Argentina: los suelos del país se degradan y van camino a agotarse, por Carlos Martín Ale
La sobreexplotación de los suelos en Argentina, producto del monocultivo de la soja, la tala de monte y desertificación y el sobrepastoreo, provocan severos procesos de erosión, pérdida de materia orgánica, nutrientes y, en definitiva, productividad en muchas regiones. En algunos casos esta degradación potenció los efectos adversos de fenómenos climáticos como las inundaciones
Las consecuencias de la sobreexplotación de los suelos -reconocido como el principal recurso natural del país- ya se sienten en muchas provincias como Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Santiago del Estero, la pampa húmeda y gran parte de la región patagónica, entre otras.
Distintos especialistas y recientes estudios edafológicos sostienen que casi las tres cuartas partes del territorio nacional están afectadas por agudos procesos de desertización, carecen de capacidad de amortiguación y la histórica fertilidad de los suelos está en vías de agotarse.
"La sobreexplotación está asociada al sobrepastoreo, deforestación y desertificación, el monocultivo de soja y hasta la producción caprina también tiene problemas vinculados con el sobre-uso del suelo", expresó Susana Hang, presidenta de la Comisión de Suelos, Seguridad Alimentaria y Salud Humana de la Asociación Argentina de la Ciencia del Suelo (AACS), a RENA.
Muchos son los especialistas que en los últimos años han puesto especial énfasis sobre una de las causas de la sobreexplotación del suelo: el monocultivo. "Argentina se había caracterizado por la rotación agrícola-ganadera, lo que permitía recuperar la fertilidad. Pero en los últimos años se avanzó hacia la expansión y la monoproducción de la soja, acelerándose el proceso de degradación del recurso", dijo el doctor en agroecología Walter Pengue, miembro del Grupo Ecología del Paisaje y Medio Ambiente (GEPAMA) a esta agencia.
"A corto plazo, el monocultivo es rentable porque el precio de la soja está en alza, pero en el mediano y largo plazo los suelos pueden agotarse y nos puede ocurrir lo que le pasó a Europa, que perdió los nutrientes de sus suelos debido a la agricultura intensiva", agregó.
Fernando García, representante para el Cono Sur del Instituto de la Potasa y el Fósforo (INFOPOS), coincidió con las consecuencias enumeradas de la sobreexplotación y agregó que en los últimos tiempos una de ellas ha tenido efectos catastróficos: "en algunos casos -el manejo irresponsable del suelo- ha enfatizado los efectos adversos de fenómenos climáticos como las inundaciones", le dijo a RENA.
Ya en 1995 un trabajo elaborado por la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas de la Universidad del Litoral (Santa Fe), titulado "Implicancias Antrópicas en los Procesos de Inundaciones de Áreas Llanas", advertía: "En lo que atañe al proceso de inundación, el excesivo laboreo de la tierra y la erosión provocada se traduce en la formación de costras en la superficie del suelo que impiden la infiltración de las lluvias por impermeabilización. El agua escurre por la superficie, lavando los nutrientes del suelo, erosionando, dejando a la vista los horizontes más pobres en materia orgánica (de ahí la necesidad de incorporarla artificialmente) y contribuyendo al consecuente anegamiento. El agua que no se incorpora a la estructura del suelo no sólo se inutiliza desde el punto de vista agrícola sino que es la que provoca procesos de inundación".
Si bien la degradación del suelo afecta a la mayoría del territorio nacional, las causas y las consecuencias de la sobreexplotación del recurso no son siempre las mismas. "En la Patagonia, el sobre pastoreo produce un aumento en los procesos erosivos; en el Oeste de la provincia de Buenos Aires, el proceso de la agricultura expone los suelos a la erosión eólica; en la zona sudeste de esta Provincia el mayor problema con el suelo es la erosión hídrica producto del tipo de relieve que tenemos y producto de la intensidad de las precipitaciones en el momento en que esos suelos se encuentran totalmente descubiertos en el Norte del país, hay deforestación indiscriminada, a pesar que existen leyes que dicen cómo debe hacerse la desforestación. Estas superficies desmontadas van a cultivos que los primeros 2 o 3 años son rentables y luego comienzan a decaer y a degradarse el suelo", explicó el ingeniero agrónomo Antonio Gualati, Coordinador del área de Producción Vegetal de la Estación Experimental Agropecuaria- Balcarce del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).
Para Fernando García "las zonas más críticas son las de mayor agriculturizacion: Norte de Buenos Aires-Sur de Santa Fe, y las de suelos menos estables del Noreste y Noroeste del país".
Consecuencias inmediatas y futuras
La consecuencia inmediata, presente ya en varias zonas del país, de la sobreexplotación del suelo es la caída de la productividad. Todos los especialistas consultados por RENA señalaron que los sistemas de producción que no cuiden el recurso no serán sostenibles en el tiempo.
"En algunos casos no son sostenibles desde el punto de vista económico y en otros casos no lo son desde el punto de vista productivo, físico. Ambas cosas hacen que no lleguen a ser sostenibles desde el punto de vista social que son los tres ejes en que se basa la sustentabilidad", dijo Gualati.
