S.O.S: Urge una revolución alimentaria integral

La alimentación es un derecho humano universal y no una excusa para el lucro de unos pocos a costa del daño general. Con la crisis climática acelerándose, la transición energética, a pesar de sus imperfecciones, al menos está en movimiento. Pero, lamentablemente, es insuficiente si no se ataja la otra transición pendiente: la alimentaria. Toca preguntarse con urgencia ¿qué vamos a comer en 2050?, ¿quién va a producir nuestros alimentos?, ¿en qué suelo y con qué agua se van a cultivar?, ¿quedará algo vivo en el mar?
Existe una grave crisis alimentaria mundial, en la que los límites planetarios traspasados, entre ellos la emergencia climática y la pérdida de biodiversidad, se entrelazan con una crisis económica y de deuda, una crisis sanitaria y una crisis geopolítica. Todo ello fomenta un sistema frágil, que depende altamente de recursos importados, lo que lo hace vulnerable y poco autosuficiente. El sistema alimentario actual está desconectado del territorio, generando impactos negativos en los ecosistemas, el tejido rural, la salud humana y el bienestar animal, y no se está adaptando a las condiciones del cambio climático, como el aumento de las temperaturas o la escasez de agua.
Impactos múltiples de un modelo al borde del colapso
Esto se traduce en un modelo completamente inviable, con aumento de las emisiones de efecto invernadero, extenuación de los recursos hídricos, abuso y acaparamiento del territorio, destrucción de suelos, reducción de la biodiversidad y contaminación de aguas y suelos, crisis de rentabilidad para las personas que lo trabajan en tierra y mar, el deterioro de la alimentación para las consumidoras y una creciente inseguridad alimentaria.
Esta situación se mantiene gracias a un marco legislativo y político que prioriza a empresas y fondos de inversión cada vez más grandes, que practican modelos intensivos totalmente dependientes de insumos producidos en terceros países y orientan su actividad agraria y pesquera hacia mercados globales dominados por una competencia desigual basada en criterios puramente económicos. De este modo, centran su producción en “mercancías”, y no en alimentos. El resultado: fluctuación de precios, devaluación del trabajo del sector primario y falta de relevo generacional. También nos afecta al resto de la población, a través de nuestras dietas, cada vez menos sanas y más condicionadas por los precios de mercado. Estamos ante un modelo al borde del colapso.

Señales de alarma: ¿hasta cuándo?
Lo vemos en nuestro día a día: garrafas de aceite de oliva convertidas en objetos de lujo con alarma, la Unión Europea perdiendo en tan sólo 15 años, casi el 40% de sus pequeños y medianos agricultores, la Amazonía devastada por el gigante cárnico JBS financiado por el Santander, el alarmante declive de los polinizadores debido a los plaguicidas, caladeros sobreexplotados, pueblos enteros sin agua por la contaminación de los nitratos del purín de las macrogranjas, las mariscadoras alertando que serán la última generación, campos enteros devastados por la DANA en el Meditarráneo, tractoradas bloqueando las vías principales de toda Europa, un cuarto de los alimentos producidos para consumo humano directos a la basura y más de 600 millones de personas que se enfrentarán al hambre en 2030.
Pero ¿este auténtico despropósito tiene solución? Sí, aunque el sistema actual nos haya llevado hasta el borde del precipicio, estamos a tiempo de evitar la caída: es hora de pasar a la acción y poner en marcha una transición alimentaria integral en España ¿Y cómo? Con un modelo que sea sostenible, justo, sano y socialmente viable.
Necesitamos una auténtica revolución alimentaria. En Greenpeace llevamos dos años trabajando, en diálogo directo con personas comprometidas de la agricultura, la ganadería y la pesca, y con ayuda de la ciencia, para elaborar el Modelo Alimentario Sostenible que presentamos estos días, con 5 potentes palancas de cambio y 32 propuestas para avanzar en la transición alimentaria integral.

Producción adaptada, pesca sostenible y dieta saludable
Estamos hablando de un modelo que engloba tanto la producción como el consumo, y apuesta por el enfoque 100 % agroecológico para 2050 en la producción agraria, con prácticas adaptadas al entorno local y con uso responsable del agua, favoreciendo cultivos tradicionales de secano y razas autóctonas. La no utilización de fertilizantes y plaguicidas sintéticos, así como la reducción drástica de la cabaña ganadera intensiva con menos cerdos y más ganadería extensiva de base agroecológica. En el ámbito marino, apuesta por una pesca y acuicultura sostenibles de bajo impacto ambiental y alto valor social. Todas ellas, prácticas que impactan positivamente en el conjunto de indicadores socio-ambientales, la fijación de población en el medio rural y costero, la alimentación de la población y el empleo; y albergan los conocimientos bioculturales necesarios para adaptarse mejor al cambio climático y a las condiciones biorregionales dentro del clima mediterráneo.
Con el modelo propuesto, el sistema alimentario pasaría de ser el mayor emisor de gases de efecto invernadero en 2050, a convertirse, al menos en España, en sumidero de carbono, con un 116 % menos de emisiones; se reduciría en más de la mitad el desperdicio de alimentos y se garantizaría el acceso de la población a alimentos saludables y culturalmente apropiados para todas basados en la dieta de salud planetaria, que prioriza el consumo de alimentos vegetales, el incremento de legumbres y la reducción de alimentos de origen animal. La contaminación de aguas por nitratos dejaría de ser un problema, reduciéndose un 57 %, y se ganará en biodiversidad. Y todo ello generaría un aumento del empleo del 35 % en líneas generales en el sector, lo que, sumado a las políticas adecuadas, fomentaría el relevo generacional y la inclusión real de la mujer.

Visto el horizonte, urge, por tanto, establecer una hoja de ruta clara acompañada de una gobernanza participativa: articulando recursos, financiación, procesos deliberativos y políticas públicas coherentes y ambiciosas que impulsen la creación de redes sociales robustas para apoyar procesos de transformación alimentaria a largo plazo, así como integrar la alimentación en políticas urbanas más amplias, como clima, vivienda, transporte y salud. De lo contrario, el escenario al que nos enfrentamos será cada vez más insostenible y con consecuencias potencialmente catastróficas.
¿Queremos comer en 2050? Seguro que sí. Transformar el ciclo completo de la alimentación de forma integral, entre todos los actores implicados, nos situaría a la vanguardia de la sostenibilidad ambiental y social. Es más urgente y necesario que nunca sembrar futuros alternativos.
Fuente: EFE Verde