Mujeres recolectoras ponen su vida en primera línea para defender la selva brasileña

Idioma Español
País Brasil

Las quebradeiras de coco babaçu (mujeres que cascan las nueces del coco babasú) son mujeres rurales del norte y noreste de Brasil que viven de la recolección y transformación de los frutos de la palmera babasú (Attalea speciosa). Originaria de la selva amazónica, está planta abunda en el bosque de Cocais, una zona de transición entre la Amazonia y el bioma semiárido del noreste brasileño. Estos palmerales, además de estar profundamente vinculados a la identidad y la supervivencia de los pueblos tradicionales de la región, desempeñan un papel crucial en la regulación del clima.

Bom Jesus y São Caetano, en el estado de Marañón, son dos quilombos, es decir, comunidades formadas por descendientes de esclavos africanos que huyeron de la opresión en busca de la libertad en los bosques de Brasil. La introducción de la ganadería bovina en este territorio por parte de grandes terratenientes, algunos de ellos descendientes de antiguos esclavistas, ha acarreado consecuencias ecológicas y sociales catastróficas.

La superposición de las identidades quilombola (habitantes de los quilombos) y quebradeira que se sintetizan en este territorio y la lucha por salvar los palmerales de babasú se han convertido en una lucha contra el legado esclavista y por preservar los bienes comunes frente a la privatización de las tierras y la destrucción de un modo de vida ancestral. Una batalla liderada por mujeres, a cuyo encuentro acudieron las periodistas Sandra Guimarães y Anne Paq.

Doña Rosário trabaja desde niña en este oficio y explica que en estos lugares el babasú es considerado la “planta madre”, ya que se aprovecha cada parte de este generoso árbol: las almendras proporcionan leche y aceite para el consumo alimentario, pero también para la fabricación de jabón; las cáscaras se convierten en carbón para cocinar; las fibras se transforman en objetos artesanales y con las hojas se techan las viviendas.

Los árboles crecen en simbiosis con otras especies vegetales y los palmerales albergan numerosos animales, formando un ecosistema de gran biodiversidad. Defender una palma de babasú significa defender toda la vida que la rodea.

“No somos nosotras las que plantamos la palma del babasú, son los animales del bosque”, afirma doña Rosário. La reproducción de las palmeras depende sobre todo de la cutia, un roedor agutí presente en toda la Amazonia. La cutia entierra las nueces que no se come y, con la llegada de las lluvias, estas germinan y se convierten en nuevas palmeras.

La ganadería vino a romper esta armonía. A finales de la década de los años 1980, miembros de algunas de las antiguas familias esclavistas de la región, que pretenden ser los verdaderos propietarios de las tierras donde se asientan los quilombos y el bosque, comenzaron a cercar los palmerales para criar ganado, especialmente búfalos. La función de estas vallas es doble, según doña Rosário: “Evitar que el ganado salga y que las mujeres entren”.

La ganadería ha provocado la deforestación masiva, causando la desaparición de la fauna autóctona y secando los suelos, además de privar a las quebradeiras y a los quilombolas del acceso a su entorno natural, condición esencial para la reproducción cultural, social y económica de los pueblos tradicionales.

Haciendo memoria, Seu Zé Ribeiro, un anciano del quilombo São Caetano, recuerda: “Antes de la llegada de los ganaderos, todo era libre. Podíamos ir y venir sin restricciones. Ahora todo está vallado. Tenemos que rehacer lo andado. Han cortado toda la vegetación, ahora tenemos que caminar todo el tiempo bajo el sol, antes, en cambio, siempre había sombra”.

Los huertos colectivos siempre se cultivaban cerca de las zonas inundadas de la región, donde la tierra es más fértil. Los lagos albergaban peces que complementaban la alimentación tradicional local. Pisoteados por las vacas y los búfalos, los huertos han sido destruidos y los suelos se han vuelto estériles, lo que ha contribuido a la inseguridad alimentaria en la región. “Cultivábamos todo lo que comíamos y teníamos suficiente para vivir y compartir. Ahora hay que comprarlo todo en la ciudad”, se queja Seu Zé Ribeiro.

La quebradeira doña Antônia, que también vive en el quilombo São Caetano, explica, sin dejar de mirar los búfalos que se bañan en el estanque detrás de su casa: “Pasan la noche en el agua. Casi todos los peces han muerto por su culpa y los que sobreviven están enfermos y no pueden comerse. Todo el lago huele a orina de búfalo”.

