Devastación histórica en la Amazonia por unas cuantas lonchas de carne barata

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En el siglo XV, los bosques tropicales ocupaban un 12% de la superficie terrestre y estaban habitados por millones de personas de miles de variados grupos sociales. En quinientos años hemos destruido la mitad de las selvas tropicales y su población ha aumentado varias veces. En la Amazonia, que tiene más de 6 millones de km2 (dos tercios de la selva que queda) distribuidos en ocho países, viven más de 35 millones de personas pertenecientes a más de 300 pueblos en los cuales se hablan más de 200 lenguas diferentes.

La deforestación de los últimos cincuenta años ha llevado a unas pérdidas nunca vistas en la historia de la humanidad: alrededor de un 15% de la vegetación original (una superficie equivalente a las tierras de Portugal, España y Francia juntas). La principal causa es el aumento del consumo de carne de vacuno en Brasil y en el mundo, con la expansión de la ganadería extensiva (basada en pastizales). Sólo Brasil ha transferido más de 60 millones de animales a la región amazónica del país. Este artículo analiza la lógica de la destrucción, el impacto en las sociedades locales, en la biodiversidad y en el clima del planeta y comenta algunas salidas de esta crisis civilizatoria.

Ninguno de los ocho países amazónicos respeta sus pueblos tradicionales y protege de modo adecuado el bioma. La Amazonia es la región más excluida en esos países y una de las más excluidas del planeta hasta tal punto que en Brasil Unicef la ha elegido para colaborar con el Gobierno en la mejora de los indicadores relacionados con los derechos de niños y adolescentes.

El mayor bioma del planeta se extiende más allá de la cuenca del Amazonas e incluye las del Orinoco, el Esequibo, el Tocantins y otros ríos; todos esos ríos juntos representan la cuarta parte de las aguas fluviales del planeta y un 20% de la biodiversidad mundial en menos de un 4% de la superficie terrestre. La biodiversidad no tiene que ver sólo con las especies. Más importantes son las interrelaciones. A más especies, más interrelaciones. Cientos de miles de especies, miles de millones de interrelaciones.

Selva y Clima

La deforestación siempre se ha interpretado como un indicador de desarrollo. En Brasil, tras las nuevas elecciones presidenciales, la tasa de deforestación aumentó entre el 2018 y el 2019 un 29,5% y alcanzó los 9.700 km2 (el equivalente a la superficie del Líbano). La deforestación y la quema se encuentran entre las principales causas de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) de Brasil y los países con selvas tropicales. A menos selva, menos capacidad de retención de humedad en el sistema. Los árboles son bombas de agua, bombean hasta 1 tonelada de agua por día. Así, 1 m2 de bosque aporta de 6 a 7 veces más agua a la atmósfera que 1 m2 de océano. Además, la Amazonia libera humedad a las regiones vecinas; en especial, al centro-sur de Brasil y a las regiones vecinas, lugares que son graneros de sus países. En Brasil, al este del río Tocantins, un 70% de la vegetación original ha sido destruida. La región ya sufre importantes situaciones climáticas extremas (sequías más drásticas, aumento de la temperatura, disminuciones de la humedad, etcétera). Argemiro Leite Filho (Universidad Federal de Viçosa) calcula que, entre 1998 y 2012, la temporada de lluvias en las regiones deforestadas de la Amazonia oriental y meridional disminuyó en 27 días. Ya en la década de 1970, James Lovelock comparó la Amazonia con el riñón, un órgano esencial. Sin el riñón, el hombre no sobreviviría; sin las selvas tropicales, el planeta sería diferente, mucho más seco y cálido.

Suelos, fuego y deforestación

La sustitución de unos densos bosques de más de 40 m de altura por pastos de menos de 1 m tiene una repercusión directa sobre la humedad y los vientos, expone el suelo a las tormentas tropicales, lo cual tiene un impacto hasta 40 veces mayor que un bosque en España. La mayoría de los suelos son pobres en nutrientes. La selva prospera porque ha desarrollado mecanismos eficaces para reciclar los nutrientes. En las zonas templadas, más de un 80% de los nutrientes se encuentra en el suelo. En los bosques tropicales, ocurre lo contrario. Si el bosque desaparece, se elimina esa capacidad de hacer fértil el suelo. Norman Myers calculó que, de manera natural, una zona de bosque tropical pierde 0,01 toneladas/hectárea/año de suelo. La tala del bosque podría suponer pérdidas de 40 a 200 toneladas/hectárea/año.

