México: el antiguo teocintle, en manos de Monsanto

Idioma Español
País México

Estos pueblos, en los últimos años se han enfrentado a un ataque directo hacia su maíz sagrado, la contaminación de polen proveniente de plantas de maíz que fueron modificadas genéticamente (transgénicos), patentadas por empresas multinacionales como Monsanto y liberadas al medio ambiente por las mismas empresas y en complicidad con el Estado, situación que pone en serio riesgo la gran diversidad genética nacida del maíz originario y de las prácticas milenarias de los pueblos indígenas

El maíz es nuestra madre, es Tatei Niwexika, de ella vivimos, nos forma, es hija también de nuestra madre la Tierra, mientras exista el maíz existirá nuestra cultura –platican los wixaritari, uno de los principales pueblos indígenas de México.

Según estudios, hace miles de años, antes de la domesticación del maíz, clasificado científicamente en el género “zea”, una milpilla se cruzó con una especie del género “tripsacum”, naciendo así el primer maíz silvestre, con características como: no morir cada año (perene) y que se reproducen sin necesidad de intercambio sexual (vegetativamente).

Después surgieron otros maíces silvestres de la raza llamada “balsas”, después se nombró por los científicos como Zea parviglummis, se cree que éste dio origen a las razas “chalco, nobogame y mesa central”.

Según otros estudios (Mangelsdorf, 1981), el primer maíz anual pudo venir de la cruza del Zea diploperennis (que hoy se encuentra sólo en la Sierra de Manantlán, Jalisco) y una especie de maíz palomero toluqueño, es decir, que el ancestro sagrado del maíz es precursor inmediato del primer maíz anual, posiblemente el Zea parviglummis.

Estos últimos, los maíces anuales, son la base para la domesticación del maíz; al sembrarse año con año se fueron creando nuevas variedades adaptadas a las condiciones ambientales de las diferentes regiones donde fueron habitando los pueblos originarios de estas tierras.

Estos pueblos, en los últimos años se han enfrentado a un ataque directo hacia su maíz sagrado, la contaminación de polen proveniente de plantas de maíz que fueron modificadas genéticamente (transgénicos), patentadas por empresas multinacionales como Monsanto y liberadas al medio ambiente por las mismas empresas y en complicidad con el Estado, situación que pone en serio riesgo la gran diversidad genética nacida del maíz originario y de las prácticas milenarias de los pueblos indígenas.

Desde 2005, en múltiples espacios se ha discutido y repudiado cómo mediante un convenio de investigación con la Universidad de Guadalajara (UdG), la trasnacional Monsanto ha penetrado en el territorio nahua de la Sierra de Manantlán, decretada desde 1987 como Reserva de la Biosfera, principalmente por la presencia del Zea diploperennis, encontrado en la región en 1978 por un estudiante de Biología.

Ante esto, las reacciones de la UdeG fueron muy diversas, algunos utilizaron la coyuntura para sacar tajada política del convenio firmado por Raúl Padilla y ratificado por el hoy ex rector Carlos Briseño, en su función como secretario general de la casa de estudios; los grupos políticos en la Sierra de Manantlán contrarios a la Universidad hicieron lo mismo, algunos hicieron precisiones pertinentes y otros se deslindaron del problema.

Esta situación salió a la luz por publicaciones en medios regionales del sur de Jalisco y posteriormente en algunos medios nacionales e internacionales, centrándose el análisis en el riesgo de que Monsanto haga investigación alrededor de la Sierra de Manantlán, siendo que las investigaciones, en la que el responsable fue el doctor José de Jesús Sánchez, del CUCBA, incluyó también un estudio sobre la distribución de teocintles en muchos puntos de México, siendo un mismo objetivo con dos vertientes diferentes; la primera, identificar el nivel de flujo génico del maíz cultivable al teocintle y viceversa, mientras que el segundo fue para saber con el máximo detalle existente hasta ahora dónde, cuántas y qué especies de maíz silvestre hay en México.

