Ante los transgénicos, precaución, por Ignacio Amián Novales
Científicos del mundo entero coinciden en decir que no hay pruebas todavía de la inocuidad, ausencia de riesgo para la salud de los cultivos transgénicos
Dijo en el periódico CORDOBA hace pocos días el profesor de Genética de la UCO J.I. Cubero que los alimentos procedentes de cultivos agrícolas modificados genéticamente, los transgénicos en el lenguaje más común, son los más seguros y dijo también que no nos tenemos que preocupar de las grandes empresas multinacionales porque a ellas les interesa más que a nadie la seguridad alimentaria. Creo que son dos afirmaciones importantes y graves y merecen un comentario y una opinión diferente.
Posiblemente en el segundo argumento sea donde encontrará menos adeptos el profesor Cubero. Muchos amigos y menos amigos pero sí gente de ciencia y de la economía y de muchos otros ámbitos de la vida en general coincide en reconocer de forma preocupante que las grandes empresas multinacionales mandan hoy en el mundo y no funcionan con el mismo código ético y de valores humanos que nos hemos ido dando la humanidad a lo largo de los siglos, sino con un valor primero y principal, el máximo beneficio y máximo poder económico y para conseguir ambos se hace lo que sea necesario.
Pruebas existen por todo el ancho mundo. Se presiona a los gobiernos, recuérdese, el presidente de Brasil, J.I. Lula ha sido obligado por la multinacional Monsanto a admitir en su país y en grandes superficies de terreno el cultivo de la soja transgénica bajo las presiones de esta empresa. Cuando un año antes, en su toma de posesión, declaraba que Brasil estaría libre de cultivos transgénicos. La tristemente famosa empresa Union Carbide provocó más de 25.000 muertes por un gran escape tóxico en Bopal, India y todavía hoy, 25 años después, nadie ha podido obligar ni siquiera a que indemnice a los damnificados de tamaña catástrofe, ¡es fuerte! ¿No? Pero mucho más cerca y recientemente los tribunales de Navarra han condenado a un agricultor a seis meses de cárcel y multa por vender a sus vecinos unas semillas que él había cultivado en sus tierras, pero que procedían de semillas patentadas y que él había comprado el año anterior. Y dice J.I. Cubero que no debemos preocuparnos por las empresas multinacionales, pues miren si hay motivos de preocupación, no ya por vender las semillas cultivadas por mí pero procedentes de unas semillas patentadas por una casa comercial multinacional se va a la cárcel, sino que si en mis campos aparecen, que van a aparecer seguro --si no nos organizamos antes los agricultores y obligamos a cambiar las leyes-- semillas de maíz con los genes modificados y patentados y que por efecto de la polinización cruzada el viento y los insectos han traído de los campos de maíz de los vecinos que tenían sembrado maíz transgénico, por ejemplo, también yo voy a la cárcel. Y por ahora la ley protege la patente, pero no a mí que hago cultivo ecológico o a cualquier agricultor del entorno y que no quiere ser contaminado con los maíces transgénicos, ni a los consumidores que declaran no querer comer alimentos transgénicos por precaución y nos los están vendiendo por imposición de esas empresas multinacionales y todopoderosas.
He aquí un simple y sencillo argumento sobre la seguridad alimentaria, precaución. Científicos del mundo entero coinciden en decir que no hay pruebas todavía de la inocuidad, ausencia de riesgo para la salud de los cultivos transgénicos. La ciencia va haciendo pequeñas averiguaciones, y así en Inglaterra recientemente informes científicos evitaron que se aprobara una nueva variedad transgénica porque provocaba daños medioambientales. Si se ha tardado casi cuarenta años en comprobar y reconocer los efectos altamente tóxicos y dañinos de muchos pesticidas, los cuales fueron pregonados por las mismas empresas multinacionales que iban a resolver el hambre en el mundo, igual que ahora, el mismo argumento grotescamente perverso pues al dinero no le importa el hambre del mundo --y un claro ejemplo de esto fue el DDT-- entonces por qué esas prisas y esas presiones para obligarnos a comer lo que la mayoría de la población declara una y otra vez, en encuestas realizadas en multitud de países: "No me gustan, no me fío, no creo que sea necesario, al agricultor no le benefician". ¿Quién nos protege?
IGNACIO AMIAN NOVALES
ASESOR EN AGRICULTURA ECOLOGICA
Diario de Córdoba, Internet, 11-9-04