Biodiversidad y endemismo

En la Amazonia existe una alta tasa de endemismo (de especies que se encuentran sólo en la región o en parte de ella). Aunque las zonas protegidas (parques y reservas) y las tierras indígenas ocupan la mitad de la región, la mayoría de los ecosistemas se encuentran amenazados, especialmente porque las reservas son escasas en las fronteras agrícolas. Existen más de 300 tipos de paisajes (sistemas y subsistemas ecológicos), en su mayoría desprotegidos.

Cuando se mira un árbol, hay que considerar la comunidad ecológica y no el individuo. En un árbol grande hay miles de especies de plantas, insectos y aves. Si consideramos las especies de animales inferiores de las plantas, además de las bacterias, los virus y los hongos, nos encontramos con cientos de miles de especies. Las copas de los árboles (dosel arbóreo o cobertura forestal) presentan una diversidad distinta a la del suelo. Para el entomólogo Terry Erwin, en el dosel de la selva tropical, habría más de 1.700 especies de invertebrados (en su mayoría, insectos) asociados con cada especie de árbol. Si la estimación es correcta, serían más de 30 millones de especies de insectos, 30 veces más de las que conocemos en el planeta. Según algunos científicos, en el dosel de los bosques tropicales podría vivir la mitad de las especies del planeta.

Las selvas tropicales son el hogar de la mayoría de los insectos del planeta. En una hectárea de superficie, se han contado 42.000 especies diferentes, muchas de ellas nuevas para la ciencia. En 1848, los ingleses Bates y Wallace, en sus salidas por los alrededores de Belém (Brasil), descubrieron más de 700 especies de mariposas y polillas, el doble de las conocidas en aquella época en Europa.

La diversidad de peces es igualmente asombrosa, 1.500 especies, más que en el Océano Atlántico. La construcción de cientos de presas hidroeléctricas, la interrupción del flujo migratorio de diversas especies y la propagación de especies invasoras (panga, tilapia y camarón malayo) constituyen graves amenazas. La pesca es una fuente de ingresos y seguridad alimentaria para cientos de miles de familias y de alimento para millones de personas, especialmente las más pobres. La pesca depredadora malgasta más de un 80% del pescado porque el mercado sólo quiere algunas especies; por no mencionar la captura no deseada (y prohibida) de tiburones, tortugas y delfines. La piscicultura es incipiente, pero los peces amazónicos (el tambaqui, el tucunaré y el pirarucu, llamado bacalao amazónico) ofrecen esperanza; sobre todo, teniendo en cuenta el derrumbe de la pesca del bacalao.

La principal causa de deforestación es el aumento del consumo de carne de vacuno

Durante miles de años los quelonios (tortugas) han sido parte de la dieta local. En ríos como el Trombetas hay 12 especies, probablemente la mayor diversidad del planeta. Los primeros europeos encontraron localidades habitadas por decenas de miles de personas donde se criaban tortugas (por la carne y los huevos), manatíes y peces. También se usaba la grasa de manatí y el aceite de tortuga (extraído de los huevos) para la iluminación y la conservación de la carne. Ahora la captura excesiva ha llevado a la casi desaparición de tortugas y manatíes. Sin embargo, con una gestión adecuada, pueden proporcionar ingresos, atracciones turísticas y alternativas alimentarias para las comunidades tradicionales.

La selva virgen

En el proceso de ocupación humana, que se remonta a más de cien siglos, el dominio de la colonización europea se limita a cinco siglos. Entre los mitos creados para explorar la región se encuentra el de la selva virgen, donde la población es escasa y todos los recursos están a disposición de quienes se hagan con ellos (un mito que sobrevive y que se refuerza en la actualidad). Sin embargo, la ciencia no ha dejado de demostrar que la Amazonia estaba tan poblada como Europa, y durante siglos ha habido un proceso de enriquecimiento de la selva con una mayor dispersión de las especies de interés para sus pueblos. Muchas regiones como el Alto Xingu y el megadelta del Amazonas y el Tocantins son paisajes culturales. En el delta se estima que la abundancia del azaí nativo (una palmera cuyo fruto goza ya de predicamento mundial por sus efectos en la salud) estaría relacionada con la presencia humana y alcanza una superficie de más de un millón de hectáreas.