En este escenario es que el asunto trasciende todos los cuestionamientos, el actuar de la Universidad, las precisiones de si los estudios fueron dentro o fuera de la reserva y las implicaciones políticas dentro y fuera de la UdeG. En un primer momento la preocupación de grupos académicos fue aclarar que los estudios no eran sobre Zea diploperennis, la variedad silvestre descubierta (por la ciencia) en Manantlán, sino que “los estudios eran con el Zea parviglummis, un maíz silvestre anual presente en municipios aledaños, principalmente Ejutla”.

Con la investigación en la zona de Manantlán y sur de Jalisco, Monsanto no sólo demuestra el flujo genético entre sus maíces mutantes y el ancestro del maíz, el teocintle, sino que rastrea el camino evolutivo de su enemigo, es decir, el maíz antiguo cuidado por los pueblos originarios, ese que veneran y por el que están dispuestos a dar la vida para defenderlo.

Monsanto lo sabe, incluso en un anexo del convenio con la UdeG señala: “evolutivamente, el maíz es considerado como el descendiente domesticado de una especie tropical de teocintle Zea mays, subespecie parviglummis” y por lo tanto plantea la necesidad de hacer estudios en los hechos sobre el flujo genético, diciendo textualmente el convenio: “La incorporación del maíz transgénico a la práctica agrícola ha generado múltiples preguntas referentes al posible impacto del flujo genético con especies nativas… Sin embargo, debemos pasar de la inmovilidad que impone la moratoria de facto en la experimentación –que en el mejor de los ejercicios teóricos permitirá conclusiones sin valor práctico– a la realización de investigaciones directamente con el teocintle, sin mayor dilación…”.

A pesar de que los estudios hechos por la UdeG demostraron el flujo genético en ambos sentidos: del maíz al teocintle y viceversa, se levantó la moratoria, se aprobó la Ley Monsanto y se están instalando campos “experimentales” de transgénicos en el noroeste del país; campos que en Estados Unidos causaron la contaminación de todo su territorio.

Cuando se descubrió el Zea diploperennis o milpilla, las empresas biotecnológicas se frotaron las manos al ver que esta especie es resistente a cuatro de las siete principales enfermedades virales: los nematodos, las plagas del suelo y el “enanismo”; además es tolerante a la humedad, las heladas y las malezas, y por si fuera poco, podría pasar la perenidad al maíz cultivable. Hay quien asegura que incluso este milagro ancestral puede ser la cura a la enfermedad capitalista impuesta al maíz sagrado, todo esto sin patentes o control multinacional. Por esas virtudes se valuó al Zea diploperennis en 6.82 billones de dólares anuales, siendo un reto para las empresas que la milpilla no salga de la Sierra de Manantlán. ¿Qué mejor forma para evitarlo que la contaminación transgénica? A final de cuentas, esas semillas ya están en sus bancos de germoplasma.

Hasta hoy la referencia de información sobre la distribución del maíz silvestre, siguen siendo los estudios que realizó Wilkes en 1967, pero hoy la información que posee Monsanto, gracias a los resultados de su investigador José de Jesús Sánchez, ha superado ya la información generada por Wilkes, incluso el mismo Wilkes señaló en un foro en 2002: “Pienso que Jesús Sánchez ha hecho un trabajo maravilloso sobre esto y quiero felicitar a México, porque no creo que haya ningún otro pariente silvestre cercano de un cultivo importante que haya sido estudiado en una escala tan fina en cuanto a su distribución actual. Lo que hice hace 35 años fue burdo y a pesar de esto era bueno, ya que esbozaba la distribución; pero ahora hemos llegado a un grado de precisión muy alto”.

Esta información “es privada”, la cláusula octava del convenio UdeG-Monsanto establece que la Universidad debía obtener el permiso de Monsanto para publicar los resultados, por lo que éstos serán usados para lo que mejor convenga a Monsanto, es decir, nada alentador para los campesinos que guardan sus semillas y para los que nos alimentamos de maíz.

La Jornada Jalisco, México, 5-10-08

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