Huertas urbanas en La Plata: alimento, salud y comunidad

Idioma Español
País Argentina
Asamblea en la Huerta de Parque Saavedra. Foto: Pedro Ramos

El cinturón hortícola de La Plata es uno de los más productivos del país, pero al interior del casco urbano platense existe otra red: la de las huertas comunitarias. Sostenidas por organizaciones barriales, por vecinos, huerteros históricos, cátedras universitarias y consumidores son experiencias para aprender de la tierra y fomentar la agroecología.

Dentro del casco urbano de La Plata y sus alrededores existen más de 18 huertas comunitarias, educativas y experimentales. Estas huertas urbanas se sostienen con distintos objetivos: garantizar niveles de producción para huertas familiares y explorar nuevas formas de asociación con los consumidores, crear espacios de contención y formación o huertas barriales que funcionan como espacios no formales de educación ambiental y alimentaria. Y todas comparten una misma filosofía, la agroecología.

Las huertas comunitarias son un fenómeno dentro de una ciudad rodeada por el productivo cordón flori-frutihortícola del periurbano platense, que alberga a centenares de  pequeños productores y productoras de la agricultura familiar y que se extiende desde La Plata hacia otros 13 partidos del Conurbano para conformar el cordón más grande del país. Durante los últimos años, organizaciones de productores hortícolas fueron creciendo con el fin de contener  las demandas de quienes producen más de la mitad de los alimentos que se consumen en el país.

Su ejemplo se replica dentro de las ciudades, donde las  huertas urbanas son herramientas colectivas frente a diferentes problemáticas. Las 18 que brotan entre las diagonales están nucleadas en la Red de Huertas Comunitarias. Aunque la organización colectiva es reciente, la red viene reactivándose luego del largo tiempo en el que  la pandemia dificultó el encuentro.

Instrumentos como un mapa de huertas platenses, proyectos que protejan bajo figuras legales las huertas en terrenos fiscales, garantizar el agua para el riego, obtener permisos municipales, son algunas metas que conducirían a la valorización de este trabajo y parte de los objetivos que tiene la red.

Huerta Santa Elena, resistencia a la falta de políticas para la tierra

Desde la Ruta 2 hasta el Río de la Plata y desde la localidad de Berazategui hasta Villa Elisa, se extienden las 10.248 hectáreas del Parque Pereyra Iraola. Desde 1949, 1.200 hectáreas del parque provincial deberían ser destinadas al “fomento de la agricultura”, luego de que se emitieran los decretos de expropiación a la familia Pereyra Iraola.

Esos decretos pusieron freno a otros negocios como la construcción de una autopista o el loteo para construcción de viviendas. Cualquiera de todas provocaría la desaparición de la actual reserva provincial que en sus inicios fue denominado por el gobierno de Juan Domingo Perón como “Parque de los Derechos de la Ancianidad”, con objetivo de que sea reserva forestal y fomento de la agricultura, administrado por el Estado Provincial.

La oleada rural del interior de la provincia sería la protagonista del proyecto original del gobierno de Perón: fomentar el trabajo rural y abastecer de alimentos a las grandes ciudades. Elena Senattori, integrante de aquellas familias migrantes. Ella es la productora de la Huerta Ecológica “Santa Elena” ubicada en el Centro Comunitario de Extensión N°10 de la Universidad Nacional de La Plata.

El proyecto que había pensado el gobierno peronista se vio interrumpido con la llegada de la dictadura militar de 1955, que dejó en un limbo la situación de los productores del parque. “Desde el 55, los agricultores no cuentan con un permiso formal de usufructo de la tierra”, explica Fernando Glenza, titular de la Cátedra de Soberanía Alimentaria de la Universidad Nacional de La Plata  (CLSA-UNLP) y resaltó que la situación persiste aunque “no son usurpadores, sino invitados por el Estado Nacional a producir estas tierras”.

La Huerta Santa Elena trabaja junto a la CLSA-UNLP desde 2018 en el Centro Comunitario de Extensión del Parque Pereyra, se trata de un espacio de cogestión entre la Universidad y la comunidad para trabajar las principales problemáticas que acarrean los quinteros del Pereyra: la tenencia de la tierra y la necesidad de introducirse en un modelo de producción agroecológico. La realidad de la huerta Santa Elena se replica en otras tierras de quinteros que se ubican dentro del parque en la localidad de Hudson.

Jornada de trabajo en la Huerta Santa Elena. Foto: Juan Pablo Eijo

A fines de la década del ‘90 hubo intentos de desalojo de la huerta por parte de la Fiscalía de Estado de la Provincia. Cuando la amenaza se volvió el retrato de una familia obligada a abandonar su hogar, los productores del Parque Pereyra Iraola se organizaron frente a la legislatura provincial, donde llegaron con un “tractorazo” para conseguir la suspensión de desalojo.