Conocimiento tradicional relacionado con la biodiversidad

Miles de especies carecen de utilidad si se desconocen sus múltiples funciones en los ecosistemas, sus principios activos para la alimentación, los medicamentos herbales, etcétera. Las culturas amazónicas han desarrollado sofisticados sistemas de curación por medio de hierbas que han salvado a Europa en más de una ocasión (como lo demuestra la importancia de la quinina, que ha salvado miles de vidas de la malaria) y también han utilizado resinas como el caucho natural, esencial para la revolución industrial. Entre los alimentos domesticados o adaptados se incluyen la mandioca (con más de 1.500 variedades entre las dos especies principales), el maíz, el cacao, la pimienta y diversas palmeras. Entre los pueblos nativos, cuando la mujer se casa, lleva consigo variedades de mandioca y otras plantas. Ese conocimiento asociado con la biodiversidad nunca ha sido valorado ni ha sido considerado de importancia. Hay más de cinco millones de esas personas subestimadas en la región y son los verdaderos guardianes de la biodiversidad, puesto que defienden la integridad de la Amazonia. La ciencia aún no ha sido capaz de reconocer su papel y registrar adecuadamente ese patrimonio a nombre de sus verdaderos poseedores, principalmente debido al insuficiente apoyo político y la insuficiente comprensión por parte de la sociedad en general, a lo cual se suma el hecho de que hay pocos científicos dedicados a la tarea (en toda la Amazonia brasileña hay menos doctores que en una universidad del sudeste de Brasil, la Universidad de São Paulo).

Servicios ambientales y biodiversidad

Hace unos años habría sido inconcebible imaginar que la selva sucumbiría a los caprichos del hombre. La mayoría de los científicos señala que una deforestación superior a un 20% en la región (situación casi alcanzada) significará un punto de no retorno en el proceso de extinción masiva de especies, una drástica caída de servicios ambientales y mayores cambios climáticos.

Entre los servicios ambientales, pocos reconocen el papel de la polinización. Las abejas, otros insectos, las aves y los murciélagos desempeñan un papel clave en dicho servicio. Según Decio Gazzoni (Embrapa), incluso cultivos como la soja muestran un aumento de un 30% en su productividad con una mayor presencia de abejas. El servicio ambiental de la polinización representa un 10% de los ingresos agrícolas mundiales y rara vez se reconoce.

Las culturas amazónicas han desarrollado sofisticados sistemas de curación con hiervas que han salvado a Europa en más de una ocasión.

Para el biólogo Warwick Kerr, entre un 30% y un 90% de los árboles del río Tapajós, en la Amazonia central, depende de las abejas sin aguijón. De las 200 especies descritas por la ciencia, un 40% se encuentra en la Amazonia. Son las principales polinizadoras del azaí, el cacao, las nueces de Brasil y otras especies de interés comercial. La conciencia de ese servicio por parte de la sociedad, la protección de las especies polinizadoras y la cría de abejas sin aguijón son algunas de las estrategias para su mantenimiento. En el desafío planteado por la restauración ambiental, la cría y la gestión de las especies polinizadoras aumentan la disponibilidad de frutos, las posibilidades de dispersión de semillas y el control de incendios.

La restauración requiere de tecnología, restricciones en el uso del fuego y, sobre todo, cambios culturales. Alfredo Homma (Embrapa) cree que, por sí sola, la cosecha de productos forestales (mediante extracción tradicional) es insuficiente para abastecer el mercado y fomentar el mantenimiento de la selva. Es necesario crear sistemas agroforestales, como el sistema desarrollado por la Cooperativa CAMTA en Tomé-Açú (Brasil).

Causas de destrucción

Entre las principales causas de destrucción se encuentran unos estados nacionales débiles y permisivos, subordinados a las élites que durante siglos han conservado el poder mediante la apropiación de bienes públicos para fines privados y que se benefician de la fuerte presión de la demanda mundial de productos de bajo valor añadido (carne, soja, etcétera). De hecho, la visión cultural dominante no ha variado desde el siglo XVI: los bosques, la madera, el oro, la tierra, son infinitos; pueden ser explotados, y nada justifica que no lo sean, porque de no hacerlo otros lo harán. Esta visión se ve reforzada por la falta de interés por contar con organismos ambientales eficientes y con un sistema judicial eficaz. En Brasil, se paga menos de un 1% de las multas impuestas por el organismo federal del medio ambiente, lo cual estimula la delincuencia.

