Putas, pobres y chorras: las malas víctimas
Los cuerpos de tres chicas fueron encontrados descuartizados en una casa de Florencio Varela. El triple femicidio de Morena Verdi, Brenda Loreley Del Castillo, ambas de 20 años, y Lara Gutiérrez, de 15, ocurrió tras su desaparición reportada la semana pasada. Se investigan conexiones con el crimen organizado. Y, mientras los feminismos salen a la calle, el Gobierno empobrece y desmantela las políticas de género y pretende anular la figura de femicidio, los medios y las redes sociales vuelven a juzgar a las víctimas. Escribe Georgina Orellano, trabajadora sexual y Secretaria General Nacional de AMMAR.

El triple femicidio de Morena Verdi, Brenda Loreley Del Castillo, ambas de 20 años, y Lara Gutiérrez, de 15, es un reflejo del grado de descomposición social que atravesamos como sociedad. Creímos que había batallas que habíamos ganado y debates que estaban saldados, que años de lucha del movimiento feminista, de poner en agenda demandas históricas, de haber sido marea en las calles, habían logrado una acumulación de fuerzas que implicó transformaciones sociales y avances políticos. Pero no alcanzó.
No alcanzó con explicar miles de veces, hacer pedagogía militante, poner el cuerpo en miles de charlas de sensibilización, promover leyes y dar capacitaciones; no alcanzó instalar en la sociedad y los medios de comunicación que no nos matan “por amor”, que no son “crímenes pasionales”, que no es nuestra culpa, que se llama femicidio y es violencia machista.
El tratamiento de los medios de comunicación nuevamente puso el foco en la vida y las trayectorias cortas de tres pibas atravesadas por una trama de precariedad y vulnerabilidad. Que si trabajaban de putas, que cómo se vestían y qué celulares tenían, que la responsabilidad es de sus madres. Deslizaron hipótesis cargadas de sesgo moral y de clase, y construyeron así relatos donde la espectacularización de la vidas de lxs pobrxs —las pobres— fueron parte de un escarnio social que nos refleja qué tan rota está la sociedad argentina.

Fotos: Gala Abramovich
Que si andaban en algo raro, si sabían lo que hacían, si tenían esa yunta, si se quedaron con algo que no les pertenecía. El final estaba cantado: eran merecedoras de su propia muerte. ¿Hay vidas que valen más que otras? Si, en esta sociedad racista y deshumanizada hay vidas que valen más que otras.
Las pobres corremos con desventaja por nacer en barrios populares, somos culpables de desear aquello que sólo puede ostentar la clase media, de querer un futuro mejor a costa de economías precarias, de supervivencias, de hacer lo que se pueda con lo que hay a nuestro alcance.
Vivimos en una sociedad que instala relatos heroicos, que romantiza la pobreza, pero te vende proyectos de vida individuales, que pone como ejemplo a personas que “se salvan solas” y muestran su ascenso social en sus redes sociales, sin la necesaria justicia social ni contención estatal.

Fotos: Gala Abramovich
Ahora hay lugar para análisis más profundos y teóricos, el lugar para la creación de nuevas categorías: “crimen transnacional”, “narco-femicidios”. ¿Estamos en Ciudad Juárez o en una Argentina que se rompe en nuestras caras, mientras algunos solo piensan en sostener sus privilegios, cada vez más acotados, y que dejan afuera a vidas que parecen descartables?
Será quizás el momento de abandonar la cordura y habitar la conflictividad: escuchar esas vidas rotas sin sesgos moralizantes y comprender que cuando el tejido social se rompe, hay vidas que se descartan.
En contextos de crisis, hay quienes se sostienen con lo que pueden, hay compañeras que hacen el pasamanos, como se llama comúnmente a la venta de estupefacientes que se despliega mayormente en el espacio público. Lo realizan mujeres, travestis, trans, personas de los sectores populares, y se da mayormente en los barrios más precarios. Son el eslabón más bajo dentro de la jerarquía de lo que se considera como delito narcotráfico, pero también son el objetivo más castigado por la criminalidad y la acción punitiva.

Gala Abramovich
Quienes recurren a eso lo hacen porque está dentro de la rentabilidad que les ofrece el mercado que más le conviene económicamente y, frente a eso, no podemos retirarnos del conflicto ni seguir culpando a las víctimas y sus familias. No podemos seguir como si nada hubiera pasado porque esas muertes —las muertes pobres— no conmueven tanto. Tenemos que hacernos cargo de lo rotos que estamos y comprender que, frente al espanto, tenemos la posibilidad de recomponernos como sociedad porque nuestra rotura no es un imposibilitante. Al contrario, nuestra rotura es una posibilidad de reconocernos para reorganizar todo aquello que se rompió.
Fuente: LATFEM