“Otros gobiernos han implementado el pago de un canon a los productores por el uso de la tierra”, recordó Glenza, quien aseguró haber presentado varios proyectos de ley para que definitivamente el Parque Pereyra Iraola sea un área protegida, además de propuestas para que los agricultores puedan acceder a esas tierras formalmente, pero que nunca fueron tratados.

De la huerta al consumidor: Agricultura Sostenida por la Comunidad

A pesar de la constante incertidumbre por la tenencia de la tierra, en Santa Elena se produce y se lo hace con una agricultura sin agrotóxicos desde hace años. “Es uno de los primeros procesos de agroecología en la región”, sostuvo Glenza.

Con esa experiencia ganada, en 2018, la cátedra impulsó junto a Elena el proyecto de Agricultura Sostenida por la Comunidad (ASC), un mecanismo de organización del consumo que busca fidelizar grupos de consumidores a través de un abono mensual con envío a domicilio incluido. Lo que permite una producción sostenida para los productores locales.

Lo que empezó siendo una prueba piloto con 6 familias en calidad de abonados sirvió para  financiar un invernáculo y sumar a otro agricultor que acompaña en las tareas a Elena. Este terminó siendo el principal método de comercialización de la huerta, que intenta cubrir una de los principales problemas del sector hortícola: los riesgos del mercado que deben asumir los agricultores, obligando a muchos a abandonar la actividad. “De esta forma, los consumidores aceptan conscientemente compartir los riesgos y beneficios con los agricultores”, afirma Glenza.

Jornada de trabajo en la Huerta Santa Elena. Foto: Juan Pablo Eijo

Huerta de La Casita de los Pibes, la tierra como oportunidad

La Casita de los Pibes está ubicada en Villa Alba, en los límites de la localidad de Villa Elvira. Entre decenas de talleres que el espacio les ofrece a los jóvenes, desde 2015, se encuentra el de huerta. Creció con el impulso de “Casa Común”, un movimiento ambiental creado tras la encíclica  “Laudato Sí” del Papa Francisco, en la que usa esa figura para hablar del planeta que todos compartimos.

La Casita de los Pibes es un espacio que surgió con el objetivo de contener a les jóvenes del barrio platense, por lo que ofrece talleres de música, deporte, recreativos, productivos, funciona como espacio de cursada del Plan FinEs, para finalizar la educación secundaria, y una tecnicatura universitaria. El espacio de la huerta está compuesto por nueve jóvenes que se reúnen de lunes a sábado durante todo el año.

“Compartimos unos mates y galletitas a la mañana. Charlamos un rato de cómo estuvo el día  anterior y nos ponemos a trabajar”, cuenta María Pavesse, la coordinadora del taller de huerta. “La mitad de ellos arrancó desde cero y hoy están capacitados para hacer de la horticultura un oficio”, asegura la tallerista. Quienes participan del espacio reciben una pequeña remuneración: los mayores de 18 a través del programa estatal Potenciar Trabajo y los menores una beca del programa educativo Envión.

Los canteros tienen los nombres de cada uno de los integrantes que participan de la huerta. Es como un juego para conocerse cuando llega alguien nuevo. El cantero “Enzo” quedó deshabitado durante varios meses cuando el joven estuvo internado en el hospital San Martín, pero la tierra nunca dejó de estar húmeda. Tampoco se tapó de yuyos. Sus compañeros no lo permitieron.

Cuidaron su parcela a la par que las suyas para cuando Enzo volviera. “Cuando regresó nos reíamos porque Enzo no entendía como estaba todo tan perfecto si no había metido mano durante meses”, ríe María mientras recuerda al niño que hoy es un educador popular de La Casita.

La huerta está totalmente vinculada con las necesidades del barrio: parte de lo que se cosecha va para el comedor de La Casita, donde comen aproximadamente 300 personas. “Ya sabemos que los días que hay sopa hay que cosechar el apio. En invierno la cocinera nos pide que le llevemos porque el gusto que tiene lo agroecológico no lo consigue en otro lado”, dice la coordinadora del taller señalando uno de los primeros canteros.

Otro destino para sus cosechas surgió durante la pandemia. “Asistencia a adultos mayores” se llama el programa creado por los jóvenes de la huerta, que comenzaron a caminar el barrio para acercarle a adultos mayores bolsones y otros productos. “El sábado salimos con lo cosechado. Durante la pandemia fue duro porque, a lo largo de los días había vecinos ancianos que fallecían, otro que se enfermaban. La mayoría estaban solos y con miedo, así que nosotros nos acercábamos, charlábamos un rato y les llevábamos productos frescos”, recuerda María.