En el avance de la frontera agrícola, incluso en las áreas protegidas, rara vez se respetan las tierras indígenas y otras modalidades de conservación. La primera causa de destrucción es la ganadería extensiva, una de las formas más sencillas de apropiación de tierras públicas. La mayor parte de la madera se quema y se malgasta. Un 80% de la superficie deforestada corresponde a pastizales, ya sea en uso o degradados. La productividad es insignificante (menos de 1 unidad animal/hectárea) o 85 kg de carne/hectárea/año (comparativamente la piscicultura genera al menos 1.000 kg de carne/hectárea/año). El ganadero paga pocos impuestos y no compensa a la sociedad por los daños ambientales y socioeconómicos que causa (las externalidades). Peor aún, la mayoría de los pequeños ganaderos sólo tienen esa actividad porque otras ocupaciones no son viables (acceso insuficiente al crédito, asistencia técnica, precios, transporte, etcétera).

A medida que los pastizales se degradan por la baja fertilidad del suelo, la erosión, las pisadas de las vacas (animales exóticos en América) y las sucesivas quemas (para combatir las malas hierbas), resulta más barato abandonarlos y pasar a despejar zonas de selva conservadas. Ésa es la historia de la Amazonia en los últimos 50 años.

La segunda causa es la soja, especialmente en el sur de la Amazonia, cultivada en unas zonas totalmente deforestadas, despejadas y quemadas, que permiten la mecanización. Existen otras causas, dependiendo de la región, como la excavación de metales, el robo de madera, las obras de infraestructura (hidroeléctricas, carreteras, etcétera) y la explotación petrolera.

Con la desaparición de la selva, el CO2 fluye a la atmósfera y contribuye al cambio climático. Sin el CO2 y la capa de materia orgánica, el hierro y el aluminio predominan en el suelo, inhiben el crecimiento de las plantas y disminuyen la fertilidad.

La visión cultural dominante no ha variado desde el siglo XVI: los bosques, la tierra, son infinitos; pueden ser explotados y nada justifica que no lo sean

La deforestación persiste puesto que hay una fuerte y creciente demanda de productos, y la Amazonia los proporciona de forma muy barata (y muy mal supervisada) a los mercados nacionales y mundiales. En Brasil, la mayor parte de la carne y la madera se consume en el país. La soja se destina a alimentar a gallinas, cerdos y vacas en Europa y China. Los consumidores son poco exigentes y no quieren saber el costo socioambiental de sus alimentos, ni pagan por las externalidades (la cantidad de tierra destruida, la biodiversidad, el sufrimiento ocasionado a los pueblos tradicionales, etcétera). Las sociedades de los países amazónicos no han mostrado suficiente interés a la hora de exigir responsabilidad social y ambiental a sus gobiernos y empresarios.

Los residuos son un tema apenas tratado. Por lo que hace a la madera, por ejemplo, en Brasil hay 3.100 especies, pero sólo una de cada diez se comercializan. De ellas, un 10% representa dos tercios del mercado. Por cada metro cúbico usado, habría al menos otros dos desperdiciados. Más de un tercio de las maderas nobles, susceptibles de tener un uso noble, termina como material de construcción sin valor en el sudeste de Brasil o como leña para elaborar pizzas. En Brasil, la propia agencia medioambiental advierte de que un 90% de la madera vendida es resultado de una actividad ilegal.

Dado que la mayoría de los habitantes de la región son muy pobres (un 50% vive con menos de 2 dólares al día; y, en las poblaciones tradicionales, ese porcentaje es superior), prácticamente todas las cadenas de valor presentan una alta concentración de ingresos y poder, y requieren que la base de la pirámide dilapide los recursos puesto que los paga con cantidades cada vez más pequeñas. Si queremos conservar las últimas selvas tropicales, tiene que haber formas decentes y sostenibles de generar ingresos locales y evitar el control de las minorías sobre el acceso al mercado.

Esperanzas para la agrosilvicultura y la bioeconomía

Para restaurar los servicios ambientales, hay que imitar la selva de alguna manera. La mejor opción son los sistemas perennes basados en especies locales y exóticas (a diferencia de la agricultura de ciclo corto y alto impacto). Las plantas perennes también pueden crear más empleos. Un área de mil hectáreas con ganado empleará a cuatro personas; la agricultura mecanizada de soja, a unas diez; la cosecha del azaí, entre cien y doscientas; y quinientas la agroindustria del aceite de palma.

