El tesón campesino

Un punto oscuro se divisa en el horizonte. Se acerca. Se trata de un cayuco con quince hombres y mujeres. Huyen por mar del mar que antaño les daba de comer. Huyen de su tierra, donde han dejado la tierra sin labrar. Nos dicen que buscan el bienestar de un mundo que conocen vía satélite

Como ellos, la mayoría de los que arriesgan sus vidas en los cayucos o las pateras proceden del medio rural de países dónde la agricultura sigue siendo una actividad importante en el conjunto de su economía. Representan el rostro humano más trágico de las políticas neoliberales promovidas por la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monterario Internacional y el Banco Mundial que fuerzan a los países más empobrecidos a abrir sus mercados a las importaciones baratas y a recortar su gasto público (créditos, insumos agrícolas, agua, educación, asistencia técnica, etc.), provocando la expulsión de los campesinos y campesinas de sus tierras, la crisis de los pescadores artesanales y la destrucción de sus economías locales. Porque la globalización económica fundamentada en el neoliberalismo es la causante de las pésimas condiciones de vida en las que viven la gran mayoría de la población rural y campesina. Según la Organización de Naciones Unidas se estima que unos 850 millones de personas, el 75 por ciento de la población pobre del mundo, vive en áreas rurales y depende del acceso a la tierra y a otros recursos para su subsistencia. También las pequeñas familias campesinas de los países industrializados conocen los efectos del modelo.La Política Agraria Común consiguió el triste record del cierre de tres explotaciones agrarias por minuto.

Pero los rasgos y cicatrices de los trabajadores del campo y de la mar de los diferentes rincones del mundo comparten una obstinación fuera de lo habitual. Con el mismo tesón con el los agricultores hacen crecer viñas entre guijarros volcánicos en Lanzarote, crían ovejas en el altiplano Andino o recolectan langostinos en los manglares de la India, se resisten a abandonar su actividad, se oponen a la desaparición de sus pueblos por la fiebre del asfalto y rechazan que los campos sean sólo el sostén para producir materias primas baratas para especular.

La experiencia de estos trabajadores africanos del campo y de la mar, junto con la de campesinos y campesinas de Brasil, Chile, República Dominicana, Italia, Francia, Portugal, Irlanda, Gran Bretaña, España, etc., está presente estos días (22-24 de septiembre) en Amayuelas de Abajo, una pequeña comunidad rural castellana de la Tierra de Campos testigo de las consecuencias de este modelo de desarrollo. Reunidos en el “Foro por Un Mundo Rural Vivo” discuten y plantean nuevas alternativas a la agricultura globalizada. Si la alimentación humana es un Derecho, como se recoge en la Carta Magna de las Naciones Unidas, cada uno de los pueblos debe de ser soberano para decidir sus prácticas agrícolas y políticas agroalimentarias. Así, la voz común del pequeño campesinado, plantea que la producción agrícola y pesquera local se dedique en primer lugar a la alimentación de la población de la zona, que se haga efectivo el derecho de los países a protegerse de la importaciones agrícolas baratas (precios por debajo de los costes reales de producción), priorizando la solidaridad frente a la competitividad, que el comercio sea un instrumento para cubrir necesidades reales de bienes y servicios de todos los pueblos y que exista un acceso equitativo a las fuentes de producción: tierra, agua y semillas.

Un punto oscuro en el horizonte. Nos acercamos. En un cayuco quince hombres recogen las redes cargadas de pesca que hoy sus mujeres venderán en el mercado.

Jerónimo Aguado, Presidente de la Plataforma Rural
gro.saretnorfnissoiraniretev@hcud.ovatsug, Director de Veterinarios sin Fronteras

Fuente: Galicia-Hoxe, 20-9-06

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