El agua también está contaminada por los pesticidas que emplean sin restricciones en los pastizales, y que después de cada lluvia acaban en los ríos y lagos. Según doña Antônia, “los ganaderos utilizan un pesticida al que llaman ‘mata todo’. Nada sobrevive a este veneno, salvo el pasto cultivado para el ganado”.

El  MIQCB (Movimento Interestadual das Quebradeiras de Coco Babaçu), cuenta con 400.000 mujeres y representa a las quebradeiras de los cuatro estados brasileños que conforman el bosque de Cocais (Marañón, Tocantins, Pará y Piauí). Los principales objetivos de este movimiento de mujeres son “garantizar el derecho al territorio y el libre acceso a los bosques de babasú”, pero también “reclamar leyes y políticas públicas que apoyen la agroecología y la economía solidaria, preserven la sociobiodiversidad y mejoren la calidad de vida de los pueblos tradicionales”. El MIQCB también apoya la lucha por el reconocimiento de los territorios quilombolas. Obtener este reconocimiento por parte del Gobierno garantiza legalmente la presencia del quilombo en estas tierras y el derecho de uso del bosque.

Esta lucha ha logrado importantes victorias, en particular la aprobación de  la Ley Babasú Libre, que garantiza el acceso público a los palmerales en determinadas localidades. Sin embargo, los ganaderos suelen incumplirla, además de seguir quemando las palmeras para dejar el espacio a los pastizales.

Acceder a las palmeras del babasú que aún siguen en pie se ha convertido en una actividad de riesgo para las quebradeiras. En primer lugar, deben pasar por debajo de las alambradas de púas, esperando escapar de la vigilancia de los guardias al servicio de los ganaderos. Luego tienen que atravesar los pastizales, los cuales suelen ser rociados con pesticidas. En algunos lugares, la nueva variedad de hierba plantada por los ganaderos es muy dura y corta la piel de las mujeres, con el riesgo de infectarse al entrar en contacto con los pesticidas. Toda esta carrera de obstáculos tiene lugar bajo un calor sofocante, consecuencia directa de la deforestación. Por último, están las amenazas de muerte.

Muy comprometida con el MIQCB, doña Rosário ha sido incluida en un programa de protección para defensores y defensoras de los derechos humanos, junto con otros dos habitantes del territorio. “Los ganaderos piensan que si matan a las personas más visibles de nuestra comunidad, acabarán con la lucha por la defensa del bosque”, explica. Ante las crecientes amenazas, doña Rosário tuvo incluso que abandonar su comunidad y esconderse durante casi un año.

En el bosque, no lejos de su casa, Seu Zé Ribeiro muestra el lugar donde estaba la cabaña en la que vivía su bisabuelo: “Rezo para que la liberación de nuestras tierras no tarde mucho. Yo ya no puedo trabajar la tierra, soy demasiado viejo, pero puedo enseñar todo lo que sé a los más jóvenes”.

La cuestión de la transmisión de saberes entre generaciones preocupa a la comunidad. La juventud, privada de perspectivas en sus tierras ancestrales, se ve obligada a trabajar para los ganaderos, adoptando poco a poco un modo de vida ajeno a sus tradiciones. “Los jóvenes empiezan a dejar de escucharnos y a rechazar nuestro modo de vida tradicional. La ganadería afecta a todos los aspectos de nuestra vida, incluso a las relaciones dentro de nuestras comunidades. La ganadería nos lo ha quitado todo”, lamenta doña Rosário.

Sin embargo, a pesar de los obstáculos, las quebradeiras siguen resistiendo y su lucha es una causa colectiva cuyo eco traspasa largamente las fronteras de Brasil. Si queremos proteger el planeta y sus ecosistemas, es preciso escuchar y apoyar a quienes, como las quebradeiras, están en primera línea. “Sin las mujeres, sin las quebradeiras, sin las quilombolas, no hay bosque. Y sin bosque, no hay vida. Pido que se haga todo lo posible para que podamos vivir en libertad, vivir en comunidad, en armonía”, concluye doña Rosário.

Este artículo ha sido traducido del francés por Patricia de la Cruz.

Publicado originalmente en  Equal Times

Fuente: Desinformémonos

Temas: Defensa de los derechos de los pueblos y comunidades, Feminismo y luchas de las Mujeres

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