El azaí, que hace veinte años se consumía sólo en la región, mueve ahora más de mil millones de dólares y sostiene más de 200.000 empleos entre pequeños agricultores, extractivistas y establecimientos locales de jugos de frutas. Como superfruta (antocianinas, valor proteínico, aminoácidos y calorías), esa baya atrae a millones de consumidores en Brasil y el resto del mundo. Por primera vez, un producto forestal no maderero tiene la oportunidad de ser sostenible y sacar a decenas de miles de familias de la pobreza. Sin embargo, para ello tendrá que superar la informalidad, el trabajo precario y, sobre todo, el trabajo infantil, que afecta a más de 100.000 niños.

Con el auge del azaí y el descubrimiento de la cocina amazónica se están valorando otras frutas (chontaduro, bacurí, jobo, etcétera), nueces y especias. El copoazú, con cuya pulpa se hacen jugos y dulces, tiene una almendra que se tira y que podría producir cupulate, similar al cacao (ambos son de la misma familia, Theobroma, que significa “alimento de los dioses”). Existe un interés consumidor y un conocimiento tecnológico crecientes para ofrecer nuevos productos. Lo que falta son políticas públicas sistemáticas y sectores empresariales dispuestos a sustituir las actividades de alto impacto socioambiental (ganadería, soja, tala ilegal, minerales...) por la bioeconomía y la valoración de la existencia de la selva. El nuevo mercado quiere productos auténticos con identidad, sostenibilidad y relevancia para el entorno social local.

Posibles vías

Para superar la lógica de la destrucción y el desprecio de la sociobiodiversidad, es necesario actuar en diferentes frentes. El primero es el ámbito penal, porque sólo con severos castigos a la invasión de tierras públicas, reservas y parques indígenas, la destrucción de suelos, la minería informal, el robo de madera, la destrucción de ríos, etcétera, y con una rápida justicia, será posible desalentar esas actividades.

El segundo es crear un entorno empresarial en el que los productos de la biodiversidad sean bien remunerados y más atractivos que los productos de alto impacto socioambiental. Una forma de hacerlo es gravar fuertemente los productos de alto impacto social y ambiental, y transfiriendo esos ingresos a la sociedad local.

El tercer frente es poner en práctica una economía de la restauración forestal para recuperar microcuencas degradadas enriqueciéndolas con especies útiles y con una agrosilvicultura que genere productos sostenibles e ingresos locales. Para ello, caben tres supuestos para la acción. El primero, la búsqueda de modelos menos concentradores de ingresos en los que las comunidades locales participen en la decisión de su propio futuro, así como el reconocimiento de los derechos de los grupos tradicionales. En ese sentido, existe la hermosa visión desarrollada en el bioma andino vecino (Pachamama) en la que la Madre Tierra tiene derechos y que es necesario promover el “buen vivir y convivir”, temas incluidos en la constitución de dos países amazónicos (Bolivia y Ecuador). El segundo planteamiento se relaciona con la autoestima y la autovaloración de la cultura y el medio ambiente local. La gastronomía paraense, que forma parte del rico repertorio amazónico, demuestra a todas luces que esa mejora es posible, que se puede empezar en Pará y llegar a todo el planeta. El tercer planteamiento, el conocimiento tradicional asociado con la biodiversidad, necesita ser traducido en ingresos y reconocimiento (patentes, regalías y otras formas de remuneración por ese servicio social y ambiental), además de formar parte del patrimonio cultural.

El cuarto frente es comprender la imposibilidad de continuar con actividades de alto impacto social y ambiental (ganadería, soja, minería aurífera) que son caballos de hierro de destrucción y generadores de desigualdades. La presión internacional y nacional es clave para que eso sea posible, así como la presión que puede ejercer el consumo consciente.

El quinto frente considera que si se conservan porciones significativas de la Amazonia, habrá más posibilidades para la biodiversidad, la prestación de servicios ambientales planetarios y los productos de la sociobiodiversidad. Ahora bien, todo eso puede ser en vano si el cambio climático continúa al ritmo actual, porque la Amazonia es una de las regiones más vulnerables del planeta. El cambio climático es el resultado de las decisiones de los consumidores y de las políticas públicas y privadas. Son las decisiones invisibles que tomamos a cada momento las que determinan el destino del planeta. O devoramos la Amazonia por unas cuantas lonchas más de carne barata o la conservamos, valorando sus pueblos y conocimientos para las generaciones presentes y futuras.

Fuente: La Vanguardia

Temas: Biodiversidad, Extractivismo

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