Perú: inauguran un gasoducto clave que también tiene su lado oscuro

Recorre 730 kilómetros. Su construcción demandó 44 meses y una inversión de US$ 1.600 millones. Aunque promete desarrollo para el país, los ambientalistas dicen que pone en peligro reservas indígenas

Cuando había pasado un minuto de la una y media de la tarde, una llama se encendió en la chimenea de la planta San Martín 1, en la selva peruana. En el lugar exacto donde los incas aseguraban que estaba el ombligo del mundo, cerca de la ciudadela de Machu Picchu y en una de las pocas zonas vírgenes que quedan en el planeta, ayer comenzó a funcionar la planta gasífera de Camisea, una de las más grandes obras inauguradas en la última década en América del Sur y, a la vez, lo que para los ambientalistas supone una amenaza a la existencia de comunidades indígenas.

Se necesitaron cuarenta y cuatro meses para que ese esqueleto de hierros, tuberías y cemento que recorre 730 kilómetros en los que llega a subir hasta 4.000 metros de altura quede encajado en la selva y también de una cintura político-empresarial más que negociadora para lograr que, finalmente, el gas se extraiga y se transporte por un largo ducto construido casi en silencio. Descubierto como recurso hace 20 años, según el gobierno peruano, el yacimiento de Camisea tiene reservas estimadas de 13 trillones de pies cúbicos de gas.

Lo que algunos llaman la amenaza se concretó con la llegada del primer trabajador. Para levantar Camisea se movilizaron miles de trabajadores extranjeros (muchos de ellos argentinos y argelinos). El progreso técnico ?y los sueños de modernidad para los peruanos? les significó a los nativos entrar en contacto con portadores de enfermedades desconocidas en el Bajo Urubamba, aseguran los ecologistas. En la lista había fiebre amarilla, hepatitis, difteria, gripe, sarampión, poliomielitis, venéreas y VIH.

Eso sucedió cuando el anterior presidente peruano, Valentín Paniagua ?quien preparó el terreno para que Alejandro Toledo llegara al poder y para que diera la orden para la apertura de la válvula del nuevo gasoducto?, firmó, a fines del 2000, el contrato con dos consorcios formados por empresas de Estados Unidos, Argentina, Bélgica, Corea del Sur y otros países, en el que estaban las empresas Pluspetrol, Hunt Oil, Sonatrach, SK Corp y la argentina Tecpetrol, del grupo Techint.

Las protestas entonces provoca ron que los técnicos debieran dar mil veces vueltas a sus planes originales. Terminaron transportando por aire casi 300 mil toneladas de equipos. Además de levantar 80 puentes y pavimentar 700 kilómetros de rutas, en un esfuerzo sin antecedentes en la región que alguna prensa entiende ya como el ingreso de Perú a "la era del gas". Esto sin contar que la inauguración de Camisea habilitará las redes que le permitirán recibir el gas en sus casas a una gran mayoría de peruanos y que también redundará en la renovación del transporte público.

Camisea como inversión, en total, significó 1.600 millones de dólares y, según el presidente Toledo, traerá de la mano un crecimiento de un punto del PBI en los próximos 33 años; un ahorro para los usuarios de gas hogareño de un 50% ciento, una rebaja en las tarifas eléctricas de entre 20 y 30% y, en tres años, la capacidad de exportar gas.

Pero para esto, que conforma el brillo de la cara positiva de la obra, falta tiempo. De la cara negativa, en cambio, ya se han visto consecuencias concretas en la selva. Un informe oficial del Ministerio de Salud peruano denunció, en junio pasado, el peligro de desaparición de una comunidad nativa.

Casi tres cuartas partes del Lote 88 de la obra se ubican en el ámbito de la Reserva Territorial Kugapakori-Nahua, creada para proteger a las comunidades de la región Cusco. El contacto con los trabajadores extraños a la zona trajo aparejado enfermedades que afectan particularmente a los más chicos. El reporte, cuya copia publicó el diario La República, señala la aparición de infecciones respiratorias y diarreicas. El 75% de las víctimas mortales ?dice? tiene menos de 12 años. Si se toma en cuenta que casi el 50% de la población tiene menos de 15 años, se trata de una real amenaza de extinción.

Además, Camisea está a orillas del río Urubamba: tanto el río como sus afluentes podrían contaminarse con el combustible de lanchas y otras embarcaciones. La contaminación afectaría a los peces, que son el recurso alimentario de los nativos. Algo tan indispensable para ellos como el aire puro del lugar, que ayer apenas se enturbió con la primera llama desde una chimenea.

Diario Clarín, Argentina, 6-8-04

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