El caso del maíz NK 603 y la investigación francesa

Idioma Español
País Europa

Las explicaciones dadas por la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) para declarar “insuficiente” el estudio de los biólogos franceses que denuncia la alta toxicidad del maíz transgénico NK 603 de Monsanto hablan más de la controvertida integración de ese tipo de organismos que de la propia investigación.

El fin de semana pasado se conoció el “fallo” de la EFSA sobre el estudio de los científicos de la universidad de Caen dirigidos por el biólogo molecular Gilles Eric Seralini: un previsible “aquí no pasó nada”.

 

La EFSA, la instancia regional que previamente había autorizado la producción y comercialización del maíz transgénico NK 603 de Monsanto, estimó que el estudio era “insuficiente”, y consideró que si sus autores no aportan “más informaciones” será “poco probable que se torne fiable, válido y de buena calidad” y pueda ser “aprobado” en una segunda “y definitiva” evaluación que realizará a fines de mes.

 

Los argumentos de la EFSA son básicamente los mismos que ya habían adelantado otros científicos, algunos de ellos integrantes de los equipos que hicieron las evaluaciones financiadas por la propia Monsanto y que concluyeron, como también era previsible, que entre maíz transgénico y maíz “convencional” no hay diferencias mayores y que por tanto el NK 603 es inocuo para los humanos.

 

Esos argumentos son esencialmente dos: que las ratas escogidas por los universitarios del laboratorio de Caen eran de una especie propensa a contraer tumores, y que su cantidad era menor a la estipulada por los protocolos científicos vigentes en los países de la OCDE para este tipo de evaluaciones.

 

Seralini respondió como ya lo había hecho a sus colegas detractores: que tomó la misma especie de ratas y la misma cantidad de especímenes que las utilizadas por quienes hicieron las evaluaciones anteriores favorables a la transnacional.

 

El biólogo reconoce que la cantidad de cobayos era bastante menor que la fijada por el “protocolo OCDE” (armó grupos de 20, en vez de los 50 que exige el organismo de países industrializados), pero dice que ese protocolo es aplicable a estudios de cancerogénesis y no de toxicología, como fue el suyo.

 

Observa además que de haber pensado que iba a descubrir la hecatombe que descubrió, es decir la aparición de malformaciones cancerígenas en las ratas alimentadas con el NK 603 (él esperaba que hubiera alteraciones en riñones e hígado, pero no tumores del tamaño de una pelota de ping pong como los que constató) hubiera variado algunos de los parámetros de la experiencia, pero que se limitó a lo aplicable a los estudios de toxicología, como lo habían hecho anteriormente sus colegas detractores cuyos análisis fueron refrendados por la EFSA.

 

El semanario francés Le Nouvel Observateur, la publicación de gran tiraje que reveló el estudio del equipo de Caen, se pregunta en su última edición por qué diantres la EFSA objeta a Seralini lo que no le objetó a los estudios anteriores que ella misma validó, y por qué no tomó en cuenta el hecho que la investigación de Seralini presentaba una característica que no tenían sus predecesoras: que era la primera realizada a lo largo de toda la vida de los animales analizados (dos años) y no durante apenas tres meses, la duración promedio de los estudios favorables a Monsanto.

 

La revista se pregunta también por qué la EFSA, que ni siquiera aceptó recibir a Seralini, no encarga estudios de largo plazo con la cantidad de ratas que le parezca adecuada.

 

Demasiados “misterios” en ese comportamiento, que pueden encontrar respuestas si se tiene en cuenta la composición del equipo de la EFSA que evaluó la experiencia de Caen, sugiere la publicación.

 

LA EFSA no llegó al grado de desprolijidad que presuponía la reacción de su directora ejecutiva, Catherine Geslain-Laneelle, que había advertido semanas atrás que para evaluar el trabajo de Seralini nombraría al mismo equipo que había antes autorizado al maíz Nk 603.

 

Tan grosera había sido la postura de Geslain-Laneelle que finalmente la propia EFSA decidió cambiar la integración del panel.

 

Pero Le Nouvel Observateur reveló el 5 de octubre que “uno de los dos científicos (“peer reviewers”) consultados por la agencia para redactar el informe que asesinó a Seralini” fue un británico, Andrew Chesson, que había participado en la elaboración del borrador del documento que llevó a la EFSA a autorizar la comercialización en Europa del NK 603.

 

Otra publicación parisina, el semanario satírico y de investigación Le Canard Enchainé, puso a su vez al descubierto que los científicos más críticos con el trabajo de la universidad de Caen tienen “intereses cruzados” (vínculos con empresas, por ejemplo) en este asunto.

 

“Hay demasiadas dudas” sobre la independencia de un organismo “encargado de velar por la salud de 300 millones de europeos”, del cual “se esperarían procedimientos por encima de toda sospecha, señala Le Nouvel Observateur.

 

Lo mismo opinan unas 130 ONG francesas de todo tipo que el pasado fin de semana emitieron una declaración común en la que piden la suspensión provisoria de las autorizaciones otorgadas por la UE al maíz NK 603 y al herbicida Roundup.

 

Las asociaciones, entre ellas Amigos de la Tierra, exigen además la divulgación de los “datos brutos” de los estudios de evaluación que llevaron a los organismos de la Unión Europea a autorizar la comercialización de los OGM (no sólo la variedad NK 603, sino también otras semillas OGM de ese cereal y de soja) y agrotóxicos como el Roundup.

 

Mientras tanto, Seralini y los suyos esperan con confianza ser evaluados por la ANSES, la autoridad de seguridad alimentaria francesa cuya independencia no ponen en duda. Las conclusiones de ese organismo serían divulgadas el 20 de octubre.

 

Fuente: Rel-UITA

Temas: Transgénicos

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