"La deforestación y la intensificación agrícola sin prácticas conservacionistas, producen una aceleración de la degradación del suelo desde el punto de vista físico y químico lo cual conlleva a una baja de la productividad y a una perdida de la sostenibilidad de los sistemas", agregó el especialista del INTA.
Gualati reconoció que "la frecuencia de la presencia de soja en esos sistemas de agricultura permanente está creando un interrogante, ya que se reconoce a la soja como un cultivo muy extractivo, por que aporta muy poco al suelo. La duda está en si estos sistemas, a largo plazo son sostenibles".
Para Walter Pengue este sistema "no es sostenible a largo plazo" y señaló que las consecuencias de la degradación del suelo "serán pagadas por las actuales y futuras generaciones".
Las consecuencias "físicas" de la degradación del suelo -pérdida de fertilidad química por excesiva extracción de nutrientes, compactación y pérdida del espacio poroso-"repercute en lo económico y en lo ambiental", dijo Susana Hang.
"En lo económico por que hay una caída inevitable, que antes o después comienza a manifestarse, de la capacidad de producir; y en lo ambiental, por erosión, acumulación de sedimentos, de fertilizantes y agroquímicos en cursos de agua, contaminación de napas por transporte vertical, por mal manejo de la fertirrigación que puede producir contaminación de aguas subterráneas con fertilizantes, por polución del aire con polvo proveniente de la erosión eólica", explicó la integrante de la Asociación Argentina de Ciencias del Suelo.
La sobreexplotación del suelo y el modelo agroexportador
La actividad económica del sector agrícola en Latinoamérica se ha modificado considerablemente en los últimos 25 años, en cuanto a formas de trabajo de la tierra y producción. El modelo agroexportador duplicó el producto bruto agrícola de la región en ese período y los recursos provenientes de ello proveen casi la mitad del financiamiento de los insumos importados.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la erosión de los suelos podría reducir la producción agrícola en un 25 por ciento entre 1975 y los primeros años del siglo XXI. En Rusia, por ejemplo, de 200 millones de tierras cultivables, 41 han sido erosionadas por el agua y 93 sufren erosión eólica.
La Argentina no es ajena a esa situación. Diversos estudios indican que alrededor del 30 por ciento de la superficie del país presenta algún grado de erosión eólica e hídrica y el 80 por ciento de la superficie cultivada con especies anuales posee un balance negativo de nutrientes, en términos de extracción -reposición.
Los especialistas coinciden en que este crecimiento expansivo de la agricultura en el continente se ha realizado a costa del deterioro por sobreexplotación de los recursos naturales. De acuerdo a un estudio de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y la FAO, el uso de fertilizantes se incrementó a razón del 13,8 por ciento anual.
"Argentina aún no ha utilizado demasiada cantidad de fertilizante, pero si se sigue con este sistema de monoproducción, la degradación del suelo hará que se deban utilizar cada vez más", dijo Walter Pengue, y agregó: "Si no se revierte la situación terminaremos como Europa, donde el suelo perdió sus nutrientes, o como Francia que tiene sus cuencas contaminadas por el uso de agroquímicos, o como Cataluña (España), donde sus habitantes casi no pueden tomar agua del lugar porque está contaminada con nitrato".
La nueva cosecha argentina se estima en casi 71 millones de toneladas, con ingresos por encima de los 10 mil millones de dólares. Junto con sus principales cultivos, el país exporta alrededor de 3,5 millones de toneladas de nutrientes naturales que no se recuperan de manera sustentable. La soja representa la mitad de esta cifra.
La llamada "desganaderización" protagonizada por la revolución agrícola pampeana que tuvo lugar a partir de los años '70, ha provocado procesos de desertificación en la pampa húmeda. Se ha perdido lo que representaba una especie de agricultura orgánica al destinar el suelo para la producción exclusiva de granos, evolucionando hacia el monocultivo y eliminando la rotación de cultivos con pasturas para la ganadería.
Esta desganaderización ha provocado la aparición de plagas y enfermedades que incrementaron el uso de pesticidas y el consiguiente aumento de contaminación ambiental que afecta a animales y al hombre.
Pero las presiones económicas obligan al productor agropecuario a obtener el máximo beneficio en el menor tiempo posible. En consecuencia, los agricultores son empujados hacia una agricultura intensiva, donde el suelo paga las consecuencias con su degradación, con o sin el uso de fertilizantes. Lo que se traduce en erosión de suelos -considerado el problema más grave de la agricultura latinoamericana- y el consecuente proceso de sedimentación de los cursos de agua.
El Estado "debe ejercer presión sobre las empresas vendedoras de agroquímicos que debiera invertir para estudiar las condiciones en que estos productos son incorporados, las condiciones climáticas, de suelo, y no permitir que se escuden diciendo que en sus países de origen todo lo que se debiera estudiar ya se ha estudiado", concluyó Susana Hang.
Agencia RENA, Argentina, 1-7-03