcleo invisible, busca asegurar la destrucción de la autonomía campesina. ¿Cuál autonomía campesina? La que contundentemente y sin alardes resuelve la vida de 1 400 millones de personas, la cuarta parte de la humanidad. La humanidad que cuida la tierra, que resguarda la diversidad de plantas y animales, que asegura el fluir infinito del agua, que tiene la posibilidad de producir sus alimentos, es decir, ser dueños de su existencia sin rendir cuentas a las transnacionales. La humanidad que produce al menos el 20 por ciento de toda la comida del mundo.

El ciclo agrícola campesino, ejercicio de una relación sin intermediarios entre la comunidad y el territorio y sus frutos, que incluye no solamente los “insumos agrícolas” sino también las celebraciones, las enseñanzas, las historias, el emparentarse y resolver en colectivo, es el botín que codician los vendedores de Terminator. No para suplantar a los agricultores sobre la parcela, sino para transformarlos irreversiblemente en cualquiera de los tipos de esclavos modernos, en el campo y en la ciudad, de cuya sangre se alimenta el capital. (Verónica Villa, “Guerra biológica contra los campesinos”, Ojarasca 107, La Jornada, marzo de 2006.)

Los intentos por certificar las semillas como orgánicas son un paso más en el intento de apropiación de las semillas de los agricultores para continuar creando monopolios y apropiándose de la base del sustento de la humanidad. Resulta absurdo e ina­cep­table que las grandes corporaciones de las semillas participen ahora en la certificación orgánica de las mismas cuando han sido ellas quienes han contaminado las semillas locales en diversas partes del mundo con sus semillas transgénicas y han hecho esfuerzos extraordinarios por dificultar la agricultura orgánica, especialmente entre campesinos.

Esta iniciativa es especialmente peligrosa en el momento que se impulsan concertadamente otras iniciativas destinadas a ilegalizar las semillas campesinas. (Red por una América Latina Libre de Transgénicos, Redallt.)

Hay que rechazar la certificación. Crear alternativas, pero fundamentalmente establecer la palabra de la familia agricultora y del consenso veredal o de la organización campesina como fuente primaria de credibilidad...

Sin excepción, todos los cuerpos legales que han sido aprobados o están en proyecto incluyen la crea­ción o expansión de un sistema u organismo nacional de semillas, al que asignan autoridad sobre todo lo relacionado con la certificación y registro de semillas (“obtentores”) y comercializadores de semillas. En la mayoría de los casos, la ley también entrega a este organismo nacional la capacidad de decisión sobre la liberación de cultivos transgénicos, aunque no de manera exclusiva. En al práctica los nuevos sistemas o institutos de semillas tienen la atribución de decidir qué se aceptará como semilla y quiénes podrán actuar como productores y comercializadotes de ellas.

Pero inmediatamente después las mismas leyes o reglamentaciones establecen que la nueva institución deberá transferir al menos parte de sus atribuciones fiscalizadoras y certificadoras a entes privados, bajo el único requisito de que éstos cuenten con capacidades técnicas y de infraestructura que el ejercicio de atribuciones delegadas puedan requerir... Toda semilla deberá ser fiscalizada, insisten. Las semillas que no cumplan con las normas quedarán fuera de la ley.

En la mayoría de los casos será ilegal utilizar semilla no registrada; en algunos países será ilegal incluso transportar semillas que no hayan sido registradas o que no cumplan con los estándares de certificación, aun cuando se intercambie como semilla ni certificada. (Mario Mejía Gutiérrez, “La certificación como instrumento de dominación”.)

La situación de guerra impacta porque uno de los primeros efectos que tiene es romper todos los tejidos sociales, especialmente en el campo, pues donde más se sufre y donde más se vive la guerra es ahí. Los grupos indígenas y campesinos, las comunidades negras, son los más afectados por el desplazamiento forzado que los obliga a salir de sus territorios. En los últimos diez años han sido desplazadas casi tres millones de personas de los territorios locales y las más golpeadas son las comunidades campesinas e indígenas. Esto tiene impactos muy grandes en la seguridad alimentaria, en la pérdida de biodiversidad.

Cuando una comunidad o una familia es desplazada lo primero que pierde son sus recursos locales, en especial sus semillas, sus animales y muchas de sus variedades locales. Sobre todo en territorios donde ya vienen siendo amenazadas por el modelo de la Revolución Verde y por todas las otras políticas globales y nacionales.

Muchos no pueden regresar a sus territorios, muchas de estas variedades se han perdido y eso afecta los sistemas productivos, el conocimiento tradicional y la totalidad de la biodiversidad. (Germán Vélez, Grupo Semillas de Colombia.)

En nuestras comunidades el maíz se siembra y será poco, pero para nosotros es suficiente porque nos dura un año. Si el maíz dura un año la gente tiene para comer, no tiene tantas preocupaciones. Los maíces nativos son resistentes a los temporales malos que llegan a nuestras comunidades. Los maíces híbridos o transgénicos no creo que nos puedan resistir un año.

Hay prácticas en algunas comunidades donde se ha llegado a recoger hasta ocho toneladas por hectárea, pero a los tres meses ese maíz está hecho polvo. Ese maíz está diseñado para venderlo. El maíz de nuestras comunidades no es para venderlo; es para consumirlo nosotros, es para resistir, para que noso­tros comamos. (Aldo González, comisariado de bienes comunales de Guelatao, Oaxaca.)

La curadora de semillas es parte del sistema de abastecimiento de semillas de las comunidades: su papel es de una especialista tradicional. Las curadoras no son multiplicadoras de semillas. Su objetivo es mantener la diversidad de plantas, no la producción masiva de semillas como hacen los multiplicadores.

“Una curadora es la guardiana de las semillas ya que protege plantas que le han sido encargadas por personas que le han traspasado ese conocimiento, sobre todo en lo que se refiere a medicina y alimentación, y comparte estos conocimientos como las plantas y semillas con otros para asegurar la continuidad de éstas en la tierra entregando responsablemente a personas que sí la van a conservar y mantener para que perduren en el tiempo.” Sus principios son:

1. Ella sabe que lo que la naturaleza nos da es para descubrirla, cuidarla, mantenerla y compartirla.

2. Es la guardiana de las semillas ya que protege plantas que le fueran encargadas por personas que le han traspasado ese conocimiento, sobre todo en los referente a medicina y alimentación.

3. Comparte estos saberes como las plantas y semillas con otros para asegurar su continuidad en la tierra, entregando responsablemente a personas que sí la van a conservar y mantener para que perduren.

4. Conoce el significado y uso de las plantas que conserva.

5. Mejora la calidad de sus semillas, reproduce, cosecha, selecciona y almacena con sabiduría y conocimiento que ha ido adquiriendo.

6. Se relaciona profundamente con ellas; es una vinculación en torno a los ciclos de la vida.

7. Trabaja con amor y cariño con sus plantas y semillas para que den buenos frutos.

8. Es solidaria ya que sabe que le fue heredado un saber a través del compartir y por tanto tiene valores morales que están presentes en compartir y no en coleccionar.

9. Sabe que su misión es la continuación de la vida en la tierra.

(Resumen de los Talleres de Formación de Curadoras de Semillas en el sur de Chile, Cultura de Semillas, y Mejoramiento Participativo. Red de Conservación de la Biodiversidad Campesina/cbdc-Network.)

Fuente: Revista Biodiversidad, sustento y culturas

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