Tampoco faltan los vecinos y pibes del barrio que se enteran que la huerta está en funcionamiento se acercan a intercambiar algo, a cambio de unas grandes hojas de acelga, o una buena batata agroecológica. “Algunos están esperando a tener 12 para venir a la huerta, que es la edad mínima para realizar talleres. Los más chicos a veces se cruzan, chusmean y me gritan: 'María tráeme una acelga'“.

Las primeras prácticas agroecológicas las realizaron junto a técnicos de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) y durante el proceso han aprendido a plantar corredores de aromáticas, elaborar purines y hacer sus propias semillas.  "Después de una inundación que tuvimos por un escape del tanque de agua salieron un montón de hormigas. Cuando hay alguna plaga que no conocemos o que es difícil combatirla, pedimos asesoramiento a nuestro promotor del INTA, y a nuestros profes de la UTT", dice María Pavesse.

Quienes trabajan la tierra todas las mañanas en el invernáculo del predio de La Casita llevan el nombre de "cuidadores". "Mirás para donde mirás y todo es la Casa Común; el árbol que plantamos en el parquecito, trabajar la huerta, hacer deportes con los amigos, ir a compartir el almuerzo todos los días. Todo es un espiral. Las cosas no se pueden desprender. Ellos mismos van aceptando que todo es la Casa Común”, volara la tallerista.

Huerta La Casita de Los Pibes. Foto: Pedro Ramos

Huerta de Parque Saavedra, una parcela para aprender en comunidad

La Huerta del Parque Saavedra existe hace 15 años y es una de las más antiguas de la ciudad. Hasta 2016 funcionó bajo la órbita del Municipio de La Plata, pero con la llegada del intendente Julio Garro (Juntos por el Cambio) se disolvió el ente de coordinación para la gestión del parque, espacio que contempla la huerta. "Desde la municipalidad vinieron con máquinas a querer sacar la huerta, pero un grupo de vecinos que venía a hacer talleres salió a defenderla. Se generó una gran resistencia ciudadana", reconstruyó una de las integrantes de la huerta, Melany Huenchuman.

"Luego del conflicto municipal cambiaron ciertas dinámicas", confirma Julián Sánchez, otro de los integrantes. Una de esas dinámicas que ocurrían entrono al parque y a su huerta era la presencia de la feria de artesanos. "Esta gestión sacó la feria. Antes,  todos los sábados sobre calle 66 venían las niñas y niños de los feriantes a jugar en la huerta y se quedaban acá compartiendo —lamentó Melany—. Ahora la huerta se encuentra con rejas alrededor".

La huerta, ubicada en el centro de la ciudad resulta, un punto de encuentro para que vecinos consulten sus dudas acerca del cuidado de las plantas, dejen desechos orgánicos para el compost comunitario e intercambien semillas. Por eso, el espacio funciona como punto Pro Huerta del INTA.  "Si estas acá un tiempo, viene gente permanentemente a buscar semillas de estación o intercambiar plantines", celebró Julián y pone un ejemplo del valor de conocer las semillas nativas: "Existen cientos de variedades tan solo de tomate que no se conocen".

Talleres de compostaje, calendario biodinámico, plantas medicinales, plantas aromáticas, de yuyos comestibles y medicinales, son algunos de los que se han dictado en los últimos años. El que se mantiene históricamente desde la gestión de la municipalidad es Taller de Huerta Agroecológica Familiar, dictado por técnicos el INTA.

Esos espacios de formación de la huerta convocan a escuelas, espacios terapéuticos, centros de día y grupo de scouts, pero también la presencia de estudiantes universitarios "que buscan formarse por fuera de la academia", sostiene Huenchuman y valora la búsqueda experimental que ocurre en la huerta: "Quizá la teoría dice algo, pero en la práctica probamos otras cosas, buscábamos, experimentamos".

Esa experimentación, esa curiosidad latente en la huerta permite valorizar hasta los yuyos, que el modelo del agronegocio tilda de "malezas". "Algunos son comestibles y otros medicinales. Además cumplen la función de proteger la tierra con sus raíces al mismo tiempo que la van abriendo para luego sembrar. Siempre investigamos, vemos qué son y para qué sirven", invita la huertera a conocer la tierra.

Compostera de la Huerta Parque Saavedra. Foto: Pedro Ramos

Fuente: Agencia Tierra Viva

Temas: Agroecología, Movimientos campesinos

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